Víctor Casaus
Eso hemos recibido, devuelto, regalado a Marta Valdés durante años. Palabras de agradecimiento por su obra y su vida tiernas y valientes, amor para seguir repartiendo en derredor, junto a los pobres de la tierra y los grandes del alma. Como debe ser.
Hemos visto ya, en estas horas de domingo, las palabras sabias y generosas dedicadas a Marta por Joaquín Borges-Triana y Guille Vilar, trovadictos mayores, filineros de raza, amantes confesos de la canción y la música que proponen la belleza frente a la ramplonería y la autenticidad frente a las repeticiones empobrecedoras que la mayoría de los medios multiplican sin piedad.
Marta Valdés cumple 80 años lúcidos y batalladores y nos alegra haber comenzado esas celebraciones desde antes, desde siempre. Siempre desconfiados de las retórica que a veces desencadenan las efemérides mal entendidas. O mal sentidas, que es peor. Por eso nos alegra festejar lo festejable y honrar lo honrable, siempre, sin cronogramas ni planes semestrales.
Esos temas celebrativos nos recuerdan siempre aquella anécdota verdadera: cuando el Centro Pablo comenzó a organizar, para la entonces casi olvidada Teresita Fernández los conciertos en que volvería a cantar sus canciones martianas, sus temas infantiles o sus profundos y menos conocidos acercamientos a los territorios complejos del amor y de la vida (esos sinónimos), mientras al mismo tiempo nos acercábamos (más), de la mano de María Santucho, a ofrecerle una mano, dos, todas, a esa maestra que cantaba, que canta, que cantará para muchas generaciones de cubanos y cubanas. Con su humor y su sonrisa indetenibles, Teresita preguntaba, enmascarando de ignorancia su sabiduría: ¿Todo esto que ustedes hacen por mí es porque averiguaron que tengo una enfermedad terminal?
No le estábamos regalando nada, le estábamos devolviendo un poco de lo que su canto y su vida merecían. Simplemente eso. Si algunos no lo habían entendido así, o lo entendieron mal o lo entendieron en contra, no era asunto de Teresita y nosotros: el título, por cierto, del primer concierto público de Silvio, en julio del 67, acabado de salir del Servicio Militar, acabado de entrar en el camino de maravillas y entregas que lo ha conducido, por suerte, hasta hoy junto a nosotros.
Por esas asociaciones (mentales, no de las otras) que a veces deben tener que ver con la poesía, supongo, o con el subconsciente (o el consciente, quién sabe), recuerdo mientras escribo estas palabras (y amor) con que queremos felicitar a Marta en sus 80, un texto que leí esta mañana en el blog Segunda cita de Silvio, donde encontré referenciadas las notas de Joaquín y del Guille Vilar. En esa “entrada divertida”, como la titula, el trovador dice que en verdad le “regocija que vengan aquí los desahuciados. Los que necesitan de cariño, los que tienen dificultad en conseguir amigos, los gordos, los bizcos, los que no guardan alguna proporción “ideal”, los zombis melancólicos, los días sin sol, los deudores del banco mundial, como ya dije”.
A esa tropa –también aguerrida, cómo no– a la que pertenecemos tantas y tantos en ese mundo maravilloso y terrible, segundaciter@s o no, pertenecen también, buscadoras de la belleza y repartidoras del amor y la ternura, Teresita y Marta.
Por eso me alegra recordar, les decía, que nuestras celebraciones para Marta comenzaron, desde la intimidad de la admiración hace muchos años y tomaron cuerpo más palpable el 29 de noviembre del año 2009, cuando le entregamos, en el patio de las yagrumas de la calle Muralla, el Premio Pablo, modesto reconocimiento a “personalidades e instituciones cubanas y de otros países que se hayan destacado en investigaciones, obras de creación y acciones encaminadas a promover y defender los valores de la identidad cultural y la solidaridad entre los pueblos”.
Al instituir ese Premio que lleva el nombre de Pablo quisimos celebrar y reconocer el filo de su palabra (siempre las palabras, Marta) y de su “capacidad para pensar con cabeza propia los problemas de nuestro tiempo”. Por eso lo entregamos aquella tarde a Marta Valdés:
Por permitirnos acompañar la belleza
y la sabiduría de tu música y de tus letras
Por tus palabras: íntimas y nuestras
al mismo tiempo
Por tu amor a la canción y a la cultura verdaderas,
que compartimos agradecidos
y a guitarra limpia
Aquella tarde el trovador y musicólogo Alberto Faya, a nombre del Centro Pablo, reveló desde la emoción algunas claves queridas de Marta: “sus canciones son viajes al interior con mucho feeling. No es posible cantar a Marta desde la superficie, como si uno no estuviera viviendo sus cosas o, mejor dicho: sintiéndolas. (…) Pero Marta no sólo ha hecho música sino que ha sido descubridora, promotora, comentarista de fino lápiz, orientadora, acogedora y amiga del buen artista. ¿Qué más puede pedírsele a alguien?”
