Esta semana el periodismo mexicano y La Jornada perdieron a un extraordinario profesional y ser humano, Javier Valdés, corresponsal de nuestro diario en Sinaloa, acribillado a balazos a las 12 del día en Culiacán, a unos pasos del Semanario Riodoce, delque fuera cofundador. Hace 57 días, el 23 de marzo, murió también acribillada frente a su casa, nuestra compañera Miroslava Breach, corresponsal en Chihuahua, mientras esperaba a su hijo para llevarlo a la escuela. También Miroslava era otro gran valor del periodismo mexicano y, al igual que Javier, comprometida con las luchas sociales.
Ambos gozaban de merecido prestigio y reconocimiento social en sus estados y en el país, tanto por su rigor y brillantez profesional como por sus valores éticos, inmunes al soborno y la intimidación. Sus impecables notas eran lectura asidua para gran parte de los fieles lectores de La Jornada. Eran imprescindibles para conocer la situación del país pues relataban el narcotráfico y la corrupción gubernamental, las luchas de los maestros contra la reforma educativa, de las comunidades contra los megaproyectos de las transnacionales, los grupos de poder local y autoridades a ellas vinculados.
Mucho más, cuando en el caso de Sinaloa, a falta de oportunidades de trabajo, el narco –coludido con el Estado- es hace décadas un poder creciente, el medio de sustento de gran parte de la sociedad y, por supuesto, de muchos de los más humildes, aunque sean ellos los menos beneficiados. No solo eso, el narco, como ya ocurre en el resto del país, controla los más criminales y depredadores delitos. En Chihuahua, al pingüe negocio del narco, se suma la voraz acción depredadora del gran capital contra las comunidades indígenas y mestizas. Miroslava había dado cuenta del total abandono y discriminación del pueblo rarámuri y sus luchas contra los señores del dinero, que les arrebatan a toda velocidad sus fuentes de vida y los mantienen sumidos en la desnutrición y las enfermedades prevenibles. Dos meses antes que ella, fue asesinado el líder rarámuri Isidro Valdenegro López, protagonista de no pocas notas de Miroslava, a quien nada lo pudo proteger el galardón que le concedió la Fundación Goldman por su defensa del territorio indígena y los bosques. Como tampoco a Javier Valdés, el premio Libertad de Prensa del Comité Internacional para la Protección de Periodistas.
En una administración que acumula ya 36 asesinatos de reporteros, Javier fue el séptimo de este año, pero al día siguiente una colega fue herida grave y unos días antes, en Guerrero, otros 7 salvaron sus vidas no se sabe cómo de un grupo armado, aunque perdieron todos sus equipos de trabajo e información. Entre ellos había dos de nuestro diario, el capaz corresponsal en ese estado, Sergio Ocampo y el destacado fotógrafo Yahir Cabrera.
Del 2000 al 2017 han sido asesinados en México 126 periodistas, crímenes impunes en su abrumadora mayoría según datos de la ONU. Los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa recuerdan muchos otros hechos semejantes.
No nos digan que el responsable es el narco. El indebidamente llamado crimen organizado es inherente al capitalismo y ha crecido como la espuma en su etapa neoliberal, cuando cada vez es más difícil deslindar los llamados crímenes de cuello blanco de los de las organizaciones mafiosas y cuando estas son indispensables para la acumulación capitalista en la etapa financierista. No hay un solo gran banco en el mundo que no lave dinero. Suponiendo que lo evitara, los flujos de capital de procedencia ilícita son de tal magnitud y se mueven a tal velocidad, que es imposible controlarlos a menos que hubiera una decisiva acción de los Estados.
En México es mayor que nunca el clamor de justicia y por poner fin a la escandalosa impunidad conque se cometen al alza cientos de asesinatos de periodistas, defensores de derechos humanos y activistas sociales, así como decenas de miles de desapariciones. El Estado, por definición, es el responsable de esta catástrofe y las medidas que ha tomado se han revelado del todo ineficientes, como lo demostró en estas páginas Jan Jarab, representante en México del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos(http://www.jornada.unam.mx/2017/05/16/politica/009a1pol).
No deja de sorprenderme que, igual que Almagro, el gobierno del país de Benito Juárez, Lázaro Cárdenas y la no intervención, apunte a la entrañable Venezuela bolivariana cuando se le incendia la casa.
Twitter:@aguerraguerra
Reblogueó esto en Miluramalho’s Blog.
en italiano http://www.cubainformazione.it/?p=23477
Véase también, Raúl Zibechi, “No hay diferencia entre narco, burguesía y élites”, http://www.jornada.unam.mx/2014/11/14/opinion/027a2pol
Reblogueó esto en La Covacha Roja.
Reblogueó esto en La Esquina Roja .
Alejandro, qué cierto y vigente lo que dice el autor de ese artículo. Gracias por compartir.
Excelente y revelador articulo de Angel Guerra.
Habría que agregar que la violencia mayor se desató desde que el locuaz y borrachín presidente de México, Felipe Calderón, usurpó la presidencia cometiendo fraude electoral en contra de López Obrador y en un intento de legitimarse declaró la guerra a los narcos sacando al ejercito de los cuarteles.
Por cierto, algo anecdótico, lo hizo como una baladronada enfundándose una casaca y quepí militar por arriba de su talla, queriendo aparentar marcialidad pero logrando el mayor ridículo por su aspecto grotesco.
