Calor expectante
No pienso en mí; pero no llevas mi resguardo,
sino municiones digestivas para dispararme a través del espejo
los pistilos de una brisa menguante que debemos compartir.
Pero tampoco quieres. Me auscultas tan solo y me dejas
trepanadamente listo a ras de los portales brillantes
del casi siempre despedido comienzo de palabra
al final de aquel reguero de columpios donde fuimos niños,
enderezando la penumbra que solo respira muy encorvada,
muy sin alas de mar o de ásperos espacios de concilio.
Piensas como el girasol, pero te llevas lo más lejos posible
de esta inoportuna supervivencia mía, hijastra de la Luna.
Me ruegas que pierda la espalda y ser más fuerte,
más necesario para apagar el sueño, apagando velas.
Yo entonces te miro con otra tos dialogada y general
y me aparto un poco hacia mi nido de algas y verbos muertos:
—Preferiría no hacerlo— te respondería en mi lugar
ya sabes quién.