Desde que comenzó la Pandemia provocada por el nuevo coronavirus y su enfrentamiento en nuestro país, han sido reiteradas las expresiones de reconocimiento a la visión de largo alcance presente en las concepciones de Fidel Castro sobre el rol que debe desempeñar la ciencia en nuestro país.
También se ha agradecido su empeño y audacia para diseñar y poner en práctica un sistema de desarrollo científico y tecnológico de alcance nacional, sostenido en dos pilares fundamentales, la democratización del conocimiento que se traduce en la formación de cientos de miles de profesionales en diversos campos, y la creación de una red de instituciones capaces de agruparlos y garantizar el despliegue de programas y proyectos de investigación, muchos de los cuales eran impensados para países subdesarrollados.
Lo cierto es que el valor de las concepciones de Fidel, y de la obra que forjó, han sido decisivas para el enfrentamiento a la pandemia en Cuba, sobre todo si se tiene en cuenta la complicada situación que atraviesa la casi totalidad de los países lo que en gran medida puede afectar la ayuda solidaria fuera de las fronteras nacionales.
En la complicada situación internacional actual se pone de relieve la importancia de contar con fortalezas endógenas para combatir una enfermedad casi desconocida y de fácil propagación, a la vez que eleva el extraordinario mérito de Cuba concretado en la ayuda internacionalista a otros pueblos azotados por el nuevo coronavirus. Aunque no esté físicamente en este nuevo contexto, la presencia de Fidel no pasa inadvertida.
No es posible en tan pocas páginas reseñar la impronta de Fidel en el campo de la ciencia, legado que se forjó en medio de enormes dificultades por las que ha atravesado el proceso revolucionario cubano asediado por sucesivos gobiernos de Estados Unidos. En esas condiciones uno de sus grandes méritos fue jerarquizar el valor del conocimiento para garantizar el futuro. De ahí se desprende su empeño para lograr el acceso masivo a la educación y a la cultura, concebidos como derechos humanos fundamentales y base para nuestra soberanía, independencia y desarrollo económico.
A ello se suman su confianza en las potencialidades intelectuales y éticas de los cubanos, su capacidad para analizar los contextos históricos y su voluntad para plantearse audaces metas y para trabajar en su consecución. Son convicciones y capacidades que condicionaron una inédita hazaña: lograr que un pequeño país subdesarrollado y bloqueado por la principal potencia imperialista mundial se adentrara con solidez por los complejos caminos de la ciencia.
Ello fue posible por su visión integral de la sociedad y la cultura, por sus concepciones que constituyen un sistema en el que educación, cultura y ciencia no se proyectan por separado.
Una de sus primeras pautas para trazar la política científica de la Revolución, – con un alcance hasta el presente y para el futuro-, fue su intervención el 15 de enero de 1960, con anterioridad a sus célebres Palabras a los Intelectuales y al despliegue de la Campaña de Alfabetización en 1961. Se trata de su discurso en la Sociedad Espeleológica de Cuba, ocasión en la que se le otorgó el título de Socio de Honor de esa entidad científica, una de las pocas que existían en el país.
Esa intervención tuvo lugar en momentos en que la radicalización de la Revolución era palpable, lo que provocaba diversas acciones contrarrevolucionarias, incluyendo el éxodo masivo de profesionales. En correspondencia con su capacidad para interpretar los contextos históricos, Fidel proyectó sus concepciones sobre el rol de la ciencia, el pensamiento y la inteligencia para el desarrollo del país. Allí es donde pronunció una sentencia de largo alcance que sigue conmoviéndonos y comprometiéndonos:
“El futuro de nuestra patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia, tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento, porque precisamente es lo que más estamos sembrando; lo que más estamos sembrando son oportunidades a la inteligencia; ya que una parte considerabilísima de nuestro pueblo no tenía acceso a la cultura, ni a la ciencia”.
Con su extraordinaria sensibilidad humanista desde entonces se comprometió a revertir el olvido al que estaba sometida la ciencia en la república neocolonial y reconoció que lograr desarrollo científico formaba parte de los objetivos de la revolución, no solo desde el punto de vista socioeconómico, sino en materia de justicia social. A la vez hizo patente su compromiso de promover políticas para el cultivo de las inteligencias y para el desarrollo de la ciencia y del pensamiento:
” ¡Cuántas inteligencias se habrán desperdiciado en ese olvido! ¡Cuántas inteligencias se habrán perdido! Inteligencias que hoy se incorporarán a la vida de su país; inteligencias que hoy se incorporarán a la cultura y a la ciencia, porque para eso estamos convirtiendo las fortalezas en escuelas; para eso estamos construyendo ciudades escolares; para eso estamos llenando la isla de maestros, para que en el futuro la patria pueda contar con una pléyade brillante de hombres de pensamiento, de investigadores y de científicos.”
