El dolorido sentir: Apuntes para una conversación con mis nietos

 
Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet

Ambrosio Fornet

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El otro día un joven escritor a quien aprecio por su discreta franqueza me preguntó si yo no sentía que para nosotros, los viejos, este difícil momento de transición había empezado demasiado tarde. Le dije que sí, pero aclarándole que la mayoría de nosotros seguimos teniendo tareas y hasta planes –planes a corto plazo, se entiende–y que eso no iba a cambiar porque haya una sola moneda o el reconocimiento de las leyes del mercado o de ciertos rasgos de la naturaleza humana. Si vamos a seguir siendo escritores y artistas comprometidos de algún modo con un proyecto de desarrollo social y cultural, tendremos que seguir escribiendo, componiendo, pintando, actuando y, por supuesto, haciendo planes. Con la única diferencia de que ahora tendremos que ser más cautelosos –valga la paradoja–, porque ahora sabemos, dando por descontado el oficio, que con la buena fe y el entusiasmo no basta. Ahora es necesario dudar. Dudar de todo –diría yo, cartesianamente–, menos de la justicia de nuestra causa. Y por tanto es necesario estar abiertos a la crítica, para poder exigir el derecho a criticar.

Hemos tenido que renunciar a muchas ilusiones –que ahora muchos llaman utopías—pero no podemos renunciar a la idea de que un mundo mejor es posible sin negarnos a nosotros mismos. En el vocabulario insular se ha reinstalado con mucha fuerza el adjetivo “pragmático” –un anglicismo, ¿no?–, y me parece muy bien que empecemos a considerarlo una virtud; pero no –para predicar con el ejemplo– sin someterlo antes a prueba. Porque los pragmáticos se equivocan también, y más cuando pretenden asomarse a un medio como el nuestro, donde la simple fórmula de dos más dos no siempre da cuatro.

Creo que a los intelectuales y artistas, tanto viejos como nuevos, la crisis nos da una oportunidad de crecer y demostrar una vez más lo que somos. Después de todo, utopía es –según el diccionario de la RAE– un proyecto optimista “que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”, así que lo que cometimos, al creer que ya aquello estaba a nuestro alcance, fue también un error semántico. Error costoso, sin duda –lo estamos viendo–, pero reparable, lo que nos abre la alternativa de reorientarnos sin sobresaltos hacia lo que Sánchez Vázquez se atrevió a llamar la utopía posible. El papel que en esa alternativa debe desempeñar la Economía es decisivo. Decisivo, sí, pero insuficiente. Porque falta ahí un ingrediente básico, que es la Cultura. Varona decía que la moral no se enseña, sino que se inocula. De la cultura que no sea simple instrucción o pedantería podría decirse algo semejante. Así que a nosotros nos toca, en gran medida, darle a esa acción profiláctica un carácter orgánico, lo que sólo se logrará completando la fórmula incompleta del pragmatismo. Que la Economía permita desarrollar al máximo las fuerzas productivas del país, pero que ese imprescindible y ansiado desarrollo no vaya a borrar la memoria del pasado ni a distorsionar la visión del futuro, porque ese marco es el único en el que puede insertarse orgánicamente nuestro rostro, el rostro colectivo.

