Rafael de Águila
“…el libro rompe la rigidez de la época que lo estrecha…”
Heinrich von Kleist
Una feria descomunal
A la luz de lo factual podría descubrirse (con cierto desagrado, desde luego) que las ferias del libro no son acontecimientos “estrictamente” literarios. Acontecimientos editoriales, se diría. Y no se estaría lejos de la verdad. Se deambula por las interminables (e impecables) salas de la Frankfurt Buchmesse y no puede acusarse de fundamentalista a quien adopte esa conclusión. En Frankfurt, como en otras Ferias del mundo, se venden y se compran derechos. Los libros están ahí, resultan, digamos, el decorado. A la vera, sentados y de etiqueta, agentes y editores hacen el negocio. En puridad, Frankfurt es una feria comercial. La mayor del mundo. Como prueba de ello, algunas de las más poderosas casas editoriales desmantelan stand los dos últimos días. Son los días en los que se permite la entrada al público. El negocio concluyó. Los stands, enormes y bellos, antes tan animados por seres de etiqueta y maneras very polite, quedan desolados. El público no firma contratos. Random House Mondadori, por ejemplo, ha tapizado sus paneles de disímiles posters. Muy pocos aluden a lo literario. Yamaha, a flying dream, puede leerse en uno, en la imagen un joven hace cabriolas sobre un poderoso artefacto nipón. Quizá resulte promoción de algún nuevo thriller devenido best seller.
En el binomio autor / editorial, sostienen algunos, las editoriales ejercen al día de hoy una suerte de dictadura, en el mejor de los casos una democracia representativa. Democracia en la que el poder, desde luego, les pertenece y la representación es el mero reflejo del mercado. Si creen que un libro puede venderse se publica. Caso contrario… es el silencio. Y el autor no publicado no existe. La Feria del Libro de Frankfurt constituye el mercado más importante para libros, medios de comunicación, derechos y licencias del planeta. Por supuesto, no hay que emprenderla en modo alguno contra las Ferias. Ello resultaría absurdo y tonto. Toda fiesta de libros resulta encomiable y gratificante. Y la de Frankfurt es un tsunami. Una vastísima marea de libros como puede no haya otra en el mundo. Todo es colosal, impresionante.
El recinto ferial es el mayor del planeta. Intentar recorrerlo íntegramente puede resultar cuando no utópico sí extraordinariamente trabajoso. Son 170 mil metros cuadrados, salas enormes, muy largos corredores, todo ello estructurado en múltiples niveles, diferentes bloques. El complejo parece inabarcable. A la edición 63 de esa Feria asistieron siete mil 500 expositores de 110 países. Los visitantes excedieron los 300 mil, todo ello en unos pocos días, entre el 12 y el 16 de octubre. Las actividades oficiales sumaron unas tres mil 300. Los famosos no dejaron de merodear por los largos corredores de la Feria: Umberto Eco, Mario Vargas Llosa, el poeta sueco Tomas Tranströmer, flamante Premio Nobel 2011.
En el bello y espacioso stand argentino se organizaron paneles en los que era común escuchar a Noé Jitrick y a Mempo Giardinelli, se habló, desde luego, de Borges, y se recordó a tres figuras de las letras argentinas fallecidas en el 2011: María Elena Walsh, Ernesto Sábato y David Viñas. Las grandes editoriales de lengua española lograron los derechos de importantes obras: Alfaguara se hizo de Claraboya, novela inédita de José Saramago; Tusquest logró la nueva novela de John Irving, In one person; Anagrama se lanzó hacia las obras recientes de los ingleses Julian Barnes y Martin Amis, hacia Limonov, del francés Emmanuel Carreré, además de adquirir los derechos en español de En tiempos de la luz menguante, del alemán Eugen Ruge, obra ganadora del Premio a la Mejor novela en lengua alemana del año. Son excelentes autores. Autores que, además, venden. Afortunadamente. No venden tanto como el señor Paulo Coehlo o la señora Rawling, pero venden. El predominio de la novela frente al resto de la camada persiste. Si el argentino Jorge Luis Borges resultara hoy uno de nosotros cabría preguntarse si Alfaguara o Tusquest accederían a publicar sus cuentos. Uno prefiere pensar que sí.
