Preludios
El aura del círculo hace girar la rueda.
Juana García Abás
Lloraba el sueño en el desierto,
lloraba el viento en la cálida tiniebla,
lloraba el mar en la luz blanca y negra de su espejo.
Somos lo que ha quedado de esos llantos,
esfinges a medio moler que se sientan a pensar
y que a veces se duermen
mientras pasa la ligera brisa de la eternidad.
Pero no hay Odisea sin tardanzas.
Esto ya lo hemos respirado bien,
y hasta troceado en firmamentos.
Madrugar bajo esa misma cascada de gaviotas,
madrugar sobre la conjunción del tigre con la noche,
madrugar como si nada más existiera ese vértigo,
inflamando la blancura empobrecida.
La fiebre siempre recuerda lo violeta,
la promesa de la promesa,
meteoromancia de los resucitados;
la virtud de los partos dolorosos hechos en silencio
cuando ha pasado ya el crepúsculo y hasta la medianoche…
Si lo has visto todo no has visto nada.
Ve de nuevo y mira como irrumpen en orbes y orbes
los hilos de sal, las brisas verdaderas, la bondad
que se interpone, lo incurable que fluye al detenerse,
o el bien, que es tan efímero, en sus cajitas de papel,
o el pico insaciable de las aves nocturnas que aletean
tocando en la puerta redonda de comedias ambulantes.
Pero lo mejor es querer espinas;
el camino, familia de la serpiente, siempre se retuerce,
y en eso consiste su inquebrantable rectitud:
sembrar hijos y cruces emplumadas,
intensísimos incendios de ternuras divididas
para que jamás falten las estrellas.