José Luis Fariñas
"Quijote", de José Luis Fariñas, 20 cm x 80cm, pastel graso sobre papel kraft, 2009
Hoy publicamos la segunda colaboración del maestro José Luis Fariñas, que comenzara la semana pasada a honrarnos con su obra en La pupila insomne. Tanto el poema como el “Quijote “que lo acompaña son inéditos.
Invariable
Me dejo así, junto al mar, tapando el sol
con los dedos.
Sergio Corrieri
Yo también he sido la cripta de los perros.
Sin importar que me arrastre como Ulises
yo también fui carne de víspera,
y un par de trinidades en su jaula de aire.
Este fue mi árbol pero el resguardo queda,
y pienso en el suelo inerte,
a trece soles de aquí,
balde canopo untado de ámbar gris
donde mi padre enterró su alma
y sus tambores descosidos.
Se abre la cámara de tan cerrada,
hay hogueras en el hielo
y marabú y cizaña dondequiera que hubo un aliento;
la mañana es un viejo tapiz muy combustible
una bramadera insomne
que imita mi culpa y mi perdón,
pasto inalterable de la voz que abruma.
El hongo y el milagro no se alejan,
es tarde siempre y eso que negabas
porque yo también estaba enfermo y te dolía
como al Señor de los Espejos, muy troceado
que nos quedamos del brazo y de las cosas
pero no tan limpia fue la sombra perdonada
ni tan seco el diluvio; así es mas grave,
y más vivido el trance quebrador,
fajas de resina que no bastaban
para domar lo frágil, mi riqueza de clavos
y de espinos hilanderos.
Yo también tuve mi cuarto de siglo a pan y agua
trazando Atlántidas sobre la arena
y viceversa, dejando la piel para las auras
mientras se amontonaban las ofrendas
como un sano estercolero para secar el pánico,
torre sagrada que arruina los crepúsculos
entre avemarías errantes y murciélagos prodigio.
Hoy avanzo podrido en la cuneta,
me ignoro y soy feliz,
me veo a ciegas y lloro como un higo seco.
no sé por qué, pero a mas luz mayor ceniza,
y viceversa, y no puedo detenerme
aunque me frenen las dunas del milagro.
No sé por quién estoy de paso,
ni al golpe de que puertas se deberán mis cantos;
gravemente vuelo de rodillas
dejando la corteza en cada espera,
en cada solsticio el terrón de las señales
y los rincones por doquier como ulular de brujo.
Ardiendo en moldes rotos de cornejo,
cada resto un mundo,
cada cielo un árbol que se fue,
cada doce tintas un regreso descosido,
cada soplo un nudo indisoluble y otro pan de barro,
piedras que ni saben
ni pueden descomponer el frío que las teje.
No sé para qué resulto bajo tanto polvo,
no sé por qué me piso tanto las costillas
cada vez mejor y más de cerca,
cada vez un poco mas en serio
hasta que no quede ni sombra que pisar,
hasta que ni árboles ni cielos me atropellen,
hasta que me trague como agua la tinta y la correa,
hasta que me borre y culmine a punta de preludios
llenando las cajas con la nube que me quede;
no soy el que llegaba en vano
ni podré buscarme nuevamente donde nadie vive,
ni decir tu nombre que es mi mejor nombre
o recomenzar a destruirme tan en serio
porque siempre es tarde,
cada vez mas lejos y más grave cualquier giro,
cualquier olor a tierra en las anginas,
cada vez mejor perdido entre mis brazos,
noche y día deshuesando mis cajitas de arce.
No sé por qué son mis oraciones como perros,
le rezo a la punta del iceberg y a los cuervos,
me recojo con una escoba sin filamento,
porque siempre es tarde y llueve hasta por dentro.
Yo también he sido la Cuaresma y la selva bajo el mar,
no sé por qué pero nunca hubo remedio
ni ultimas cruces crecerán cantando
entre el arroz y la muerte,
solo una rueda ardiendo cuesta abajo
y el grito de los ancianos hijos que se queman.
