La CIA y "La deserción de los intelectuales de izquierda". Por Gabriel Rockhill

 

Se suele asumir que los intelectuales tienen poco o ningún poder político. Subidos en su privilegiada torre de marfil, desconectados del mundo real, enredados en debates académicos sin sentido sobre minucias, o flotando en las nubes abstrusas de la teoría de altos vuelos, se suele retratar a los intelectuales como separados de la realidad política e incapaces de tener cualquier impacto significativo sobre ella. Pero la Agencia Central de Inteligencia (CIA) piensa de otra forma.

De hecho, el organismo responsable de planificar golpes de Estado, cometer asesinatos y manipular clandestinamente a gobiernos extranjeros no solo cree en el poder de la teoría, sino que asignó importantes recursos para mantener un grupo de agentes secretos dedicados a estudiar a fondo lo que algunos consideran la teoría más recóndita e intricada jamás producida. Un documento de investigación escrito en 1985 y que recientemente ha sido desclasificado y publicado con ligeras adaptaciones, haciendo uso de la Ley de Libertad de Expresión, revela que la CIA dispuso de agentes dedicados a estudiar las complejas e influyentes teorías asociadas a los autores franceses Michel Foucault, Jacques Lacan y Roland Barthes.

La imagen de unos espías estadounidenses reuniéndose con asiduidad en cafés parisinos para estudiar y comparar notas sobre los popes de la intelectualidad francesa puede chocar a quienes asumen que este grupo de intelectuales eran lumbreras cuya sobrenatural sofisticación no podría caer en una trampa tan vulgar, o que, por el contrario, no eran sino charlatanes de retórica incomprensible con poco o ningún impacto en el mundo real. Sin embargo, no sorprenderá a quienes están familiarizados con la prolongada y continua utilización de recursos de la CIA en la guerra cultural global, incluyendo el respaldo a sus formas más vanguardistas, lo que ha quedado bien documentado gracias a investigadores como Frances Stonor Saunders, Giles Scott-Smith y Hugh Wilford (yo he realizado mi propia contribución con el libro Radical History & the Politics os Art).

Thomas W. Braden, antiguo supervisor de las actividades culturales de la CIA, explicaba el poder de la guerra cultural de la agencia en un relato sincero y bien informado publicado en 1967: “Recuerdo el inmenso placer que sentí cuando la Orquesta Sinfónica de Boston [que contaba con el respaldo de la CIA] ganó más elogios para EE.UU. en París de los que pudieran haber ganado John Foster Dulles [i] o Dwight D. Eisenhower con cien discursos”. No se trataba, de ninguna manera, de una operación liminal o sin importancia. De hecho, como sostenía acertadamente Wilford, el Congreso para la Libertad Cultural con sede en París, que posteriormente resultó ser una organización tapadera de la CIA en tiempos de la Guerra Fría, fue uno de los principales patrocinadores de la historia mundial y prestó apoyo a una increíble gama de actividades artísticas e intelectuales. Contaba con oficinas en 35 países, publicó docenas de prestigiosas revistas, participaba en la industria editorial, organizó conferencias y exposiciones artísticas de alto nivel, coordinaba actuaciones y conciertos y proporcionó generosa financiación a diversos premios y becas culturales, así como a organizaciones encubiertas como la Fundación Farfield.

La agencia de inteligencia consideraba que la cultura y la creación teórica eran armas cruciales del arsenal global dirigido a perpetuar los intereses estadounidenses en todo el mundo. El documento de investigación de 1985 recién publicado, titulado “Francia: la deserción de los intelectuales de izquierda”, examina –indudablemente con el fin de manipularla– a la intelectualidad francesa y el papel fundamental que desempeñaba en la configuración de las tendencias que generan la línea política. El informe, a la vez que sugería que en la historia de la intelectualidad francesa existía un equilibrio ideológico relativo entre la izquierda y la derecha, destaca el monopolio de la izquierda en la era inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial –al que, como sabemos, se oponía de modo furibundo la CIA– a causa del papel fundamental que jugaron los comunistas en la resistencia al fascismo y que, en último término, permitió ganar la guerra. Aunque la derecha estaba enormemente desacreditada a causa de su contribución directa a los campos de exterminio nazis, así como su agenda xenófoba, anti-igualitaria y fascista (según las propias palabras de la CIA), los agentes secretos anónimos que escribieron el borrador del informe resumen con palpable regocijo el retorno de la derecha a partir de los inicios de la década de los setenta.

