Treinta años preso

 

Júbilo ante la excarcelación de Carlos Torres

Júbilo ante la excarcelación de Carlos Torres

Julieta García Ríos

Del puertorriqueño Carlos Alberto Torres se habla poco. Tiene 57 años y 30 de de ellos los pasó encerrado en prisiones de los Estados Unidos.

No lo conozco, pero sé que viste de armadura. Lo veo, lo leo en sus palabras. Su testimonio —el del hombre que ha vivido más de la mitad de su vida en cárceles estadounidenses— no se detiene en el dolor.

Hace un mes que el independentista Carlos Alberto Torres salió del encierro. Ahora vive en su Puerto Rico natal. Desde allá la amiga y colega Xiomara Acuña facilitó nuestro diálogo. Nos comunicamos por email, uno de los adelantos descubiertos por él recientemente.

Imagino su nueva vida llena de asombro. Digerir tantas emociones, sueños y hasta el descubrimiento de la verdadera era electrónica en solo días, debe resultar fuerte.

Comparo los años que le arrancaron, con mi vida. A mis 33 años, he descubierto el mundo de a poco. He sido feliz con los animados de Elpidio Valdés, con la música de la década prodigiosa, con Silvio, Serrat y hasta Ismael Serrano. Fui viendo la evolución de los viejos discos de pasta hasta el CD. Me gradué en la Universidad, enseñé química, me adentré en el periodismo. Subí al punto más alto de Cuba, he amado y disfruto cada día que paso junto a mi hijo.

Mientras en su reencuentro con el mundo, Carlos cruza la calle con torpeza. Ya sus compañeros de prisión se lo habían advertido y a él le pareció exagerado el comentario.

El niño que a los siete años emigró a los Estados Unidos tiene hoy la piel pálida y el cabello corto cubierto de canas. En Chicago creció influido por las ideas de su padre, el reverendo José Alberto Torres, luchador social quien también defendió los derechos de los afroamericanos.

La reportera indaga en el pasado de Carlos Alberto Torres; quiere que le cuente cómo eran sus días antes del 4 de abril de 1980, fecha en que lo arrestan por acusaciones de conspiración sediciosa y otros actos que la promueven.

«Estuve en la clandestinidad desde 1976 hasta 1980, perseguido por el Gobierno estadounidense bajo la sospecha de integrar una de las organizaciones revolucionarias puertorriqueñas —se refiere a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional—. Antes, mientras estudiaba Sociología en la Universidad de Illinois, Chicago (abandonó los estudios en el último semestre), se involucró en las luchas a favor de la comunidad puertorriqueña y por su independencia.

—¿Cómo fue el proceso judicial?

—Fui sometido a dos juicios distintos. El primero fue en la Corte Estatal de Illinois, que dictaminó una condena de ocho años. El segundo se hizo en el Tribunal Federal, el cual me impuso 70 años de privación de libertad. Inicialmente cumplí cuatro años en las cárceles del estado de Illinois. Casualmente, una de estas fue diseñada por el mismo arquitecto que proyectó la cárcel cubana de Isla de Pinos, donde estuvieron encarcelados Fidel y sus compañeros. Luego, de 1984 hasta julio de 2010, cumplí una sentencia de 70 años, por lo cual salí recientemente en libertad bajo palabra.

—¿Cuál fue el trato recibido en prisión?

—Estar preso es una experiencia sofocante. Un abuso cometido contra otro confinado, o contra uno de mis compañeros, lo sentía como si fuese conmigo. En muchas ocasiones fue horrible el trato con los presos políticos puertorriqueños. Sufrieron desde privación a los sentidos sensoriales hasta abusos y atropellos físicos y sexuales.

«Uno de los esbirros que llevó a cabo muchos de los abusos en la cárcel de Abu Ghraib en Iraq, también trabajó como guardia penal en Estados Unidos. Es lógico asumir que Abu Ghraib no fue su primer caso de abuso.

—¿Puede mencionar algunos de los abusos a que fue sometido? ¿Cuál fue su respuesta?

—El más reciente fue en enero de 2009, a una semana de mi audiencia con la Comisión de Libertad Bajo Palabra. Las autoridades carcelarias me acusaron falsamente de estar en posesión de tres figas (cuchillos). Obviamente era un intento serio para sabotear mi posibilidad de ser excarcelado. A pesar de la confesión por escrito del responsable de esconder las figas, las autoridades rehusaron absolverme de los hechos. Mi reacción fue la que siempre mantuve durante mi encarcelamiento. Los denuncié utilizando todos los medios a mi alcance, en particular la solidaridad robusta de la comunidad puertorriqueña en los Estados Unidos y Puerto Rico.

—¿Alguna vez estuvo en el hueco?