Nosotros quisimos pedirle algo más y poco después la invitamos a cantar en el espacio A guitarra limpia. Hoy lo recordé y lo conté así en Segunda cita, ese lugar inspirador de tantas cosas –esta crónica incluida:
querida gente:
el programa del concierto con el que marta valdés regresó a colocarse, después de mucho tiempo, guitarra y corazón en ristre, frente a su público, frente a su gente, frente a aquella representación de su pueblo que la esperaba bajo las yagrumas del centro pablo, tuvo una característica especial y hermosa. las palabras de aquel programa no fueron escritas por un trovador amigo o una musicóloga invitada a hacerlo, ni siquiera por un trovadicto empedernido entre los que hemos azotado con nuestra presencia ese espacio creado y creído por la gente de la nueva trova en estos años insustituibles.
las palabras (otra vez: las PALABRAS), llenas de ternura y agradecimiento, fueron escritas por Marta.
Yo las traigo aquí ahora a esta crónica rápida pero memoriosa y no tengo valor, ni ganas, ni derecho a quitar siquiera una coma a este texto de Marta que apareció en el humilde programa de su concierto A guitarra limpia, y que es –bien leído y bien sentido, como probablemente ustedes pueden percibirlo en este momento–, el editorial (personal y público) de Marta, el himno de Marta, la canción, las palabras de Marta.
Querido Centro Pablo:
No sé ni qué decirte en medio de la urgencia de escribir este mensaje dirigido a todas aquellas personas conocidas o providencialmente desconocedoras de lo que significan mi nombre y mi apellido, que tendrán a bien, una vez más, cobijarse en tu patio para escuchar canciones amparadas en el hermoso lema “a guitarra limpia”. Pensaba y pensaba cómo poner en palabras justas lo que esta ocasión significa para mí y vino volando a mi memoria un verso del joven Retamar cuya poesía me sirve de custodia en cada uno de los lances donde apuesto todo lo que soy para que un escozor, siempre el mismo, me asegure que es posible traer al mundo una nueva canción armada con sonidos escapadizos entrelazando palabras “que ya no son palabras”; palabras como esa que acabo de inventar para ver si me entienden, hechas música.
Pasaba siempre por la acera de enfrente hacia la Plaza Vieja, miraba hacia tu puerta y respiraba profundo, sabiendo que en mi tierra, en mi ciudad, la gente joven con ganas de trova tenía asegurada una silla y unos ramajes a cuya sombra siempre podrían soltar su inspiración a voz en cuello. Nunca cruzaba, porque tenía muy clara la diferencia entre sus tiempos y el mío, por más que constantemente hubiéramos estado coincidiendo. Mis primeras canciones, igualmente biennacidas, concebidas en guaguas, en rincones de la casa a altas horas, tragadas por la pena y el miedo a que el vecino o la familia me oyeran malcantarlas, culpables –desde entonces– de este débil sonido de voz y guitarra que no pocas veces me echaron en cara, fueron recibidas, a corazón abierto, por jóvenes cantantes desconocidos, que no tardarían en ganarse un lugar imperecedero en nuestra música y lo hicieron rodando de bar en bar, de pista en pista, de emisora en emisora y, cuando la suerte les hacía colocarse en la victrola de la esquina, barrios enteros las dejaban entrar por entre los balaústres de sus balcones, por entre los barrotes de sus ventanas.
Así llegaron a las salas de concierto, así desaparecieron de la discografía nacional por el designio de alguna que otra mano alegre; clasificaron bajo el estigma de un cierto olor residual a alcohol o cigarrillos que, en sus primeros años de vida, se mezclaron con el aplauso bien ganado; agradecieron, años más tarde, elogios, premios y distinciones. En medio de ese sube y baja de una larga vida cuyo centro ha sido la lucha constante por tocar corazones con acordes de una o dos cuerdas pisadas, con giros melódicos que me parecieron los más hermosos y con las expresiones más sentidas que encontré, aparece María Santucho y me habla de traerme con mis canciones a este espacio y me dice que Heidi y que Marta y Heidi me dice que Pepe y que Jade y yo me pongo tan contenta que cruzo la calle y entro para siempre a este patio para tener la alegría de conmemorar edades gruesas de canciones añejas, abrazar a quienes toman la palabra hoy por hoy para decir lo suyo y a invocar, de todo corazón, a los que ya se fueron. Traigo también canciones recién nacidas a ver qué les parecen, y lo hago con la ilusión de siempre,
Querido Centro Pablo: yo creo que a mí no se me va a olvidar más nunca el sábado 26 de octubre de 2013.
