La Protesta de los Trece. Por Fernando Carr Parúas

 

Hubo un grupo de poetas, escritores, abogados y artistas, que José Zacarías Tallet llamó “la juventud intelectual de la época”, el cual ya entonces estaba integrado por unas treinta personas que, cada cierto tiempo, se reunían en un almuerzo en algún restaurante para cambiar impresiones acerca de sus trabajos o de los de otros, o para hablar de los últimos eventos culturales y políticos que se sucedían en la Isla, principalmente en La Habana.

El 18 de marzo de 1923, ese grupo decidió homenajear a los jóvenes escritores cubanos autores de la puesta en el teatro Payret de Las naciones del golfo: Andrés Núñez Olano (1900-1968) y Guillermo Martínez Márquez (1900-1992), así como a la tropa mexicana de la Compañía de Lupe Rivas Cacho (1899-1975), integrada por la propia Lupe, la principal, los escenógrafos Montesdeoca y Magín Banda, el autor de la música Ignacio Torres y los empresarios Pablo Prida y Carlos Ortega. La obra había sido estrenada el jueves 8 de marzo.

El sencillo homenaje consistió en un almuerzo servido —cerca de las dos de la tarde— en el restaurante de Chinchurreta, situado en la calle de Compostela entre las de Sol y Luz, frente por frente al callejón de Porvenir. En la parte delantera del restaurante, después del almuerzo, se tomó la histórica foto donde aparecen todos los comensales, y al fondo de esta foto se ven las puertas con cristales que todavía, hará pocos años, vi, allí estaban.

Días antes, el día 14, los jóvenes intelectuales, así como muchos de la población general de la Isla y no solo de la oposición al Gobierno, habían visto con indignación la noticia ofrecida por la prensa del país: Que se había firmado el decreto acerca de la compra por el Estado cubano del vetusto convento de Santa Clara, decreto que se había negado firmar el funcionario a quien correspondía hacerlo, esto es, el secretario de Hacienda —el coronel mambí Manuel Despaigne (1853-?)— y en su lugar lo había hecho el secretario de Justicia, doctor Erasmo Regüeiferos, íntimo amigo del presidente de la República doctor Alfredo Zayas y Alfonso (1861-1934). La indignación popular también la mencionaba al día siguiente la prensa.

Regüeiferos era un abogado oriundo de la provincia de Oriente y antes había pertenecido al autonomismo, pero en la época republicana se había metido en política y había obtenido el acta de senador —la cual disfrutó por ocho años—; también había llegado al Gabinete del Ejecutivo. Además, era un destacado personaje en la masonería y había escrito algunas obras teatrales, las que fueron sentenciadas —y cito a Tallet— por Max Enríquez Ureña (1886-1968) en su Panorama de la literatura cubana, como “obras insustanciales […] que nada tienen que ver con la literatura y a veces rayan en el ridículo”.

El “negocio” de la compra del Convento fue un “chivo” tremendo, pues significó más de un millón de pesos, que para aquella época era una cifra fabulosa. Sin embargo, Regüeiferos no se llevó nada al bolsillo. Solo había firmado para complacer a su amigo Alfredo Zayas, pero este último sí se llevó completas todas las “ganancias”. Y es el mismo Rubén Martínez Villena quien certifica que Regüeiferos no tuvo participación crematística en el “negocio”, pues en su Epístola lírico-civil —compuesta poco después—, de él dice: “señor incapaz hasta del pecado y el vicio”.

Volvamos al día 18. Después de hecha la foto, el grupo se fue disolviendo, unos para su casa, otros para algún trabajo y solamente quedaron en la calle quince de ellos, cuando se dijo por uno de estos que, pronto, a las cuatro de la tarde, a solo pocas cuadras, en el salón de la Academia de Ciencias se iba a celebrar un homenaje —patrocinado por el Club Femenino— a la pedagoga uruguaya Paulina Luisi (1875-1949), y quien iba a hablar era Erasmo Regüeiferos, y dijo, además, que sería buena la oportunidad para protestar contra su deshonesta actuación. Entonces el grupo, en plena calle, acordó que uno de ellos hablara y el resto lo respaldaría con aplausos, y enseguida se decidieron por Rubén.

