Pablo de la Torriente Brau
Voy a escribir un relato en el que juegan papel fundamental tres verdaderos protagonistas: dos hombres excepcionales, Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, y una bestia, también excepcional, Gerardo Machado y Morales.
Hoy, mientras la bestia aún vive, convertida en “Asno errante”, como felizmente ha dicho Raúl Roa parodiando la frase genial de Rubén, este y Mella están muertos; pero el generoso sacrificio de sus vidas los ascendió a la categoría de héroes y a la evocación de sus nombres se levanta un clamor de admiración. Pertenecen ya a ese tipo singular de hombres por quienes el pueblo siente el irresistible impulso de hacerlos perfectos, sin manchas y sin debilidades…!
Alrededor de los tres protagonistas de este relato, que puede ser un capítulo para la biografía de cualquiera de los tres, hay otra serie de individuos de muy diversa importancia dentro del mismo. Están el señor José Muñiz Vergara, con cuya narración y la que me hizo el propio Rubén, he reconstruido el momento histórico; están Barraqué y los Ayudantes Presidenciales, y están los amigos y compañeros de Julio Antonio Mella, que integraron el Comité Pro Mella, o lo auxiliaron con mayor o menor eficiencia. De este grupo, que tan digna y excepcional actitud asumió entonces, no todos realizaron igual esfuerzo. Pero lo importante no es eso, sino decir, que no todos continuaron firmes en el combate al pasar los años y aun, que más de uno derivó de tal manera en su camino que hoy su nombre para Mella solo merecería un gesto de desprecio.
Y todo sucedió en el patio de la casa de Jesús María Barraqué, secretario de Justicia entonces, una mañana, como a las once, el día 12 de diciembre de 1925. Lo recuerdo, porque era día de cumpleaños para mí.
Mella en la agonía
Julio Antonio Mella, joven, bello e insolente, como un héroe homérico, agonizaba de manera dramática en la Quinta del Centro de Dependientes, abatido día a día por una decisión de no ingerir alimentos, como protesta por su arbitraria prisión. A su alrededor, Olivín Zaldívar, su compañera; Gustavo Aldereguía, su médico; Orosmán Viamontes, su abogado; y Rubén Martínez Villena, Aureliano Sánchez Arango, Leonardo Fernández, Carlos Aponte Hernández, Gustavo Machado, Salvador de la Plaza, José Z. Tallet. Luis F. Bustamante, Jorge Vivó, Jacobo Hurwitz, Manuel Cotoño, Israel Soto Barroso, y alguno más que lamento no recordar, seguían con ansiedad el angustioso declinar de aquella juventud, espléndida como pocas; de aquella varonía hercúlea del Julio Antonio de los 22 años, tensos aun los elásticos músculos por el esfuerzo de las últimas regatas. Y la muerte era una realidad abrumadora que avanzaba con la implacable ley del almanaque y el reloj.
El grupo de compañeros y amigos, unos como miembros de Comité Pro Mella, otros como simples colaboradores, luchaba por obtener su libertad, consciente de la enorme responsabilidad que sobre él caía: no se daba un minuto de descanso. Yo recuerdo con estupenda precisión aquellos días en que, con frecuencia, llegaba Rubén al Bufete de Fernando Ortiz, Giménez Lanier y Oscar Barceló ─donde trabajaba yo entonces y él había trabajado antes─ nervioso, agitado, y, unas veces me contaba el estado del proceso que marcaba la agonía de Mella, y, otras, bien me pedía que le pusiera “en limpio” algún escrito ─era un mecanógrafo bastante irregular─ bien venía acompañado de Jorge Vivó o algún otro compañero para redactar algún escrito, algún boletín o manifiesto. ¡Días febriles aquellos!… Telegramas, cables, discursos, protestas, boletines!… Y la república entera, alerta, asustada, expectante, presenciando la estupenda lucha de un hombre que agonizaba por su propia voluntad, rodeado de un escaso número de compañeros, haciéndole frente a una bestia furiosa y omnipotente. Aquella lucha heroica fue la que proclamó hipócritas y cobardes a todos los que después de ella tuvieron el cinismo de continuar rindiendo sus alabanzas al gran homicida…!
Pero Mella se moría, y, a pesar de todas las protestas; a pesar de las manifestaciones efectuadas en varios lugares del extranjero; a pesar de la expectación peligrosa en que se encontraba la República, la estupidez de un hombre cegado por sus instintos no acababa de comprender lo que significaría el que Mella se muriera de hambre como el Alcalde de Cork, por protestar por una prisión arbitraria, al comienzo de la cual lo habían pretendido asesinar en plena calle, al ser trasladado para la cárcel.