Te abraza,
Marta
A nosotros, los que estuvimos en aquel patio y a los que lo conocieron después, por los cuentos de los asistentes o a través del programa radial En el Centro que hacemos desde hace 15 años junto a Habana Radio, “la emisora de Eusebio”, como la llama el pueblo, tampoco se nos ha olvidado, Marta.
Por eso nos alegramos tanto en este cumpleaños tuyo en el que participamos con una crónica urgente y unos regalos culturosos del Centro Pablo, entre ellos el pulover del quince aniversario de A guitarra limpia por donde han pasado “todas las generaciones y tendencias de la nueva trova cubana”, como nos enorgullece decir y ratificar, contra viento y marea, desde principiantes audaces y esperanzados hasta maestros y maestras de la canción y de la vida como tú.
Todo concierto genera, por lo general, su nota de prensa, su comentario, su crítica especializada (si alguien la escribe), su crónica. En este caso también fue así y ahí están conservados en los archivos digitales del Centro Pablo, junto a las decenas de fotos que tomamos aquella tarde inolvidable, algunas de las cuales han ilustrado en estos días –sin crédito ni noticia de origen, pero en este caso no importa–, las notas de cariño y admiración que te dedican, tan merecidamente, los amigos y defensores de la canción sensible y pensante.
Tu concierto generó una nota especial, única: la que escribiste y publicaste en tu columna digital de Cubadebate –otro ejemplo de tu espíritu batallador y sensible: buen ejemplo, por cierto, para los periodistas desentendidos de la palabra y para los trovadores y las trovadoras que tienden a la inercia (sobre todo creativa).
Para terminar, para continuar (siempre) este intercambio de palabras contigo, regalo, con tu permiso, este fragmento de tu crónica sobre el concierto, publicada en Cubadebate el 3 de noviembre del 2013.
Este último sábado de octubre fuimos convocados para cantar canciones mías debajo de la yagruma del patio en el Centro Pablo. Yo que pensaba en este y en aquella, en el otro y la de más allá retomando con frecuencia el estribillo de la canción de Pável: “¿por dónde andará?” comienzo a ver entrelazados todos los puntos cardinales. El saxo de Lucía Huergo hace las veces de un toque de diana y junto a las muchachas del Dúo Jade o la voz de Marta Campos, gira la guitarra de Rey Ugarte con el tres de Yusa, les doy el “cuartelazo” a Ivette Cepeda y José Luis Beltrán para que no se me quede rezagada una canción y aterriza Gema Corredera, luego de compartir conmigo un par de canciones, poniendo sobre el tapete, para mi sorpresa, aquella lección que nos uniera bajo el zapote y que yo había decidido dejar arropada en el fondo de la memoria:
“Si puedes vivir en la rama de un árbol ¿cómo vas a habitar en el fondo de un pozo oscuro?, ¿cómo vas a pasarte la vida bajo tierra? Hazte una casa en el aire, muchacho –quiero decir– en la rama de un árbol: de un purio, de un júcaro, de un dagame, en el palo del monte que más te guste”
A mí me parece que el cangrejito de este sábado escogió, para siempre, la yagruma del patio del Centro Pablo. Quizás, rememorando a aquella “peña de los juglares” donde Teresita, junto al poeta Garzón Céspedes y el crítico Carlos Espinosa escribieron páginas insuperables en la historia de nuestra espiritualidad hace tantas décadas, bajo un bosque también de yagrumas en el Parque Lenin (no por gusto Víctor Casaus dejó constancia de aquellos momentos en su libro Que levante la mano la guitarra).
Volamos todos a reunirnos esa tarde, yo la primera, la más vieja de cuantos estuvieran allí pero con tanto pavor como ganas; la gente desafiando la llovizna, esquivando los baches, pisando fino sobre los adoquines. Volví a pensar en la calle de hierro y me pregunté si el cangrejito no se habría quedado a vivir –sin que yo me diera cuenta– en alguna rama del zapote, cuando nos dijeron que no podríamos seguir haciendo la peña pero, después de lo ocurrido este 26 de octubre, no me cabe duda de que debe haber volado y volado hasta la yagruma de Muralla y quién sabe desde cuándo ha estado esperando lleno de fervor, a que alguien le cantara de nuevo su canción. Quién sabe si fue él quien contuvo la lluvia durante tanto rato para que no se aguara el concierto. Quién sabe si el “cernidito” fino del final no fue otra cosa que un lloriqueo de emoción por habernos visto juntarnos al son de las canciones que fueron esta vez, por un instante, un himno a la memoria del impúdicamente cortado zapote de otros sábados.
Reine el cangrejo volador en la rama de esta yagruma convertida en árbol de alivios, esperanzas, alegría inmensa de los encuentros.