Más concretamente, los guerreros culturales clandestinos aplauden lo que consideran un movimiento doble que contribuyó a que los intelectuales apartaran a Estados Unidos del centro de sus críticas y las dirigieran a la Unión Soviética. Por parte de la izquierda se produjo una desafección gradual hacia el estalinismo y el marxismo, una progresiva retirada de los intelectuales radicales del debate público y un alejamiento teórico del socialismo y del partido socialista. Más hacia la derecha, los oportunistas ideológicos a los que se denominaba Nuevos Filósofos y los intelectuales de la Nueva Derecha lanzaron una campaña mediática descarada de difamación contra el marxismo.

Mientras otros tentáculos de la organización de espionaje de alcance mundial se dedicaban a derribar gobiernos elegidos democráticamente, a proporcionar servicios de inteligencia y financiación a dictadores fascistas y a apoyar escuadrones de la muerte de extrema derecha, el escuadrón parisino de la CIA recogía información sobre el giro hacia la derecha que estaba teniendo lugar en el mundo y que beneficiaba directamente a la política exterior de EE.UU. Los intelectuales simpatizantes de la izquierda de la posguerra fueron abiertamente críticos con el imperialismo estadounidense. La influencia en los medios de comunicación que ejercía la crítica marxista sin pelos en la lengua de Jean Paul Sartre y su notable papel –como fundador de Libération– a la hora de revelar la identidad del responsable de la CIA en París y de docenas de agentes encubiertos fue seguida de cerca por la Agencia y considerada un grave problema.

Por el contrario, el ambiente antisoviético y antimarxista de la emergente era neoliberal sirvió para desviar el escrutinio público y proporcionó una excelente excusa para las guerras sucias de la CIA, al “dificultar en extremo cualquier oposición significativa de las élites intelectuales a las políticas estadounidenses en América Central, por ejemplo”. Greg Grandin, uno de los más destacados historiadores de Latinoamérica, resumió perfectamente esta situación en su libro The Last Colonial Massacre (La última masacre colonial): “Aparte de realizar intervenciones notoriamente desastrosas y letales en Guatemala en 1954, República Dominicana en 1965, Chile en 1973 y El Salvador y Nicaragua en los ochenta, Estados Unidos ha prestado apoyo financiero, material y moral silencioso y continuo a estados terroristas asesinos y contrainsurgentes […] Pero la enormidad de los crímenes de Stalin aseguraba que dichas historias sórdidas, por muy convincentes, rigurosas o condenatorias que fueran, no interfirieran en la fundación de una visión del mundo comprometida con el papel ejemplar de Estados Unidos en la defensa de lo que ahora conocemos como democracia”.

Este es el contexto en el que los mandarines enmascarados elogian y apoyan la incesante crítica que una nueva generación de pensadores antimarxistas como Bernard-Henri Levy, André Glucksmann y Jean-François Revel desencadena contra “la última camarilla de eruditos comunistas” (compuesta, según los agentes anónimos, por Sartre, Barthes, Lacan y Louis Althuser). Dada la inclinación izquierdista de aquellos antimarxistas en su juventud, constituyen el modelo perfecto para construir las narrativas falaces que fusionan una pretendida evolución política personal con el avance continuo del tiempo, como si la vida individual y la historia fueran simplemente una cuestión de “evolución” y de reconocer que la transformación social igualitaria es algo del el pasado, personal e histórico. Este derrotismo condescendiente y omnisciente no solo sirve para desacreditar nuevos movimientos, particularmente aquellos liderados por los jóvenes, sino que también caracteriza de forma errónea los éxitos relativos de la represión contrarrevolucionaria como progreso natural de historia.