La crisis financiera y económica que amenaza con asfixiar a Europa no dejó de hacerse sentir en Frankfurt: inicialmente se habló de 155 stands menos. Más tarde se aseguró haber igualado la cifra de 2010. Más de la mitad de los expositores son extranjeros. Directivos de una muy importante editorial española confiesan: “todo hoy es un riesgo, hasta con los grandes y famosos estamos enfrentando pérdidas”.
En Alemania algunas editoriales han abandonado Frankfurt para asentarse en Berlín, la poderosa Suhrkamp, casa editorial de Hermann Hesse y del filósofo Peter Sloterdijk decidió moverse en el 2009 a esa ciudad. De acuerdo con Jurgen Boos, director de la Feria de Frankfurt, la vida es más excitante en una ciudad de tres millones de habitantes que en una de 600 mil como Frankfurt. Presumo que un mercado de tres millones resulte también más excitante. Apenas unos kilómetros más allá, en la Plaza Willi Brandt, a la sombra del fastuoso rascacielos que alberga al Banco Central Europeo, se levantan las carpas de los indignados.
Una tarde me permití abandonar la enorme Buchmesse para estar en la Willi Brandt Plazt, con los indignados. Me acogieron con cariño, me invitaron a dirigirles la palabra, en Asamblea Abierta. “Será en unas dos horas”, me alertó sonriente una chica. Habría resultado indudablemente el acontecimiento de mi vida. No son pocos, sin embargo, los descerebrados que increíblemente acusan a los cubanos de dirigir ese justo movimiento global. Yo era un extranjero. Un cubano. Uno que vivía en Cuba. En mi bolsillo portaba un pasaporte con visa Schengen. Les estreché la mano, les deseé éxitos y (emocionado) regresé a la Messe.
El libro: ¿artilugio de futuros anticuarios?
Mucho se ha hablado de la desaparición o la eterna existencia del libro. En la forma en que lo concibiera el gran Gutenberg. Soy de los románticos que prefiere creer en la eternidad del libro. El de papel, quiero decir. Lo visto en Frankfurt, no obstante, puede hacer surgir en los más furibundos defensores muy serias dudas. Para un cubano, por fuerza alejado de la magia tecnológica ultramoderna, resulta impactante ser testigo de lo que se cree fantaciencia y se levanta como incuestionable realidad.
En el 2010 un 6 % de los expositores ofreció contenidos exclusivamente digitales, más del 40 % lo incluyó junto con otros productos. En el 2011 se incrementó casi un 50 % la superficie destinada a presentaciones digitales. La Feria de Frankfurt se regodeó en conceptos tales como: E-book, Realidad Aumentada, Libros Enriquecidos, Relato Transmedial, todo sostenido no solo desde el flamante iPad, sino ahora desde novísimos dispositivos como el Kindle, de Amazon, o por el más reciente Nook, de Barnes and Noble, o por el Kobe. Apple, Samsung, Toshiba y Sony lanzan al mercado una muy amplia gama de estos artilugios. En una tableta electrónica con las dimensiones de un libro, se mixturan disímiles plataformas: fotos, filmes, glosarios, música, todo cuanto se relaciona con el texto que se lee, el “texto” es una amalgama de formatos, soportes, textos, audio, video. Lo que llega al lector es multicanal y multiplataforma. El lector deviene escuchador / visualizador. Una nueva faceta de la intertextualidad. Lo intertextual en la era de la digitalización. Kristeva, Gennette y Bajtin tendrían que referirse a ella. Y no resulta fantaciencia.
En EE.UU. la industria del libro digital reporta un meteórico avance, en los primeros nueve meses de 2011 las ventas de contenidos para dispositivos electrónicos se dispararon un 10%, es decir, un 15% del mercado editorial. El crecimiento anterior se movía entre el 1% o el 2%. Un 25% de los lectores, esos que consumen un libro por semana, han pasado en esa nación a los nuevos dispositivos. En España la industria editorial digital es todavía tímida, apenas alcanza el 3%, pero está en ascenso. En Gran Bretaña, representa el 7% del mercado editorial, mas el rate de crecimiento alcanza las tres cifras. Ante una de esas tablet se imagina el alcance descomunal que esa tecnología podría representar para la enseñanza. Las estadísticas, en cambio, aseguran al día de hoy lo opuesto. Cuanto sucede con el libro tradicional, comienza a acontecer con el digital: lo vano banal amenaza con inundarlo todo. Lo digital se concentra hoy en best seller y novelas rosas. Todo muy light. Y no basta con eso: el consorcio Seal Media, por ejemplo, acudió a Frankfurt con un juego de ordenador, una “novela” sostenía el juego, Colts of Glory, un Western, desde luego.
