Batial
Se movía el piano cerrado y rehacía mis voces,
traía ya la exacta melancolía del africo,
ese aire frio de poniente (uno de los doce vientos de los griegos,
alma de las pirámides con las arenas crecidas en las noches).
Y no quedaba de los inmensos acordes sino entelados sordos
en la fugada madera y en mi propio brezal.
Muy pocos momentos quedan para desoírme,
pero esos pocos, llenos de un océano perdido
donde notas erróneas suben y bajan en majestad,
horrísonas, con diédricos desempañes
contra el espeso color del cielo.
Se movía el piano como una vieja barca de papel
que al tocar fondo despierta y desentraña.
Hoy he soñado que, en manos del ciego afinador
daba por fin, como si tal cosa
y a horas extrañas,
el si bemol más hondo de la escala.