El filósofo francés Raymond Aron (izda.) junto a su esposa Suzanne, de vacaciones con el agente encubierto de la CIA Michael Josselson y Denis de Rougemont (dcha.)

Incluso teóricos no tan opuestos al marxismo como estos intelectuales reaccionarios contribuyeron de modo significativo a la atmósfera de desencanto hacia el igualitarismo transformador, al alejamiento de la movilización social y al “cuestionamiento crítico” desprovisto de puntos de vista radicales. Esto es crucial para comprender la estrategia general de la CIA en sus amplias y poderosas iniciativas para desmantelar a la izquierda cultural en Europa y otros lugares. Reconociendo la dificultad de abolirla por completo, la organización de espionaje más poderosa del mundo ha pretendido apartar la cultura de izquierdas de las políticas decididamente anticapitalistas y transformadoras y redirigirla hacia posiciones reformistas de centro-izquierda, menos abiertamente críticas con la política interna y la política exterior de Estados Unidos. En realidad, tal y como ha demostrado minuciosamente Saunders, la Agencia continuó las políticas del Congreso liderado por McCarthy en la posguerra con el fin de apoyar y promover de manera directa aquellos proyectos que desviaban a productores y consumidores de la izquierda decididamente igualitaria. Amputando y desacreditando a esta última, aspiraba también a fragmentar a la izquierda en general, dejando lo que quedaba del centro-izquierda con un mínimo poder y apoyo público (y a la vez potencialmente desacreditada a causa de su complicidad con la política del poder de las derechas, un tema que continúa extendiéndose como una plaga por los partidos institucionalizados de la izquierda).

Es en este contexto donde debemos situar la afición de la agencia de inteligencia por las narrativas de conversión y su profundo aprecio por los “marxistas reformados”, un leitmotiv transversal al informe de investigación sobre los teóricos franceses. “A la hora de socavar el marxismo –escriben los agentes infiltrados– son aún más eficaces aquellos intelectuales convencidos, dispuestos a aplicar la teoría marxista en las ciencias sociales, pero que acaban por rechazar toda la tradición marxista”. Citan en particular la enorme contribución realizada por la Escuela de los Annales, de historiografía y estructuralismo –especialmente Claude Lévi-Strauss y Foucault– a la “demolición crítica de la influencia marxista en las ciencias sociales”. Foucault, a quien se refieren como “el pensador francés más profundo e influyente”, es especialmente aplaudido por su elogio de los intelectuales de la Nueva Derecha, cuando recuerda a los filósofos que “la teoría social racionalista de la Ilustración y la era Revolucionaria del siglo XVIII ha tenido consecuencias sangrientas”. Aunque sería un error echar por tierra las políticas o los efectos políticos de cualquiera basándose en una sola posición o resultado, el izquierdismo antirrevolucionario de Foucault y su perpetuación del chantaje del Gulag –es decir, la afirmación de que los movimientos expansivos radicales que pretenden una profunda transformación social y cultural solo resucitan la más peligrosa de las tradiciones– están perfectamente en línea con las estrategias generales de guerra psicológica de la agencia de espionaje.

