Iroel Sánchez
Se han dado a conocer los territorios más peligrosos para el ejercicio del periodismo en el mundo. América Latina marcha a la cabeza de los asesinatos de periodistas con 35 de los 105 casos de este tipo registrados en el 2010. México, con 14 asesinatos, Honduras con 9 y Colombia con 4 son los países que más aportan a esa poco privilegiada condición.
Es lógico que -como se ha denunciado en México- esto genere un clima de autocensura e inseguridad para los profesionales de la comunicación que explica los silencios en determinados temas. Contrasta el caso de Cuba, donde no se documenta ningún hecho de sangre contra periodistas y sin embargo el año está terminando con extraños silencios, especialmente entre los corresponsales extranjeros acreditados en la Isla.
Mientras en el mundo entero las revelaciones de los cables despachados por las embajadas norteamericanas ocupan a las agencias de prensa, las corresponsalías desde La Habana, teniendo material de altísimo interés, hablan de otra cosa. El hecho resulta aún más inquietante porque precisamente son los propios funcionarios norteamericanos quienes reconocen en esos documentos la nula influencia de la llamada “disidencia”, más allá de diplomáticos y prensa acreditada en Cuba. O sea, que -según los diplomáticos de Estados Unidos- entre periodistas y funcionarios extranjeros han construido el estrellato de personajes que ahora aparecen en los documentos dados a conocer por Wikileaks descalificados por sus propios patrocinadores. No hay una aparición en una esquina de La Habana de estos personajes que los grandes medios no hayan reportado ni un premio –grande o pequeño- por el que hayan dejado de entrevistarlos, y ahora que son protagonistas en los documentos de los que está hablando todo el planeta, muy pocos hablan de ellos. Incluso, el sitio Cubadebate les ha facilitado el trabajo habilitando un espacio con las traducciones literales de los cables más relevantes sobre Cuba.
Sin dudas, alguien amenaza a los corresponsales, al extremo de que la mayoría no puede ocuparse de quienes ellos mismos han contribuido a hacer famosos. Es obvio que no son las autoridades cubanas, que estarían felices de que se divulgue lo que han estado denunciando durante años y ahora los cables del Departamento de Estado demuestran irrevocablemente. Tal vez se necesite una campaña de solidaridad con los corresponsales extranjeros en Cuba para que puedan cubrir adecuadamente las importantes revelaciones de Wikileaks que seguramente deben interesarles mucho y alguien muy poderoso les impide reportar.