Pueblos y Sumak Kawsay desde la perspectiva cubana
Reverendo Raúl Suárez Ramos
Hace tres años, el reverendo Raúl Suárez, diputado a la Asamblea Nacional de Cuba y director del Centro Martin Luther King Jr, realizó esta intervención en un evento por el centenario de Monseñor Leonidas Proaño, a quien en 2008 la Aamblea Constituyente de Ecuador declaró “Obispo de los Pobres y de los indios”.
Aquí Suárez se acerca desde su experiencia como pastor y revolucionario cubano al concepto de Buen Vivir (Sumak Kawsay). Este texto es también un testimonio de la historia y los desafíos enfrentados por Cuba desde la eticidad cristiana y martiana de su autor que mantiene total actualidad.
Hoy, 28 de enero, es un día muy significativo en la memoria histórica del pueblo cubano, es el 157 aniversario de nuestro Héroe Nacional José Martí Pérez, de quien hemos aprendido:”Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar el arrullo de la palma, me complace más que el mar”.
Y resulta de mucha importancia para este Encuentro que para este Padre de la América nuestra, hay razones poderosas para unir en una sola inconformidad ética, la pobreza humana y la agresión ecológica que por siglos ha padecido la Pachamama, nuestra madre tierra y a la vez, recuperar y hacer realidad la rica tradición de nuestros antepasados en términos del Sumak Kawsay, que, en esencia es también pensar en el sentido de la vida de nuestro antepasado galileo, Jesús de Nazaret quien definió su misión al afirmar: “Yo he venido para que tengan Vida, y Vida en abundancia”. (Juan10:11). No hay dudas que el sentido correcto de ambas expresiones se refiere no a cualquier forma de vida, sino el vivir en plenitud, no solo en la subjetividad individual y colectiva, también en una íntima y real comunión con la madre tierra.
Estudiando algunas palabras del griego popular del Nuevo Testamento, encontré el término “Makarios“ usado por Jesús de Nazaret en la introducción del Sermón de la Montaña del evangelista Mateo, y que en algunas versiones aparece como bendito, feliz, dichoso, bienaventurado, palabras que no reflejan su profundo sentido etimológico. Es una palabra muy especial, por cuanto se usaba en el griego clásico como cualidad muy propia de los dioses. En el texto neotestamentario, Jesús ofrece a los seres humanos la posibilidad de participar en la alegría de Dios. Los griegos siempre llamaban a la isla de Chipre je makaria, la isla feliz, porque creían que Chipre era tan preciosa, tan rica, tan fértil y plena, que no habría necesidad de buscar más allá de sus costas para encontrar la vida en toda su belleza en la biodiversidad. En ella estaban todas las condiciones dadas para lograr la materialidad del bienestar humano. Desde esta perspectiva, el sumak kawsay y el je makario de los pobres de nuestra madre tierra se encuentran y nos desafía con su connotación inclusiva parta sentir y vivir esta espiritualidad.
Los pobres no son objeto de lástima que tengan que vivir de la piedad religiosa y el asistencialismo de las “agencias gubernamentales de ayuda”: El vivir bien, incluye, además de la realización personal, el compromiso de trabajar por el shalom de Dios, la paz, y tener hambre y sed justicia, unido a la firme decisión de aceptar el riesgo de ser perseguidos por causa de la justicia expresada en “buenas obras que glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5:116 y Lucas 2:52).
