Iroel Sánchez
Este 10 de febrero nos ha mostrado cómo va el mundo. Amanecía con la noticia de que los marines norteamericanos retratados con la bandera norteamericana y la de las hitlerianas SS -me pregunto si van camino de ser una las dos- no serán sancionados.
Desde Grecia, una huelga general regalaba imágenes de una brutal represión ante las protestas por los ajustes impuestos, por un gobierno no menos impuesto desde la Unión Europea, en el manejo de la crisis económica.
En Cuba, Fidel Castro, a quien hace poco servidores del gobierno de Estados Unidos en Internet daban por muerto, se reunía durante más de nueve horas con los intelectuales participantes en la Feria del libro para reflexionar sobre las graves problemáticas que acosan a la humanidad. En ese contexto el teólogo brasileño Frei Betto bendecía “la vida y la salud” de Cuba y su líder “porque alimentó al hambriento, curó al enfermo, dio trabajo al desocupado, tal como piden las Sagradas Escrituras.”
También en La Habana, miles de jóvenes, asistían a un “Concierto del amor”, transmitido al mundo por streaming en Internet y comentado profusamente en la red social Twitter. Allí se abrazaban luego de aplaudir una carta enviada por su esposa a uno de los cinco cubanos injustamente condenados en Estados Unidos por proteger su país del terrorismo.
Al conocer a través de Twitter de los acontecimientos en La Habana, el periodista español Eduardo Muriel me escribía: “disfruta de ese concierto, aquí tenemos uno de un tipo muy diferente…” y es que allí -donde tantos consejos y críticas se hacen a Cuba- lo que sonaba este 10 de febrero eran las porras de la policía a los jóvenes que protestan contra la reforma laboral y el coro que respondía a los represores gritándole “asesinos”.
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