Machado, que era lépero en política, y astuto en los negocios, se cegaba al olor de la sangre. El subconsciente de carnicero lo perdía. ¡Machado era incapaz de comprender lo que significaba Mella, muerto de hambre por pedir justicia!… ¡Y Mella se moría!…
En busca de la libertad
Por muy revolucionarios que fueran los compañeros de Mella, y por mucho que comprendieran la extraordinaria significación que tendría para el avance del movimiento revolucionario en Cuba, la muerte de Julio Antonio Mella, asesinado por hambre, eran, también, sus camaradas, sus amigos, y, por el conocimiento que tenían de él, adivinaban todo lo que podía esperarse de aquella exuberancia incomparable de vida, puesta con la pasión de una juventud extraordinaria, al servicio total de la revolución. ¡Y Mella se moría!… Se moría porque él no iba a tomar alimentos y el Comité, por más que había habido sus vacilaciones en el mismo, había decidido también no solicitar de él, en sus momentos de lucidez, que rompiera la huelga de alimentos… (¡Y Mella los hubiera echado de su lado si se lo hubieran pedido!)
Por lo tanto, como se trataba de hombres inteligentes, comprendieron que eran espectadores ─protagonistas, así─ de un duelo entre una fiera y un hombre, y conociendo hasta qué punto era bestia en sus terquedades Machado, ¡se decidieron por domar a la fiera!… De ahí la campaña de agitación intensa que desarrollaron y de ahí que, cuando comprendieron que Mella se moría sin que Machado, en su locura sanguinaria comprendiese lo que ello significaba, decidieran enfrentarse con este último para domarlo. Y sobre Gustavo Aldereguía y Rubén Martínez Villena, médico y abogado de Mella, respectivamente, recayeron los papeles de domadores de aquel tigre suelto.
Rubén, que conocía desde los tiempo de Zayas, cuando había luchado en la organización de los Veteranos y Patriotas, al Capitán Nemo. pseudónimo del capitán Muñiz Vergara, hombre singular de numerosos conocimientos, prodigiosa memoria y casi infinitas relaciones, recordó que este, que conocía a Machado desde largos años, podría, con tal carácter, obtener de él la rápida entrevista que la gravedad del estado de Mella exigía. Pero el Capitán Nemo, por virtud de su largo conocimiento de la vida y de los hombres, opinó que sería más práctico el ver, antes, a Jesús María Barraqué, quien, una vez convencido de la conveniencia de poner fianza a Mella, podría obtener de Machado que tal medida se dispusiese.
Con el licenciado Barraqué
Acordado este plan, por la mañana cogieron el tranvía para ir a casa de Barraqué, Rubén Martínez Villena y Gustavo Aldereguía, acompañados de Muñiz Vergara. Pero este último, metódico en el análisis de todos los problemas, había llegado a la conclusión de que Gustavo Aldereguía, de temperamento impulsivo, podía echar a perder la entrevista, por lo que, al pasar por la Universidad, le pidió que no los acompañara hasta la casa de Barraqué, con el que se entenderían él y “Villenita”, como le decía a Rubén.
Y llegaron solos al patio de la casa de Barraqué, Rubén y Muñiz Vergara. Este, experto conocedor de las maderas del país, se puso a mostrar a Rubén los errores que se estaban cometiendo, por desconocimiento de las mismas, en la colocación de las tablas para un bohío que construía el Licenciado Barraqué en el patio de su casa, con ocujes, yabas y otras maderas, cuando apareció el entonces Secretario de Justicia, que estaba medio malo. La entrevista con este, habilidoso y dicharachero, comenzó en buen tono. El Capitán Nemo hizo la introducción al problema, para que luego Rubén expusiera las razones del Comité Pro Mella. Le hablaba Muñíz Vergara al licenciado Barraqué sobre la importancia que tendría la muerte de Mella, cuando, inesperadamente, hizo su aparición la máquina del Presidente de la República, que acudía, rodeado de ayudantes, a felicitar o a traerle un regalo a la hija de Barraqué que se casaba esa noche, según recuerda el Capitán Nemo.
Frente a la bestia
Machado, con su cara monstruosa de rana risueña, rodeado de los entorchados de sus ayudantes militares, avanzó hacia Barraqué para felicitarle por la boda de la hija. Muñiz Vergara, hombre de altivo continente, se quedó a un lado. Rubén, con sus ojos azules y su boca fruncida, observaba a la bestia disimulándole el odio en la curiosidad de la mirada… De pronto, Machado vio a Muñiz Vergara y se le acercó amabilísimo para abrazarlo. Siempre había sido un hombre que buscaba la simpatía de todo el que pudiera prestarle algún servicio, y el Capitán Nemo se los había prestado. Por lo menos, al recordar en un manifiesto al pueblo de Cuba, en 1924, quien había sido desde el poder el general Menocal, candidato de nuevo a la presidencia de la República, frente a Machado. Este, todo amabilidad, abrazó a Muñiz Vergara y le dijo:
─Compañero, he sabido que ha estado usted por Oriente y que le han recibido muy bien; pero no me ha ido a ver a mí. ¡Vaya a verme, caramba, vaya a verme!