Ambas tradiciones se unen para tener una mejor comprensión de la crisis civilizatoria; actual; la cual no surge por generación espontánea, como si fuera un juego del azar o de la voluntad de Dios. Sabemos que es el resultado de largos años de explotación y apropiación irracional de los recursos naturales y la irreverencia por la diversidad de todos los seres vivientes. La vida en todas sus manifestaciones y la naturaleza han sido duramente dañadas; porque todo se ha hecho para satisfacer la voracidad insaciable del individualismo, el egoísmo, el consumismo y el despilfarro que el sistema capitalista ha engendrado. Pero esta crisis como bien señala nuestro hermano Leonardo Boff, tenemos que aceptarla como un desafío para crecer, o como recientemente leí en una revista digital. “Si el occidente moderno no se hizo nunca cargo de la humanidad y del planeta, nosotros tenemos ahora que hacernos cargo de aquello. Nuestra lucha ya no es particular sino profundamente universal. La responsabilidad es ahora nuestra. Por eso: los mejores años de nuestras vidas, es lo que se nos viene, de aquí en adelante”. (¿Qué significa el “vivir bien”?, Por Rafael Bautista S., escritor boliviano)
Hablar del Bien Vivir, significa ir a las causas estructurales de los males que han afectado la vida de nuestros pueblos, y así recuperar la memoria histórica. No al mero conocimiento histórico, para quedarnos en la superficie de la información de los hechos, o de las estadísticas, que aunque importantes, podemos acostumbrarnos a ellas, y entonces nada nos dicen: es necesario y urgente, ir a la raíz de los problemas que limitan e impiden el sumak kawsay, el je makario al cual somos llamado.
Luego de estas observaciones necesarias, permítanme entonces, acudir a esa memoria histórica de nuestro pueblo, y preguntarnos, ¿Cómo fue el encuentro de la trascendencia del sumak kawsay y el je makario con el occidente cristiano y civilizado que se apareció de la noche al día en la tierra de nuestros ancestros, manipulando la cruz con la espada? Como ustedes seguramente conocen, solamente en 60 años desaparecieron a los primeros pobladores del archipiélago cubano. Solo quedó al descubierto por los instrumentos de los arqueólogos y por alguna otra información, cómo sus niños y niñas en lo más hermoso de su naturalidad jugaban a algo así como lo que hoy llamamos los cubanos el juego de pelotas, nuestro querido béisbol. Nos dejaron como legado algunas expresiones con las cuales nombraban sus pocos ríos, sus asentamientos y sus alimentos favoritos. No quedó, como en el caso de los aymaras, un Evo Morales que recordara a los que abrieron nuestras venas en América Latina y a sus descendientes y que hoy se resisten a renunciar a sus fabulosas ganancias en detrimento de una posible solución al calentamiento global: “Para nosotros, lo que ha fracasado es el modelo del “vivir mejor”, del desarrollo ilimitado, de la industrialización sin fronteras, de la modernidad que desprecia la historia, de la acumulación creciente a costa del otro y de la naturaleza. Por eso propugnamos el Vivir Bien, en armonía con los otros seres humanos y con nuestra Madre Tierra.” (Recomendaciones de Evo Morales a la Cumbre de Jefes de Estado en Copenhague, Dinamarca).
Y cuando desparecieron a aquellas comunidades pacíficas y débiles frente al trabajo forzado, y sus instrumentos de muerte, y ya no tenían la mano de obra barata, apareció la trata negrera con sus barcos cargados de hombres y mujeres encadenados y los regaron por nuestras tierras para la incipiente industria azucarera. La trata y la correspondiente esclavitud, según algunos historiadores, fue uno de los factores principales de la acumulación originaria del capital y con ella el amanecer del capitalismo. El doctor Eduardo Torres Cuevas, actual director de la Biblioteca Nacional acertadamente caracteriza esta nueva modalidad implantada en Cuba, como un capitalismo anómalo, por cuanto implicaba relaciones mercantiles, pero con mano de obra esclava, no asalariada. Sin embargo, la “injusticia e impiedad” de los esclavistas, las largas jornadas laborales, las nuevas enfermedades y el látigo implacable del capataz, en esta ocasión, no pudieron como a las comunidades indígenas, materializar su exterminio.
