“Constatar, una vez más, que mi padre es recordado con admiración pero, también, con mucho cariño”.* Por Josefina de Diego

 

Quiero comenzar dándoles las gracias por su presencia en este acto, bajo este sol implacable y a pesar de la situación en la que nos encontramos por la pandemia que ha enlutado a tantas familias, en Cuba y en el mundo. Agradecer a las instituciones culturales que con esmero y amor han querido conmemorar el nacimiento de mi padre, un día como hoy, hace cien años. Y destacar el trabajo de la Oficina del Historiador de La Habana y, muy especialmente, al Dr. Eusebio Leal, quien veló sin descanso para que todo se hiciese en tiempo y con calidad.

Josefina de Diego, hija de Eliseo Diego, junto a Alpidio Alonso, Ministro de Cultura de Cuba, después de develar tarja conmemorativa en la casa natal del poeta. Foto: Prensa Latina.

En esta casa nació mi padre. Mi abuelo Constante tenía aquí su mueblería, La Casa Borbolla, que fue, como se explica en el texto de la tarja, un importante centro de reunión de pintores y escritores de la época. En una larga entrevista que le hice a mi padre en 1989, me cuenta, con orgullo:

La Casa Borbolla, además de mueblería y joyería, fue una verdadera “tienda de antigüedades”. A tu abuelo le interesaban más las historias y leyendas que inventaba a propósito de cada objeto (un cofre o un par de pistolas del siglo XVII, digamos) que la posible ganancia de su venta (…). Tu abuelo fue un poeta, en toda la extensión de su persona. Le faltó la formación que yo tuve gracias a él y a mi madre. A él alude la “Historia de un Anticuario”, en el Muestrario del mundo o Libro de las maravillas de Boloña, y a él están referidos tantos y tantos poema míos, como “En el medio mismo del día”, o “Todas las tardes”, por decirte solo algunos.

Unos meses después de su nacimiento, se mudaron para Arroyo Naranjo, en la casa-jardín que mi abuelo nombró Villa Berta, en honor a su esposa. Pero mi padre siguió visitando de niño este lugar, que le fascinaba. Para llegar hasta aquí, en la década de 1920-1929, había que hacer un largo trayecto en coche, que se iniciaba en la Calzada de Bejucal y que, en un tramo del recorrido, empezaba a llamarse Calzada de Jesús del Monte. De esos paseos, de esa mirada atenta y delicada del niño que fue mi padre, comenzaron a surgir, poco a poco, los versos que formarían parte de su primer libro de poemas. Así de importante fue esta casa para él.

Los cien años de mi padre se cumplen en un momento de gran angustia y tensión. Pero eso no ha impedido que se celebre la fecha, de muy variadas formas. Constantemente llegan a mi correo electrónico hermosos testimonios de personas que lo conocieron. Desde que murió, hace ya veintiséis años, generación tras generación de jóvenes poetas, lectores, investigadores, se han acercado a su obra con gran respeto y fervor. Amigos entrañables en otros países, como México, Perú, Colombia, lo recuerdan en estos días en las plataformas digitales. En España publicaron, por primera vez, completo, su poemario En la Calzada de Jesús del Monte, y otras editoriales de ese país, también de Francia e Italia, se han sumado a este homenaje, al igual que fundaciones culturales e instituciones académicas de los Estados Unidos.

Es muy emocionante para mí constatar, una vez más, que mi padre es recordado con admiración pero, también, con mucho cariño. En lo que me dicen, en lo que me escriben, se siente una gran alegría, hay como un deseo generalizado de festejar su llegada a este mundo. Y eso me conmueve profundamente.

Mi padre, como muchos saben, fue un hombre de sólidas convicciones religiosas. En un pasaje de la Biblia, en un momento del Eclesiastés, se dice: “Todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su tiempo (…): tiempo de sembrar y tiempo de recoger lo sembrado”. Y, entonces, al ver estas manifestaciones de afecto hacia él, pienso que mi padre sembró bien, y dejó, además de sus poemas y escritos, un recuerdo cálido y amable entre los que lo conocieron.

En una fecha como esta, quiero mencionar, muy especialmente, a mi madre y a mis dos hermanos, que debían estar hoy conmigo, pero se marcharon muy pronto: Rapi con 56 años y Lichi con 59. A mi lado están, sin embargo, no me cabe la más mínima duda, y me acompañan siempre desde ese “otro reino frágil” del que hablaba mi padre en uno de sus últimos poemas.

Mi madre vivió con su familia en diferentes lugares de esta bella ciudad, hasta que, finalmente, se radicaron en la calle Neptuno, casa muy querida para ella y para su hermana Fina, lugar donde vivieron sus momentos más felices y enamorados. Quiero terminar estas palabras con un soneto de mi padre dedicado a las calles de esta Habana que tanto quiso ‒ciudad que hoy lo honra, en representación de toda la Isla‒, poema en el que enumera esas calles por las que él y mi madre pasearon tantas veces junto a Fina y a Cintio, y a sus inolvidables amigos, Agustín Pi y Octavio Smith.

A MIS CALLES DE LA HABANA (De: Inventario de asombros)

A Bella

Calles de la Concordia y la Amargura,

de Peña Pobre y Soledad, urgidas

de cal y brusco sol, donde perdidas

colmáronme las horas la estatura;

hermanas todas de la calle pura,

la más feliz de cuantas ya son idas

en Roma y Cuzco y las demás que olvidas

tan pronto tú, memoria eterna, oscura;

es a vosotras que agradezco el día

que dio lumbre a la joven que es ahora

la mejor parte de la vida mía;

y aunque el vago crepúsculo desdora

vuestros muros y ya la tarde es fría,

mi lucecilla os salva y enamora.

*PALABRAS EN LA DEVELACIÓN DE LA TARJA EN LA CASA NATAL DE ELISEO DIEGO, COMPOSTELA No. 318, ESQUINA A OBRAPÍA, Jueves 2 de julio, 2020.

 

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