La interpretación que realiza la CIA de la obra teórica francesa debería servirnos para reconsiderar la apariencia chic que ha acompañado gran parte de su recepción por el mundo anglófono. Según una concepción estatista de la historia progresiva (que por lo general permanece ciega a su teleología implícita), la obra de figuras como Foucault, Derrida y otros teóricos franceses de vanguardia suele asociarse intuitivamente a una crítica profunda y sofisticada que presumiblemente va más allá de cualquier relación con el socialismo, el marxismo o las tradiciones anarquistas. No cabe duda y es preciso resaltar que el modo en que el mundo anglófono acogió la obra de los teóricos franceses, como acertadamente ha señalado John McCumber, tuvo importantes implicaciones políticas como polo de resistencia a la falsa neutralidad política, las tecnicidades cautelosas de la lógica y el lenguaje, o al conformismo ideológico puro activo en las tradiciones de la filosofía anglo-americana apoyada por [el senador] McCarthy. No obstante, las prácticas teóricas de aquellas figuras que dieron la espalda a lo que Cornelius Castoriadis denominó la tradición de la crítica radical –la resistencia anticapitalista y antiimperialista– ciertamente contribuyeron al alejamiento ideológico de la política transformadora. Según la propia agencia de espionaje, los teóricos posmarxistas franceses contribuyeron directamente al programa cultural de la CIA destinado a persuadir a la izquierda de inclinarse hacia la derecha, al tiempo que desacreditaban el antiimperialismo y el anticapitalismo, creando así un entorno intelectual en el cual sus proyectos imperialistas pudieran medrar sin ser estorbados por un escrutinio crítico serio por parte de la intelectualidad.

Como sabemos gracias a las investigaciones realizadas sobre los programas de guerra psicológica de la CIA, la organización no solo ha vigilado e intentado coaccionar a los individuos, sino que siempre ha intentado comprender y transformar las instituciones de producción y distribución cultural. De hecho, su estudio sobre los teóricos franceses señala el papel estructural que desempeñan las universidades, las editoriales y los medios de comunicación en la formación y consolidación de un ethos político colectivo. En las descripciones que, como el resto del documento, deberían invitarnos a pensar críticamente sobre la actual situación académica del mundo anglófono y otros lugares, los autores del informe destacan cómo la precarización del trabajo académico contribuye al aniquilamiento del izquierdismo radical. Si los izquierdistas convencidos no podemos asegurarnos los medios materiales para desarrollar nuestro trabajo, o si se nos obliga más o menos sutilmente a ser conformistas para conseguir empleo, publicar nuestros escritos o tener un público, las condiciones estructurales que permitan la existencia de una comunidad izquierdista resuelta se ven debilitadas. Otra de las herramientas utilizadas para conseguir este fin es la profesionalización de la educación superior, que pretende transformar a las personas en eslabones tecnocientíficos integrados en el aparato capitalista, más que en ciudadanos autónomos con herramientas solventes para la crítica social. Los mandarines teóricos de la CIA alaban, por tanto, las iniciativas del gobierno francés por “presionar a los estudiantes para que se decidan por estudios técnicos y empresariales”. También señalan las contribuciones realizadas por las grandes casas editoriales como Grasset, los medios de comunicación de masas y la moda de la cultura americana para lograr una plataforma postsocialista y antigualitaria.

¿Qué lecciones podemos extraer de este informe, especialmente en el contexto político en que nos encontramos, con su ataque continuo a la intelectualidad crítica? En primer lugar, el informe debería servirnos para recordar convincentemente que si alguien supone que los intelectuales no tienen ningún poder y que nuestras orientaciones políticas carecen de importancia, la organización que se ha convertido en uno de los agentes más poderosos del mundo contemporáneo no lo ve así. La Agencia Central de Inteligencia, como su nombre irónicamente sugiere, cree en el poder de la inteligencia y de la teoría, algo que deberíamos tomarnos muy seriamente. Al presuponer erróneamente que el trabajo intelectual sirve de poco o de nada en el “mundo real”, no solo malinterpretamos las implicaciones prácticas del trabajo teórico, sino que corremos el riesgo de hacer la vista gorda ante proyectos políticos de los que fácilmente podemos convertirnos en embajadores culturales involuntarios. Aunque es verdad que el Estado-nación y el aparato cultural francés proporcionan a los intelectuales una plataforma pública mucho más significativa que muchos otros países, la obsesión de la CIA por cartografiar y manipular la producción teórica y cultural en otros lugares debería servirnos a todos como llamada de atención.

