Imagínese que se siente preocupado por lo que pudiera ser, imagínese que no tiene otra cosa en su cabeza que la preocupación por la salud de la persona a la que usted tanto ama y quiere:
_ Buenos días.
_ Buenos días – contesta la enfermera.
_ Estamos aquí para una consulta médica con el especialista…..
_ Tarjeta de su seguro médico, por favor.
_ Aquí está.
_ Si pero eso no es suficiente, necesitamos la confirmación con cuño y en original de su seguro médico de que asumirá todos los gastos relacionados con la estancia en el hospital. – nos comunicó la enfermera.
_ Se la traemos la próxima vez. – fue nuestra respuesta.
_ Si la paciente tiene que ingresar la necesitamos hoy.
……. Todavía me estoy preguntándome como fue que no perdí los estribos. ¿Será que ya estoy empezando a acostumbrarme?
Estas son las cosas que pasan allí donde la salud no es un derecho universal. El protagonista de esta historia parece estar bastante desubicado. Podría tratarse de un cubano en la arcadia capitalista, poco familiarizado con la letra pequeña de los seguros médicos. Mientras en Cuba la salud es un derecho, en muchos países capitalistas ni siquiera la enfermedad lo es. En Estados Unidos, la enfermedad es la primera causa de ruina patrimonial (el 60% de los casos). Milagro que la enfermera no respondiera “no se pasen de graciosos” a “se lo traemos la próxima vez”.
Me gustaría saber cuál fue el desenlace del asunto, pues el incumplimiento de los requisitos burocráticos de las compañías médicas privadas significa la exclusión como cliente, inclusive a veces en casos que requieren una atención urgente. Estamos ante una burocracia especial que no reconoce derechos sino que oferta servicios a quienes los pueden pagar e, inclusive, como muchas veces el cliente es un profano en la materia (desconoce el diagnóstico, el pronóstico y tratamiento de su dolencia), las compañías médicas se aprovechan de la relación asimétrica para emitir diagnósticos falsos e incluir pruebas e intervenciones innecesarias y/o con graves efectos secundarios. Una clara demostración de lo que pueden llegar a representar los derechos humanos en las sociedades de mercado. Pero esto no va a cambiar la matriz informativa oficial: es en naciones como Cuba donde se violan los derechos humanos y en naciones como Estados Unidos donde están plenamente garantizados.
Acá un caso con desenlace fatal https://lapupilainsomne.wordpress.com/2014/01/05/morir-con-papeles/
Abrazo
Les acerco este trabajo que ahonda en el tema de la mercantilización de la salud:
EL NEGOCIO DE LA SALUD Y LA MEDICALIZACIÓN DE LA VIDA
El poder del Capital también bajo su forma de dominio político, mediante el Estado y sus burocracias, pretende y en mucho consigue apoderarse del control sobre la vida de sus «súbditos/ciudadanos». Los seres humanos, cada vez más, constituimos una multitud de repeticiones uniformadas, de clones. El control sobre la vida forma parte esencial de los objetivos de los poderes económicos y políticos: «el poder se hace cargo de la vida» y esto da lugar entre otras consecuencias a individuos aislados, inmersos en la fragorosa soledad de la aglomeración.
El incremento y la aceleración en el desarrollo de las técnicas biomédicas amenazan con una modificación significativa de la biología que está dirigida, además de promover el consumismo, a la búsqueda de nuevos medios y canales de control sobre los seres humanos. Nuevas formas de control y de dominio se gestan a la sombra de la medicalización de la vida, ocultas por la propaganda y el ruido que genera la autoproclamada «revolución» biotecnológica y su ideología, la bioética.
