Karina Micheletto
Fueron tres horas y media de concierto, en un marco de fiesta colectiva, a lo largo de una noche cálida que fue invitando a más, tema tras tema. Había pasado la 1 de la mañana del día siguiente y Silvio Rodríguez seguía regalando bises, solo o con sus músicos, asomándose una y otra vez el escenario, ante la incredulidad, el agradecimiento y la definitiva felicidad de las 14.000 personas que colmaron la cancha de Ferro. Les sacó fotos, los saludó, los aplaudió, les dijo gracias de muchas formas y les dejó sus versiones actuales de un nutrido ramillete extra de canciones, incluidas las de épocas de la trova, como “Ojalá” o “Playa Girón”, los himnos de los ’80 ya universales, como “Unicornio”. Poco rastro de aquel Silvio tímido hasta la parquedad, casi huraño, que algunos padres, entre el público, les contaban a sus hijos que habían visto en tal o cual concierto histórico. La del viernes pasado, después de seis años sin que el cubano actuara en la Argentina, pareció una noche plena para todas las partes: una de esas postales que quedarán guardadas en las formas de la memoria, arriba y abajo del escenario.
Cierto clima encendido había comenzado a palparse ya en la previa, con la celebrada actuación como grupo soporte de La Surca, argentinos que indagan la fusión de ritmos rioplatenses, latinoamericanos y de raíz española, que ya habían sido felicitados por el mismo Silvio tras sus actuaciones en Córdoba, Rosario y Montevideo. Afuera del estadio, un bullanguero gentío, compuesto por un público heterogéneo pero marcado sobre todo por gran cantidad de jóvenes, daba también el marco que anunciaba que lo que estaba a punto de ocurrir era del orden de lo festivo. Y así fue, apenas el cubano, bien rodeado por un quinteto sólido y armado con orquestaciones sutiles y bellas, relecturas en tiempo presente de su obra, llegó a Ferro para proponer “En el claro de la luna”, de su primer disco editado, Días y flores.
De este rescate histórico, Silvio pasó a proponer algunos temas de Segunda cita, publicado el año pasado como continuación de Cita con ángeles, y dedicado, dijo, “a los ángeles que se ocupan de la suerte de mi país”. “Sea señora”, le cantó entonces a Cuba (“Sea señora la que fue doncella, hágase libre lo que fue deber”, pide allí hoy), y avanzó luego sobre su “Carta a Violeta Parra”, para seguir revistando viejas épocas con “Cuentan”, o con “Virgen de Occidente” (“una canción que había olvidado”, aclaró), o la más conocida “Días y flores”, o “De la ausencia y de ti”, o “Mariposas”. Canciones que se revelan intactas en letra y música, portadoras de la belleza de melodías de un sabio constructor de canciones.
La delicada propuesta acústica de la banda (liderada por Niurka González en flauta y clarinete y Oliver Valdés en batería y percusión, y completada por Rachid López en guitarra, Maikel Elizarde en tres y César Bacaró en bajo), y el trabajo de arreglos, mostró versiones que eran las mismas pero distintas de clásicos de clásicos y de los menos conocidos, todos ellos con un sello continuador. Y así como en los últimos tiempos cada concierto de Pablo Milanés es una apuesta a la sobrecarga de orquestaciones, en un rimbombante esfuerzo por sonar listo para el “gran show”, las espaciadas presentaciones de Silvio Rodríguez en la Argentina (las últimas fueron en 2005 en el Luna Park, además de la actuación que había hecho, solo con su guitarra, en Plaza de Mayo el año anterior, invitado por Néstor Kirchner) fueron muestras de una delicada búsqueda para encontrar el ropaje justo para cada canción, para lograr mostrarla en tiempo presente, aunque ya haya sido cantada mil veces, aunque ya haya accedido al podio de himno o bandera o frase de sticker.
Después de una impasse con la actuación de Amaury Pérez (otro integrante de la Nueva Trova, que se reveló como un simpático contador de anécdotas, y que debe haber quedado medio descolocado ante el chiflido generalizado que provocó la mención de Mirtha Legrand, en uno de esos recuerdos del cine argentino que siempre tienen a mano los cubanos), la lista de temas siguió tan contundente como fresca. Silvio trajo consigo una lista de joyas: la del enanito de “El reparador de sueños”, la inoxidable “Oleo de mujer con sombrero”, “Escaramujo”, “La gaviota”, “Quién fuera”, “Sonrisas de papel”, una hermosa versión de “La maza”.
“Tenemos a cinco compañeros presos en los Estados Unidos, algunos llevan ya trece años”, advirtió en un momento el anfitrión. “Mientras ellos estén allá, mientras no los regresen a nuestra patria, en mis conciertos siempre haré un rinconcito para ellos”, dijo y les dedicó “Canción del elegido”. Más tarde invitó a Víctor Heredia para sumarse a su tema “Todavía cantamos”, dedicado “a las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo”, y que levantó, desde la popular, el cantito que lleva esa música reivindicando a la “gloriosa juventud peronista”.
Empezaron entonces los bises, celebratorios, compartidos, coreados o susurrados, apropiados de acuerdo con las historias personales que cada uno le fue poniendo, en todos estos años. “La era está pariendo un corazón”, “El necio”, “Demasiado”, “Unicornio”, “Ojalá”, “Playa Girón”, “Pequeña serenata diurna”, fueron telones de fondo de una noche en la que Silvio Rodríguez pudo mostrar lo que elige ser hoy: un artesano de la canción, que sigue perfeccionando su oficio. (Tomado de Página 12)
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Ojala hubiera estado en Buenos Aires, ese 18 de Noviembre, pero estaba en mi casa en el Sur, y no pude ir a verlo. Maravilloso debe haber sido, ese gran inspirador, tan querido cantando tantas canciones bellas en una noche de verano en la Capital.