Su proyección se hizo realidad y hoy ha sido una de las fortalezas que ha propiciado lograr el mayor control posible de la propagación del nuevo coronavirus en nuestro país, fundamentalmente con recursos humanos, medicamentos, tecnologías y protocolos propios.
No es fácil sintetizar la obra de Fidel en el campo de la ciencia, y de las investigaciones biomédicas en particular, en el despliegue de proyectos tecnológicos y de innovación y en la protección de los recursos naturales y el medio ambiente. Pero sin lugar a dudas sus aportes y logros son palpables en los altos índices de desarrollo científico que hoy Cuba exhibe.
Vale la pena recordar algunos hitos que dan fe de su invaluable obra a favor del desarrollo simultáneo de la cultura, la educación y la ciencia en Cuba revolucionaria.
Es una obra sembrada durante el primer lustro de la Revolución, donde están las raíces de la construcción del socialismo en Cuba. No es casual que bajo su guía e impulso desde 1959 se iniciara una profunda revolución educacional y que en 1961 se desplegara la inédita Campaña de Alfabetización a partir de sus convicciones sobre el importante rol de la participación popular y de los jóvenes en el proceso revolucionario.
Su visión de largo alcance también fue decisiva cuando la nueva institucionalidad creada para el desarrollo de la ciencia se concibió con un sentido inclusivo de la tecnología, la innovación y la protección de los recursos naturales.
Un hito en ese empeño fue la creación de la Academia de Ciencias de Cuba en 1962 con un sentido integrador de todas las esferas y disciplinas de la ciencia, a lo que se unió el despliegue de la reforma universitaria y la creación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CENIC) en 1965, matriz de otras instituciones que fueron desarrollándose durante más de dos décadas.
Desde esos pilares levantados por Fidel la ciencia dejó de ser una actividad de élites o de científicos aislados para convertirse en patrimonio del pueblo a partir de la democratización de la educación. Eso se hizo patente a lo largo de los años 70 y 80 en los que, junto con la creación de universidades y centros de investigación, surgieron entidades como el Fórum de Ciencia y Técnica, las Brigadas Técnicas Juveniles, el Movimiento de Innovadores y Racionalizadores, y otras vinculadas con el movimiento obrero y sindical, con un papel protagónico en la ardua tarea de contrarrestar las negativas consecuencias derivadas del subdesarrollo y del bloqueo de Estados Unidos.
Mención especial merece el impulso, diseño estratégico y presencia fundacional de Fidel en el surgimiento de diversas entidades de investigación en el campo de las ciencias biomédicas y agropecuarias, entre otras, con una proyección interdisciplinaria y colosal visión de futuro. En ese marco sobresale la creación del Sector Biotecnológico a partir de 1981 cuando su despliegue era monopolizado por países del llamado primer mundo. Ahí se encuentra una de las fortalezas cubanas en el actual enfrentamiento al nuevo coronavirus.
Es ese uno de los ejemplos más importantes del alto vuelo y audacia de las proyecciones de Fidel en materia de desarrollo científico que más tarde, en los difíciles años 90 – como en la actualidad – , confirmó lo que el Che Guevara había planteado en 1963 al reconocer su capacidad para asimilar los conocimientos y las experiencias, para comprender todo el conjunto de una situación dada sin perder de vista los detalles. También su fe inmensa en el futuro y su amplitud de visión para prevenir los acontecimientos y anticiparse a los hechos.
Lo que Fidel generó no se limita al rescate de inteligencias, ni a la creación de instituciones científicas, aunque esto solo ya sería un gran mérito. Su gran aporte en este campo ha sido generar una política de desarrollo de la ciencia, la tecnología y la protección del medio ambiente impregnada de valores éticos, con un sentido humanista y de trabajo en equipo, de colaboración interinstitucional, de solidaridad internacional y de promoción de los diversos campos de la investigación científica, incluyendo las ciencias básicas, las ciencias técnicas y nucleares y la esfera de las ciencias sociales y las humanidades.
Esa política tuvo su prueba de fuego en la década de los años 90 del pasado siglo ante la necesidad de potenciar una economía basada en las ciencias para enfrentar los negativos impactos del derrumbe del socialismo en Europa del Este y la URSS y del reforzamiento del bloqueo de Estados Unidos. A la vez para garantizar la independencia y soberanía del país, la supervivencia de la Revolución y las bases para el desarrollo económico en nuevas condiciones nacionales e internacionales.