Sí lograron unir el sudor y la sangre para forjar la riqueza de la sacarocracia, y a la vez la envidia y la voracidad de los que tenían otro sueño, los ilusos que crearon la doctrina de la fruta madura, la zanahoria, el garrote, la diplomacia del dólar y la doctrina de las guerras preventivas. Los descendientes de África en tierra cubana, fueron ejemplo de rebeldía y de resistencia a la cultura de la espada, y con su espiritualidad construida desde la cuna, enfrentaron la aculturación y la imposición de una evangelización diabólicamente unida con la violencia del conquistador. Y dejaron a sus descendientes, y a los muchos blancos evangelizados por ellos, la pureza de su fe, sus creencias y de sus danzas con ricos gestos de agradecimiento por la naturaleza que los acogió y creó murallas de protección a sus niños y niñas que sobrevivieron. Según nuestro hermano católico recientemente fallecido, Cintio Vitier, fue un mestizo cristiano, el primero en ostentar la bienaventuranza por el hambre y sed de justicia, y de esta manera, iniciar el tejido indestructible con el hilo ético, “ese sol del mundo moral” que atraviesa toda la historia revolucionaria del pueblo cubano. Miguel Velásquez, jamás se hubiera imaginado que con este gesto, sería un antecedente remoto de lo que hoy se conoce como teología negra de la liberación.
Cuando se dio el Grito de Yara en 1868, y el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, dio la libertad a su pequeña dote de esclavos, y tomó las armas para iniciar nuestra primera gesta de liberación, ellos se unieron a la lucha, y no solo lucharon por la independencia y la soberanía, lucharon también por la abolición de la esclavitud y la paz, fruto de la justicia y la dignidad.
A esta gesta, y a las otras dos que siguieron, fueron ejemplo cimero del amor redentor a favor de la libertad, y aportaron sus más valientes generales de las guerras de independencia. Y Cuando la Guerra Grande, la Guerra necesaria del 95, la del antiimperialista José Martí y el Héroe de Baraguá, General Antonio Maceo, prácticamente estaba ganada, apareció una de las primeras invasiones del vecino del Norte, y se robaron nuestra victoria. Aparecieron en la historiografía burguesa, la que hacen los conquistadores, no los pueblos, como nuestros libertadores, como diría el doctor Martin Luther King Jr. sobre la supuesta justificación de la guerra de Vietnam:
“¡Valientes libertadores nos hemos convertido!”. Uno de sus generales interventores, Leonardo Wood, arquitecto de los mecanismos de la neolonización: el Tratado de Reciprocidad Comercial, la Enmienda Platt y la Base Naval de Guantánamo ayer, de torturas hoy, dejó a la posteridad el mayor monumento al cinismo y a la hipocresía, cuando en un informe a sus superiores, groseramente se expresó:
Por supuesto que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt… y lo único indicado ahora es buscar la anexión… está en lo absoluto en nuestras manos y creo que no hay un gobierno europeo que la considere por un momento como otra cosa sino lo que es, una verdadera dependencia de los Estados Unidos… Creo que es una adquisición muy deseable para los Estados Unidos. La isla se norteamericanizará gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo…)
Con el cambio de jinete imponiendo la neocolonización con su envoltura republicana, se generalizaron a lo largo y ancho de nuestro archipiélago, los grandes pecados capitales de la sociedad cubana: La subestimación de nuestras capacidades con relación al modelo civilizatorio de la colonización y a la neocolonización; la subordinación cultural, ideológica y política; la atomización de la sociedad: nos impusieron sus divisiones, aun a las propias Iglesias; la cultura patriarcal y autoritaria; la avaricia, la sed del oro, la permanente tentación del poderío del dólar; la hipocresía farisaica del doble rasero, la doble moral; priorización cotidiana del placer por el placer, antepuesto al sentido del trabajo socialmente útil.