He dicho “colectivo” y ya me parece estar oyendo los reparos. Desde hace un buen rato el rostro humano o, más exactamente, la condición humana viene siendo confundida en el ámbito académico con la condición postmoderna, y el postmodernismo, si lo entiendo bien, considera que nociones tales como Nación y Clase, por ejemplo, son sólo entelequias, parte de los llamados Grandes Relatos cuya vigencia ya caducó en este globalizado mundo nuestro de redes electrónicas y realidades virtuales. Perdón. Escribí “nuestro”por inercia y ahora me asalta la duda: ¿a quiénes pretendo designar con ese piadoso pronombre? Porque mi mundo no se parece a ese–a pesar de que tengo acceso a internet–, tal vez porque para mí, a estas alturas del partido, con nietos adolescentes de por medio, lo más importante no es la información, sino la formación (aunque reconozco que ésta no puede prescindir de aquélla). Soy de los que siguen preguntándose sobre qué bases se forman las conciencias, o como se dice ahora, se construyen los sujetos. Si el antiquísimo “conócete a ti mismo” aún tiene algún sentido, éste no puede ser ajeno a la formación de valores, a los patrones de conducta, a la aceptación de ciertas normas de convivencia. A menos que uno sea como Josefina Beauharnais, personaje singular y arquetípico a la vez, tan representativo de una cierta cosmovisión que vale la pena detenerse en él. Se trata de la protagonista del monólogo –omonodiálogo– Josefina la viajera,del dramaturgo Abilio Estévez. (1)
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Si tuviera que definirla pronto y mal, diría que Josefina es una Vidente estrábica. Posee un Ego del tamaño del mundo y se siente desesperada porque su viaje –su peregrinaje– no parece tener fin. Al contrario de lo que haría suponer la resonancia imperial de su segundo nombre, es cubana –para su desgracia, dice–, nacida en un cafetal de Mayarí o Alto Songo en 1875. Su peregrinaje se inició cuando tenía diecisiete años, es decir, en 1902, así que lleva en eso más de un siglo. ¿Qué busca Josefina? Mantenerse lo más lejos posible de la maldición que pesa sobre la Isla y hacer su santa voluntad, por lo menos en el espacio de sus delirios o sus pesadillas:

…No quería tener que sufrir lo que yo sabía que sobrevendría: la intervención norteamericana, la Enmienda Platt, la Guerrita de Agosto, la otra guerrita de 1912, la Revolución del 30, los golpes de estado de Batista ,la Sierra Maestra y todas sus interminables consecuencias.(2)

Hace entonces un exhaustivo inventario de gobernantes con sus ridículos o repulsivos atributos –desde Estrada Palma hasta Prío y Batista–,y añade una alusión a quien llama el “Señor” que, “con su aire de Mesías”, se dedicó a fundar “Paraísos mientras hacía hervir el aceite de las calderas infernales”. Para librarse de aquel viaje interminable “por la horrible historia de la desgraciada Isla Infamia” y poder proclamar su soberana voluntad, Josefina decide expatriarse y recorrer mundo. Ahora se siente libre. Por lo pronto, nadie puede contradecirla ni pedirle cuentas.

…Si digo que soy francesa, soy francesa. Y si digo que soy emperatriz, soy emperatriz. Y si digo que soy harapienta, soy harapienta. Soy lo que yo digo que sea. Y lo digo con las palabras que yo decida.(3)

Así, pasada por el filtro de un Ego tan hipertrofiado como desquiciado, la irritación histórica adquiere visos de perreta. Aunque aquí estamos no sólo ante un ego, sino también ante su alter ego, con el que Josefina polemiza, a menudo dando muestras de rabiosa lucidez. Porque se trata de una obrita intensa y compleja, de la que he ofrecido aquí una imagen esquemática porque sólo me interesaba subrayar el hecho de que en ella el autor, cuando se refiere a nuestra historia, tiende a esquematizar también.

Está claro que la mayoría de los lectores leerán la pieza como una dramática alegoría de la frustración en la República…, una frustración que se prolonga luego,en los años sesenta, entre aquellos que decidieron abandonar el país, y que reaparece inclusive treinta años después entre quienes vieron desplomarse de un día para otro la imponente Fortaleza soviética y acto seguido entrar a Cuba en un Período Especial tan especial que todavía se recuerda con crujidos de dientes.Pero todo eso, que para nosotros –los que piensan como yo– era Acontecimiento, pura sustancia de la historia, uno de sus sorpresivos avatares,para Josefina era fatum, Destino. Ella –entiéndase la Isla—estaba condenada a una frustración eterna. Y de ahí que termine su monólogo con la más arbitraria lectura de nuestra historia que cabe imaginar, juntando piezas incompatibles –regresiones y revoluciones– y dejando espacios vacíos donde deberían ir los contrafuertes que han sostenido toda la armazón del proyecto Esos contrafuertes tienen nombres –Mella, Villena, Guiteras, Fidel…, y José Antonio y Frank…– y tantos otros, y multitudes más o menos anónimas detrás de cada uno de ellos. Josefina se abstiene de citar nombres o sucesos, quizás porque todos representan una dinámica, las ineludibles rupturas de ese destino infame que ella previó y que escapan a su mirada estrábica y autocomplaciente. Esas revoluciones a las que ella alude gruñendo no son variantes estruendosas de la infamia, sino actos de purificación y refundación. “Con una historia tan llena de ignominias como la suya –escribió Merchán al estallar la guerra del 95, aludiendo a la esclavitud y el coloniaje–, Cuba sería una gran mancha en América si no hubiera sido revolucionaria”.

