Iroel Sánchez
Por estos días se cumplen dos años del surgimiento de la Brigada Martha Machado. La quijotesca agrupación que naciera -bajo el liderazgo del artista de la plástica Kcho- como una respuesta desde la cultura tras el impacto de los huracanes que en 2008 golpearon a los cubanos, ha recorrido ya buena parte de la geografía de Cuba y ha llegado también hasta las víctimas del terremoto en Haití. En su homenaje, compartimos con los lectores de La pupila insomne este testimonio escrito en ocubre de 2008.
“Esto es una vacuna contra el desaliento”, fueron las primeras palabras que me brotaron al visitar el campamento-taller-tribuna en que se ha convertido la casa de Kcho en la Isla de la Juventud. Si el fidelismo fuera una religión, esta sería sin lugar a dudas una de sus catedrales, donde el trabajo, la solidaridad y el arte reinan con la sencillez aplastante de las grandes causas. Las colchonetas en el piso, las largas mesas tipo escuela al campo y las herramientas a disposición de cualquier vecino necesitado, confirman el ambiente de comunismo de campaña que comparten estos artistas. Ellos no solo ayudan a otros y asumen los gastos de su propia gestión, sino que han renunciado a jugosos contratos para dedicar su tiempo a una obra colectiva que implica desde el trabajo físico, no exento de riesgos, hasta la actuación gratuita para los públicos más diversos.
Nuestros símbolos, renovados por un arte de vanguardia, habitan entre ellos como la astilla en la herida . Al escuchar el himno que nos regala Kelvis Ochoa, acompañado de guitarra y violín, admiramos la bandera de la estrella solitaria, que es plancha de zinc, y es puerta del taller, a Fidel y Martí abrazados por Rancaño al fondo del improvisado comedor, el escudo de la palma real tatuado sobre un hombro, o el estremecedor Martí de Kcho que exhibe la galería de Gerona, en el que fragmentos de tejas rotas por el huracán sobre un fondo negro, arman el rostro más querido por los cubanos. Juan Padrón se incorpora a este catálogo de maravillas cuando le piden que dibuje sobre un lienzo a Elpidio Valdés, y el niño que también es Kcho sonríe ante la conocida y entrañable silueta que comienza a revelársenos: “siempre le sale lindo”, y así termina el pillo, manigüero, insurrecto , abandonando a Palmiche y subiendo a un bote que le coloca la mano que más embarcaciones ha dibujado desde que el mundo es mundo.
Han transcurrido poco más de treinta y seis horas en la Isla y parecería que ya lo hemos vivido todo: la conmoción en los rostros adultos al escuchar a la pionera que en la escuela de arte nos dijo cómo harán para continuar estudiando música tras el golpe que les propinó la naturaleza y el brillo en los ojos de los niños cuando Manolito Simonet , acostumbrado a los bailables multitudinarios, improvisó para ellos su montuno en el piano de la pequeña aula que nos acogía. Son apenas dos entre las muchas emociones clandestinas de estos días.
Estamos ya en la Terminal Marítima, abrazamos a Kcho que amenaza con cargarnos hasta los asientos del barco, y creemos despedirnos también de los estremecimientos de este fin de semana a prueba de cardíacos, gran ingenuidad la nuestra: un mulato, delgado y joven, toma la palabra y dispara un discurso “para agradecer y felicitar a nombre del pueblo pinero a los artistas en el Día de la Cultura Cubana” y vuelve a surgir de las gargantas el himno que hace ciento cuarenta años entonó Bayamo , y retornan las lágrimas, y queremos saber si el que habló es el administrador, o un dirigente de la Juventud, y la respuesta nos sacude los esquemas: es un pasajero, nadie entre los que nos acompañan lo conoce. Brilla en este instante la grandeza de esta gente sufrida y generosa, reparo ahora en cómo en la intensidad del programa vimos constantemente a personas muy humildes acercarse a saludar, a dar las gracias, llama la atención que ninguna reclamó algo más que una foto con sus hijos o una firma en la portadilla de un libro.
Me imagino la Isla, ya no la de la Juventud, sino Cuba, sin el compromiso de sus artistas y escritores, sin su cultura potenciada por décadas de Escuelas de Arte, Festivales de Cine y Ballet, y Ferias del Libro, triste como la más triste , en palabras de Guillén, sin el escudo de su cultura ante los huracanes de ayer y de hoy. Y pienso en Fidel, que en lo más duro del periodo especial dijo que la cultura era lo primero que había que salvar; Fidel, cuya capacidad para ver en el alma de los hombres encontró en Kcho esa energía noble y desbordante para servir a su tierra y a su pueblo.
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