En aquel contexto la capacidad de previsión de Fidel resultó decisiva cuando expresó que la independencia del país dependía del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Hoy sabemos cuanta racionalidad encierra esa concepción que reforzó a lo largo de los difíciles años 90 cuando planteó que la ciencia, y las producciones de la ciencia deben ocupar algún día el primer lugar de la economía nacional. A la vez, teniendo en cuenta los escasos recursos con que cuenta el país sobre todo los energéticos, trabajó para desarrollar las producciones de la inteligencia y el conocimiento, consciente de que estaban llamados a ocupar un importante lugar.
Su concepción fue validada por acciones concretas que alcanzaron nuevos escalones con la organización de los polos científicos a partir de 1991. Esa forma de integración generó capacidades para potenciar los recursos científicos, tecnológicos y organizativos con que contaba el país y atender programas priorizados que dieran solución a problemas de la sociedad y la economía, la producción de medicamentos y vacunas y el desarrollo de tecnologías de avanzada en el enfrentamiento a problemas de salud y de seguridad alimentaria y nutricional. Hoy sobran las palabras para demostrar que aquella racionalidad ha sido constatada en la práctica social.
De igual forma recordamos su protagónico papel en la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente en 1994 para la proyección de la política científico-tecnológica nacional y la protección del medio ambiente, acorde con las profundas concepciones que expuso en la Conferencia de Naciones Unidas Sobre Medio Ambiente y Desarrollo celebrada en Rio de Janeiro en 1992 que tanto impactaron a la comunidad internacional.
Desde entonces diversos programas continuaron enriqueciendo el quehacer científico nacional, varios de ellos asociados a la Batalla de Ideas que Fidel desplegó en los primeros años del siglo XXI.
Particular significado tiene la obra de Fidel para la comunidad científica cubana, no solo por lo que hizo, sino por lo que su legado aporta al presente y al futuro de nuestro país. Los que de una u otra forma trabajamos en esa comunidad somos parte de los agradecidos por su obra, y frutos de la promoción y siembra de inteligencias que proyectó desde 1960. Hemos tenido el privilegio de vivir y formarnos en la Revolución que él forjó y nuestra identidad profesional tiene su impronta y su huella ética a favor de una ciencia para el mejoramiento humano, para la paz y no para la guerra, para y con el pueblo, guiados por los intereses patrios y con nobles compromisos para el despliegue de solidaridad e internacionalismo.
Tenemos el privilegio de haber sido sus contemporáneos, de vivir su época y muchos de los que integran la comunidad científica cubana tuvieron la oportunidad de interactuar directamente con él, lo que ha influido en la formación de un nada despreciable número de jóvenes investigadores que hoy sobresalen por méritos propios.
Sin desconocer que profesionales formados en Cuba, por diversas razones se desempeñan en otros países, con satisfacción se constata que en esta pequeña isla contamos con una comunidad científica cuantitativa y cualitativamente notable, muy valiosa y comprometida con la estrategia de orden socialista.
En ese empeño la ciencia se convierte en un arma poderosa porque está en manos de miles de profesionales y trabajadores integrados a nuestro pueblo, plagado de hombres y mujeres de mucha experiencia, junto con jóvenes educados y talentosos capaces de llevar adelante la revolución como proceso integral de liberación nacional, antiimperialista y socialista.
Es una comunidad científica que comparte los sueños de Fidel; le impactan sus reflexiones críticas ante lo mal hecho o lo equivocado; entiende la sabiduría que encierra su apuesta por la rectificación permanente. Los valores que él forjó están muy presentes: la consagración al trabajo; el enfrentamiento a cualquier forma de discriminación; la modestia y la honestidad, entre otros.
Los aportes de Fidel sobre el lugar cimero que la ciencia y la comunidad científica cubana hay que cuidarlos como la niña de los ojos. Tienen firme sustentación en el potencial creado por la Revolución bajo su guía, pero requieren del apoyo, del reconocimiento y estímulo institucional y social constantes como el que hoy se hace, a la altura del empeño que el Comandante en Jefe siempre puso en este ámbito crucial para el avance de la construcción del socialismo.
Hoy, cuando una terrible pandemia afecta a millones de personas en el mundo y termina con la vida de cientos de miles en muchos países, se demuestra la necesidad de cambiar los patrones elitistas de desarrollo socioeconómico, científico y tecnológico propios de sociedades donde predomina el neoliberalismo. Al mismo tiempo en varios países el movimiento popular de obreros, campesinos, indígenas, activistas sociales, junto con intelectuales y académicos, retoman la crítica y el enfrentamiento al capitalismo con renovados argumentos. En ese contexto las concepciones de Fidel Castro contribuyen al análisis y a la transformación del injusto orden social imperante en el mundo.
11 de agosto de 2020. Dra. Olga Fernández Ríos. Investigadora Titular del Instituto de Filosofía. Vicepresidenta de la Academia de Ciencias de Cuba