No obstante a estos males antes mencionados, desearía detenerme en otras tres lacras sociales heredadas del pasado de la opresión y de la exclusión: El racismo, con su inseparable discriminación racial y los prejuicios raciales. No es el propósito de esta conferencia el tratamiento en todas sus dimensiones de esta secuela.. Basta acudir a una cita del doctor Armando Hart Dávalos donde destaca los aspectos dañinos a la vida espiritual de nuestro pueblo ocasionado por el racismo al resaltar la obra cimera del científico social Fernando Ortiz:
”El racismo, como sucedáneo de la esclavitud, reforzado por la prepotencia discriminatoria de los imperialistas y sus aliados nativos, era uno de los frenos puestos al desarrollo democrático de la cultura nacional. Constituía una fuerza reaccionaria que impedía la plena integración nacional. Ortiz se dio a la hermosa tarea de combatir, científica y culturalmente, la discriminación racial, y mostrarla en toda su injusticia social” (Hart, A. Armando, Perfiles, Editorial Pueblo y Educación, segunda edición, 2008 p. 128)
En su Informe Central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, Fidel apunta:”La discriminación racial, que la sangre común derramada en los campos de batalla debió borrar para siempre en un pueblo que tan heroicamente luchó por la libertad y la justicia, cobró particular acento con el dominio de Estados Unidos en Cuba. En los parques de muchas ciudades se podía observar el espectáculo bochornoso de blancos y negros que debían transitar por diversos sitios. Muchas instituciones educacionales, económicas, culturales y recreativas privaban a los ciudadanos negros del acceso a ellas, y con esto, del derecho al estudio, al trabajo y a la cultura, y lo que es más esencial, a la dignidad humana”. (Tomado de Fidel Castro, Cinco Textos Sobre Nuestra Historia, Editorial Pueblo y Educación, 2008, p. 12) A estas observaciones de Hart y de Fidel, hay que añadir que el racismo y los prejuicios raciales se daban especialmente en los sectores de la clase media y alta de la sociedad cubana; entre los pobres blancos, negros y mestizos, generalmente no existía, y unos y otros sufrían la marginación y exclusión de aquella sociedad.
A la cuestión racial e íntimamente interrelacionada, el otro problema social era la pobreza con todas sus secuelas. Según el censo de 1953, los trabajadores agrícolas constituían el 44% de la población y eran unas 400 000 familias. La encuesta realizada por la Acción Católica Universitaria refleja el estado deprimente de uno de los sectores más empobrecido de la sociedad que precedió a la Revolución cubana. Este encuesta se realizó en distintas regiones del país y sus resultados fueron publicados en un folleto con el sugerente título de ¿Por qué una Reforma Agraria? Según la misma, sólo el 4% de los entrevistados mencionó la carne como alimento de su ración habitual, y sólo el 1% el pescado. Sólo un 11,12% consumía huevos, y un 3,36%, pan.
La harina de maíz, a diferencia de lo que ocurría en otros pueblos de América Latina, sólo la consumía un 7%, y los tubérculos un 22%. Los frijoles (23%) y el arroz (24%) constituían la base de la dieta básica. Los datos reflejaban que el peso ideal del campesino debía ser dieciséis libras superior al real. El índice de desnutrición era de un 91%, y el déficit diario promedio de calorías de mil.
En cuanto a la salud, la tuberculosis pulmonar y las enfermedades como la tifoidea, el parasitismo y el paludismo tenían una alta incidencia. Los trabajadores agrícolas sólo gastaban dos pesos al mes en medicinas y la atención médica gratuita a cargo del Estado sólo alcanzaba a un 8% de la población. La esperanza de vida de los hombres era de cincuenta y nueve años y sesenta y tres la de las mujeres; la tasa de mortalidad (por cada mil nacidos vivos) llegaba a sesenta. En todo el territorio nacional existían veintidós hospitales maternos y solamente tres infantiles, un único hospital rural y no había policlínicos o centros de salud.
El 43% de los encuestados no sabía leer ni escribir, y el 44,11% no había asistido nunca a la escuela. Solamente el 21,66% había aprobado el tercer grado de la enseñanza primaria.
Si a todos esos datos obtenidos rigurosamente por encuestadores preparados y con sensibilidad ética y moral, se añade que, normalmente en una familia de seis miembros sólo trabajaba el jefe de núcleo, y durante escasos cinco meses al año, por un salario de unos cuarenta y cinco pesos mensuales, es fácil imaginar la suerte de esas personas en aquella sociedad, en la que los derechos humanos no tenían los defensores de estos tiempos y era muy difícil luchar contra la explotación, la miseria y la politiquería.