El texto, escrito por un empleado de Seal Media, es el preámbulo para saltar al juego de PC. Un verdadero horror que la magia de las nuevas tecnologías dirija el cúmulo de sus encantos a lo vano banal. Todo ello en nombre de las insanas orgías del Dios Mammón. Los precios de estos artilugios, indudablemente, juegan (y jugarán) un enorme papel, en la medida que disminuyan harán más accesibles esas tecnologías. La batalla de las grandes editoriales en función de preservar la cuota de mercado en cuanto a libros tradicionales ha comenzado. Sus rivales se alistan tras el ariete de la digitalización. El fantasma de la piratería asoma también la testa, en la inauguración oficial, el presidente de la Asociación de Libreros Alemanes, Gottfried Honnefelder, sostuvo que si bien “el mercado del libro electrónico es pequeño, la piratería es significativa”.
No son pocos hoy los que se inclinan a pensar que las grandes editoriales, las de los libros de papel, deberán moverse hacia una mixtura que hermane el papel y lo digital, junto a las Divisiones de Libros Tradicionales será común hallar Divisiones de Libros Digitales. El consenso: los expertos anuncian una explosión en el mercado del libro electrónico. Y ello ocurrirá, según esos augurios, en apenas unos meses. Otros, calificados de “conservadores”, vaticinan que en 2020 el 50% del mercado mundial del libro será digital. Gutenberg no lo creería. Goethe, que naciera en Frankfurt, quedaría sin palabras. Al centro mismo de la gigantesca herradura que conforma el complejo de la Buchmesse se erigió este año una aerodinámica estructura de color blanco. Sospeché remedaba una nave espacial, uno de los gigantescos artefactos de Star Treck. Algo futurista. En algún momento escuché decir se trataba de un nido. Un inmenso nido. En su interior el nido entregaba todo su enigma: “multimedia”. Se tiene la ilusión de haber viajado en el tiempo. Otro siglo. Otro planeta. Fantaciencia. Pero todo es real. En el sitio de lujo de ese nido-nave, en su mismo centro, suerte de axis mundi, sigiloso se mueve un anticuario. Allí, a la manera old fashion de la primera década del siglo XXI, se exhiben libros.
La insularidad y la grafomanía: una Feria dedicada a Islandia
La 63 Feria del Libro de Frankfurt se dedicó este año a Islandia. Una isla. La segunda mayor de Europa. La 18va. más grande del mundo. Islandia, con una población de tan solo 331 mil habitantes es, sin dudas, una nación de notable y ancestral tradición literaria. Ahí están sus sagas y sus eddas. Tiene Islandia, incluso, el honor de un Premio Nobel, Halldor Laxness, concedido en 1955. Bajo el lema de “Fabulosa Islandia” acudieron a la cita más de 40 autores de esa nación y más de 200 títulos.
El pabellón de la isla asombró por su belleza y originalidad. Arriba el visitante y es recibido por una proyección, una mujer sentada, una mujer que lee, detrás un anaquel de libros, la mujer lee en silencio, de vez en vez, sin embargo, lo hace en voz alta. En un país que escribe como pocos, el lector ocupa el sitial de honor. La lectura. Ese es el mensaje. Sin lectores no habría escritores. Dato interesante: en 2009 Islandia fue clasificada por la ONU como el tercer país más desarrollado del mundo, en 2007 ocupó el primer lugar en cuanto a Índice de Desarrollo Humano.
Tras la crisis que hundió al país al siguiente año se sometió a referéndum el pago de la deuda contraída por bancos privados islandeses: 90 % de los islandeses se negó a asumirla. Hallgrimur Helgason, uno de los escritores islandeses de más éxito internacional, autor de la famosa novela 101 Reikiavik, resumió así la condición literaria de los islandeses: “…intentas realizar algo que tenga permanencia, como la literatura, por ejemplo. Quizá porque nuestro país está en continuo cambio y no puedes nunca saber si una casa seguirá estando ahí mañana, puede ocurrir un terremoto o el estallido de un volcán…”. He ahí el misterio: la literatura como permanencia. Como reto a la realidad. Dominadora de la realidad. Idéntico espíritu animó a aquellos que miles de años antes dibujaron en la pared de una caverna. Literatura no solo como mimesis sino como hálito genésico. Pienso en Cuba, en Irlanda. Islas: hálito genésico. Alguna vez Samuel Beckett trazó un paralelo entre insularidad y literatura. Puede que la muy virgiliana maldición del agua por todas partes no haga sino empujar hacia las letras. Animarlas. Sostener mundos. Levantarlos sobre las aguas. Sobre el tiempo.
