El caso Wikileaks
Christian Christensen
La difusión de los “Diarios de la Guerra Afgana” en Wikileaks (http://wikileaks.org/wiki/Afghan_War_Diary,_2004-2010), con notas publicadas en The Guardian (www.guardian.co.uk/world/the-war-logs), The New York Times (www.nytimes.com/interactive/world/war-logs.html) y Der Spiegel (www.spiegel.de/international/world/0,1518,708314,00.html), gracias a un acuerdo con Wikileaks, fue noticia en el mundo entero. Le Monde diplomatique, conjuntamente con Owni y Slate.fr, también ofreció los documentos online a través de un sitio de Internet especial (http://app.owni.fr/warlogs/). Las consecuencias en materia de seguridad de la filtración de este material se discutirán durante años. Mientras tanto, la publicación de más de 90.000 documentos ha generado un debate sobre el poder creciente del periodismo digital (http://en.wikipedia.org/wiki/Digital_journalism) y de los medios sociales. Muchas de las discusiones están arraigadas en lo que denomino mitos digitales o de Internet; mitos arraigados, a su vez, en nociones deterministas y románticas de la tecnología.
Mito 1: El poder de los medios sociales
A los comentaristas y los expertos en medios se les suele preguntar qué significa el caso Wikileaks respecto del poder de los medios sociales en la sociedad contemporánea, especialmente en la cobertura de una guerra (www.huffingtonpost.com/phil-bronstein/the-wikileaks-incident-ho_b_527788.html). La pregunta no tiene nada de malo, pero ilustra una tendencia problemática que ubica todas las formas de medios sociales (blogs, Twitter, Facebook, YouTube, Wikileaks) bajo un mismo paraguas enorme. El mito es que los medios sociales son homogéneos en virtud de sus tecnologías. Pero Wikileaks no se parece en nada a Twitter o YouTube. Lo que lo separa de otras formas de medios sociales es el proceso de revisión por el que debe pasar el material presentado para ser subido al sitio (www.thelocal.de/society/20100730-28855.html). Esto podría parecer un detalle, pero da justo en el centro de las nociones “tecno-utópicas” de un “espacio común abierto” donde cada uno y cualquiera puede postear (casi) todo para que lo lean, escuchen y vean todos.
El verdadero poder de Wikileaks no reside tanto en la tecnología (ayuda, pero hay millones de otros sitios en Internet dando vueltas) como en la confianza de los lectores en la autenticidad de lo que leen; ellos creen que quienes trabajan en Wikileaks avalan la veracidad del material. Hay literalmente centenares de videos de Irak y Afganistán en YouTube que muestran a las fuerzas de coalición participando en actos de agresión cuestionables y en algunos casos obviamente ilícitos (www.youtube.com/watch?v=LoFq9jYB2wo). Sin embargo, ninguno de esos clips tuvo un impacto como el del único video subido por Wikileaks (www.youtube.com/watch?v=5rXPrfnU3G0) donde se muestra a un montón de civiles (y dos periodistas de Reuters) abatidos por artillería aérea de alta potencia en un suburbio de Bagdad. ¿Por qué? Porque si bien la apertura total puede ser atractiva en teoría, la información sólo es valiosa en la medida en que es confiable, y Wikileaks tiene montada una estructura de revisión organizativa que Twitter, Facebook, YouTube y la mayoría de los blogs (por razones obvias) no. No todos los medios sociales son creados de la misma manera y por lo tanto su poder dista de ser igual.
Mito 2: El Estado-nación agoniza
Si hay algo que nos enseñó el caso Wikileaks es que el Estado-nación con toda seguridad no está en decadencia. Buena parte del discurso que rodea a Internet y, en particular, a los medios sociales, gira en torno de la premisa de que actualmente vivimos en una sociedad digital sin fronteras.
La noción de un Estado-nación en decadencia ha tenido mucha repercusión en ciertos ámbitos del mundo académico en los últimos años, pero los hechos de las últimas semanas deberían hacernos reflexionar. Quienes están a cargo de Wikileaks entienden claramente el papel vital del Estado-nación, sobre todo en lo que se refiere a la ley. A pesar de la afirmación de Jay Rosen, especialista en medios de la Universidad de Nueva York (http://journalism.nyu.edu/pubzone/weblogs/pressthink/2010/07/26/wikileaks_afghan.html), de que se trata de “la primera organización de noticias mundial sin Estado”, Wikileaks tiene un fuerte vínculo territorial.
Wikileaks está semi-oficialmente radicado en Suecia y cuenta con toda la protección ofrecida a los denunciantes y las garantías relativas al anonimato de las fuentes conforme al derecho sueco (www.euractiv.com/en/infosociety/sweden-gives-legal-shelter-controversial-wikileaks-site-news-426138). Tal como informó The New Yorker en junio de 2010 (www.newyorker.com/reporting/2010/06/07/100607fa_fact_khatchadourian), Wikileaks está conectado a un ISP (Proveedor de Servicio de Internet) sueco llamado PRQ (http://prq.se/?intl=1). El material presentado a Wikileaks primero pasa por PRQ y luego por servidores ubicados en Bélgica. ¿Por qué Bélgica?, se pueden preguntar. Porque Bélgica tiene la segunda legislación más fuerte en materia de protección de fuentes. Y el fundador de Wikileaks, Julian Assange, eligió Islandia como ubicación para decodificar la filmación aérea en video de las matanzas en Bagdad. Islandia sancionó recientemente la Iniciativa Islandesa de Medios Modernos (http://www.immi.is/?l=en), concebida para que el país sea un refugio global para los denunciantes, el periodismo de investigación y la libertad de expresión.