Al terminar su saludo, Machado quiso retirarse, alegando que estaba interrumpiendo la conversación que sostenía con Barraqué, pero el Capitán Nemo, aprovechó el buen ánimo del Presidente para detenerlo y presentarle a Rubén, abogado de Mella, y, hablándole con su lentitud característica y ordenándole los razonamientos, le dijo:
─Mire, General: Mella es un buen hijo; Mella no bebe, ni juega… Es un joven apasionado, pero es un buen hijo… ¿Por qué no se le ha de poner fianza, como a cualquier otro preso común?… Porque él no es un preso común, pero, aunque lo fuera, por la ley, se le debe poner fianza… Además, si él muriera a consecuencia de la huelga de hambre que mantiene, se iba a atacar rudamente al Gobierno… se le iba a acusar de ser el responsable de esa muerte… de haberlo asesinado… ¡solo por no ponerle fianza que es todo lo que se le pide!…
Muñiz Vergara la había hablado al presidente Machado en tono persuasivo, jugando con la cadena de platino que cruzaba los bolsillos superiores del chaleco de este, y, mientras tanto, los ojos metálicos de Rubén, contemplaban la escena, empapándose de la misma, escrutando la personalidad singular y repulsiva de Machado…
Este, aun abordado en ese tono y por persona a quien debía consideración, cambió de actitud, aunque sin violentarse, y le contestó al Capitán Nemo:
─¡Usted sí es un buen hombre, Capitán!… Pero es demasiado ingenuo y cualquiera lo engaña… Mella será un buen hijo, pero es un comunista… Es un comunista y me ha tirado un manifiesto, impreso en tinta roja, en donde lo menos que me dice es asesino… ¡Y eso no lo puedo permitir!… ¡No lo puedo permitir!…
Su voz había cambiado de tono y su actitud también.
¡Pero allí estaba Rubén!… Se le acercó y con aquella voz suya vibrante, mirándolo a los ojos, con los suyos tan penetrantes y azules le habló así, rompiendo con todos los protocolos establecidos:
─¡Usted llama a Mella comunista como un insulto, y usted no sabe lo que es ser comunista! ¡Usted no debe hablar de lo que no sabe!…
La voz de Rubén tenía mucho de insulto, de desprecio profundo, de un reto inverosímil casi…
Todavía hoy, cuando Muñiz Vergara recuerda la escena, se asombra de la virilidad extraordinaria de Rubén y dice:
─¡Quién había de pensar que en un hombre tan frágil, se escondiera tanta varonía, tal sentido de la dignidad!…
Machado, sorprendido, afectuoso casi por las palabras de Rubén, por el desprecio que envolvían y por el tono insolente con que las había pronunciado, se replegó. “Parecía un tigre que iba a saltar”, cuenta Muñiz Vergara. Se le notaba el asombro de que aquel hombrecito desconocido para él que se encontraba en casa de Barraqué, ¡de su amigo Barraqué!; en el patio de la casa de este; rodeado él por sus ayudantes militares, todos colgados de entorchados, se hubiera atrevido a interrumpirlo en la forma en que lo había hecho… Acaso por un segundo, ese pánico instintivo que sienten las fieras a la presencia del hombre que se les enfrenta, recorrió los nervios de Machado. Pero se repuso. ¡Allí estaban sus ayudantes, colgados de entorchados!… Y como procede en un tigre que considera fácil una presa, hizo como que se doblegaba y comenzó:
─Tiene usted razón joven… Yo no sé lo que es comunismo, ni anarquismo, ni socialismo… Para mí todas esas cosas son iguales… Todos son malos patriotas… Tiene usted razón… Pero a mí no me ponen rabo, ni los estudiantes, ni los obreros, ni los veteranos, ni los patriotas… ni Mella. ¡Y lo mato, lo mato…! ¡Lo mato!… (E interpoló una desvergüenza.)
