Defensa del miocardio inocente. Por Rubén Martínez Villena

 

Defensa del miocardio inocente

Para impugnar la tesis de una verdad ficticia
vulgarizada en versos desprovistos de lógica,
quiero hablar en el nombre de la Santa Justicia
y de la respetable justicia fisiológica.

Corazón: los poetas -rubios de candideceste
rellenaron firme de goces y pesares.
¡Tú, que tan sólo sirves para “vivir”!… y, a veces
para rimar sonoras consonantes vulgares.

Tú, apenas responsable de una inquietud atáxica
pues isócronamente, un día y otro día,
preso en la celda ósea de la jaula torácica
mueves tu mecanismo vil de relojería.

¡Pobre músculo hueco, viscera miserable!
Automática bomba aspirante-impelente;
¡centro de las calumnias!… Mientras el Gran Culpable
se alberga tras la sabia protección de la frente.

El es —¡esclavo dócil!— tu inexorable dueño;
él es tu noria férrea —¡asno del organismo!—;
y es padre y receptáculo de Realidad y Ensueño,
y abismo de mentiras y Verdad del Abismo.

Alza sobre tus largos instantes de fatiga
como una superpuesta colocación de lápidas.
Maneja su rendaje de nervios y te obliga
a galopar tus sístoles y diástoles más rápidas.

Él va, versátilmente, canturreando en tus pulsos
en sus jineterías de señor enigmático:
el freno neumogástrico reprime tus impulsos
o te castiga el anca la fusta del “simpático”.

Tu sencillez ingenua, de cuatro cavidades,
no sospecha la causa de sus resoluciones;
y él ofrece a la espira de las complejidades
un enmarañamiento de circunvoluciones.

En verdad: es el Padre de todo impulso noble:
-estas sinceridades son suyas, al ser míaspero
es tan falso siempre, corazón ¡que hasta es doble!
¡Doble como la imagen de las hipocresías!

Y tú, en el hacecillo miológeno inconsciente,
sufres tus reducidas fronteras autonómicas…
¡Obrero infatigable! ¡Miocardio inocente!
vapuleado en poéticas absurdidades cómicas!…

¡Ah, lo confieso!; un tiempo agravé tu calvario:
te “di” con mano pródiga de adolescente loco,
abusé de tu manso papel de proletario,
te puse en consonancias… ¡y me “doliste” un poco!

Pero ya basta: usando mi poquito de ciencia,
con algo de abogado y con mucho de artista,
proclamo la solemne Verdad de tu Inocencia,
con revolucionario criterio socialista.

Que ya, cuando me aburran consonancias y ripios
y me canse tu danza de impenitente músico,
te llevaré a una huelga de sólidos principios.
¡Oh, persuasión ingénita en el ácido prúsico!

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