Al llegar a la Academia de Ciencias fueron entrando de dos en dos y se sentaron en el salón, en asientos separados unos de otros.

El acto lo presidía la señorita Hortensia Lamar, presidenta del Club Femenino. A su derecha estaba la homenajeada, y a su izquierda se encontraban Regüeiferos, el ministro del Uruguay y la esposa de este.

Cuando se llenó el salón fue la presidenta del Club Femenino quien dijo unas palabras de presentación acerca de la homenajeada, Paulina Luisi, y anunció que, a continuación, hablaría el secretario de Justicia, señor Regüeiferos, y este se levantó de su silla y se encaminó hacia el estrado, que se encontraba en el lado opuesto. Atravesaba el escenario, cuando de pronto Rubén dijo: —Señorita presidenta, pido la palabra —y el resto del grupo se puso de pie y aplaudió.

Quizás Regüeiferos pensó que se le aplaudía… y sonrió.

Y se le concedió la palabra a Rubén.

Al día siguiente, el 19 de marzo, el periódico Heraldo de Cuba publicó un amplio reportaje de lo sucedido y también las palabras que dijo Rubén:

Perdonen la Presidencia y la distinguida concurrencia que aquí se halla, que un grupo de jóvenes cubanos, amante de las nobles fiestas de la intelectualidad, y que hemos concurrido a ésta atraídos por los prestigios de la notable escritora a quien se ofrece el acto, perdonen todos que nos retiremos. En este acto interviene el Dr. Erasmo Regüeiferos, que olvidando su pasado y su actuación sin advertir el daño que causaría su gesto, ha firmado un decreto ilícito que encubre un negocio repelente y torpe digno no de esta época de rectificación y de reajuste moral, sino de aquel primer año del zayismo.

Perdónennos el señor Ministro del Uruguay y su distinguida esposa. Perdónennos la ilustre escritora a quien con tanta justicia se tributa este homenaje. Protestamos contra el funcionario tachado por la opinión pública, y que ha preferido rendir una alta prueba de adhesión al amigo, antes que defender los intereses nacionales. Sentimos mucho que el señor Regüeiferos se encuentre aquí, por eso nos vemos obligados a protestar y a retirarnos.

De inmediato, los quince salieron del local y se trasladaron a la redacción del Heraldo de Cuba. Allí Rubén redactó las palabras por él pronunciadas en el salón de la Academia de Ciencias y que al día siguiente aparecieron en el diario —durante el Gobierno de Alfredo Zayas ese era un periódico de oposición—. Sin embargo, en la redacción se encontraba de visita el médico Matías Duque de Estrada Perdomo (1869-1941), coronel del Ejercito Libertador —quien había sido secretario de Sanidad y Beneficencia en el Gobierno del general José Miguel Gómez (1858-1921), el que al enterarse de lo ocurrido en la Academia de Ciencias afeó la conducta de los quince con Regüeiferos, y de este dijo —y con razón— que era un respetable anciano y hombre público. Pero Rubén —siempre sereno y amable con todos— en tal momento se mostró muy duro y, encarándose al doctor Duque, le refutó con palabras enérgicas el significado de la protesta, justificándola y ratificando lo hecho. Según Tallet, nunca había visto a Rubén con tal alteración.

En realidad, Erasmo Regüeiferos había sido, como senador, el promotor o el que había prestado su cooperación a proyectos en bien de causas justas, los cuales todos fracasaron al tener la oposición de una mayoría del Congreso o por haber sido vetadas por el presidente de la República, y eso debía tenérsele en cuenta. Además, no se le conocía que hubiera caído en algún acto de corrupción.

En el reportaje del Heraldo de Cuba, el día 19, un reportero de ese periódico que se encontraba en la Academia de Ciencias cuando se celebró el acto, expresó que, después de la protesta, Regüeiferos pronunció su discurso, pues el acto continuó. Y en ese mismo reportaje entrevistó al secretario de Justicia acerca del incidente, y apareció la declaración hecha por este:

Yo no le hago caso a eso […]. Son unos inconscientes […]. Yo he firmado el decreto de la compra del Convento de Santa Clara, porque estoy convencido que se trata de una buena obra […].