El tercer flagelo social era la corrupción. Este pecado social se daba en todas las esferas de la vida nacional, pero sin dudas algunas, donde más se manifestaba era en el sistema político de la república. Fidel Castro, en el mismo Informe antes citado hace la siguiente observación histórica:” la corrupción más increíble se estableció como práctica habitual en la administración pública. Las facciones políticas al servicio de los intereses extranjeros se repartían a su turno las prebendas y los cargos públicos.
Miles de nóminas falsas sostenían a los agentes y maquinarias políticas de los partidos en el poder. Los fondos para obras públicas, educación y salud eran malversados escandalosamente. La miseria, el analfabetismo y las enfermedades proliferaban a lo largo y ancho del país. La fuerza pública reprimía brutalmente toda manifestación de protesta obrera, campesina o estudiantil” (Op. Cit.. p. 12). La política se convirtió en un verdadero y próspero negocio. Hombres y mujeres de los diferentes partidos, una vez en la realización de sus cargos, iniciaban el proceso de enriquecimiento personal y familiar. En las campañas electorales se hacían todo tipo de promesas; promesas que una vez en el poder jamás se cumplían, y el pueblo engañado y manipulado por los politiqueros de turnos, cada vez más perdía su fe y esperanza en cambio alguno, porque en la medida que los pobres eran cada vez más pobres, los políticos cada vez eran más ricos. Esta es una de las razones, por las cuales, la lucha armada desde su mismo inicio en el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, y su continuidad en la Sierra Maestra, ganó la simpatía y apoyo de obreros y campesinos.
Las instituciones que podían dar una solución radical a estos pecados sociales, desde el mismo inicio de su llegada a Cuba, a semejanza de la característica del modelo económico, constituían una anomalía. Me refiero a la presencia de la religión cristiana en sus dos modalidades: El catolicismo romano estrechamente vinculado a la metrópoli española y el protestantismo exportado desde las Juntas Misioneras del Sur de los Estados Unidos. Un catolicismo, con sus excepcionales voces inconformes asumidos así por su pueblo, pero generalmente sacralizados e ignorados como tales por las estructuras jerárquicas que no han logrado desaparecer de la memoria histórica nacional la trascendencia de su ministerio profético. No podemos pasar por alto lo que apunta Aurelio Alonso en su libro Iglesia y Política en Cuba revolucionaria:” La Iglesia Católica, tributaria en Cuba como en el continente de una situación dominante en el plano religioso heredada de su status colonial, no estaba preparada en la hora de la victoria revolucionaria de 1959 para las transformaciones sociales conquistadas en el Programa del Moncada, y mucho menos para la rápida transición a un proyecto socialista”. Alonso, subraya esta idea teniendo en cuenta:
·Un marcado compromiso de la jerarquía eclesiástica con las clases explotadoras y con los gobiernos corruptos que aseguraban la continuidad de la dependencia neocolonial.
·La concentración de la acción pastoral en los sectores acomodados de la población.
·La desvinculación del culto católico del sentimiento nacional, ajeno a los intereses y sufrimientos de las capas populares.
·La existencia de sacerdotes y religiosas, mayoritariamente españoles, predominantemente conservadores y con proyecciones franquistas,
·La construcción de muchos templos en zonas residenciales por las ofrendas de políticos acaudalados, especialmente después del golpe de estado de 1952 y a lo largo del batistato. (Editorial Caminos, 2000, p.9 al 12)
Por otra parte, el protestantismo iniciado y dirigido por patriotas cubanos que habían conocido el evangelio en la emigración, con la ocupación de la Isla como resultado de la intervención norteamericana en la guerra hispanocubana, tuvo que aceptar el arribo de las Juntas Misioneras del Sur de los Estados Unidos. Prácticamente, se les impuso un nuevo liderazgo que ocupó la dirección de las principales denominaciones del protestantismo histórico. Los misioneros norteamericanos transplantaron sus iglesias y con ellas, el evangelio americano con su fuerte carga ideológica y racista. Fueron, con rarísimas excepciones, instrumentos del proyecto de norteamericanización de la isla que paulatinamente se fue implantando en todas las esferas de la vida nacional. Por esta razón, los protestantes heredamos la influencia de un esquema ideológicoreligioso que nos fue separando de los intereses, reclamos y aspiraciones sociales de nuestro pueblo.
