Comencé a escribir esta pequeña serie de trabajos periodísticos urgentes –piadosamente breves– el 14 de noviembre del pasado año. El primero se títuló Nuestra voz comienza en La Plata y nació al día siguiente del concierto conjunto que realicé junto a Fulanas Trío (ese entusiasta y formidable cuarteto de aquella hermosa ciudad bonaerense: no hay que hacer mucho caso a los nombres de las agrupaciones musicales… y a veces, en general, a los nombres) y el dúo Cofradía, llegado, como yo, desde La Habana.
Como esta crónica que compartiré dentro de unos minutos con ustedes se refiere, en alguna medida, a la culminación de Nuestra voz… después de transitar por seis ciudades argentinas, quizás sea bueno recordar las palabras de aquellos momentos inaugurales:
… es cierto: anoche se inició en La Plata la octava gira Nuestra voz para vos que organiza el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau en tierras argentinas, con el apoyo decisivo del Ministerio de Cultura de la Nación y la colaboración de entidades y gentes amigas en Cuba. De manera que nuestra voz –la del dúo Cofradía y la del que ahora teclea esta crónica urgente– estuvo presente en Ciudad Vieja, ese hermoso centro cultural por donde han pasado trovadores y trovadoras de la Isla en ocasiones anteriores.
Aquel fue el comienzo de ese recorrido que nos llenó de alegría y agradecimientos. Realizado por tierra, fue una especie de trova movie o poetry movie, que fue acumulando kilometraje y letreros a los lados de la ruta y gente amiga esperando para ofrecernos sus casas y sus espacios y públicos atentos y respetuosos y activistas de las múltiples causas solidarias con Cuba que aparecían al principio o al final de cada presentación para dejar una tarjeta con sus datos o invitar a una cerveza para la que a veces ya no había tiempo porque el próximo micro/autobus/colectivo/guagua/ómnibus ya casi nos estaba esperando.
Fue una fiesta. La gira fue una fiesta. Eso sigo pensando ahora sumergido en los recuerdos de aquel mes ya memorable y en el calor circundante que reina (como diría un redactor amante de los clichés), aquí, en Santa Lucía, a donde hemos venido en los principios de este enero del 2016 para conversar con la gente amiga que laboró (o laburó) tanto para que el Festival del Monte Tucumano, con su marcha de los bombos, sus talleres, su feria popular, su gran concierto final fuera el éxito que fue, contribuyendo, por ahora un poquito, a que el silencio se aleje de Santa Lucía (razones hubo, y terribles, para que se implantara) y tenga continuidad ese trabajo realizado a lo largo del año 2015 y que tuvo su momento (momentáneamente) final el 28 de noviembre con el concierto mayor que se haya realizado en Santa Lucía (y hasta en Monteros, su cabecera municipal).
De manera que esta nueva crónica desde el Sur que ahora escribo vendría siendo el registro de la última presentación de los integrantes de Nuestra voz para vos después de la gira realizada por otras cinco ciudades argentinas. Pero por suerte la vida es mucho más compleja que la aritmética –en este y otros temas más importantes– y todavía íbamos a tener por delante, en los inicios del mes de diciembre, el sábado 5 exactamente, un mano a mano poético trovadoresco en el que me tocaría participar, además del dúo Cofradía –veterano de esta gira multiprovincial–, junto a otros nombres queridos como Peteco Carabajal y Fulanas Trío.
Al mismo tiempo, de hecho, el final de Nuestra voz… se convirtió, como he venido comentando, en un acontecimiento de múltiples resultados culturales muy satisfactorios para Santa Lucía, al sumarnos, felices, al Festival del Monte Tucumano. Voces y memoria, que se había venido gestando/realizando desde que María Santucho, coordinadora del Centro Pablo, tuvo aquella conversación con nuestra amiga la gran cantora Teresa Parodi, recién nombrada en aquel momento, finales del 2014, al frente del Ministerio de Cultura de la Nación. Allí Teresa nos propuso realizar, a lo largo del año siguiente, tres giras de Nuestra voz para vos, con trovadores y artistas casi siempre jóvenes, similares a las cinco acciones que el Centro Pablo realizó en los años precedentes, también, como ahora, con la ayuda de instituciones cubanas, como los estudios Ojalá de Silvio Rodríguez y el Ministerio de Cultura de la Isla, siempre con el apoyo entusiasta de gentes amigas en Argentina. La culminación de ese intercambio (que también ha incluido la presencia de artistas argentinos en el Centro Pablo y otros escenarios de la Isla desde hace algunos años) sería –y fue– aquella fiesta de la memoria y el inicio del despertar de sus voces en los finales del noviembre pasado.
Para contribuir al mayor –y mejor– conocimiento de ese proceso cultural diverso y fecundo que fue el Festival, esta crónica quiere pedir permiso a otros géneros periodísticos y combinar su tono conversacional con un texto que comparto con ustedes, insertádolo aquí, siempre en medio del calor de esta tarde en Santa Lucía.