En segundo lugar, en la actualidad los agentes del poder están particularmente interesados en cultivar una intelectualidad cuya visión crítica esté atenuada o destruida por las instituciones que los patrocinan basadas en intereses empresariales y tecnocientíficos, que equipare las políticas de izquierda-derecha con lo “anticientífico”, que relacione la ciencia con una pretendida –pero falsa– neutralidad política, que promueva los medios de comunicación que saturan las ondas hertzianas con cháchara conformista, aísle a los izquierdistas convencidos de las principales instituciones académicas y de los focos mediáticos y desacredite cualquier llamamiento al igualitarismo radical y a la transformación ecológica. Idealmente, intentan nutrir una cultura intelectual que, si es de izquierdas, esté neutralizada, inmovilizada, apática y se muestre satisfecha con apretones de manos derrotistas o con la crítica pasiva a la izquierda radical movilizada. Esa es una de las razones por las que podemos considerar a la oposición intelectual al izquierdismo radical, que predomina en el mundo académico estadounidense, una postura política peligrosa: ¿acaso no es cómplice directa de la agenda imperialista de la CIA en todo el mundo?

En tercer lugar, para contrarrestar este ataque institucional a la cultura del izquierdismo resolutivo, resulta imperativo resistir la precarización y profesionalización de la educación. Similar importancia tiene la creación de esferas pública que posibiliten un debate realmente crítico y proporcionen una amplia plataforma para aquellos que reconocen que otro mundo no solo es posible, sino necesario. También necesitamos unirnos para contribuir a la creación o el mayor desarrollo de medios de comunicación alternativos, diferentes modelos de educación, instituciones alternativas y colectivos radicales. Es vital promover precisamente aquello que los combatientes culturales encubiertos pretenden destruir: una cultura de izquierdismo radical con un marco institucional de apoyo, un amplio respaldo público, una influencia mediática prevalente y un amplio poder de movilización.

Por último, los intelectuales del mundo deberíamos unirnos para reconocer y aprovechar nuestro poder con el fin de hacer todo lo posible para desarrollar una crítica sistémica y radical que sea tan igualitaria y ecológica como anticapitalista y antiimperialista. Las posturas que uno defiende en el aula o públicamente son importantes para establecer los términos del debate y marcar el campo de posibilidades políticas. En oposición directa a la estrategia cultural de fragmentación y polarización de la agencia de espionaje, mediante la cual ha pretendido amputar y aislar a la izquierda antiimperialista y anticapitalista, deberíamos, a la vez que nos oponemos a las posiciones reformistas, federarnos y movilizarnos, reconociendo la importancia de trabajar juntos –toda la izquierda, como Keeanga-Yamahtta nos ha recordado recientemente– para cultivar una intelectualidad verdaderamente crítica. En lugar de pregonar o lamentar la impotencia de los intelectuales, deberíamos utilizar la aptitud para decir la verdad a los poderosos, trabajando juntos y movilizando nuestra capacidad de crear colectivamente las instituciones necesarias para un mundo de izquierdismo cultural. Porque solo en un mundo así, y en las cámaras de resonancia de inteligencia crítica que provoque, será posible que las verdades expresadas sean realmente escuchadas y se produzca el cambio de las estructuras de poder.

Nota:

[1] Secretario de Estado con el presidente Eisenhower entre 1953 y 1959. 

(The Philosophical Salon Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo)

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9 Responses to La CIA y "La deserción de los intelectuales de izquierda". Por Gabriel Rockhill