—Sí. Con alguna excepción, el pretexto para llevarme ahí fue el de seguridad. Nunca me explicaron a qué se referían cuando hablaban de seguridad. Casi siempre me llevaban por falsas acusaciones, como en el caso de las figas. Después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, los demás presos políticos en cárceles estadounidenses y yo fuimos enviados al hueco por términos desde uno hasta seis meses.

«En el hueco no se te permite salir de la celda y se controla fuertemente el acceso a libros, pertenencias y actividades. Es un lugar de aislamiento donde uno siente con más intensidad la separación de familiares y amigos. Es un sitio de mucha presión psicológica. Los cinco presos políticos cubanos también han sido víctimas de esta táctica de hostigamiento.

—¿Conoció a alguno de ellos? ¿Sabe que para nosotros son héroes?

—Durante mi encarcelamiento tuve el honor de conocer a Fernando y a su familia. En el año 2002 coincidimos en el penal de FCI Oxford, del estado de Wisconsin. En Fernando descubrí a un hombre de honor, compromiso y principios. No tengo la menor duda que los otros compañeros de él comparten la misma moral, y que ameritan el apelativo de héroes de la patria cubana.

—¿Cómo sobrevivió a tantos años de cárcel?

—Entré a la cárcel siendo una persona de conciencia y de compromiso con la lucha y moral revolucionarias.

«Independientemente de lo que nos ocurra en prisión, cada uno busca los mecanismos para convertir una derrota en victoria personal.

«Recuerdo haber leído al comienzo de mi sentencia un relato de Fidel donde señala que todos, y en particular los revolucionarios, debemos aprovechar el tiempo disponible que nos ofrece la cárcel para estudiar todo lo posible».

En los años de encierro Carlos Alberto leyó muchísimo, completó un bachillerato en la Universidad de Wisconsin, en la especialidad de Psicología y Recursos Humanos, y aprendió cerámica.

—¿Cuáles fueron las enseñanzas de su madre adoptiva, la ex prisionera política Alejandrina Torres, y de su padre?

—Mi padre falleció en 2005. Su muerte fue doblemente triste para mí, porque no me permitieron asistir al velorio ni al entierro.

«A Alejandrina, mi mamá de crianza, estuve 27 años sin verla. Ella salió en libertad hace 11 años. Las autoridades le impidieron que me visitara en las cárceles donde me encontraba. Fue a mi regreso a Puerto Rico cuando nos volvimos a encontrar.

«Uno de los muchos ejemplos que observé en mi papá y en Alejandrina fue la importancia que tiene para cada ser humano responder al dictado de su conciencia; hay que llenarse de valor para resistir los abusos e injusticias que uno observa o experimenta».

—Tras su liberación, ¿por qué se va a Puerto Rico en lugar de quedarse en su barrio de Chicago?

—Mi patria es Puerto Rico. Aquí es donde debo y quiero vivir.

—La muerte de la independentista Lolita Lebrón ocurrió a solo días de su llegada. ¿Cómo la recuerda?

—Tuve el honor de conocer a Lolita a solo unos meses de estar libre —permaneció 25 años en prisión— y poco tiempo antes de entrar yo a la cárcel. Durante esa reunión ella compartió con nosotros algunas de sus experiencias, así como su cariño, su fuerza y su gran fervor patriótico. Cuando llegué a Puerto Rico me informaron que Lolita estaba hospitalizada y muy enferma. El próximo encuentro que Lolita y yo tuvimos fue en Puerto Rico, yo estando libre y portador de su féretro.

—¿Cuánto ha cambiado su «Portorro» natal?

—Lo que en un tiempo fueron cañaverales, manantiales y áreas verdes hoy son estacionamientos, cadenas norteamericanas de comida chatarra y tiendas de todo tipo de mercancía. Vivimos en una sociedad endeudada, a la cual se le estimula a comprar de manera excesiva e irracional. Tengo entendido que también existe una poderosa economía subterránea.

—¿Qué era lo que más añoraba en la cárcel?

—La falta de intimidad con amigos y familiares. Me hubiera gustado ver crecer a mi hija, estar presente en el nacimiento de mis nietas, acompañar a mi madre y padre en ese proceso de vida que incluye el envejecimiento…

—¿Cuáles son sus planes?

—Integrarme a la vida cotidiana de Puerto Rico. Quiero elaborar un taller de alfarería y centro de aprendizaje. Vuelvo a participar en la lucha por la independencia de mi pueblo y en las protestas ambientales frente al despojo irracional de nuestros recursos naturales por parte del capitalismo.

—¿Cree que algún día pueda vivir en un Puerto Rico independiente?

—La independencia y libertad las llevamos por dentro. Aun estando preso me sentí libre. Ahora espero unirme a esos esfuerzos para hacerlas realidad.

Tomado de Juventud Rebelde

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One Response to Treinta años preso

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