En la experiencia histórica cubana, el samaritano es el héroe de Jesucristo, y el segundo hijo de la parábola, aquel que le dijo al padre, no voy a trabajar en tu viña, pero luego fue, y lo hizo. Frente al silencio y la indiferencia social del levita y el sacerdote, en su lugar, como lo había profetizado Jesucristo, las piedras clamaron. La Revolución se hace, al fin de cuentas, con las iglesias, sin las iglesias o en contra de las iglesias, pero se hace.
A la luz de los hechos recientes, no nos sorprendió que en la estrategia imperialista y oligárquica en el golpe de estado en Honduras, que el fundamentalismo protestante y el Opus Dei católico se unieran a la misma en la elaboración de la justificación ideológica para golpear, no a los ladrones, sino a la obra del buen samaritano, por hacer el bien, como dijera mi nieto Javierito, a su mamá: “A veces el mal triunfa sobre el bien porque al bien no le interesa hacer el bien”. La Revolución cubana, desde el 1ro. de enero de 1959, a pesar de la oposición y agresividad de los Estados Unidos de Norteamérica mantenida por más de 50 años y reflejada de una manera cruel y despiadada con el bloqueo económico, comercial y financiero, inició un proceso en el cual el Sumak Kawsay, el vivir bien, vida abundante, y con sentido, ha sido la prioridad número uno de su proyecto social. Recientemente algunas iglesias evangélicas, sus instituciones y el movimiento ecuménico celebramos el 50 aniversario de la Revolución, y diferentes hermanos y hermanas, enfatizamos los logros alcanzados y mantenidos hasta el día de hoy por los cuales nuestros himnos, oraciones y lecturas bíblicas se convirtieron en una noche de testimonios y acción de gracias.
Permítanme compartir algunas de las motivaciones de esa celebración, con una observación previa:
No es fácil para los cubanos y cubanas hablar del bien vivir y del je makario, al enfrentar la realidad que hemos vivido durante estos años del período especial en tiempo de paz que se ha extendido desde el año 1991 y los años que le siguen hasta el día de hoy. Medidas necesarias para la sobrevivencia como nación independiente y soberana y mantener los logros de la Revolución, se han convertido en indeseables por el precio social que hemos tenido que pagar. No siempre hemos tenido la determinación y la osadía para aplicar en la nueva situación que atravesamos como pueblo, dos de las cualidades esenciales de toda auténtica revolución según nos lo ha enseñado su líder máximo, Fidel: Revolución es el sentido del momento histórico y cambiar todo lo que debe ser cambiado. Sin embargo, a mi edad y a la luz de mi origen social, me resisto a la ingratitud, a la desesperanza y al derrotismo.
Hay signos que son inseparable del vivir bien, aunque este vivir bien, se de con las limitaciones que nos vienen de afuera y de adentro que reducen la proximidad de la plenitud de nuestra vida material. Y estos signos, en la experiencia de muchos cubanos y cubanas, constituyen el sustento de la resistencia y esperanza, y el asirnos firmemente al “arado donde hemos puesto nuestras manos, sin mirar atrás, para ser consecuentes y dignos del Reino de Dios y su justicia.
Entonces, los preciso:
La recuperación de la dignidad humana. La vida, para la inmensa mayoría de los cubanos y cubanas, ha sido radicalmente distinta. Hay un antes y un después de la Revolución cubana. Nuestro proyecto de sociedad ha intentado durante estos casi cincuenta y dos años, de hacer posible el sueño en la sociedad que avizoraba José Martí como fruto de la Guerra del 95, que la primera ley de la república debía ser el culto a la plena dignidad de los cubanos y cubanas.
Aunque el sueño no se ha realizado en su plenitud, la vida de nuestros niños, la seguridad social para los ancianos y ancianas, la política de pleno empleo, la educación, la cultura y el deporte como derecho del pueblo; los significativos logros obtenidos por la mujer cubana que encontró en el trabajo su liberación y su independencia, son señales de la vida abundante y el buen vivir.
