Robert Fisk/The Independent
Manama, 18 de febrero. “Masacre… fue una masacre”, gritaban los médicos. Tres muertos, cuatro. Pasó un hombre en camilla a mi lado en la sala de emergencias; la sangre de una enorme herida de bala en su muslo caía a borbotones al suelo. Unos metros más allá, seis enfermeras luchaban por la vida de un hombre pálido y barbado al que le manaba sangre del pecho. “¡Tengo que llevarlo al quirófano ahora! –gritaba un médico–. ¡Ya no hay tiempo, se muere!”
Otros agonizaban. Un pobre muchacho –de 18 o 19 años, quizá– tenía una horrible herida en la cabeza, un hoyo de bala en la pierna y una masa sanguinolenta en el pecho. El médico a su lado se volvió hacia mí llorando; las lágrimas le salpicaban la bata, manchada de sangre. Tiene una bala fragmentada en el cerebro y no puedo sacar los pedazos, y los huesos del lado izquierdo de la cabeza están totalmente estrellados. Todas las arterias están rotas. No puedo hacer nada por él.
La sangre caía al suelo. Fue doloroso, indignante, vergonzoso. Éstos no eran hombres armados, sino dolientes que volvían de un funeral, musulmanes –chiítas, por supuesto–, tiroteados por su propio ejército la tarde de este viernes.
Un ordenanza médico volvía junto con miles de hombres y mujeres de Daih, del funeral de uno de los manifestantes asesinados en la plaza Perla en las primera horas del jueves.
“Decidimos caminar hacia el hospital porque sabíamos que había una manifestación. Algunos llevábamos ramas en señal de paz; queríamos dárselas a los soldados que estaban cerca de la plaza y gritábamos ‘¡paz, paz!’ No hubo provocación, nada contra el gobierno. De pronto los soldados se pusieron a disparar. Uno disparó una ametralladora desde lo alto de un transporte de personal. Había policías, pero se fueron cuando los soldados comenzaron a dispararnos. Pero, ¿sabe?, la gente en Bahrein ha cambiado. No quería correr. Enfrentó las balas con el cuerpo.”
La manifestación en el hospital ya había atraído miles de opositores chiítas, entre ellos cientos de médicos y enfermeras de toda Manama, todavía con sus batas blancas, para exigir la renuncia del ministro bahreiní de salud, Faisal Mohamed al-Homor, quien impidió que las ambulancias recogieran a los muertos y heridos en el ataque de la policía a los manifestantes en la plaza Perla, el jueves.
Pero la furia se transformó casi en histeria cuando los primeros heridos fueron llevados este viernes. Hasta 100 médicos se agolparon en las salas de emergencia, gritando y maldiciendo a su rey y a su gobierno, mientras los paramédicos luchaban por abrirse paso entre la vociferante multitud con camillas en las que iban los heridos más recientes. Un hombre llevaba un amasijo de vendas retacado en el pecho, pero la sangre chorreaba. “Tiene balas en el pecho y ahora hay aire y sangre en los pulmones –me dijo el enfermero que iba a su lado–. Creo que se va.” Así fue como la ira del ejército de Bahrein –y, supongo, de toda la familia Al Jalifa, el rey incluido– alcanzó al centro médico Sulmaniya.
El personal también se sentía víctima, y tenía razón. Cinco ambulancias enviadas a las calles –las víctimas de este viernes fueron abatidas cerca de una estación de bomberos cercana a la plaza Perla– fueron detenidas por el ejército. Momentos después, el hospital descubrió que todos sus teléfonos móviles habían sido apagados. Dentro había un médico, Sadeq al-Aberi, que fue herido de gravedad por la policía cuando salió a atender a los heridos el jueves por la mañana.
Los rumores corrían como reguero de pólvora por Bahrein este viernes, y muchos médicos insistían en que hasta 60 cadáveres habían sido llevados de la plaza Perla el jueves por la mañana y que la gente había observado a policías cargar cuerpos en tres camiones frigoríficos. Un hombre me mostró una instantánea tomada con teléfono móvil en la cual los tres vehículos se apreciaban con claridad, estacionados detrás de varios transportes blindados del ejército. Según otros manifestantes, los camiones, que llevaban placas sauditas, fueron vistos más tarde en la carretera a Arabia Saudita. Es fácil descartar versiones tan fantasiosas, pero encontré a un hombre –otro enfermero, el cual funciona bajo el amparo de Naciones Unidas–, quien me dijo que un colega estadunidense, a quien llamó Jarrod, videograbó los cuerpos cuando los subían a los camiones, pero fue arrestado por la policía y no se le volvió a ver.