La industria farmacéutica: otra forma más de control
Iniciada en el siglo XIX, fue a lo largo del siglo XX que la industria farmacéutica y de las drogas se desarrolló tan aceleradamente que es junto a las industrias de las armas y las petroquímicas la que más beneficios le permite acumular al Capital. La industria farmacéutica, tal como actualmente está estructurada, surgió de las potentes corporaciones que dominaban la industria del petróleo y de la química, como una manera de diversificar sus ganancias y realizar nuevas inversiones que aportasen suculentos beneficios (en EE UU el impulsor fue el grupo Rockefeller que en las primeras décadas de este siglo controló el 90% de la industria petroquímica de América). Principalmente después de la 2ª Guerra mundial estas ya grandes corporaciones se organizaron con el objetivo de controlar los sistemas sanitarios de todo el mundo, en primer lugar del llamado primer mundo capitalista que era donde más medicamentos podía consumir la población de manera inmediata y posteriormente del resto de países, promoviendo epidemias que se han convertido en plagas como el Sida. La nocividad capitalista origina enfermedades que se extienden sin querer entender sus causas, como el desmesurado aumento de todo tipo de cánceres o el de la diabetes, etc. El cuerpo humano y su salud se convierten en un medio para seguir acumulando beneficios y poder.
Actualmente las empresas farmacológicas más importantes son de EEUU, Europa y Japón. Sólo 25 empresas controlan más del 50% del mercado mundial de medicamentos. De las 10 empresas farmacéuticas y biotecnológicas más importantes 6 son de EEUU. Sus tasas de beneficios son las más elevadas de todos los sectores de la producción, en el año 2005 vendieron medicamentos con un beneficio de 605.400 millones de dólares. En el año 2004 los beneficios de Pfizer, la mayor multinacional farmacéutica, superó los 53 mil millones de dólares. Por el contrario y a pesar de sus ganancias billonarias, la carga impositiva del Estado sobre las empresas de este sector es la más baja de todas, pues cuentan con la justificación de invertir en la salud pública.
La industria farmacéutica forma el mayor lobby de Estados Unidos; durante el año 2004 invirtió más de 120 millones de dólares en influir sobre el gobierno, en los últimos siete años ha invertido más de 700 millones de dólares para este fin, esto supone el mayor gasto realizado desde un sector de la industria para influir en las decisiones del ejecutivo de EEUU; empresas como Pfizer o Glaxo fueron de las que más dinero donaron en las elecciones que hicieron presidente a Bush II.
Algunos datos que sirvan de ejemplo: según un informe de la Asociación de Agentes de Propaganda Médica de la Argentina,1 la diferencia entre lo que realmente cuesta fabricar una droga y su precio en las farmacias puede alcanzar el 55.281 por ciento. El Valium, Diazepán fabricado por la multinacional Roche tiene un incremento del 33.623 %. Un informe sobre las tendencias farmacéuticas elaborado por el Deutsche Bank afirma que los ciudadanos del planeta gastaremos en el año 2010, 40.000 millones de euros en comprar medicinas que no curan nada.
Los beneficios de la industria farmacéutica crecen vertiginosamente a nivel mundial: los ingresos para el sector fueron en el año 2004 de 550.000 millones de dólares, un 7% más que los registrados en el año 2003; pero en el año 2005 los beneficios ascendieron a 605.400 millones de dólares.
La industria farmacéutica gastó el año 2004 en propaganda para promocionar sus medicamentos más de 60.000 millones de dólares, cifra que representa el doble de lo que las diversas empresas invierten en investigación.