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Lo que dijo el poeta: “No me podrán quitar el dolorido sentir a menos que me quiten el sentido”, podríamos reformularlo en términos históricos diciendo “a menos que nos quiten la memoria”. Con lo que volveríamos al tema de la postmodernidad, porque dentro de esa condición, como decíamos, se ha decretado tajantemente que construcciones tales como la de Nación ya son obsoletas. Ahora bien, la Nación moderna, como categoría, se construyó hace poco más de doscientos años y es para nosotros algo sagrado –si se me permite decirlo así—, primero, porque es lo que los cubanos, como pueblo, hicimos juntos por primera vez, y después, por eso mismo, porque es lo que nos permite hablar de una Identidad nacional–es decir, de una experiencia y una memoria compartidas–, y dar un testimonio palpable de nuestro ser en el mundo. Esta experiencia comenzó en 1868 –hace menos de ciento cincuenta años—y, aunque mediatizada, pudo hacerse cotidiana de un extremo a otro del país en 1902, es decir, hace sólo ciento doce años, ayer, como quien dice. Pero nos consta que la idea de patria, el sentimiento de patria ligado al de nacionalidad precedió con mucho al de nación –y desde Heredia logró expresarse con todas sus letras–, de manera que en el plano cultural nuestra identidad viene de muy atrás. Entre una cosa y otra, el legado ético y espiritual que se fue acumulando desde entoncesacabó siendo enorme. Solemos resumirlo en nombres de poetas, pensadores, patriotas venerables y combatientes mambises, y estos, a su vez, en el de Martí, que pasó a ser representativo de todos ellos.(4) Sin la asimilación y renovación permanentes de ese legado y esos nombres –nuestro capital simbólico, como se dice ahora con una agresiva metáfora empresarial–, la Nación cubana correría el riesgo de convertirse en algo que pudo ser y no fue. Porque lo que siempre hemos querido que fuera se resume en tres postulados martianos que hablan de la opción por los pobres, la consagración a todos para asegurar el bienestar de todos, y el culto a la dignidad plena del hombre, y sabemos muy bien que las bases de esa monumental estructura no se han terminado de echar todavía.

Tal vez sea ahí donde la impugnación de los Grandes Relatos –el de la Nación entre ellos—pudiera adquirir algún sentido, porque el discurso de la Nación arrastra componentes autoritarios y clasistas de los que raras veces logra desprenderse, de modo que tiende a ocultar con principios generales –todos los ciudadanos somos iguales ante la ley y disfrutamos de los mismos derechos–lo que la realidad tiene de específico, el hecho de que, en la práctica, todos somos diferentes yque eso se reflejaen la vida social como desigualdades…, que tienden a perpetuarse sobre el humus de los hábitos y prejuicios. Como somos un universo –cada persona,única, pero parte de un conjunto diverso—,hay quienes, cuando hablan de ese sentido de pertenencia que llamamos Identidad –identidad nacional, sobre todo–se hacen los distraídos y simulan pensar en conjuntos homogéneos. No son bobos: esa construcción –la de los conceptos identitarios–es una fuerza aglutinante que contribuye a crear el espacio imprescindible para el normal ejercicio del poder. Y es eso, justamente, lo que la hace susceptible de manipulaciones, porque yo soy cubano, en efecto, como cualquiera de mis compatriotas, pero mi estatus social, mi género, mi procedencia regional, el color de mi piel, mi orientación sexual y mi ideología me diferencian de otros muchos cubanos. Así que convendría no hablar sólode Identidad sino también de Identidades, si es que eso nos sirve para ir alcanzando,como cubanos –como seres humanos, en realidad– un grado de igualdad cada vez mayor ¿Acaso no es de eso también –de la igualdad asumida y ejercida desde la diversidad–,de lo que hablamos cuando hablamos de justicia social?

