Fernando Martínez Heredia
Compañero Esteban Lazo, invitados latinoamericanos y de otras regiones; compañeras y compañeros, dirigentes, intelectuales, artistas y demás invitados.
Frente a un honor tan grande como este, es inevitable reunir en una síntesis muy apretada el agradecimiento, el recuento de mi trayectoria vital, las motivaciones, el contenido y los objetivos de mi trabajo intelectual, el sentido social que le veo al hecho que me proyecta hoy ante mis conciudadanos y mi posición ante el presente y el futuro de la sociedad cubana. Nací en un pequeño pueblo del centro de la isla, Yaguajay, y he vivido la mayor parte de mi vida en La Habana, pero me hizo feliz que fuera en Santiago de Cuba donde supe que nos dedicarían esta Feria del Libro a mi querido Jaime Sarusky y a mí. Fue muy grande la emoción, aunque mi madre nos enseñó a no mostrarlas mucho.
He recorrido un camino muy largo desde los lejanos días de mi niñez, cuando perseguía toda hoja de papel impreso que veía. Ayunos de escuela, mis padres habían conquistado a lo largo de la vida un lugar social desahogado que les permitía cumplir uno de los mayores y antiguos anhelos de las familias de Cuba: que los hijos estudiaran. Por eso pude encontrar una extraordinaria primera maestra: la maestra de la escuela pública. Desde entonces y hasta hoy he vivido enamorado de la lectura y he gozado la poesía, la prosa de todos los géneros, la historia y los periódicos.
Adolescente recibí el impacto mayor de mi vida, la insurrección que trataba de convertirse en Revolución cubana, y me sumé a ella, que modeló la persona que soy. Dentro de esa Revolución he seguido hasta hoy. Me ha enseñado a luchar y pensar por la libertad y la justicia social, sin concesiones, y me fue cambiando en el curso de su proceso de cambiar el país, la vida de la gente, las ideas y los sentimientos. No puedo separar una “vida privada” de esa vida en la Revolución, y por esta he regido mis decisiones siempre que ha sido necesario.
Vine a La Habana a ser universitario, estudiar en aulas y bibliotecas, conocer las teorías y las técnicas de la Ciencia social y del Derecho, y aproveché para entrar a saco en el mundo del intelecto y la sensibilidad. Devoré la literatura, conocí el teatro y las artes plásticas, asistí a conciertos, vi un nuevo cine; pero en todos los momentos de aquellos años simultaneaba con las más variadas tareas de la Revolución. Por ejemplo, en febrero del 61 estudiaba artillería en esta fortaleza.
Causas y azares me llevaron a la filosofía marxista y enseguida la amé sin saber la marca que me dejaría. Como en tantos otros terrenos, la revolución exigía, con sus hechos y sus retos, unas ideas y unos procedimientos que todavía no existían, y a esa tarea nos lanzamos los jóvenes del Departamento de Filosofía y de la revista Pensamiento Crítico. Cada terreno de labores tenía su complejidad: la de este atañía a las ideas que debía abrazar y desarrollar la revolución socialista de liberación nacional cubana, la primera autóctona y anticolonial de América y de Occidente. Era un campo de disyuntivas y, por tanto, de aguda polémica. Fuimos parte de la gran herejía cubana, pensamos e hicimos con total entrega a esa causa y asumimos las consecuencias.
Desde entonces y hasta hoy me he dedicado a la investigación de los procesos de nuestra revolución y de la historia nacional y a los de América Latina —la región que me es entrañable, y que he estudiado y recorrido de la mano de los movimientos populares—, del internacionalismo cubano y de los magníficos pensadores sociales de este continente. Por ese camino y con muchas ayudas me he ido formando como investigador. Desde 1986 comencé a ofrecer productos de mis labores en esos campos y en cuestiones teóricas, y criterios acerca del proceso que vivimos las cubanas y los cubanos.
Cuando recibí la honrosa distinción que me trae aquí, no sabía que pasaría medio año en función de la Feria, en una suerte de maratón intelectual al que me lanzó la generosidad del Instituto Cubano del Libro. Pero me satisface mucho sumarme con ese trabajo a la función social que tiene este homenaje, que es para mí lo más importante. Cada uno debe dar en esta hora todo lo que pueda con su trabajo, desde lo que le sea más factible, y en mi modesto tamaño participo en uno de los desafíos de hoy: tenemos una escandalosa necesidad de ideas.
Soy uno más entre los millones de cubanos que están discutiendo, con pasión y rigor a la vez, problemas y definiciones fundamentales que trascienden con mucho al contenido de un documento. El nivel general de conciencia política, prácticamente sin igual en el mundo, y una proporción muy alta de personas con notables conocimientos generales y técnicos, son dos cualidades de la población que favorecen una entre las opciones que se abren: la de avanzar hacia un fortalecimiento del socialismo. Sabemos que será muy difícil: hoy las palabras bullen, pero los hechos renquean. Mas la cultura acumulada nos enseña que el carácter de la Revolución no lo fijó la economía, sino la acción, la voluntad y la abnegación de masas que se organizaron, pelearon y se unieron. Un pueblo que se forjó durante una gesta heroica y vivía casi sin nada, sin empleo, salud pública ni escuelas, entre el descreimiento y la lotería, se volvió capaz de luchar una vez más, y de cantarle a una nueva suerte: “que Cuba premiará nuestro heroísmo”. Mediante la gran Revolución se transformó a sí mismo, se apoderó de su país y asumió el proyecto de futuro más ambicioso.
Lo que entonces fue un gran sueño, hoy es necesidad: solo el socialismo es capaz de brindar suelo para la libertad, la justicia social y la soberanía nacional. Me siento orgulloso de ser hijo de un pueblo que jamás permitirá que la autoridad legítima que hoy ejercen los grandes, sea sucedida por una alianza del despotismo de los pequeños y el imperio del dinero. Porque el dinero no puede reinar solo en una sociedad, esa es una ilusión: tiene que asociarse con un poder. Poseemos una inmensa cultura de liberación acumulada y podemos apelar a instrumentos idóneos para construir y crear: el control de los trabajadores y el pueblo sobre los procesos sociales y las decisiones fundamentales, la entrega real de los esfuerzos y capacidades de cada uno y la ley por sobre todos.
A veces me angustia la posibilidad de que se vuelva pequeña la huella que le hicimos al futuro; pero me sobrepongo y continúo en la brecha. Por eso termino con una exhortación que se inspira en el porvenir: que la cultura cubana utilice su maravilloso desarrollo para alimentar bien a todas las personas de Cuba, y fortalecer así los espíritus y las subjetividades que serán decisivos para vencer los desafíos y crear las nuevas realidades tangibles, y que la política que nos guíe sea una cultura para la liberación.
Muchas gracias.
*Palabras leídas durante la inauguración de la 20a. Feria Internacional del Libro de La Habana
(Tomado de La Jiribilla)