Por todos los campos, pueblos y ciudades emergieron los “ninguneados”, al decir de Eduardo Galeano, y con voz firme y sin temor podemos afirmar con sano orgullo y a pulmón pleno:”!Soy una persona humana, yo soy “alguien!” “! Somos pobres, pero no pobres en sí, objetos de la lástima y de la limosna! !Somos pobres para sí, con renovado sentido de la vida!”. En su mejor documento durante los años de la Revolución como resultado del Encuentro Eclesial Cubano, la Iglesia Católica reconoció: “La sociedad socialista nos ha enseñado a dar por justicia lo que antes dábamos por caridad”.
Aún cuando no hemos logrado en toda su significación martiana, “la fórmula del amor triunfante: Con todos y para el bien todos”, sin embargo, con Ernesto Guevara hemos intentado y mantenemos la decisión ética en la formación del hombre nuevo y la mujer nueva, y este énfasis guevariano acerca la ética marxista a los reclamos paulinos a despojarnos del hombre viejo y a revestirnos del nuevo creado por Dios para vivir y actuar en justicia, (Ver las cartas paulinas a los Efesios y a los Colosenses). Che, frente al intento de construir otros proyectos socialistas, en aquellos años primeros de la
Revolución, señalaba la inconsistencia y debilidad de los mismos, porque procuraron crear la nueva sociedad “con las armas melladas del capitalismo”, y enfatizó: “Sin la transformación radical de la conciencia no es posible crear el socialismo”.
Crear las condiciones en sus programas de educación, cultura y ciencia acompañado con la promoción de valores humanos, sustentados en una ética del ser, y no en el tener es lo que ha hecho posible que a pesar de nuestras limitaciones económicas y financieras, Cuba se ha convertido en un monumento de la solidaridad. Las instituciones que proclaman el “amor al prójimo” y los valores de “la cultura occidental cristiana”, jamás influyeron en las diferentes administraciones gubernamentales de los años pre revolucionario para alcanzar signos del “buen vivir”¸ mucho menos, promoverlos y hacerlos realidad en otros pueblos. “La operación Milagro” realizada en Cuba e impulsada en otras naciones le ha devuelto la visión a cientos de miles de personas en Cuba y aún más allá de las fronteras de nuestro continente. (En el primer día de debates del VI Congreso Internacional de Educación Superior Universidad 2008, el ministro de Educación de Cuba informó que con el método cubano Yo sí puedo se han alfabetizado cerca de 3 000 000 de personas procedentes de más de 27 países. El 20 de enero de este nuevo año, la UNESCO declaró a Guatemala país libre de analfabetismo y reconoció el gesto solidario de nuestro pueblo. Hemos asumido los desastres naturales de otros países como si nosotros mismos lo hubiéramos padecido. En estos días hemos visto cómo unido a otros profesionales de la salud de Ecuador y Nicaragua, han estado los nuestros para detectar e iniciar un nuevo programa de atención social a cientos de impedidos físicos y mentales. Mucho antes del terremoto en Haití 382 profesionales de la salud servían desinteresadamente a este pueblo humilde y pobre de nuestro Caribe. A las pocas horas del terremoto, Cuba fue uno de los primeros en hacerse presente y no solo dar su ayuda, sus hombres y mujeres se han dado a si mismos, como bien afirmara el Apóstol Pablo: “Doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas” (2 de Corintios 8.13) Según nuestro hermano Don Pedro Casaldáliga, la solidaridad es el nuevo nombre de la fe”.)
En la experiencia cubana, “el vivir bien” también incluye la recuperación de la memoria histórica; así como el segundo Isaías llamaba a los exiliados de Babilonia al deber sagrado de no olvidar “el socavón de la cantera de donde habían salido (Isaías 51:13). Esta recuperación es parte esencial del bien vivir, porque le da sentido a la identidad nacional, al sentido de pertenencia, a la autenticidad del patriotismo, a sentir el sano orgullo de ser cubanos. Todavía conservo el impacto de aquellas palabras de Fidel en los primeros días de la Revolución. ”Nos cazaron con la mentira, y nos obligaron a vivir en ella; por eso parece que el mundo se hunde cuando oímos la verdad, como si no valiera la pena que el mundo se hunda antes que vivir en la mentira”.