Ante estos datos es evidente reconocer los efectos iatrogénicos, es decir de origen médico, derivados de la medicalización de la vida. Las compañías farmacéuticas priorizando la usura han sometido a muchas personas a medicamentos y tratamientos que enferman y matan, usándonos como cobayas. Con procedimientos mafiosos han impuesto el uso de productos de dudosa eficacia y riesgos conocidos, comprando médicos a los que convierten en simples agente comerciales. Igualmente han salido victoriosos de los pleitos que les han puesto los afectados. No paran de inventar malestares para, gracias a la propaganda de los Medias y con la colaboración del Estado y de su Sistema Sanitario, convencer al máximo número posible de personas de que están enfermas, difundiendo falsas enfermedades que promueven males que no existen. Por ejemplo, según un estudio realizado por el «Public Library of Science Medicine», en EEUU últimamente se han hecho públicos informes que afirman que el 43% de las mujeres padecen disfunción sexual, cosa que es falsa; también promueven como enfermedades condiciones normales como la menopausia o que simples factores de riesgo como el colesterol sean presentados como enfermedades. El establecimiento de unos estándares de normalidad en el funcionamiento de todos nuestros órganos impone que por encima o por debajo de ellos caigas en su categoría de enfermo; estas pautas son universales, iguales para niños o ancianos, asiáticos u africanos y válidas en cualquier circunstancia. Con ello se impone la neurosis del control médico, los análisis, las pruebas y sus consecuentes medicaciones de estabilización. Estos parámetros alcanzan incluso las categorías estéticas de estatura, peso, color, forma del físico y de cada uno de sus miembros. Fuera de ellos caemos en la desgracia social y personal, emprendiendo una carrera por la cirugía y sus implantes que no acaba con la vejez, porque tampoco se aceptan las secuelas de esta condición natural. Los pensionistas, inútiles ya como productores, se convierten en los mejores clientes de la industria farmacéutica ofreciendo sus vidas, como los niños, a las vacunas y a las visitas de ambulatorio. Esta situación de locura que impone el mercado provoca múltiples desarreglos mentales y miles de inadaptados que serán otro de los pilares del negocio químico que intenta reinsertarte con sus drogas allá de donde saliste rebotado o al menos paliar la incomodidad social del rechazado «normalizándolo».
Siempre enfermos
La medicalización de la vida o la influencia de la medicina sobre las costumbres (y por lo tanto sobre la moral), ha tomado actualmente tales proporciones que los conceptos de salud y enfermedad constituyen grandes criterios morales en los países avanzados del capitalismo. El Estado y sus burocracias sanitarias en una interesada interpretación de la «sanidad pública», se han adueñado del control de la salud de sus súbditos, convirtiéndose en los mediadores que deciden sobre el estado de salud o enfermedad de nuestros cuerpos. Como todos estamos afiliados al sistema sanitario (SS: Seguridad Social), desde que el Estado tomó su control3, la población en general pasa a ser potencialmente paciente y potencialmente enferma, desde el momento en el que todos integramos las listas de sus estadísticas y de que todos somos objetivo de sus controles, estudios o propagandas médicas. La salud ya no es responsabilidad de cada uno de nosotros (lo es tan sólo en la culpabilización por nuestra mala salud), una relación o diálogo de uno mismo con su cuerpo sino que es el Estado, instrumento del Capital, como mediador de nosotros mismos y la salud de nuestro cuerpo, quien señala e impone las pautas y normas de comportamiento a obedecer respecto a la «cultura de la salud».
La imposición de la medicalización de la vida o el triunfo de la burocracia médica transforma la relación, siempre jerárquica, entre médico y paciente que al verse mediada por el Estado, en tanto que gestor económico del sistema sanitario, convierte la cuestión y el concepto de salud en una cuestión moral, en una de las moralinas civiles de las democracias capitalistas.
Ecológicamente constatamos que el «progreso» técnico de la humanidad, que ha evolucionado en razón de su dominio y control sobre la naturaleza, no ha significado implantar los medios suficientes para paliar la necesidad y encontrar una nueva libertad. Al contrario, los medios, la técnica, se han convertido en el único fin y en medio de dominación y control sobre la mayoría de los seres humanos. Esta supuesta «línea de progreso» se representa realmente como una regresión y más a partir del triunfo total del sistema capitalista, mediante el cual la potencia técnica de destrucción de la naturaleza (también de la humana) avanza en progresión geométrica. Es un hecho que con el Capital la destrucción del ecosistema abarca el mapa planetario, los efectos globales de las heridas producidas por la cultura del carbón y la electricidad o la nuclear y del petróleo son evidentes en el mundo entero. Este desprecio del sistema capitalista sobre el medio que lo alberga, es decir sobre la naturaleza, toma proporciones catastróficas y el único criterio que no altera ni alterará jamás es el del máximo beneficio, que permita la máxima acumulación de capital en el menor tiempo posible.