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He dado este fatigoso rodeo porque quería decir dos cosas sobre el tema de la hegemonía de los discursos que hoy coexisten pacíficamente en el campo de la crítica literaria y artística cubana. Entre los jóvenes de menos de cuarenta años –sobre todo en los espacios académicos—parece prevalecer el discurso de la postmodernidad, que opera, como sabemos, sobre una plataforma desterritorializada, por lo que el diálogo con sus voceros se hace sumamente difícil para críticos como yo, acostumbrados a moverse por el territorio nacional, es decir, con los pies en nuestra tierra (está claro que aludo a los asuntos que trato –los relacionados con nuestra literatura– porque el territorio propio de la cultura es el mundo entero). Pero el tema me remite, por caprichosa asociación de ideas, al viejo y ya enmohecido debate sobre el criollismo y el costumbrismo, que sin embargo adquiere de pronto una dimensión imprevista al asociarse igualmente al tema de la ética y de la vigencia o no del pensamiento martiano. Porque ambos se entrelazan en el excelente estudio crítico de Susana Haug “Contigo en la distancia. Misreadings de Onelio en el siglo XXI” (5) y nos incitan a preguntarnos si esa distancia y esa lectura equívoca anunciadas en título y subtítulo no se habrán extendido hasta la obra de Martí. La autora da por descontado que la poética de Onelio Jorge Cardoso, en su visión de lo social, coincide con los principios de la Revolución porque ambos provienen de la misma fuente, “el proyecto ético-estético martiano” –lo que parece aludir a una actualización de este último–, pero en su argumentación dicho proyecto, de repente, adquiere un sorpresivo tinte arqueológico.

Martí cree, en aquellos tiempos del cólera tan distantes ahora de los nuestros, en “el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud” y en un “tú” que es el niño, el joven de mañana, el “pino nuevo” de la hornada futura, con un ideal ilustrado-romántico que suscribe la perfectibilidad del hombre a través del proyecto educativo, la elevación redentora de la cultura y la ejemplaridad ética…(6)

Vuelvo a leer atentamente y caigo en la cuenta de que, en lo esencial, eso es también lo que yo creo, probablemente por la influencia que el pensamiento martiano ejerció en mí a través de mis lecturas dispersas de adolescente. Ya no tengo cuarenta años, sino algo más del doble, pero mis nietos tampoco tienen cuarenta, sino la mitad, y aquí estoy preguntándome si para ellos lo de “la dignidad plena del hombre” –y de la mujer, debo añadir ahora—no va a ser más que el delirio ilustrado de los utopistas de otros tiempos. Creo que las aspiraciones y principios no tienen fecha de vencimiento, y que ese –que sirve incluso de preámbulo a la Constitución—podría hacerse realidad en un futuro no tan lejano…,o, en todo caso, que valdría la pena seguir luchando por él. Espero que esa convicción se haya filtrado de algún modo en lo concerniente a mi oficio de crítico: los temas que escogí, el enfoque que les daba, las valoraciones que se desprendían de todo ello. Porque me basta con leer El Quijote y Cecilia Valdés para saber que la literatura no sale (únicamente) de la literatura y que toda lectura crítica supone un vínculo con el lector –y por extensión con el resto de la sociedad– que no suele darse en los seminarios académicos. Como otros muchos colegas, pasé por una experiencia política y social –la del 59– que me marcó y cambió el rumbo de algunas de mis ideas, así que no me oculto para decir que para mí, en circunstancias como la nuestra, la función del intelectual no consiste sólo en desenmascarar el discurso del Poder –puesto que se trata de un Poder, el que me tocó y elegí, tercamente asediado por un Superpoder que amenaza con borrarlo del mapa–, sino también en apoyarlomientras siga respondiendo a mis intereses…que espero sigan siendo los nuestros(7)