La nueva literatura cubana: ausente de las grandes editoriales
Dos actividades se programaron para la reducida delegación cubana. La primera: la presentación de la Feria del Libro de La Habana 2012. Los colegas del diario Junge Welt pusieron a nuestra disposición su vasto stand y sus medios audiovisuales. “Todo cuanto necesiten”, aseguraron. Esa tarde fuimos presentados por el director de ese diario. Asombraba la nutrida asistencia de público. Ya antes del viaje, y durante los primeros días de la Feria, los colegas alemanes habían dedicado sus esfuerzos a promocionar esas actividades. Alemanes, sudafricanos, kurdos, turcos y latinoamericanos se reunieron allí aquella tarde. Al final se brindó con Cuba Libre. Los que acudieron se negaban a que la actividad concluyera. Quedaron allí, hablando, riendo, inquiriendo, prometiendo que viajarían a Cuba. Pronto. Sin falta. El sudafricano, de origen hindú, le cuenta a la bella periodista kurda acerca de la participación de Cuba en África. Alcanzo a entender que muchos cubanos perdieron allí la vida. La muchacha kurda, emocionada, quiere saber si es cierto. Lo confirmo. El sudafricano menciona, incluso, el nombre de Cuito Cuanavale. La muchacha promete visitar Cuba pronto. “Soy una kurda curda”, me dice, en inglés, y levanta el vaso que, entre hielos y tintineante, contiene el Cuba Libre.
En el pasado Festival de la Juventud y los Estudiantes, me cuenta, un cubano la inició en el significado de la palabra. La muchacha me pide que lo explique a todos. Lo hago y todos ríen. La chica levanta otra vez su trago. Se brinda por Cuba, por la amistad, dicen todos. El último día de la Feria se planificó la conferencia “La literatura cubana en el nuevo milenio, presentación del autor Rafael de Águila”. Así podía leerse en la pantalla de la sala Fórum Dialog. También en el folleto de actividades.
De acuerdo con lo establecido, debía presentarse mi libro, Premio Alejo Carpentier de Cuento 2010. El azar me había colocado allí, sin embargo, para representar a la literatura cubana. Representar a los cientos de colegas que habían quedado en la Isla. A todos. A los que un día escribieron e infortunadamente han fallecido. Somos (y seremos siempre) sus deudores. A los cientos de colegas que hoy escriben en Cuba y no tenían la oportunidad de estar esa tarde en Frankfurt. No valía presentar un libro o a un autor. Era menester presentarlos a todos. Presentar una literatura. Una literatura fuerte y pujante. Se deja en cuerpo de ser uno para en alma ser inevitablemente todos. Resultaba imprescindible aprovechar aquello en función de la literatura cubana. Asistieron muchos. No sin asombro descubrí la sala llena. En el corredor lateral se agolpaba público. Algunos tomaban notas. Indudablemente los colegas alemanes lo habían hecho muy bien. Tomé mi libro, lo mostré a todos y anuncié que no lo presentaría. Presentaría la fuerza y la pujanza de la literatura cubana. Literatura a la que me debo, dije. Desde Espejo de paciencia bosquejé el derrotero. Mencioné a los grandes. A los canónicos. Independientemente de sus credos, incluso, de sus odios. Por eso allí, en Frankfurt, tuve el honor (y la emoción) de mencionar a Alejo Carpentier y a José Lezama Lima junto con Guillermo Cabrera Infante y a Reinaldo Arenas. Y me adentré en la nueva literatura cubana. En su mayor porción desconocida e ignorada por las grandes editoriales. Tendencias, características, autores, obras. Fuerza, mucha fuerza. Muchas de esas obras estaban allí mismo, sobre la mesa.