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El crimen organizado no sólo es inherente al capitalismo sino que se ha convertido en su estructura de poder hegemónica gracias a su posición de liderazgo en el accionariado de los grandes medios de persuasión y en el sistema financiero. Mientras que en los años 70, las tesis neoliberales (caldo de cultivo del crimen organizado) necesitaron el concurso de la represión de crueles dictaduras para echar raíces, con la eliminación física de los líderes de opinión y de masas en el mundo académico, sindical y político, ya que eran profundamente impopulares, ahora ya no es necesario gracias al desarrollo de las técnicas de persuasión, mucho más eficaces y encubridoras. A ello ha contribuido poderosamente el desarrollo tecnológico, hasta el punto de que nos hemos convertido en robots totalmente dependientes de estos artefactos (ya se trate de la televisión o del móvil), y la absoluta impunidad de los medios a la hora de practicar el terrorismo informativo, con toda clase de matrices falsas. Naomi Klein lo explica con absoluta brillantez en su libro la doctrina del shock cómo los chicago boys de América Latina, discípulos de Friedman, eran profundamente impopulares en esta región en los años 60 y 70, de forma que jamás habrían ganado proceso electoral alguno, de ahí que fuera necesario la represión de feroces dictaduras, como la de Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. La razón de que ahora ya no sean necesarias para el éxito electoral de la criminales tesis neoliberales no es el perfeccionamiento o la bondad de estas sino que han encontrado un instrumento mucho más eficaz, sofisticado y sutil de colocar una camisa de fuerza al enfermo y eliminar o dejar fuera de juego a los opositores: las modernas técnicas de persuasión.
Con la misma facilidad que el poder financiero lava el dinero negro y lo coloca en paraísos fiscales o lo convierte en derivados financieros, el poder mediático publicita toda clase de productos del crimen organizado (desde la venta de armas y el abuso en el consumo de fármacos a la prostitución y las drogas) y crea las situaciones adecuadas para su consumo o ataca a los sistemas culturales hostiles. Ahora el éxito de los negocios en una sociedad global absolutamente liberalizada ya no depende del respaldo de feroces dictadores ni del soborno de los partidos tradicionales sino de la posición estratégica en el accionariado de los grandes grupos mediáticos, que son los que manejan los hilos de las sociedades locales y global con total despotismo e impunidad. El fenómeno Trump en Estados Unidos o el fenómeno Macrón en Francia no es más que una clara demostración del poder de los medios frente a las viejas estructuras sociales y políticas. Por ello se ataca con especial crueldad a los escasos periodistas que dignifican la profesión, como los casos que cuenta Angel Guerra.
Si eres productor y/o traficante de drogas, si eres fabricante y/o vendedor de armas, si eres fabricante de fármacos, si tienes invertidas elevadas sumas en el negocio de la medicina reparadora, si te dedicas al negocio de la banca, si fabricas productos químicos de síntesis peligrosos para la salud y los intereses profesionales de tus potenciales clientes, si te dedicas a la comercialización de productos energéticos altamente contaminantes y buscas beneficios extra con una posición privilegiada en los mercados extractivos y de consumo, si eres especulador inmobiliario o financiero, si te dedicas a las telecomunicaciones y quieres que los mercados te abran las puertas, invertir en medios de comunicación no sólo es una oportunidad de negocio sino algo absolutamente necesario, ya que el éxito o fracaso depende de tu posición de poder respecto de esos medios y no tanto de partidos políticos totalmente dependientes del trabajo que hagan aquellos, como estamos comprobando en Venezuela respecto de una nación vecina (Colombia) donde el narcotráfico y los crímenes de los paramilitares campas por sus fueros, en la más absoluta impunidad.
Es el trabajo diario de los medios el que ha logrado convertir las tesis neoliberales en las únicas realistas y viables, al tiempo que presta cobertura a todas las oportunidades de negocio del crimen organizado, y quienes viven de todas esas actividades citadas son plenamente conscientes que el ser o no ser depende totalmente de su posición estratégica en esos medios y de su influencia sobre una clase política cada vez más dependiente e insignificante. Cuanto mayores son las plusvalías de un negocio (como es el tráfico de drogas, la fabricación de armas, la especulación inmobiliaria y financiera o la producción de fármacos), más dinero puedes y debes invertir en medios de comunicación, ya que de ello va a depender tu capacidad de influir sobre los electores, algo que tendrán muy en cuenta los partidos políticos y posibles candidatos. Así se explica que la poca o mucha filantropía hacia la cultura y la comunicación que pudo existir en algún momento en el mundo editorial y de los grandes medios de comunicación, haya desaparecido o tenga muy poco protagonismo debido a la nula capacidad de competir con medios que a menudo se permiten tener deficits de miles de millones de euros con tal de alcanzar su espurio objetivo. Un claro ejemplo fueron las numerosas editoriales españolas que contribuyeron con su militancia política y cultural a la derrota de la dictadura franquista y que fueron finalmente adquiridas por los grandes grupos mediáticos (como PRISA y ATRESMEDIA) para su reconversión en el vigente paradigma mediático, falsamente independiente y al servicio del crimen organizado en sociedades que no ejercen el menor control sobre la veracidad de la información ni sobre la participación democrática en su creación sino todo lo contrario.