Dilma y Lula contra el partido de los medios

 
Darío Pignotti

Lula y Dilma en un acto electoral en Campinhas

Lula y Dilma en un acto electoral en Campinhas Foto:EFE

“Nosotros no sólo vamos a derrotar a los tucanes, vamos a derrotar a algunos diarios y revistas que se comportan como si fueran partidos y no tienen el coraje de decir que tienen un candidato”, ha dicho el presidente Lula. Como en muchos otros lugares, tampoco en Brasil los grandes medios aceptan su derrota en las urnas y juegan sucio en vísperas de las elecciones presidenciales. Con el título “Buscan una bala de plata para frenar a Dilma” el diario argentino Página 12, publica este análisis enviado desde Brasilia.

“Están buscando una bala de plata contra Dilma (Rousseff)”, razonó un curtido miembro del Partido de los Trabajadores el jueves. Ese día Brasilia era un hervidero político y la fuente, que solicitó anonimato, me respondió una llamada telefónica desde el directorio del partido, donde seguramente estaban evaluando los destrozos causados por la caída de Erenice Guerra, jefa de Gabinete de Luiz Inácio Lula da Silva.

Guerra es una “dilmista” de paladar negro y su dimisión, bajo cargos de tráfico de influencias, sin dudas enloda la imagen de la candidata presidencial del PT, restando 14 días para los comicios presidenciales.

Según un sondeo de Ibope, aparecido ayer, Rousseff está 26 puntos arriba de José Serra, del Partido de la Socialdemocracia, y sería elegida en la primera vuelta.

No se sabe aún si el escándalo generará efectos colaterales que limen el respaldo de la discípula de Lula y lleven los comicios a un ballottage el 31 de octubre. Aunque es recomendable aguardar para constatar la veracidad de las acusaciones contra la ex ministra Guerra –algunas parecen sólidas– lo cierto es que las campañas brasileñas han sido pródigas en denuncias afiebradas, análisis sesgados e información tóxica. Repasemos un par de ejemplos.

Faltaban 4 meses para las elecciones de 1998 cuando Carlos Menem suplicó a Dios que Lula da Silva, al que definía como una amenaza para el Mercosur, sea derrotado por su amigo Fernando Henrique Cardoso. La Nación publicó el artículo del entonces presidente con generoso espacio, y otro de uno de sus columnistas, como Mariano Grondona, alertando sobre Lula y las consecuencias corrosivas que acarrearía su llegada al gobierno en la relación con Argentina y haciendo una emocionada defensa de Fernando Henrique Cardoso, que iba por su reelección. Una vez planteada la polémica, ésta tuvo eco en la prensa conservadora de Brasil, que así se hizo de otro argumento con el cual desangrar al candidato metalúrgico.

Los hechos demolieron, por partida doble, las tesis (con olor y sabor a proselitismo) de Menem y Grondona. Primero, antes que salvador del Mercosur, Cardoso fue lo contrario y 13 días después de asumir devaluó el real hundiendo a un bloque concebido bajo parámetros casi exclusivamente macroeconómicos, ninguneando acuerdos políticos, en la peor crisis desde su creación.

Segundo presagio fallido: transcurridos siete años y medio del gobierno lulista, cualquier análisis sensato constata que sus prioridades fueron la integración sudamericana y la relación con Buenos Aires. El 17 de diciembre de 1989, cuando se realizaban los primeros comicios brasileños después de la dictadura, la televisión interrumpía su transmisión para mostrar la liberación del empresario Abilio Diniz y a sus secuestradores vistiendo remeras del PT. Lula perdió y años más tarde se supo que todo fue un montaje para perjudicarlo. En 1999 uno de los secuestradores me aseguró que el partido de Lula nada tuvo que ver con el rapto y recordó que el día de los comicios la policía los obligó, a él y sus cómplices, a calzarse camisetas petistas antes de aparecer ante cámaras.

Hace una semana, la revista Veja editó una larga historia sobre coimas atribuidas a Israel Guerra, hijo de la hasta el jueves pasado ministra Erenice, cuyo nombre era uno de los que mejor cotizaban para ser parte de un eventual gabinete de Dilma Rousseff. Luego de Veja, el diario Folha de Sao Paulo publicó nueva y más voluminosa información sobre presuntos ilícitos de Guerra y su entorno, artillería suficiente para que Lula la convocara de urgencia al Planalto y la dejara cesante.

Lo curioso es la fuente de las denuncias que hicieron zarandear el Palacio del Planalto y el comité de campaña petista.

Rubnei Quícoli, que lleva un reloj de oro que resalta con la camisa, corbata y traje negros, se presenta como empresario, pero después de escarbar un poco acepta que su oficio es facilitar negocios. Dicho en corto: lobbysta. Algunsas afirmacinones de Quícoli suenan extravagantes, por ejemplo que negoció un crédito estatal de casi 5000 millones de dólares para una empresa poco menos que ignota, interesada en generar energía solar. Es un monto inaudito que sólo solicitan megaempresas como la minera Vale.

Se sabe, eso sí, que Rubnei Quícoli pasó casi un año a la sombra de una celda por haber comprado cargas robadas, además de procesos por andar en un BMW robado y pagar deudas con dinero falso.

Para Lula, la presteza con que los medios acogieron y dieron connotación de verdad a la versión Quícoli no deja dudas de su parcialidad en favor del partido socialdemócrata, al que aquí apodan “tucanes”.

“Nosotros no sólo vamos a derrotar a los tucanes, vamos a derrotar a algunos diarios y revistas que se comportan como si fueran partidos y no tienen el coraje de decir que tienen un candidato. Estuve leyendo alguna revista… que destila odio y mentiras”, tronó Lula al hablar ayer en un acto proselitista junto a Dilma Rousseff en el interior de San Pablo.

La candidata también se quejó de la prensa, pero tal vez sin tanta indignación como Lula. Y es que ella todavía parecía embelesada con su encuentro con el actor portorriqueño Benicio del Toro.

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