Nunca antes, dije, en Cuba se ha escrito tanto como hoy. Nunca antes tantos escritores. Tantas obras. Y nunca antes la literatura cubana ha sido tan olvidada e ignorada por las grandes editoriales. Esa enorme profusión de autores y obras es desconocida, salvo excepciones, por el lector de otros países. Alguien pregunta, en español, “cuándo los escritores cubanos podrán ser conocidos en el extranjero”. “Cuando las editoriales acá presentes los publiquen”, fue la respuesta. La literatura es regida de alguna manera por las editoriales. Y las editoriales por el mercado. Y el mercado, los europeos lo saben bien al día de hoy, sostuve, padece sus males. Para las editoriales el libro, desde luego, es una mercancía. Debe venderse. Son reacias a los riesgos, en especial en mitad de la crisis que agita hoy a Europa.
A mi lado Petra, una alemana excepcional, traduce mis palabras al alemán. Estudió en Cuba, en la década de los 80. Una anfitriona como pocas. Una hermana. Me despido con una frase de Goethe, del Fausto, “lo eterno femenino nos empuja hacia lo alto”, me atrevo a pronunciarla en alemán, mi alemán desvencijado. Todos sonríen. Yo pido disculpas: me he adentrado en Goethe sin acercarme siquiera a la pureza del idioma. El público aplaude y se abalanza sobre la mesa. Quiere libros. Verlos. Hojearlos. Tenerlos. Todos desean intercambiar, preguntar, saber. Una cubana que dice haber conocido a Reinaldo Arenas me abraza. Los conocí a todos, dice. Se ha consumido el tiempo, sin embargo. Los organizadores tienen previsto en la sala una nueva conferencia. Así lo hacen saber. Las conversaciones y preguntas prosiguen en los largos pasillos de la Frankfurt Buchmesse.
FRANKFURT: el “Vado de los Francos”. La ciudad. Su gente
En la ciudad viven apenas 670 mil habitantes. Ante sus rascacielos causa asombro que no resulte más poblada. Entre los rascacielos destaca la MainTower, también el Commerzbank, el tercer edificio más alto de Europa. Dominando el aire se alza la bella EuropaTurm, la segunda estructura más alta de Alemania. A pesar de la reducida población, Frankfurt es la mayor ciudad del Estado de Hessen, la quinta ciudad más grande de Alemania. Por vez primera se le mencionó en un documento en el año 794.
El más viejo de los distritos, Sachsenhausen, famoso por sus sidras, era ya harto conocido en el 1193. El emperador Carlomagno residió en esta ciudad. Desde el 1356 los monarcas del Sacro Imperio Romano fueron elegidos allí. La Plaza Römerberg, con su catedral gótica del siglo XI y su ayuntamiento del XIV, es cita obligada. Durante la Segunda Guerra Mundial los bombardeos aliados redujeron buena parte de la ciudad a escombros, especialmente el casco histórico. La mayoría de lo que hoy deslumbra fue reconstruido. Los primeros rascacielos se erigieron en la década de los 50. La ciudad, atravesada por el río Main, exhibe sobre esas aguas más de una veintena de bellísimos puentes. Las márgenes no son menos bellas. Allí, a orillas del Main, pueden visitarse, uno a continuación del otro, 13 museos, los alemanes llaman a esa zona Museumsufer.
Por doquier hay bancos, se dice que la ciudad es sede de 370 bancos, de ellos casi la mitad son extranjeros. Acá está la Bolsa Alemana, allá el Bundesbank, el Banco Central del país. Más que literaria, Frankfurt es una ciudad financiera. El corazón financiero de la Unión Europea. No falta quien (aprovechando la conjunción de New York, el río Main y los rascacielos) la llame Mainhattan. Es también una ciudad multicultural, por doquier se encuentra a turcos, afganos, kurdos, antiguos yugoslavos, latinoamericanos, coreanos.
