Iroel Sánchez
Los admiradores del modelo comunicacional norteamericano, suelen referirse como ejemplos de dinamismo a los voceros de la Casa Blanca. Sus rápidas reacciones para opinar de cuanto acontece en el planeta, son inmediatamente amplificadas por los corresponsales en Washington y estudiadas por políticos, directores de medios y facultades de periodismo. No existe oscuro ni luminoso rincón del mundo que no reciba los mensajes enviados desde la Avenida Pensylvania.
Si a esto se suman las sonrientes imágenes de Barack Obama ante la prensa, se completa la Arcadia informativa exportada desde la capital de los Estados Unidos. De vez en cuando sucede algún exabrupto como el despido de Helen Thomas, pero para algunos son excepciones que sólo vienen a confirmar la regla en el “país de la libertad de expresión”.
Es interesante, porque no se trata de una relación de los gobernantes con sus gobernados, sino de un diálogo entre instituciones políticas cada vez más alejadas del poder real y corporaciones cuyo interés está condicionado por dueños y anunciantes. Por esa razón nunca veremos en sus conferencias prensa a representantes de Democracy Now o Rebelión, aunque sean medios muy leídos en sus respectivas lenguas, ni asomará allí una pregunta incómoda.
Sin embargo, a pesar de todo ello, se extraña por estos días la aparición de los voceros. Han transcurrido más de 72 horas desde que en la noche del viernes 22 de octubre se dieran a conocer por el sitio Wikileaks los casi 400 000 documentos que recogen la muerte de más de 100 000 personas en Iraq, aproximadamente 63 000 de los cuales eran civiles inocentes, y desde la Casa Blanca no se ha recibido más que silencio. Hasta el vicepremier de Gran Bretaña –un país aliado y copartícipe de los crímenes revelados- ha calificado de “extraordinariamente graves” los hechos filtrados.
Al hablar recientemente ante la ONU, Barack Obama, expresó admiración por quienes denunciaron la “guerra sucia” organizada por la CIA hace 30 años en Suramérica. Si no hubo demagogia en sus palabras, él o sus voceros, deberían ahora felicitar a Wikileaks por sus revelaciones de la “guerra sucia” en Iraq y disculparse ante las víctimas, ¿o hay que esperar otros 30 años?