La obsesión del intelectual cubano con Martí viene de la sospecha de que, sometida como está a tantas turbulencias, si la Isla pierde esa brújula queda al garete. Pero hay de todo. Desde la proclamación de la República el legado martiano estuvo expuesto a un constante saqueo. Los demagogos se hartaron de citarlo. Los pillos encontraban en él un refugio seguro en cada efemérides Ya en 1926 un joven universitario, Julio Antonio Mella, no pudo contener su indignación: “Es necesario dar un alto –escribió—y si no quieren obedecer, un bofetón, a tanto canalla, tanto mercachifle, tanto patriota, tanto adulón, tanto hipócrita…que escribe o habla sobre José Martí”.(8) La Generación del 30 se propuso y la Generación del Centenario logró llevar a la práctica buena parte de ese legado, y desde entonces más de un artista ha sometido a crítica la inconfesada tendencia de los burócratas a convertir su memoria en rito y rutina. (9) Es posible que su omnipresencia haya significado un nivel de saturación y desgaste que, sumado al ahistoricismo propio de la ideología postmoderna, haya conducido a un amplio sector de la joven intelectualidad a un rechazo de símbolos y valores cuya importancia reconoce, pero cuya vigencia niega. Se alega que pertenecen a un código viejo y, peor aún, que pese a la vejez y el desgaste, siguen tratando de imponerse. El resultado está a la vista en la propia Gaceta.

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Tomemos el concepto de “héroe”, por ejemplo. Según el diccionario, héroe es aquel que se hace famoso por sus hazañas o virtudes, o bien, de manera más simple, el que realiza una acción heroica. En esta segunda definición, Martí introduce la noción extrema de sacrificio. No hay héroe sin voluntad de sacrificio; sólo quien está dispuesto a sacrificar hasta su propia vida por los demás merece ser llamado héroe.Imaginarán ustedes, entonces, el desconcierto que me causó ver la foto del artista Yuri Obregón que ilustra el novedoso artículo de Marialina García “Cátedra Arte de Conducta: discursos y herramientas antropológicas” (10). La foto, que pertenece a una serie de 2008 titulada “Héroes”, muestra a dos jóvenes apuestos y bien vestidos, sentados en un murito, mirando complacidos a cámara, y detrás, entre ambos, a la altura de sus hombros, sobre un pequeño pedestal de mármol…, el clásico busto de Martí. A ver, a ver…, Martí entre dos jóvenes…Entonces, ¿son tres los héroes? Y si es así, ¿en qué consiste el “heroísmo” de los dos?, ¿en que son negros y aparentemente gays? ¿En que tienen que salir a la calle todos los días a lidiar con esa desventajosa condición? (11) Sea como fuere, uno siente que también aquí –como en el caso de la producción de bustos en serie—el símbolo está siendo manipulado, ahora en una operación de “quítate tú para ponerme yo”. Sólo que aquí te margino poniéndote en el centro.

En otros casos –por ejemplo, la reseña de Gilberto Padilla sobre La lengua impregnada, de Garrandés–, el crítico se va al extremo opuesto subrayando la distancia que media entre el heroísmo en Martí y el hedonismo contemporáneo, aunque forzando el contraste al escoger como punto de comparación Ese sol del mundo moral, de Cintio Vitier. En opinión de Padilla, el de Garrandés, al situarse irónicamente como un discurso “díscolo” –entiéndase juvenil, transgresor—“frente al metarrelato monumental de la nacionalidad” de Vitier, se convierte de hecho en su parodia. Chistosa ocurrencia –como si dijera que el Decamerón es una sátira de los Evangelios, por ejemplo–, pero hecha a costa de ese, al parecer, imponente artefacto discursivo que es la “historia de la eticidad cubana” de Vitier, fascinante recuento que ahora ningún joven sensato se sentirá tentado a hojear siquiera. Una lástima, porque si no logramos establecer desde temprano el vínculo con esa, nuestra tradición más legítima, ¿a qué archivo o a qué memoria-flash irá a parar?