La destrucción del ecosistema plantea los mayores peligros para la salud medioambiental y por lo tanto para la in-salud de los seres humanos. La patología humana del ecocidio -patogénesis por alteración de los elementos: la tierra, el agua, el aire, y los alimentos, etc.- adquiere características de nuevas epidemias (se han curado viejas pandemias, se han generado nuevas), en forma de enfermedades respiratorias crónicas, alergias, cáncer, malformaciones congénitas a causa de productos químicos o nucleares, mutaciones de microorganismos y órganos, trastornos del comportamiento, estrés, enfermedades inducidas desde los laboratorios, etc. La patodicea ecológica, es la clave de las patologías que, en esta época intersecular, han convertido al ser humano en un ser doliente, así como la Tierra en un planeta enfermo.
Extraído de Coice de mula, dado que coincide con el objetivo de nuestro número al hablar de otro de los grandes campos de la industria química aplicado a la alimentación, traducimos unas líneas de la Revista Sentidos, Lisboa, Primavera de 2006:
«(…) Según muchos investigadores, gran parte de los síntomas como los dolores de cabeza, fatiga, problemas gastro-intestinales, debilitamiento del sistema inmunitario y hasta perturbaciones de orden sexual, que surgen sin relación directa con una patología concreta, ocurren como consecuencia de nuestro estilo de vida «moderno». Tales disfunciones pueden desencadenar posteriormente enfermedades como artritis, alergias, obesidad, problemas de piel (acné), cáncer, afecciones cardiovasculares, entre otras.
La Organización Mundial para la Protección ambiental publicó recientemente un estudio llevado a cabo en Europa con vistas a la detección de la presencia de productos químicos en la sangre. Efectuado en tres generaciones de familias (abuelos, sus hijas y nietas), los resultados finales son preocupantes: Se encontraron 63 productos químicos en los abuelos, 49 en las madres y 59 en las hijas.
Este hecho está relacionado con la presencia de productos químicos, tales como pesticidas, en los diversos productos que consumimos diariamente. Como es obvio, el organismo humano posee un sistema de eliminación complejo preparado para expulsar las toxinas. Pero las complicaciones surgen cuando los órganos que efectúan la eliminación están sobrecargados por el exceso de sustancias nocivas, lo que a largo plazo origina algunos de los estados patológicos referidos.»
En realidad el sistema médico y la medicina en la historia de la humanidad (fundamentalmente desde el triunfo de la sociedad jerarquizada y de dominio), siempre ha ejercido un poder normalizador, es decir, de control social que se basa en los conceptos y criterios de salud y enfermedad, lo normal o sano que señala la adaptabilidad y funcionalidad en el orden establecido y lo patológico que debe apartarse o encerrarse. La medicina como cosa de especialistas que quizás nació junto y paralela a la religión como especialización de saberes, logró crear un orden normativo y de derecho propios, alejado y ya rival de la religión, como otro poder. Pero será con el triunfo de la burguesía y su toma del poder del Estado, que le permitirá la implantación de la ideología surgida de la Ilustración, con el que el sistema médico adquirirá un auténtico y «racional» estatuto científico, profesional y político.
Es, sin embargo, a partir de la Segunda Guerra mundial y de las nuevas condiciones de ella surgidas (keynesianismo como modo de restaurar una Europa y parte de Asia completamente destruidas), que se impone este sistema sanitario ahora mundialmente dominante (cuya única variación es el modelo estatal o privado, desposeyendo ambos al ser humano de una autonomía respecto a su salud). Este sistema sanitario se basa en la medicalización de la vida como sinónimo de cultura de la salud. Esta medicalización se fundamenta en el enganche masivo de los pacientes a los fármacos. Categoría, la de pacientes, que pretende y cada vez consigue englobar más a todos los seres vivos del mundo. Este enganche masivo de los humanos y también de animales y plantas a los fármacos ha convertido a las empresas que los producen en riquísimas y poderosas corporaciones mundiales, con un poder que supera al de la mayoría de Estados. Bajo el nombre de sistema o “cultura” del bienestar y de la salud enfermó completamente el Planeta.
