Jesús Arboleya Cervera
Hace unos días, Marco Rubio juró como senador norteamericano, convirtiéndose en el primer hijo de inmigrantes cubanos nacido en Estados Unidos que accede a esa posición, lo que nos alerta de que estamos en presencia de un nuevo ciclo generacional en la participación de los cubanoamericanos en la vida política norteamericana.
En términos relativos, los cubanoamericanos constituyen la minoría étnica políticamente más representada del país. El control que ejercen sus políticos sobre las estructuras gubernamentales del sur de La Florida, el alto nivel de representación alcanzado tanto a escala estadual como nacional y sus vínculos con importantes sectores de poder norteamericanos, incluso para el ejercicio de la política exterior, así lo demuestran.
Todo indica que ésta continuará siendo la tendencia en la medida en que la segunda generación acceda a los cargos públicos, por lo que la gran interrogante es si este ingreso determinará un cambio en las actitudes ultraconservadoras que han caracterizado a este grupo hasta el momento.
Algunos consideran que tenderán a ser más liberales, dado que el tema de Cuba, el cual ha configurado la agenda política de sus padres, supuestamente perderá importancia como resultado de su asimilación a la sociedad norteamericana. Sin embargo, no ha ocurrido así y varias son las razones que lo explican.
En primer lugar, creo que se parte de una falsa interpretación del proceso de asimilación de los inmigrantes en Estados Unidos, la cual supone que la segunda generación tiende a perder las particularidades culturales que definen a su grupo étnico, para dar paso a una supuesta homogeneidad que no existe en la sociedad norteamericana.
Contrario a esta visión, según los estudios más avanzados en la materia, lo que por lo general ocurre es que en la segunda generación más bien tienden a reforzarse los ingredientes culturales que definen la identidad étnica, originando nuevas categorías sociales que se adaptan al conjunto social norteamericano preservando su individualidad. En esto consiste la naturaleza multiétnica de la sociedad norteamericana y explica el creciente interés de las minorías de inmigrantes por sus respectivos países, en un contexto alimentado como nunca antes por la globalización.
Los hijos de los inmigrantes cubanos no son ajenos a este proceso, máxime cuando quizá como ningún otro grupo, su formación ha estado determinada por el conflicto de Estados Unidos con Cuba y ello presupone un ingrediente de su cultura política, aunque su visión de la historia y la realidad cubana esté más condicionada por el imaginario transmitido por sus padres, que por su propia experiencia.
A diferencia del resto de los hispanos, gracias precisamente al trato preferencial recibido, estos jóvenes se ubican mayoritariamente dentro del entorno socioeconómico de la clase media blanca norteamericana y responden ideológicamente tanto a las tradiciones clasistas heredadas de sus padres, como a la influencia de un movimiento neoconservador particularmente efectivo dentro de este segmento de la población.
A esto se suma que, en el caso específico de los políticos cubanoamericanos, existen factores objetivos que vinculan sus carreras con el problema de la política hacia Cuba, toda vez que de ello ha dependido su acceso a los centros de poder y los beneficios del trato especial recibido por parte del gobierno norteamericano.
Por razón del tiempo de estancia en Estados Unidos, los descendientes de inmigrantes cubanos que actualmente acceden a la política son los hijos del llamado “exilio histórico”, orgánicamente vinculados con grupos de poder que históricamente ha impuesto su visión e intereses al resto de la comunidad y actúan sin contrapesos en el control de la misma.
Si tomamos como ejemplo a Marco Rubio, veremos que su discurso se sitúa a la derecha de la derecha. Ganó las elecciones encaramado en la agenda del Tea Party, con el apoyo del clan Bush y el beneplácito de figuras como Kart Rove, George Will y Rush Limbaugh, exponentes de la corriente más fundamentalista del conservadurismo norteamericano.
No obstante, situarse en el ala más xenófoba y racista del pensamiento político estadounidense no lo convierte en un cuerpo extraño en el organismo de la ultraderecha cubanoamericana, sino que, por el contrario, sigue su tradición y es funcional a ella.
Al revisar sus antecedentes, encontramos que su carrera ha transitado la lógica antoreproductiva de este grupo. Formó parte del equipo de Ileana Ros-Lethinen, se hizo alcalde y congresista estadual con el apoyo de esta maquinaria y su padrino político ha sido Alberto R. Cárdenas, un lobbista cubanoamericano vinculado al ala más conservadora del Partido Republicano desde el Gobierno de Ronald Reagan, el cual llegó a convertirse en el único hispano que ha ocupado la presidencia de este partido en el Estado.
Sin el apoyo de esta gente, las cuales aparecen cada vez que se escarba en la peculiar vida política miamense, la carrera de Marco Rubio, a quien se nos presenta como el hijo de un humilde matrimonio de sufridos exiliados, no hubiese traspasado las puertas de algún casino de las Vegas, lugar donde vivió su infancia.
Aunque Marco Rubio solo obtuvo el 55% del voto hispano de la Florida y ello nos permite atisbar las contradicciones acumuladas en el mundo latino del área, incluyendo a la propia comunidad cubanoamericana, aún los factores de cambio no son suficientes para pronosticar transformaciones relevantes en el balance político de esta región a corto plazo.
La ultraderecha, con los políticos cubanoamericanos al frente, sigue instalada como fuerza hegemónica en el entorno y, como demostraron las últimas elecciones, el triunfo de Obama no se ha traducido en el fortalecimiento de las fuerzas que pudieran enfrentarla, entre otras cosas, por la miopía y la falta de consistencia de los liberales.
Según ha confesado el propio Marco Rubio, su película favorita es el Padrino y quizá se siente un Michael Carleone convertido en senador. Evidentemente, la vida no deja que termine el filme de Frank Coppola. (publicado en Progreso Semanal)