En los últimos meses ha sorprendido tanto a los cibernautas cubanos, como a los diplomáticos extranjeros residentes en Cuba, la manera desembozada en que tanto el Departamento de Estado desde Washington, como su embajada en La Habana, han incorporado a su rutina diaria al emisión de juicios y opiniones sobre la realidad interna cubana, que publican y reiteran sin ningún pudor. Aunque la práctica ha abarcado a varias plataformas, se ha hecho más presente en Twitter, la que se supone que es menos popular que Facebook, pero donde teóricamente están más presentes funcionarios de gobierno, académicos y decisores de diversa índole.
Este ejercicio digital, que ahora tiene más intensidad que durante el desorden de Trump, empezó a hacerse más presente en la misma medida en que los soñadores del fin de la Revolución Cubana sintieron que los estragos de la pandemia de la COVID19, de conjunto con el daño provocado por las medidas coercitivas unilaterales (bloqueo), causarían un estallido social en Cuba.
El Departamento de Estado y su representación diplomática en La Habana dejaron sus huellas por todas partes en los sucesos anteriores y posteriores al 11 de julio, pero aún así tuvieron cierto recato en aquellos días, para impedir ser vistos como los manejadores directos de los “manifestantes”. En la medida en que los días fueron pasando y los “líderes” de aquellos eventos fueron comprando boletos de avión para radicarse al exterior y se descalificaron de forma pública entre ellos, los burócratas estadounidenses desde el Potomac se sintieron en la necesidad de consumar un mayor protagonismo, lo cual se hizo traumático mientras se acercaba la fecha del 20 de noviembre (que después fue 15).
Para este último espectáculo habían vendido entradas a altos precios y enfrentaban el peligro de que no hubiera puesta en escena, como en efecto sucedió. Ocurrió el hecho más temido por los titiriteros: se cae la escenografía del guiñol y el público infantil ve finalmente que las marionetas no tienen vida propia, sino que son manejadas por otros.
Hasta hoy no se conoce si las principales apuestas sobre el probable holocausto antillano se hicieron desde La Habana, o en Washington. Lo cierto que desde el Departamento de Estado se enviaron pronósticos a la Oficina del Consejero de Seguridad Nacional y de ahí a la Casa Blanca. Este intercambio intenso de memos y propuestas, trajo como resultado la apertura de las arcas de la USAID y, sobre todo a partir de septiembre del 2021, empezaron a fluir más fondos para comprar videos, declaraciones, comentarios en blogs y cuanta otra tramoya fuera necesaria para presentar al mundo y a la opinión pública estadounidense un estado de cosas virtual sobre Cuba.
Después de todo, si un alto por ciento de la población estadounidense aún considera que las elecciones presidenciales del 2020 fueron “robadas” delante de sus narices, cómo no pensar que un por ciento similar tomara como verdad el cintillo de que el pueblo cubano se había sublevado y que los que no lo hicieron fueron contenidos por la represión. Si durante cuatro años el Departamento de Estado insistió en que sonidos inexistentes crearon enfermedades imposibles de diagnosticar en su personal diplomático en La Habana, y mucha gente lo creyó, entonces cómo no asimilar que el gobierno cubano atacaría a su propia gente, con un poquito de reiteración.
Y en esta circunstancia las autoridades estadounidenses dieron muestras, una vez más, que el entramado multilateral que ha construido la humanidad para poder sobrevivir les resulta útil, sólo si avala la existencia de un único polo de poder. ¿Convención de Viena?, ¿respetar los asuntos internos de otros países?, ¿observar los límites de la soberanía de otros?, pequeños detalles.
Y así, a teatro vacío, los funcionarios del DOS (por sus siglas en inglés) se han quedado tocando en Twitter la partitura que estaba escrita para terceros. La diferencia con otras crisis construídas en varios países es que en aquellas la infantería ha sido local y la artillería ha actuado desde lo lejos. Pero en este caso, los conspiradores se quedaron casi sin infantería y han tenido ellos mismos que asumir ese papel, aunque sea de forma virtual.
De nuevo, a falta de evidencias, pruebas, grabaciones y fotos, los tuits de la división del hemisferio occidental del Departamento de Estado han llenado ese espacio. Por cierto, la escasez de fotos que sustentaran sus teorías fue resuelta de una manera magistral: usar como suyas, para apoyar la tesis de la rebelión, las fotos que testificaron masivamente el apoyo de la mayoría del pueblo cubano a sus autoridades. Para ellos no es robo, eso se llama tomar prestado sin conocimiento del dueño.
Pero cuando alguien decide olvidar las normas a las que se obligan los servicios diplomáticos de todos los países, se pasa por alto también que en dicho ejercicio se practica todos los días la reciprocidad. ¿Qué habría sucedido si algún representante oficial cubano, o simplemente un ciudadano de ese origen se hubiera involucrado en las manifestaciones por el asesinado de George Floyd?, ¿qué conmoción habría causado que un cubano, fuera agricultor o artesano, hubiera estado presente en la barrida policial del parque Lafayette justo frente a la Casa Blanca, durante el 2020?. Por cierto, si hubo ciudadanos de origen cubano presentes en los hechos del 6 enero del 2021 en el Capitolio, pero eran miembros de la organización Proud Boys, quienes antes y después de aquellos hechos fueron a mostrar su masculinidad ante la embajada cubana con obscenidades y gestos abrasivos.
