Defensa del miocardio inocente
Para impugnar la tesis de una verdad ficticia
vulgarizada en versos desprovistos de lógica,
quiero hablar en el nombre de la Santa Justicia
y de la respetable justicia fisiológica.
Corazón: los poetas -rubios de candideceste
rellenaron firme de goces y pesares.
¡Tú, que tan sólo sirves para “vivir”!… y, a veces
para rimar sonoras consonantes vulgares.
Tú, apenas responsable de una inquietud atáxica
pues isócronamente, un día y otro día,
preso en la celda ósea de la jaula torácica
mueves tu mecanismo vil de relojería.
¡Pobre músculo hueco, viscera miserable!
Automática bomba aspirante-impelente;
¡centro de las calumnias!… Mientras el Gran Culpable
se alberga tras la sabia protección de la frente.
El es —¡esclavo dócil!— tu inexorable dueño;
él es tu noria férrea —¡asno del organismo!—;
y es padre y receptáculo de Realidad y Ensueño,
y abismo de mentiras y Verdad del Abismo.
Alza sobre tus largos instantes de fatiga
como una superpuesta colocación de lápidas.
Maneja su rendaje de nervios y te obliga
a galopar tus sístoles y diástoles más rápidas.
Él va, versátilmente, canturreando en tus pulsos
en sus jineterías de señor enigmático:
el freno neumogástrico reprime tus impulsos
o te castiga el anca la fusta del “simpático”.
Tu sencillez ingenua, de cuatro cavidades,
no sospecha la causa de sus resoluciones;
y él ofrece a la espira de las complejidades
un enmarañamiento de circunvoluciones.
En verdad: es el Padre de todo impulso noble:
-estas sinceridades son suyas, al ser míaspero
es tan falso siempre, corazón ¡que hasta es doble!
¡Doble como la imagen de las hipocresías!
Y tú, en el hacecillo miológeno inconsciente,
sufres tus reducidas fronteras autonómicas…
¡Obrero infatigable! ¡Miocardio inocente!
vapuleado en poéticas absurdidades cómicas!…
¡Ah, lo confieso!; un tiempo agravé tu calvario:
te “di” con mano pródiga de adolescente loco,
abusé de tu manso papel de proletario,
te puse en consonancias… ¡y me “doliste” un poco!
Pero ya basta: usando mi poquito de ciencia,
con algo de abogado y con mucho de artista,
proclamo la solemne Verdad de tu Inocencia,
con revolucionario criterio socialista.
Que ya, cuando me aburran consonancias y ripios
y me canse tu danza de impenitente músico,
te llevaré a una huelga de sólidos principios.
¡Oh, persuasión ingénita en el ácido prúsico!
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