El metro deslumbra por la impecable eficiencia. Son disciplinados los alemanes. Alguno empuja. Es la excepción. Muchos viajan leyendo. No es raro ver a alguna pareja joven que se arrulla; frente a mí un joven habla a una chica, ella lo mira, con devoción, también con algo de picardía, me esfuerzo mas no logro traducir una palabra, al final la chica lo abraza, fuerte. Yo sonrío, en todos los sitios la naturaleza humana es la misma. Jamás en ciudad alguna he sido tan bien recibido como en esta. Tenía el criterio, maniqueo y absurdo, que los alemanes eran fríos. Otros podrán serlo. Los que tan familiarmente nos atendieron cada día, no. Amables, solícitos, amistosos, alegres, hospitalarios, muy familiares. Excelentes anfitriones. Más que eso: amigos de toda la vida. Hermanos. No olvidaré jamás la inigualable acogida en casa de Petra; la excelente velada en casa de Annette; la camaradería de los colegas del diario Junge Welt; la muy emotiva reunión en el club Voltaire. Un mediodía, invitado de Annette, visité la casa natal de Goethe. “En esta mesa escribió Los sufrimientos del joven Werther”, anunció ella. El título lo pronuncia en alemán, no ha logrado traducirlo al español. Mi rudimentario alemán (y la presunción) me ayudaron a entenderlo. Me acerqué. Aquí Goethe concibió ese amor tremebundo por Lotte, un amor que llevó al suicidio al amante, que provocó una inmensa ola de suicidios en la romántica Europa de la época. Yo era apenas un adolescente cuando leí esa novela. También yo terminé amando a Lotte. Dotándola del rostro de la chiquilla que por aquel entonces me lastraba el sueño. Rocé la mesa. La palpé. Ciertas oquedades delataban la huella falaz del tiempo. La emoción me llegó. La muy tudesca (y supuestamente fría) Annette no dejó de advertirlo. Sonrió, movió la cabeza a un lado y otro: “ah, mein lieber freund”,1 dijo, y un líquido raro le anegó también a ella los ojos.
Adiós, Frankfurt: Auf Veidersehn
Las ferias en Frankfurt eran ya famosas en la Edad Media. Han transcurrido más de 800 años, hoy el centro de exposiciones de la ciudad es el mayor del mundo. Los estilos Art Nouveau, Bauhaus y posmoderno se alternan en las diez salas y el centro de convenciones. En total son 578 mil metros cuadrados. Monumental. A un lado del recinto ferial se levanta la MesseTurm, la Torre de la Feria, un imponente rascacielos de metal. Se dice que esta, la del libro, es la pionera entre las de su tipo en el mundo.
En mitad de esa inmensidad, en la sala 5.1, estuvo Cuba. Un stand muy pequeño. Al frente, el soberbio stand de Random House Mondadori, atizado de posters. A salvo de todo nacionalismo, manía de primates, según Borges, siempre tuve la impresión de que el nuestro era más visitado. A un costado se ha colgado la bandera. Cubanos residentes en Frankfurt se acercaron, “años que no voy a la patria”, dijeron. Se detuvieron ahí, hojearon libros, preguntaron. Alguna vez se pronunció una palabrota, uno casi me abraza: llevo mucho tiempo sin escuchar esa palabra, dijo. Nunca dejaron de mirar la bandera. Los ojos entonces se les tornaban raros. Alguien, en inglés, dice que quiere comprar la bandera. How much the flag? Se presenta como jefe de una delegación. He olvidado el país. La bandera no se vende, es la respuesta. El hombre dice entenderlo y se disculpa.
Frankfurt ha quedado detrás. Fueron muchas las emociones y muchos los asombros. Entre ellos conversar con Mario Vargas Llosa. También, ya más largo y relajadamente, con Mempo Giardinelli. El otoño inundaba la ciudad que comenzaba a sentirse muy fría. La Feria del Libro de Frankfurt, la más grande del mundo, ha concluido. Hasta ella llegó una vez más con sus ecos y sus nombres, que es decir su magia, la literatura cubana. No creo que las editoriales off shore dejen de ejercer su dictadura. Lo trascendente, me digo, será siempre escribir. Quizá en el 2020 esta resulte una feria de libros digitales. Tal vez en lugar de libros de papel, cada stand exhiba relucientes y pequeños artefactos.
Pienso en la frase de Heinrich von Kleist, “el libro rompe la rigidez de la época que lo estrecha”. Una bella frase, sin duda. En no pocos aspectos nuestra época denota cierta rigidez. La ciencia y la tecnología, en cambio, se mueven con escalofriante dinamismo. Soy un romántico. Creo en el libro de papel. Es un objeto entrañable. Desaparecerá, escuché decir a alguien en Frankfurt, como los dinosaurios. Por mi parte prefiero pensar que el libro estará siempre, quien ama se niega a aceptar la desaparición de lo amado. Mas quién sabe… tal vez los amantes del libro, ese adminículo que nos legara Gutenberg, en apenas unos años debamos acostumbrarnos, nostálgicos y devotos, a visitar al anticuario. (Tomado de La Jiribilla)
Nota:
1. “Ah, mi querido amigo.”
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