Pero tras la crisis del petróleo, en la década de los 70, aparecen en torno del poder de las burocracias del Estado, también en la medicina, nuevos discursos para imponer viejas ideas de dominio y de control sobre los «súbditos/ciudadanos», a los que a partir de ahora se los culpabiliza y se los considera responsables de los males del Planeta, de la contaminación de la tierra, del aire y el agua, y también de su mala salud generalizada, de la que se hace responsable al paciente por su mala conducta y mal estilo de vida. De esta manera el sistema médico consigue imponer la mala salud iatrogénica, y por lo tanto la expropiación del cuerpo por los profesionales de la salud. El ser humano no es ya una forma particular de vida, pasa a ser un objeto de control y estudio biológico, un número dentro de las estadísticas: un paciente. Para lograr convertir el género humano en pacientes el sistema sanitario impone la consigna extraída de una comedia: «La gente sana son enfermos que se ignoran».
Pero no sólo los seres humanos son convertidos en pacientes, todas las especies de plantas y animales que el hombre produce industrialmente en cautividad están sometidas al control de los técnicos, a la química y a los fármacos. Incluso ni los llamados «animales salvajes» se libran del manoseo y las molestias de los burócratas ecologistas en acción y cada vez que cae un animal en sus manos, además de colocarles chips, collares y anillas son controlados médicamente por especialistas veterinarios y, por lo tanto, medicalizados, entrando a formar parte del aislamiento de la estadística que los transforma en pacientes, pues padecen el sufrimiento que estos burócratas les infligen.
Las burocracias del Estado y entre ellas la del sistema sanitario medicalizan la vida, también, por supuesto, a través del lenguaje imponiendo un determinado uso de éste, señalando el uso de unos términos y el olvido de otros y lo que es más importante: aniquilando otros saberes. Se crea una muy determinada forma de acultura, mediante la propaganda masiva que difunde unas formas políticas que pretenden disciplinar y controlar a sus «súbditos», al igual que el sistema sanitario «cuida”», es decir, disciplina y controla a sus pacientes.
El uso corriente de metáforas médicas en el lenguaje de los políticos no es un hecho de hoy, desde siempre los políticos han gustado de imaginar la sociedad como una masa enferma y a ellos mismos como los especialistas capaces de curarla, tienen “el hábito de describir exhaustivamente una enfermedad social y luego ponerle la correspondiente droga”, (Chesterton).
Actualmente, en los medios de comunicación de la propaganda política, asistimos a la multiplicación de estas metáforas médicas en boca de los políticos, hay recetas políticas y económicas que son distribuidas por determinados órganos burocráticos del poder para que intercambiables políticos las apliquen y así tratar de recuperar la salud económica del país.
Así las categorías de salud y enfermedad, normal y obediente o díscolo y patológico, son trasladadas de la experiencia carnal o corporal del humano aislado al desorden de la organización social bajo el sistema capitalista.
Mayoritariamente se nace en un hospital, pero también se muere en un hospital
Hasta los inicios del siglo XIX la función del médico no se entrometía directamente en la muerte de los humanos, cumplía su tarea de curar o aliviar enfermedades, evitar la muerte quizá sí entraba en sus funciones, pero diagnosticar la muerte no. Con el invento del estetoscopio en 1818 la técnica proporciona al sistema médico un instrumento adecuado, entre otras cosas, para certificar la muerte del ya paciente. En el siglo XX, con el dominio absoluto de la técnica sobre el sistema médico éste se convierte en sistema sanitario, regulado por el estado, que no sólo tiene que evitar la enfermedad, sino también controlar la salud de todos los súbditos que son ya pacientes. El médico se convierte, pues, en experto en controlar y corregir, no sólo la salud, sino también el cuerpo de todos los pacientes.