Junto a Mario Antonio Santucho, un pequeño equipo de colaboradores, también casi siempre jóvenes, trabajaron a lo largo del año en dos lineas fundamentales: la investigación histórica que incluyó la recopilación, estudio y análisis de los textos escritos sobre la década del 70 y sus antecedentes; y acciones culturales que incluyeron talleres de expresión plástica, proyectos infantiles de comunicación radial y seminarios de historia oral, entre otros. Ellos y ellas, con la colaboración de otras gentes e instituciones fraternas de Santa Lucía, como la Biblioteca Popular, han sido protagonistas quizás menos visibles pero sin dudas imprescindibles de esta aventura a favor de la memoria, la creatividad, la belleza, la imaginación y la justicia.
El proyecto también incluyó la preparación y puesta en línea de una página en la red social Facebook, titulada Foco en el monte. Comparto en esta crónica fragmentos de esa presentación en la que se sintetiza la información y los contextos básicos de este tema:
El Festival del Monte Tucumano es el cierre festivo de un año de trabajo común entre exploradores de distintas regiones del país y los hospitalarios pobladores de Santa Lucía, localidad ubicada en el sur de Tucumán, a los pies de la sierra del Aconquija.
En diciembre de 2014 arribó al pueblo el primer grupo de curiosos, provenientes de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Mendoza y San Miguel de Tucumán. Buscaban las huellas de una compañía guerrillera cuyos rastros se extraviaron hace mucho entre la maleza de la más salvaje represión.
Santa Lucía fue a partir de 1975 el primer laboratorio de la cobarde represalia militar. El epicentro del Operativo Independencia. El pueblo entero fue convertido en un campo de concentración a cielo abierto. La proporción de desaparecidos, asesinados y torturados por habitante es la mayor de la Argentina. Las colonias aledañas fueron desplazadas, por su cercanía al monte. A este último lo privatizaron, despojando a la comunidad.
Pero en Santa Lucía estas vivencias todavía no han pasado. O no han sanado. El enorme movimiento de Derechos Humanos que caló hondo en todo el país, aquí casi no tuvo presencia. Hay quienes creen que “se han quedado al margen de la historia”, pero los santaluceños forjaron una temporalidad propia para elaborar lo sucedido. Eso es algo muy interesante. Y merece ser respetado.
La potencia del arte, la palabra como invocación, y el calor del encuentro, son las armas de esta convocatoria histórica. Una cita con los seres queridos que no están porque confiaron su vida a la revolución. Un viaje introspectivo para reavivar el compromiso y la imaginación política.
El Festival del Monte Tucumano exigirá formalmente una Reparación Histórica y Colectiva para el pueblo de Santa Lucía, con el objetivo de recrear su horizonte de prosperidad y dignidad.
Movilizados por esas palabras, invitados por los organizadores a acompañar la fiesta con sus artesanías, sus comidas regionales, su presencia fundamental en la plaza, frente al escenario desde donde los artistas solidarios regalaban la maravilla de su talento y de su inteligencia, los pobladores de Santa Lucía participaron en esa noche de júbilo y alegría. Fue una muestra de que los dolores pasados pueden terminar de pasar, definitivamente. Un ejemplo de que en la búsqueda de la memoria de todos y de todas, puede participar también, dando ánimos y repartiendo bellezas, la alegría compartida.
Con esos sentimientos estremecidos y estremecedores terminamos, por ahora, aquella experiencia viva y creadora. Nuestra presencia hoy, en estos días cálidos (en tantos sentidos) en Santa Lucía es solamente una muestra humilde de nuestro agradecimiento a los pobladores y las pobladoras de esta tierra asolada, pero no vencida; silenciosa por razones imperiosas y terribles, pero probablemente deseosa de recuperar la palabra y la memoria. Si así fuera, qué alegría mayor para todas y para todos.
Juntos podríamos –podemos, si queremos, ahora mismo– hacer nuestras las siguientes palabras que flotaron en la noche luceña el pasado 28 de noviembre, mientras el pueblo compartía, ante las imágenes de su vida y de su historia, el fulgor de la memoria:
Las luchas no se olvidan, son la historia de un pueblo.
Un pueblo es su presente y su pasado, en sus voces y su memoria.
Santa Lucia es el pueblo que nos convoca para ponerle voz a su memoria, para recuperar sus luchas.
Este Festival del Monte Tucumano nos encuentra reunidos hoy para devolverle a Santa Lucia algo que es suyo. Una pequeña reparación.
Una lucha que no olvidaremos.
Por los que no están, por los que estamos aquí presentes, por los que vendrán.
Esta noche, aquí en esta plaza de Santa Lucia :
Voces y Memoria para que las luchas no se olviden
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