No es fácil romper el determinismo geográfico tan penetrado durante años en nuestra conciencia latinoamericana, el fatalismo del no podemos. No podemos cambiar las estructuras opresivas de la dependencia del neocolonialismo, tan cerca de Estados Unidos, o el vicio de querer parecernos a otros, como resultado de asumir la deformación y la ignorancia de la historia, en detrimento de la autoestima nacional. Es preciso recuperar por una parte, la comprensión y el discernimiento del largo camino de la opresión y la humillación, y por otra, recordando una vez más a nuestro Cintio Vitier, fortalecer el hilo ético que corre a través de los años por el alma de nuestros pueblos.
Finalmente, como cristiano, tengo que reconocer que si hay raras excepciones en la realidad eclesial y ecuménica en Cuba que han intentado y logrado algunos signos de aquel otro sueño de nuestro Héroe Nacional, ha sido posible gracias por el antes y después del año 1959. Porque en la futura República, obra de la Revolución del 95, José Martí avizoraba la necesidad de un acompañamiento eclesial ejercido por una Iglesia nueva, con una reflexión teológica renovada a partir de la vivencia de una fe religiosa que siempre se hace vigente y necesaria en el progreso de la historia humana; una Iglesia nueva cuyos sacerdotes serían “caballeros de los hombres, obreros del futuro, cantores del alba” a dónde irían a parar “como zorras encadenadas, todas estas iglesias”.
“Esa es la Iglesia nueva, que reemplaza a la que se va”. (Citado por el Dr. Rafael Cepeda en su libro José Martí, perspectivas éticas de la fe cristiana, pp. 162163)
Por esa razón, a pesar de nuestras limitaciones y desaciertos, y de haber vivido tantos años sometido a la odiosa política del país cuyos presidentes juran colocando sus manos sobre la Biblia; a pesar de que el levita y el sacerdotes y la versión fundamentalista en Cuba del evangelio americano llegaron al año 1959 con una imagen deformada por la cual nuestro pueblo nunca esperó en ellas sus soluciones porque en su lugar, el samaritano que adora en Gerizín y no en Jerusalén, que tiene otros textos que no son Las Sagradas Escrituras, atendieron a los golpeados y humillados por los ladrones a la vera del camino. Por lo tanto, porque nuestro pueblo y su proyecto social no han renunciado en priorizar la justicia social. Tampoco ha renunciado a crear una sociedad justa y humana. Insiste en ser una alternativa al capitalismo en su expresión más diabólica, el neoliberalismo; porque seguimos creyendo en el hombre nuevo y la mujer nueva, porque cada día seremos apasionadamente fervientes promotores de la solidaridad humana, porque el Sumak Kawsay, y la Vida, y vida en abundancia se unen en la tradición de los pobres de la tierra en la vocación pastoral del obispo de la nueva Iglesia, Leonidas Proaño y el R.P. Comandante, Guillermo Sardíñas: entonces, por todos estos a pesar de y a causa de: sigo creyendo en la Revolución y en su inseparable proyecto socialista. Amén.
Ciudad Habana, Cuba “Año 52 de la Revolución”. (Tomado de
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¿Quién le ha hecho más daño al estado cubano; 53 (1906 a 1959) años de imperialismo o 53 (1959 a 2012) años de comunismo respecto al arte, literatura, poesía, historia, música, industria, agricultura, familia y sociedad? Fundamente su respuesta.
Pregunta absurda: En estos 53 años el imperialismo no ha dejado de agredir a Cuba por querese salir de su dominación.
Sin duda y si nos referimos al conjunto de la sociedad, sin exclusiones, la revolución ha hecho mucho mejor las cosas que el imperialismo, por lejos, de todas maneras y a pesar, como dice Iroel, de la permanente agresión del imperio.