  1. Carlos de New York City says:

    Como Ciudadano , como ser Humano de a Pie de un Pais y cualquier Pueblo ” ESTE escrito es realidad porque existen los Intelectuales y la CIA. ” No es inventado .
    Hoy pleno siglo xxi para no escribir mucho. ” ? Porque captan a los intelecuales y les desvian de su Imaginario Mundo donde viven como Burbujas muchos de ellos , pensando que por ser intelectuales ellos estan por encima de la sociedad , de los pueblos y del hombre ?
    Los Intelectuales muchos de ellos se separan de los vecinos,de la realidad del mundo ,viven aislados como si el Mundo ” no fuera con ellos ” Parecido a los Medicos , ” muchos de ellos ” Miran al ser Humanos como si ellos nunca Fueran a emfermarse ” ” como si Fueran dueños de la Vida de los Demas ”
    Viene a mi Mente ahora un recuerdo ; cuando yo estaba Preso en Melena # 2 una carcel de mayor Rigor , alli recuerdo que llegaban 2 hombres nuevos al penal y uno de ellos entraba REGOJISADO y muy Euforico , muy seguro de su tiempo que Pasaria en la carcel, Note ese detalle , me gusto mucho siempre este detalle de odservar a la vida y al hombre . Efectivamente : el Tipo era Medico en la calle , y por supuesto; al caher alli en la prision de melana $ en las afuera de la habana, Lo pusieron de Medico del penal, el Tipo Vivia alejado en su Mundo por encima del Penal por sus ventajas y beneficios < se creia el Mejor del penal .
    Hoy hablare solo de un solo escritor Traidor a la verdad del mundo , de los pueblos y del ser Humano, de los sistemas politicos y Humanos como es el Socialismo en Cuba,lo dire Siempre y afirmo : Unico pais con un Gobierno que REPARTE HUMANIDAD y JUSTICIA desinterezadamente a su Pueblo , sobre todo a los niños y Mujeres como ancianos. ! Cuba y Esta Revolucion Cubana del 1959 con al Frente Fidel castro Ruz !
    Quien decia yo de intelectual y ser captado uqe le dieron INFLUENCIAS , Salarios, Premios, Prensa y camara Para que se dedicara hablar contra Cuba y la revolucion Cubana, Para que aparte de ser un Buen escritor Fuera tambien un Vocero de las Injusticias , Mentiras y calumnias contra mi Gobierno de Cuba y mi Patria Cubana.
    DE quien escribo Yo : Mario Vargas Llosa
    Es a mi entender mirando la Vida , y mirando al mundo Intelectual.
    Ahora , quien es lo contrario de este Impostor y Oportunista, un hombre , sencillo, humilde, del pueblo, honesto,valiente , que sin miedo y tapujos, fue amigo de Fidel castro Ruz , de la revolucion Cubana , del Pueblo Cubano , de la Humanidad y de su misma Verdad.. Este gran columbiano Gabriel Garcia marquez un Intelectual como deberian de haber sido Todos ellos , del Pueblo y que vivia dentro del Pueblo y la misma HUmanidad. Un escritor que defendia a Capa y espada a Cuba y a la revolucion de Cuba , un hombre que defendia su manera de vivir y de escribir.

     
  2. Alejandro says:

    Excelente. Gracias.
    “…la obsesión de la CIA por cartografiar y manipular la producción teórica y cultural en otros lugares debería servirnos a todos como llamada de atención.”

     
  3. sara says:

    Excelente análisis y urgente propuesta de creación de un fuerte movimento intelectual antiimperialista . Gracias por la publicación. Lo
    difundo.

     
  4. Pingback: La CIA y “La deserción de los intelectuales de izquierda”. Por Gabriel Rockhill – Noticias Terráqueas

  5. Simpermiso says:

    Cualquiera que analice en profundidad el paradigma cultural hegemónico, llegará a la fácil conclusión de que es infumable, tanto en su vertiente práctica como en la teórica. Afirmar que el igualitarismo forma parte del pasado es como afirmar que la medicina preventiva forma parte del pasado, gracias al desarrollo de la medicina curativa. Por más cierto que resulte su constatación práctica en el mundo capitalista, no deja de representar una monstruosidad, ya que las enfermedades siguen cobrándose un altísimo coste humano y económico, del mismo modo que las profundas desigualdades truncan la posibilidad de una vida digna de cada vez más gente en el mundo, sin otra justificación que el desaforado estímulo que los adictos patológicos a la acumulación de riqueza desencadenan en el mundo de la producción y el consumo, confundiéndose a menudo nivel de vida con calidad de vida.