¿Por qué la familia real de Bahrein permitió a sus soldados abrir fuego contra manifestantes pacíficos? Disparar a civiles 24 horas después de los primeros asesinatos parece una locura.
Pero la pesada mano de Arabia Saudita tal vez no está lejos. Los sauditas temen que los manifestantes en Manama y en las otras ciudades de Bahrein enciendan fuegos igual de provocativos en el este de su reino, donde vive una significativa minoría chiíta en torno a Dhahran y a otras ciudades cercanas a la frontera kuwaití. Su deseo de ver aplastados con rapidez a los chiítas de Bahrein quedó muy claro en la cumbre del Golfo celebrada aquí el jueves, en la que todos los jeques y príncipes acordaron que no habría una revolución estilo egipcio en un reino que tiene una mayoría chiíta de por lo menos 70 por ciento y una pequeña minoría sunita que incluye a la familia real.
Sin embargo, la revolución egipcia está en labios de todos en Bahrein. Fuera del hospital gritaban El pueblo quiere derrocar al ministro
, ligera variante del coro de los egipcios que se deshicieron de Mubarak: El pueblo quiere derrocar al gobierno
.
Y muchos en la multitud decían –como en su momento los egipcios– que habían perdido el miedo a las autoridades, a la policía y al ejército.
Los policías y soldados que hoy causan tanto disgusto eran muy evidentes este viernes en las calles de Manama, observando de mal talante desde vehículos blindados color azul o trepados en tanques de fabricación estadunidense. No parecía haber armamento británico a la vista, aunque son los primeros días y había blindaje ruso en los tanques M-60. En el pasado, las pequeñas revueltas chiítas eran sofocadas sin piedad en Bahrein con ayuda de un torturador y factótum de inteligencia jordano que casualmente era ex oficial de los servicios especiales británicos.
Y hay mucho en juego aquí. Es la primera insurrección seria en los ricos estados del Golfo –más peligrosa para los sauditas que los islamitas que se apoderaron del centro de La Meca hace más de 30 años– y la familia Al Jalifa de Bahrein se da cuenta de lo cargados que estarán los próximos días para ella. Una fuente que por mucho tiempo ha resultado confiable me dijo que la noche del miércoles un miembro de la familia real –se dice que fue el príncipe heredero– tuvo una serie de conversaciones telefónicas con un prominente clérigo chiíta, Alí Salman, líder del partido Wefaq, quien acampaba en la plaza Perla. Al parecer el príncipe ofreció una serie de reformas y cambios en el gobierno y creyó que el clérigo los había aprobado. Pero los manifestantes permanecieron en la plaza, demandando la disolución del parlamento. Entonces llegó la policía.
En la tarde de este viernes, unas 3 mil personas realizaron una marcha de apoyo a la familia real y muchas banderas nacionales ondearon desde las ventanillas de los autos. Puede que eso llene las primeras planas de los diarios bahreiníes este sábado, pero no pondrá fin a la revuelta chiíta. Y el caos de la noche del viernes en el mayor hospital de Manama –la sangre brotando de los heridos, los gritos de ayuda desde las camillas, los médicos que nunca habían visto semejantes heridas de bala; uno sólo meneó la cabeza con incredulidad cuando una mujer se desmayó junto a un hombre empapado en sangre– sólo ha enardecido más a los chiítas de esta nación.
Un médico que dijo llamarse Hussein me detuvo al salir de la sala de emergencia porque quería explicar su indignación. “Los israelíes hacen esto a los palestinos… pero éstos son árabes disparando a árabes”, manifestó por encima de los gritos de dolor y furia. Es el gobierno de Bahrein el que hace esto a su pueblo. Yo estuve en Egipto hace dos semanas, trabajando en el hospital Qasr el-Aini, pero aquí las cosas están más jodidas
. (Tomado de La Jornada)
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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