Además de Wikileaks, otros acontecimientos recuerdan la importancia de los Estados y las leyes en el fluido mundo digital: las recientes decisiones de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita de instigar el bloqueo de la función de mensajes en los dispositivos BlackBerry (www.bbc.co.uk/news/technology-10866417), o el bloqueo aparentemente infinito de YouTube Turquía (www.csmonitor.com/From-the-news-wires/2010/0627/Internet-censorship-alive-and-well-in-Turkey-YouTube-some-Google-sites-blocked). Si bien es cierto que la estructura de Wikileaks está montada para eludir las leyes de determinados países (mediante la tecnología digital), también hace uso de las leyes de otros países. Wikileaks no ignora la ley; simplemente traslada todo el juego a lugares donde las normas son distintas.
Mito 3: El periodismo está muerto (o casi)
Los informes de la muerte del periodismo han sido muy exagerados (parafraseando a Mark Twain). El caso Wikileaks expresa el poder de la tecnología para hacernos repensar qué significa para nosotros “periodismo” a comienzos del siglo XXI. Pero también consolida el lugar del periodismo convencional dentro de la cultura contemporánea. Wikileaks decidió entregar los documentos afganos a The Guardian, The New York Times y Der Spiegel semanas antes de que fueran publicados online, –fuentes de medios convencionales y no a publicaciones “alternativas” (presumiblemente afines) como The Nation, Z Magazine o IndyMedia–. La razón es seguramente que las tres fuentes convencionales de noticias son las que establecen la agenda informativa internacional. Pocas fuentes (dejando de lado empresas de radio y televisión como la BBC o CNN) tienen tanta influencia como The New York Times y The Guardian; y el hecho de ser publicados en inglés les da mayor visibilidad. La gente de Wikileaks supo darse cuenta de que cualquier publicación de los documentos online sin un contacto previo con fuentes de noticias importantes generaría una precipitación caótica de artículos en el mundo entero.
De este modo, la atención se volvió directamente a los tres diarios en cuestión, donde un gran número de documentos ya había sido analizado y resumido. Y el papel de Wikileaks no se perdió en la avalancha de información. En la tesis de la muerte del periodismo (como en la de la muerte del Estado-nación), se confunde cambio con eliminación. La publicación de los Diarios Afganos muestra que el periodismo convencional todavía mantiene una buena cuota de poder, pero la naturaleza de ese poder cambió (respecto de 20 o 30 años atrás). Un ejemplo es el relato que hizo el editor ejecutivo Bill Keller del contacto entre el personal editorial de The New York Times y la Casa Blanca luego de la publicación de los documentos: “A pesar de condenar fuertemente a WikiLeaks por publicar estos documentos, la Casa Blanca no sugirió que The Times no debía escribir al respecto. Al contrario, en nuestras discusiones previas a la publicación de nuestros artículos, funcionarios de la Casa Blanca cuestionaron algunas de las conclusiones que habíamos extraído del material pero nos agradecieron por manejar los documentos con cuidado y nos pidieron que instáramos a WikiLeaks a retener información que pudiera costar vidas. Nosotros transmitimos ese mensaje” (www.nytimes.com/2010/07/26/world/26askthetimes.html?ex=1295755200&en=f5e76af6999f3d76&ei=5087&WT.mc_id=NYT-E-I-NYT-E-AT-0728-L5).
Se trata de una declaración sorprendente por parte del editor ejecutivo del diario más respetado de Estados Unidos. Por dos razones. La descripción del encuentro muestra orgullo por el elogio de la Casa Blanca, enfrentada con las ideas tradicionales de la prensa como contralor de los que están en el poder. Segundo, el papel de The New York Times como intermediario entre el gobierno estadounidense y Wikileaks ilustra una interesante dinámica nueva de poder en la noticia y la información en Estados Unidos.
En el centro del mito de la muerte del periodismo (y del mito del papel de los medios sociales) se encuentra la suposición de una relación causal entre el acceso a la información y el cambio democrático. La idea de que el mero acceso a la información en bruto lleva de hecho al cambio (radical o de otro modo) es una noción tan romántica como la de que el mero acceso a la tecnología puede hacer lo mismo. La información, como la tecnología, solamente es útil si están presentes el conocimiento y las capacidades necesarias para activar dicha información. Wikileaks eligió sus tres diarios no porque representaran necesariamente almas gemelas ideológicas para Julian Assange y sus colegas, sino porque estaban profesional, organizativa y económicamente preparados para la tarea de decodificar y distribuir el material aportado.
En un mundo digital que se redefine constantemente como no-jerárquico, sin fronteras y fluido, Wikileaks nos recordó que la estructura, las fronteras, las leyes y la reputación todavía importan.
Christian Christensenes es profesor asociado en el Departamento de Informática y Medios en la Universidad de Uppsala, Suecia.
Tomado de Rebelión Traducción de Cristina Sardoy