Yo lo autorizo para que lo diga así: El pueblo de Cuba no sabe lo que se ha propuesto el Presidente con esa compra. Hemos comprado las reliquias históricas que allí existen, la verdadera Habana antigua, con sus calles, con sus casas, casi como en su fundación. Tesoros de tradición, de historia, de leyenda, salvados para la posteridad […] como se hace en todos los países.

En un principio no hubo reacción contra el grupo. Dos días más tarde, en el órgano de prensa oposicionista apareció una carta de Rubén a la presidenta del Club Femenino en la que le daba satisfacciones personales por el incidente en la Academia de Ciencias el día 18. Sin embargo, de nuevo ratificaba la Protesta (ya con mayúscula), la cual contaba con todo detalle, y anunciaba “que era la primera de otras que le seguirían”. (Y con esta afirmación ya se veía el despunte de Rubén como el futuro líder de “la juventud intelectual de la época” —y vuelvo ahora a citar a Tallet—, y también en este escrito se vislumbra que ese grupo inicial iría aumentando en un futuro inmediato). Y con referencia a esa, la primera de las futuras protestas, en el escrito Rubén se lamentaba que esta hubiera sido contra Regüeiferos, a quien calificaba como más capaz de negligencia que de actuar de mala fe.

Ese mismo día Regüeiferos se querelló (por desacato) y esa noche detuvieron a Rubén, pero como el juez de guardia no se presentó, tuvo que dormir en el vivac, y al día siguiente prestó fianza. Inmediatamente, en el Juzgado de Instrucción de la Sección Primera se dio seguimiento a la acusación y todos los demás firmantes, los trece, fueron procesados y obligados a pagar una fianza de mil pesos y pasar a firmar en el Juzgado todos los lunes.

Fueron trece los firmantes, pues a la hora de firmar el documento donde quedaron inscritas las palabras de Rubén en nombre de todos —me refiero al que apareció al día siguiente del acto en la Academia de Ciencias—, de los quince jóvenes que allí fueron a protestar, dos de ellos no quisieron rubricar el referido documento, por motivos diferentes: Ángel Lázaro, poeta español residente en Cuba, porque tenía temor fuera expulsado del país por “extranjero indeseable”; y el pedagogo Emilio Teuma, quien dirigía una escuela para casos especiales en la calzada de Carlos III, porque él era masón y no deseaba ofender a Regüeiferos, su hermano en la masonería.

Con el tiempo, la historia bautizó al hecho como “la Protesta de los Trece”. Y los trece protestantes, relacionados según el orden en que firmaron el documento publicado en el Heraldo de Cuba, fueron:

l. Rubén Martínez Villena (Alquízar, 1899-La Habana, 1934).

2. José Antonio Fernández de Castro (La Habana, 1897- id., 1951).

3. Calixto Masó (?, 1901-Chicago, 1974).

4. Félix Lizaso (La Habana, 1891-Rhode Island, 1967).

5. Alberto Lamar Schweyer (Matanzas, 1902-La Habana, 1942).

6. Juan Marinello Vidaurreta (Jicotea, Las Villas, 1898-La Habana, 1977).

7. José Zacarías Tallet (Matanzas, 1893-La Habana, 1989).

8. José Manuel Acosta (Matanzas, 1895-La Habana, 1973).

9. Primitivo Cordero Leyva (?, 1898-194?).

10. Jorge Mañach (Sagua la Grande, 1898-San Juan de Puerto Rico, 196l).

11. Francisco Ichazo (Cienfuegos, 1901-México, 1961).

12. José Ramón García Pedrosa (?, 1901-?).

13. Luis Gómez Wangüemert (Santa Cruz de Tenerife, 1901-La Habana, 1980).

Como se podrá observar, de los protestantes, solo uno pasaba de los 30 años de edad, tres de ellos tenían entre 26 y 29 años, y el resto, unos nueve, tenía entre 22 y 25 años. El último en desaparecer físicamente fue José Zacarías Tallet, en La Habana, a los 96 años, en los días finales de 1989.