Es decir, con su actuación irresponsable en las redes sociales, y en especial en Twitter, la cancillería estadounidense y sus empleados han abierto de par en par una puerta para que otros puedan hacer lo mismo respecto a sus problemas internos. Pero Cuba no ha hecho uso de esa oportunidad, ni lo hará, por respeto a las normas de convivencia internacional y, más aún, por respeto a aquellos que han luchado por la reivindicación de sus derechos en aquel país durante décadas, de manera genuina y sin necesidad de los guíen o dirijan desde el exterior.
Pero el antecedente quedará reflejado para la academia, o para terceros que en el futuro les podrán decir: de qué te quejas si le hiciste lo mismo a los cubanos. Son los riesgos que se corren cuando la arrogancia se deborda.
Además de la ocurrencia del hecho en sí, resulta interesante apreciar su calidad. Cuando de manera mecánica se reiteran básicamente los mismos textos, cuando el copia y pega entre el Departamento de Estado y su embajada es tan evidente, cuando las contradicciones entre cifras y supuestas fuentes casi no hay que explicarlas, entonces cabe preguntar si el que incurre en tales errores lo hace simplemente por falta de capacidad creativa, o para demostrar que están “cumpliendo una indicación”. Y ciertamente esa duda nos queda.
Lo otro es construir una llamada “línea del tiempo” para principiantes, la cual en si misma desacreditaría a las fuentes de los mencionados bombardeos digitales. La citada división de asuntos del hemisferio occidental, que teóricamente atiende y se conmueve por lo que sucede en más de 30 naciones y territorios, ha enmudecido de manera reiterada en momentos en que se han producido asesinatos masivos en la región, cuando se ha atacado el orden constitucional en varios países, cuando carteles de narcotraficantes han estremecido ciudades enteras, cuando se han descubierto tumbas masivas, o ante las barbaridades cometidas por traficantes de personas. Al parecer esas son realidades inherentes del sistema democrático que promueven junto a sus servidores de la secretaría de la OEA, en los que no es necesario reparar porque no son noticia. Pero para Cuba hay otras normas.
Sin embargo, los que dominan las técnicas para comprender qué sucede realmente en las redes se fijan en otros detalles interesantes. Cuántos retuits han generado estos mensajes abrasivos e irrespetuosos contra Cuba, cuántos likes (o me gusta), cuantas impresiones (veces que un contenido se ha visto), cuántas interacciones de los internautas. Todos estos datos, tomados en su conjunto, demostrarían que el irrespeto por la soberanía de otros ha sido estéril, la atención generada con la repetición goebbleliana de los contenidos ha sido mínima, si nos atenemos a los totales de la población en Cuba, en EE UU y mundial, incluso de Hialeah.
No se puede evitar que el subconsciente compare este ejercicio con lo sucedido meses después de la derrota estadounidense en Playa Girón (Bay of Pigs para ellos). La CIA (y no hemos hablado de la agencia en este texto) había instalado meses ante en la Isla de Swan una emisora de radio (no hay que agregar que ilegalmente), la cual debía garantizar con su propaganda que el pueblo agredido de Cuba recibiera con los brazos abiertos a los miembros de la Brigada 2506, popularmente conocidos como mercenarios. El caso es que ya derrotados estos y bajo custodia de las autoridades cubanas, Radio Swan seguía emitiendo llamados a “quemas los cañaverales” y a “avanzar sobre la capital”. Es difícil no recordar el antecedente.
Lo otro es que la burocracia estadounidense como promedio no está bien pagada en comparación con los salarios del mundo no oficial. Hay funcionarios, a veces al final de sus carreras, que se preocupan por su jubilación y vida futura, razón por la que a veces ponen un énfasis en sus actuaciones, más allá de lo que explica la racionalidad común. Y es que en eso de ser muy enfático en los ataques contra Cuba, con un gozo específico y más allá de las instrucciones, también viene a la memoria el caso de James Cason, un ex jefe de oficina de intereses en La Habana, quien a inicios de este siglo se caracterizaba por su estridencia, que lo marginó incluso respecto al resto de los diplomáticos residentes en La Habana. En reiteradas ocasiones funcionarios extranjeros y visitantes se preguntaban la razón de su actuación, más cuando sabían que no tenía la más mínima posibilidad de ascenso en el ranking diplomático estadounidense. Y la explicación vino después de su partida: Cason aspiró y fue electo al cargo de alcalde Coral Gables, Florida, emporio de los remanentes de la rancia burguesía cubana y otros que no lo fueron pero aspiraban.
Y por favor, no considerar que este caso es único ni esporádico. Varios años antes de Cason, el Sr Dennis Hayes, que había sido nada más y nada menos que Coordinador del Buró Cuba en el Departamento de Estado, fue contratado por la Fundación Nacional Cubano Americana como jefe de su oficina en Washington. Dicho de otra manera, cuando se trata de la “causa” contra Cuba, con frecuencia las líneas de la decencia se cruzan, los códigos de ética (de existir) no se cumplen, y es difícil saber quién le paga el salario a quién y decir en definitiva quién es el boss (jefe).
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Sugiero revisar la ortografía y la redacción del texto. Se nota que fue escrito y no revisado.