El furor, alcanzando al paroxismo, lo había poseído y gesticulaba como un energúmeno, violento, exasperado, iracundo… ¡La mirada de Rubén, más insultante cada vez, en medio de su rostro, lívido ante la impotencia de destrozar allí mismo a aquella bestia convulsa, lo irritaba cada vez más!… Barraqué lo abrazó, sus ayudantes lo rodearon y Muñiz Vergara, conservando cierta ecuanimidad en medio de aquel tumulto de personajes omnipotentes, apartó a un lado a Rubén, que ya desbordado, increpaba al carnicero, a quien sus ayudantes y Barraqué, parece que temerosos de un ataque epiléptico, arrastraban hasta la máquina…
Rubén, que había estado fumando nerviosamente y, según su costumbre cuando se sentía irritado, echando el humo por ambas fosas nasales, botó el cigarro y le dijo a Muñiz Vergara:
─¡Yo no lo había visto nunca; yo no lo conocía; solo había oído decir que era un bruto, un salvaje! ¡Y ahora veo que es verdad todo lo que se dice! ¡Pobre América Latina, pobre América Española, Capitán, que está sometida a estos bárbaros!… ¡Porque este no es más que un bárbaro, un animal, un salvaje… un bestia!…
La voz de Rubén, encolerizada, se oía en todas partes, pero ya Barraqué y los ayudantes, temerosos de que Machado cayese presa de algún ataque, lo arrastraban materialmente hacia la máquina, sin darle tiempo para reaccionar sobre los últimos insultos de Rubén… ¡El tigre, una vez más, huía acobardado ante el hombre!…
Porque no fue solo Machado quien se humilló ante los ojos inflexibles de Rubén y ante el desprecio de su voz y de sus palabras insultantes. Barraqué también, y los ayudantes, se sintieron dominados por la entereza, la audacia y el desprecio a la vida mostrados por Rubén. Fue el domador que a latigazos penetró en la jaula de los tigres rugidores… Mas ninguno de ellos se atrevió a lanzar el zarpazo y Rubén salió de aquella casa, en donde había insultado al Presidente de la República, a Gerardo Machado y Morales, primero carnicero y después asesino, escoltado por las sonrisas medrosas de Barraqué, asombrado de que hubiera en el mundo un hombre tan “pequeño” capaz de insultar a un hombre tan “grande”…
Y cuando Machado salió en la máquina, siempre con sus ayudantes, adornados de colgajos, Barraqué volvió rápidamente al lado de Muñiz Vergara, que trataba de calmar a Rubén contándole famosas anécdotas de la ignorancia supina de Machado, como la conocida “¡NO TREGIVERSE” y otras, para demostrarle su irresponsabilidad, y empleando sus recursos de viejo criollo, quiso restarle importancia a lo ocurrido; y cuando Muñiz Vergara le insistía a Rubén para que presentaran un escrito pidiendo la fianza para Mella, a lo que aquel se negaba alegando que se iban a burlar de todo papeleo y no iban a proveer a la petición, Barraqué, interviniendo en términos jocosos, le aseguró a Rubén que sí se resolvería, que presentasen el escrito, que él se encargaría de todo, y terminó un poco socarronamente, diciéndole:
─¡Pero aconséjele a Mella que coma… que coma, porque el que no come se joroba!… ¡Que coma!…
El “Asno con garras”
De aquella entrevista, que facilitó sin duda la libertad de Mella, ya casi agónico, vino Rubén para el bufete y allí, todavía con los ojos iluminados de violencia, pero también de burla ya, me contó cómo había sido, suprimiéndole, con su clásica modestia, el marco que tanto elevaba su actitud. Y, formulando su juicio definitivo sobre Machado, me dijo, animándose, contento de su dureza, de su insulto y de su burla:
─¡Ese es un salvaje… un animal… una bestia… Es un ASNO CON GARRAS! Y el rostro se le iluminó a Rubén con la alegría del hallazgo, y repitió: ¡Es un ASNO CON GARRAS… Y se rió feliz por el retrato con que de manera magistral acababa de plasmar ante la Historia aquella bestia que desde aquel momento y para siempre fue sólo eso, un ASNO CON GARRAS, genial expresión matemática de un alma de tigre y una mentalidad de jumento, que destruyó de un zarpazo cobarde el esplendor glorioso de la juventud de Julio Antonio Mella; ¡y destrozó con el destierro, el invierno y las luchas, la pequeña vitalidad generosa de Rubén Martínez Villena!…
¡Hoy, mientras que Mella y Rubén son dos nombres fulgurantes, como dos estrellas polares, él, tigre sin garras ya, es solo un “asno errante”, un lamentable pollino recibido a palos en todas partes y que tiene que buscar refugio inestable en los corrales en donde viven los Trujillos, los Hitler, y los Mussolini, sus compañeros de especie zoológica!…
1935
*Publicado originalmente en Ahora. Magazine Dominical [La Habana], 6 de enero de 1935, p. 1. Tomado de Mella: cien años, Editorial Oriente y Ediciones La Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
Un tremendo hombre hablando de otros dos hombres.Si de algo se puede vanagloriar Cuba es de tener héroes como estos