    El desolador panorama que se observa en Francia respecto de los intelectuales es extensible a los medios de comunicación en que vertían sus opiniones contrarias al sistema y que han pasado a convertirse en los nuevos caballos de Troya dentro del sistema, como resultado de la publicidad y de la entrada de accionistas capitalistas. Tal es el caso de periódicos como Liberatión y L’Humanité. Del mismo modo que las subvenciones estatales han acabado con el sindicalismo de clase, las inyecciones de dinero de la oligarquía económica en los medios de comunicación alternativos y en el sostenimiento de medios de comunicación propios en situación de bancarrota han desmovilizado y apagado a la intelectualidad de izquierdas, dando como resultado una insultante militancia de las clases humildes en el pensamiento único neoliberal. ¡Como si los gastos de publicidad o los beneficios invertidos en medios de comunicación no fueran un coste que recae sobre los hombros de la clase trabajadora!

    En España suele decirse que no hay nada más tonto que un trabajador de derechas. Habría que preguntarse cómo se ha llegado a esta lamentable situación, habida cuenta de que PP y PSOE fueron investidos en el Olimpo capitalista para representar los intereses de la oligarquía económica. La explicación fundamental es la existencia de un oligopolio mediático absolutamente totalitario y farsante, que ha logrado convertirse en el espejo donde se mira a diario la sociedad española de forma totalmente acrítica, de suerte que, para disentir, tienes que colocarte fuera del sistema y exponerte a granjearte toda clase de insultos, desde antiespañol a terrorista pasando por cerebro hueco y estúpido. Nunca resultó tan fácil como ahora adoctrinar a las masas las 24 horas del día sin necesidad de llamar a la puerta de sus casas. Por ello no debe sorprender la osadía de políticas tan criminales y adversas para las mayorías (en modelos de sufragio universal) como las ligadas al neoliberalismo.

    Uno de los postulados falsos del vigente paradigma es la existencia de medios de comunicación independientes, encargados de garantizar el derecho a una información veraz y la cohesión social. En España y en el resto del mundo capitalista todos los grandes medios de comunicación privados pertenecen a la oligarquía económica, que ha comprendido la necesidad de ser hegemónica en el terreno de la información para serlo también en el arco parlamentario, llegando a asumir déficit multimillonarios (como es el caso de PRISA, con un agujero de miles de millones de euros). A menos que las mayorías humildes vuelvan a sentir la necesidad de crear medios de comunicación y editoriales comprometidos con sus intereses, desligándose de los pertenecientes a la oligarquía y las instituciones estatales que le sirven, va a resultar muy difícil (por no decir imposible) salir del imaginario colectivo actual.

    Llamar democrático a un sistema donde los representantes no contraen ningún tipo de vinculación ni responsabilidad con los electores (que detentan la soberanía nacional) sólo es concebible en un marco referencial totalitario y al servicio de una minoría privilegiada. Si se puede prometer una cosa y hacer la contraria, sin que existan causas de fuerza mayor que lo justifiquen, el modelo será siempre autoritario y la soberanía no residirá en el pueblo sino en la minoría que lo representa o, más bien, en la minoría que les patrocina y que les brinda apoyo económico y, sobre todo, mediático. El hecho de que hoy no exista una izquierda visible postulando el mandato imperativo como poderosa herramienta de lucha, frente a quienes se sirven del engaño para captar el voto de las mayorías al servicio de los intereses de la minoría privilegiada, demuestra lo lejos que estamos de superar el vigente paradigma cultural, político y económico. Si los particulares nos obligamos en contratos civiles como el de mandato, no hay razón alguna para que no lo hagan quienes disfrutan además de poderes especiales, como el legislativo, el ejecutivo y nada más y nada menos que la capacidad de aprobar presupuestos económicos con los que financiar todas y cada una de las propuestas electorales, ya sea con cargo a dotaciones fiscales, ingresos privativos de las administraciones públicas o incluso el endeudamiento público.