La formación de este formidable sistema burocrático y la aparición en los hospitales de departamentos especializados en «cuidados intensivos», combinado con la implantación de todas las «novedades» técnicas, permitieron definitivamente convertir al médico en el especialista que diagnostica la muerte, de hecho en su formación se halla «la enseñanza y el diagnóstico de la muerte». Uno no está muerto hasta que el médico correspondiente lo certifica.
Con el control médico de la muerte, ésta deja de ser un dominio exclusivo de la religión o de la especulación filosófica o de la poesía, etc., para pasar a ser patrimonializada por la ciencia, es decir, por la técnica. La muerte, por lo tanto, ha de producirse en el centro donde se almacena la mayor cantidad de técnica médica, en el hospital.
Al dejar de ser una cuestión que se dirime en el hogar para pasar a decidirse en un hospital, la muerte ya no se nos presenta como una cuestión personal y una realidad existencial a la que uno se enfrenta en común junto a los allegados y conocidos, sino que pasa a ser un asunto técnico y por lo tanto de técnicos y de especialistas, por lo que siempre ha de llevar añadido un calificativo también técnico: muerte asistida, muerte clínica, muerte cerebral, etc.
En el hospital, en este ámbito tan jerarquizado como burocrático el paciente se enfrenta a la muerte aíslado, sometida totalmente su agonía al control y al orden del sistema sanitario.
Con la muerte en el hospital, concebido éste como el lugar de la muerte moderna, el sentido de ésta ha cambiado radicalmente. Lo que antes era anunciado (el moribundo sabía que se preparaba para la muerte), ahora es ocultado (muere ignorando su llegada). Lo que antes era finalmente una decisión de aceptación, ahora es censurado como no colaboración con la medicina. Lo que antes era un acto público, familiar, ahora es un acto privado, se muere en secreto y no se habla de ello. La muerte se ha convertido en un tabú, en palabras de Philippe Aries: «la muerte, esa compañera familiar, desaparece del lenguaje y su nombre se vuelve prohibido».
EMPRESAS FARMACEUTICAS (ingresos en millones de dólares)
1º Pfizer (EEUU) 46.133
2º Glaxo Smith Kline (EEUU) 31.377
3º Sanofi-Aventis (Francia) 30.919
4º Johnson & Johnson (EEUU) 22.128
5º Merck (EEUU) 21.493
6º Astra Zeneca (Inglaterra) 21.426
7º Novartis (Suiza) 18.497
8º Roche (Suiza) 17.322
9º Bristol- Meyers (EEUU) 15.482
10º Wyeth (EEUU) 13.964
11º Abbott Labs (EEUU) 13.756
12º Eli Llilly (EEUU) 13.059
13º Amgen (Canadá) 10.600
14º Boehringer-Ingelheim (Alemania) 8.698
(cifras de beneficios netos, se han de añadir otras inversiones como las de I+D para obtener las cifras del beneficio global).
El consumo de medicamentos en el mundo en el año 2005
América del Norte 44,4%
Europa (CE + CEI) 30,8%
Japón 11,4%
Asia Sudoriental 4,6%
América Latina 4,4%
Oceanía 1,3%
Subcontinente indio 1,2%
África 1,1%
Oriente Medio 0,9%
Extraído del nº 42 de la revista Etcétera
http://www.nodo50.org/ekintza/spip.php?article489
¡Otrarealidad integraâ¦!
 USA con Trump no se alegra
ni con Duarte Veracruz
por cierta asfixianteluz
que hasta al mediodÃaes negra.
¡Otrarealidad integra
undiabólico eslabón!
Quizás fue unamaldición
o alguna sancióndivina:
âMACRI le tocó a Argentina
y a los franceses, MACRÃNâ.
 Ramón Espino Valdés
El Leoncitode Las Tunas
Cuba/México.
08/05/2017.