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Me preocupa que la irrenunciable aspiración de nuestros intelectuales y artistas a un diálogo abierto con el mundo vaya a convertirse en una incapacidad orgánica para dialogar con nosotros mismos (los que somos y los que fuimos). En un revelador ensayo sobre un grupo de artistas plásticos que parecen suscribir sin reservas –vía Foucault y Lyotard—las bases del discurso postmoderno, Cristina Figueroa llama la atención sobre el hecho de que en el mundo de los llamados “artistas neomediales” –un mundo, por definición, desterritorializado—el diálogo entre las partes más diversas es posible porque “todo está signado por la voluntad integradora de la tecnología”.(12) Al oír esto, los viejos nos apresuramos a preguntar: “Y esa voluntad integradora,¿desde dónde se ejerce? ¿Con qué voz? ¿Desde qué plataforma, desde qué códigos sociales y culturales?” Y la respuesta no se hace esperar: “¿Ve, abuelo? Usted no ha entendido nada”. Bien, lo acepto. Por eso he decidido tratar el asunto con mis nietos.Ellos podrán explicarme con calma. Además, ya están grandecitos y espero que sepan que el espacio es tiempo, que la geografía es historia, que lo que llamamos Nación no es más que la forma en que una cosa y la otra se entrelazan. Y entonces me tocará a mí explicarles a ellos qué significa el tejido resultante y por qué importa mucho que reconozcamos ahí una serie de paisajes y figuritas que son las que nos hacen iguales y distintos al resto del mundo y las que nos permiten, por tanto, encontrar temas de conversación y un lenguaje común para dialogar de verdad, más allá de los ciento ochenta caracteres. (Publicado en La Gaceta de Cuba)

NOTAS

  1. AbilioEstévez: “Josefina la viajera. (Ceremonia para una actriz desesperada.)” Revista Unión, no. 82, 2014, pp. 56-71. (El texto está fechado en Barcelona, en marzo de 2006.)
  2. Ibid., p. 70.
  3. Ibid., p. 70.
  4. No es casual que Martí haya sido el primer cubano calificado públicamente de “utopista”(y con una connotación positiva). Cf. Nicolás Heredia: “El utopista y la utopía”. Patria, 20 de noviembre de 1895.
  5. Véase, en La Gaceta de Cuba, mayo-junio 2014, pp.35-42.
  6. Ibid., p. 37.
  7. Alguien se preguntaba alguna vez, irónicamente, cómo se puede ser intelectual –ejercer como intelectual– en una sociedad con la que se está de acuerdo. Pero para nosotros la pregunta esconde una trampa descomunal: primero, porque no aclara que se trata de una sociedad en construcción, de cuyo diseño no existen antecedentes legítimos, y segundo, porque pasa por alto el hecho de que se está de acuerdo, sí, pero con los fines, con el objetivo último, no necesariamente con los medios que se adopten en cada caso para alcanzarlo. Ante esta situación no nos queda otra alternativa que suscribir el clásico binomio postulado por Gramsci, en el que se concilian el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad.
  8. J.A. Mella: “Glosas al pensamiento de José Martí”, en Documentos y artículos. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 265.
  9. Como ejemplo de esa tendencia está la producción en serie de los conocidos bustos de yeso de Martí , sobre la que han dejado imágenes satíricas o dramáticas, entre otros, el cineasta Tomás Gutiérrez Alea y el fotógrafo Alberto Figueroa. En su película Martí, el ojo del canario –pasajes de su infancia y juventud– Fernando Pérez contribuye a darnos una visión desacralizada del personaje.
  10. Véase en La Gaceta de Cuba, mayo-junio 2014, pp. 14-19.
  11. No estoy en condiciones de responderme esas preguntas, y tal vez lo único que el artista pretenda sea eso, justamente, que me vea obligado a hacérmelas. Se trata de “artistas etnógrafos”, y la autora del artículo afirma o insinúa que sus mensajes sólo pueden descodificarse “desde el ámbito de la antropología visual”. (Ibid., p. 15).
  12. Cristina Figueroa: “Interrupted: nuevos medios en Cuba”, en La Gaceta de Cuba, julio-agosto 2014, p. 34.
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2 Responses to El dolorido sentir: Apuntes para una conversación con mis nietos

  1. Vicente Carvajal Iglesias says:

    Muy buenas reflexiones…y sí….hay que tener mucho cuidado con los dólares y los “artistas” reformadores y cosmopolitas……

     
  2. chilecuba says:

    Reblogueó esto en Cree el aldeano vanidoso…y comentado:
    Palabras que merecen ser conservadas…Fornet no sólo es uno de nuestros más lúcidos intelectuales sino que, también está raramente signado en grado sumo por la nobleza, la llaneza y la sinceridad…Virtudes que no abundan, ciertamente, cuando no se habla de la recia patria intelectual que tantas figuras altísimas tiene nuestro país, sino del consabido mundillo donde pululan, precisamente los ya – tan antiguos- …. postmodernos

     

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