    Podríamos citar multitud de falacias y engaños, en torno a las cuales los intelectuales de izquierdas apenas han logrado visibilizar una respuesta crítica. Entre las más graves hay que citar la existencia de un déficit demográfico en multitud de estados desarrollados y la irresponsabilidad con que se gestionan las variables demográficas en un planeta claramente superpoblado si tomamos como referencia el estado de factores críticos tan importantes como la producción de alimentos o la energía. Hablar de déficit demográfico a la hora de referirse a naciones en que un porcentaje de la población en edad de trabajar está desocupada y otro alto porcentaje ni siquiera se plantea la opción de trabajar (como las amas de casa) constituye un crimen de lesa humanidad. En España, no hay semana en que no se estimule la capacidad procreadora aludiendo al crecimiento de la población pasiva de la tercera edad, en una sociedad donde el 20% de la población activa está desempleada y otro alto porcentaje no se inscribe como demandante de empleo porque está convencido que no lo encontrará. Es la desocupación de la población activa y no el crecimiento de la población pasiva de la tercera edad el verdadero problema en un sistema laboral donde el desarrollo tecnológico permite que cada vez menos personas cubran las necesidades de más población pasiva. Pero lo más indignante del caso es que no se incluye entre la población pasiva a los menores de 16 o más años (edad límite de la escolarización obligatoria o en que se encuentra el primer empleo), que en las poblaciones viejas son un contingente en franca regresión y, por tanto, un coste para la sociedad también en regresión. ¿Por qué no se habla del ahorro que supone el descenso de los nacimientos para cualquier sociedad, o la mejora en la calidad de vida de los niños y el resto de la sociedad? También aquí las clases humildes se hacen un tremendo daño al subordinar su existencia y la de sus descendientes a los intereses del paradigma hegemónico, que son los de la clase dominante, que tiene en el crecimiento demográfico la palanca fundamental del crecimiento sin cortapisas de la economía y de depreciación de los humildes como fuerza de trabajo y clase opositora.

    No sólo nos ocasionamos un grave daño los humildes al incrementar nuestra capacidad procreadora, por el hecho de que nos autodepreciamos y de que alimentamos la adicción a la acumulación creciente de riqueza, sino porque nuestra especie ha sobrepasado claramente los límites del crecimiento en recursos críticos tan importantes como la producción sostenible de alimentos y de energía. En el caso de la energía, podemos abrigar la esperanza en un desarrollo tecnológico que permita hacer uso del sol, el aire y el agua como fuentes renovables capaces de cubrir una demanda creciente, pero, ¿qué podrá sustituir a los alimentos cuando estos sean insuficientes por una mala cosecha o por el deterioro de los factores productivos (suelo y clima fundamentalmente) asociados a políticas justas en la distribución de los alimentos entre más de 7.300 millones de seres humanos? Hace ya décadas que expertos de la talla de René Dumont pusieron el grito en el cielo por el ritmo galopante en que se destruían o contaminaban los suelos fértiles y la sobreexplotación del agua de riego. ¿Qué hemos hecho desde entonces? Agravar el problema exponencialmente. Y lo más grave es que ni siquiera somos conscientes de que, para la clase capitalista, ni siquiera cuentan las generaciones futuras, del mismo modo que tampoco cuentan las presentes. Al ritmo actual de explotación de suelos y aguas, con el agravante del cambio climático, lo que estamos haciendo es condenar cada día a más gente a un problema sin solución, como es el hambre y la subnutrición. ¿Qué creen que deberían pensar aquellos que, por nacer en las sociedades más desafortunadas en el vigente orden imperial y por culpa de las serviles políticas demográficas, se están enfrentando a un problema sistémico que nunca tendrá solución para ellos?

     
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