Iroel Sánchez
Michelle Obama no sabe de José Ángel Valera ni quiere darse por enterada de las muchas familias que como la de este joven cubano entregaron la insustituible vida de sus hijos para que el nefasto régimen del apartheid -apoyado por Estados Unidos- dejara de existir.
Leer cómo la Primera Dama norteamericana, durante su visita a Suráfrica, ha reconocido el aporte de los luchadores contra el apartheid al hecho de que su esposo haya llegado a la presidencia norteamericana sin mencionar que cientos de miles de combatientes cubanos participaron de manera decisiva en la derrota del régimen de los racistas surafricanos, me ha llevado a volver sobre esta crónica que publicara en agosto de 1998 en el diario Juventud Rebelde, luego de conocer al padre de quien fuera mi compañero en el Sur de Angola.
Hombre de Mundo
Angola, Enero de 1989: “A Valera lo jodió una mina” me dijo Francisco, el de Moa, junto a la pista de Menongue, y enseguida llegan las preguntas con el nudo en la garganta, que “por aquí mismo lo evacuaron a Luanda y no pudo llegar vivo”.
San José de las Lajas, Julio de 1998: Abrazo al papá de Valera y siento la bolsa, testimonio de las quince intervenciones quirúrgicas que le oigo citar frente a los trabajadores de la UBPC José Angel Valera Pérez, para decir que sin Revolución no estaría vivo. Cuenta del hijo, de la esposa que no se recuperó nunca y de su familia que “de cuarenta, cuatro dejaron su sangre en Africa”. El viejo dice que fueron trescientos mil cubanos y que “Angelito estuvo en un momento difícil junto a cincuenta mil más para defender la moral de Cuba y de Fidel”. Pienso que sí, y que estos cincuenta mil no pertenecían a la década de los sesenta ni a la de los setenta, estaban allí en plena perestroika gorbachoviana y que nunca pidieron jabitas ni divisas.
Ahora todo está claro: por qué José Angel con sólo dieciocho años era jefe del tanque barreminas, por qué sin esperar órdenes respondió a aquel hostigamiento y por qué siendo sargento y secretario general criticó a aquel teniente y militante en plena reunión del comité de base. Esto, como todas las esencias era invisible, incluso para los que desde aquí le enviaban (plancha mediante) en cada carta un caramelo enmascarado.
Ternura de guerra, ternura de flaco con acné en plenas medias amarillas con superpoblación de agujeros, parado sobre el tanque pulcro en medio del derrumbe de trincheras y refugios que trajo aquel aguacero. Contraste del amarillo chillón y el verde grasiento, contraste de los huecos y el blindaje, entre la cagazón de la mochila empapada y el esmero por no ensuciar su “pata e hierro”.
Lo cierto es que conocí al viejo y a los hermanos y estuve ante la foto y las medallas en la pared despintada de la casa humildísima. Al ver la casa y la escuelita, al hablar con el padre y los vecinos, comprendí que más allá de las décadas está la familia, que sin ignorar las modas están las raíces, que necesitamos muchos padres como el viejo Valera, hombre de mundo aunque viva en Nazareno: él sabe que cuando Mandela abraza a Fidel el mundo vibra, los yanquis rabian y José Angel sonríe.
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