La Protesta en el recuerdo militante

Los protestantes, con tal de que no se perdiera el resultado logrado con la Protesta —de la cual se estuvo hablando todos los días posteriores, pues había sido un hecho colegiado de la juventud intelectual que caló hondo en el público al poner no únicamente en tela de juicio el hecho corrupto que representó la compra del convento de Santa Clara, sino la acusación al Gobierno del presidente Alfredo Zayas de su corrupción— fundaron en fecha del 1ro. de abril de ese año 1923 la Falange de Acción Cubana.

Esta agrupación contaba con sus Estatutos —publicados en el periódico el 11 de abril—, una “Exposición” de los fines que se proponía, y el nombre de la dirigencia, integrada por los Trece protestantes, de la cual su Director Primero lo era el propio Rubén, además de otros intelectuales aceptados como miembros activos. Poco más tarde, de esta misma dirigencia, se creo el Grupo Minorista, que sumó a otros muchos intelectuales, tal antes lo había dicho Rubén.

No cabe duda alguna que aquellos participantes de la Protesta de los Trece fueron la vanguardia de estas agrupaciones de intelectuales, las cuales fueron incrementándose con el tiempo. Muchos de ellos no llegaron a mantener posiciones progresistas o de izquierda y, a la postre, enraizaron hacia las derechas. Fue Rubén quien se destacó como revolucionario de primera línea, y años después llegó a dirigir la Huelga General que en 1933 diera al traste con la dictadura de Gerardo Machado (1871-1939). Sin embargo, aunque no todos tuvieron el mismo coraje ni la misma actuación, en la Revolución Cubana nos acompañaron algunos de estos otrora “jóvenes intelectuales” y que después de 1959 fueron unos “intelectuales beneméritos”, como Juan Marinello, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta y Luis Gómez Wangüemert.

Tallet me llegó a mostrar dos recortes que tenía acerca de consideraciones sobre el papel de los integrantes de la Protesta de los Trece. Uno, de Juan Marinello, y otro, de alguien que, aunque mantuvo una postura política diferente, sí supo aquilatar con limpieza todo aquello que sirviera para hacer brillar la Historia de Cuba, Ramiro Guerra (1880-1970).

Dijo Juan Marinello Vidaurreta:

La Protesta de los Trece es la primera expresión política de nuestros intelectuales, como grupo definido. Acierta Rubén al escribir que la Protesta «dio una forma de sanción y actividad revolucionaria a los intelectuales cubanos». Hasta entonces habíamos contado con pensadores y artistas de muy alta calidad ofreciendo ejemplos de vigilancia patriótica. Algunos nombres marcan la ruta: Heredia, Martí, Sanguily, Varona…, pero en la ocasión que evocamos apunta por primera vez, un sentido colectivo nacido de la inserción profesional. El hecho de que la mayoría de los protestantes, como también de los firmantes del Manifiesto Minorista, se pasasen al enemigo, no resta significación a la naturaleza del gesto.

El impulso surgido de la Protesta sirvió —por encima de las esperadas y numerosas deserciones— para afirmar en las gentes de pensamiento y sensibilidad un sentido de responsabilidad social que pronto creció en conciencia, orientación y militancia.

Por su parte, Ramiro Guerra escribió:

En aquel gesto puede decirse que cuajó el ideal más alto de la revolución: libertad para pensar, para ser, para afirmar la personalidad. Hasta entonces habíamos dispuesto en nuestros juicios, de una escala de valores seudocoloniales a base de convencionalismo, de respeto, de cobardía frente a lo insincero y falso; a partir de aquel momento tuvimos otra medida llena de audacia y de juvenil insolencia y, al mismo tiempo, de elevada rectitud moral. Después de aquella tarde nadie se sintió seguro en la posesión de una reputación legítima. Cada hombre debía ser capaz de resistir los recios martillazos de la verdad.

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