Mark Twain
¡Es extraño y magnífico! Me refiero a la generosidad manirrota de la naturaleza para con sus criaturas. Para todas ellas menos para el hombre. Para las que vuelan ha previsto una morada noblemente espaciosa, morada que tiene cuarenta millas de profundidad y envuelve todo el globo sin un solo obstáculo. Para las acuáticas ha previsto un dominio más que imperial, dominio que tiene millas de profundidad y cubre las cuatro quintas partes del globo. Pero en lo que al hombre respecta, lo ha reducido a los restos de la Creación. La naturaleza lo ha dotado de la estrecha franja, la mísera franja que abarca la otra quinta parte, y en la que los desnudos huesos de la tierra sobresalen por doquier. En la mitad de su dominio, el hombre puede cultivar nieve, hielo, arena, rocas y nada más. Por tanto, la parte más valiosa de su herencia consta realmente de una quinta parte de las propiedades de toda la familia, y en ella debe trabajar duramente con vistas a sacar lo suficiente para mantenerse vivo y suministrarse reyes, soldados y municiones para extender las bendiciones de la civilización. Sin embargo, el hombre, en su incapacidad para calcular, en su simpleza y en su autocomplacencia, cree que la naturaleza lo considera a él como el miembro más importante de la familia. Con toda seguridad, hasta para su roma cabeza debe parecer claro algunas veces que la naturaleza tiene una curiosa manera de demostrarlo.
En Following the Equator