El profesor Adrián Almazán, despedido de la Universidad de Deusto sin explicaciones por parte de la institución, ha denunciado que la razón es política y un atentado contra la libertad de cátedra. Su destitución fulminante, conocida el mes pasado, ha motivado una cadena de críticas de importantes académicos e intelectuales, una recogida de firmas de apoyo al profesor y, por el momento, ninguna explicación de Deusto. Conversamos con Almazán para conocer su punto de vista sobre su despido, y también sobre las relaciones entre la tecnología, el capitalismo y la destrucción del medio ambiente: opiniones que podrían estar detrás de la decisión de Deusto.
PREGUNTA. Tu despido de la Universidad de Deusto ha generado un revuelo político. ¿Hasta qué punto es un despido político?
RESPUESTA. Desde mi punto de vista, y el de muchos otros, no hay lugar a dudas de que el despido tiene una motivación ideológica. Quizá tres hechos sean suficientes para mostrarlo. El primero de ellos es que en todo el tiempo en el que estuve trabajando en la Universidad de Deusto no solamente no se me hicieron notar problemas profesionales, sino que mi trabajo se evaluó de manera excelente. En el ámbito de la investigación recibí la mejor puntuación posible por mi figura y edad. Y en el ámbito docente desarrollé una afinidad y una camaradería intensas tanto con mis compañeros directos de área como con muchos alumnos y alumnas. El segundo de ellos es que a la hora de despedirme no alegaron ninguna razón objetiva.
P. ¿Cómo?
R. De hecho, ninguna razón en absoluto. Es por ello que no han tenido más remedio que reconocer la improcedencia del despido. Y si no hemos podido optar en juicio a reivindicar la nulidad del despido es precisamente por esa ausencia de argumentación, que nos hace imposible demostrar que este responde a una discriminación ideológica. Es el mecanismo perverso de una legislación laboral con indemnizaciones bajísimas que hace el despido prácticamente libre. Pero quizá la prueba más contundente que demuestra que el problema que Deusto tuvo conmigo no se puede separar de mis posiciones políticas es el tipo de plaza que han diseñado para sustituirme
P. ¿Cómo es esa plaza?
R. Esta, además de profundizar en la precarización de la universidad, ya que es un ‘postdoc’ de dos años sin posibilidad de continuidad, tiene un marcado perfil teórico-ideológico en justamente los dos ámbitos que nos generaron fricción en mi periodo de contratación. Por un lado, la extensión de la inteligencia artificial en procesos sociales, que en el marco del nuevo contrato ofertado no se puede cuestionar sino solo analizar ‘éticamente’. El segundo, las estrategias a desarrollar frente a la crisis ecosocial global, que en el nuevo contrato no pueden abordarse integralmente y se reducen al desarrollo de energías renovables industriales.
P. Dabas clases de ética aplicada a la tecnología. Has dicho en otra entrevista que hablabas a alumnos de ingeniería de los peligros de la tecnoutopía, de las conexiones entre capitalismo y tecnología, etc. Ética para técnicos, ¿por qué es importante este campo?
R. Matizando un poco, diré que en mis clases desarrollaba una poliética para ingenieras e ingenieros, ya que para mí, siguiendo a Fernández Buey, ambas son inseparables. El objetivo de mis clases era invitarles a realizar una reflexión crítica sobre la actividad que desarrollarían en su futuro profesional, sobre su rol privilegiado en tanto que expertos en el desarrollo histórico y presente del capitalismo industrial y las implicaciones socioecológicas de sus invenciones, que hoy se encuentran detrás de gran parte de los problemas a los que hacemos frente como sociedad. Es importante que existan en la universidad, y fuera de ella, este tipo de espacios de reflexión, porque si no seguiremos reproduciendo el ideal de la neutralidad de la tecnología. Seguiremos creyendo que la tecnología es un destino y un proceso que se desarrolla al margen de la voluntad humana, más allá de lo político y lo económico. Un proceso que, además, genera únicamente bienestar social. Esa es la ideología que llena de soberbia a los practicantes de ingeniería, pero también la que hace que la mayoría de nosotros sigamos los dictados de su trabajo sin rechistar, esperanzados por la omnipotencia tecnológica y obnubilados por el progreso.
P. Uno oye hablar a los gurús de Silicon Valley del futuro de la raza humana y tiene la impresión de que no han leído nunca un libro de filosofía. ¿Se puede cambiar el mundo a mejor haciendo sonar la caja registradora, como pretenden?
R. En las últimas décadas, el mundo ha sufrido muchas transformaciones radicales en ámbitos muy distintos. En estas, como señalaba el grupo Marcuse en su libro ‘De la miseria humana en el medio publicitario’, el ‘marketing’ y la publicidad han sido cruciales. En primer lugar, porque han generado una cultura de consumo que es la base de la brutal expansión del capitalismo industrial. Pero el segundo, y más importante, porque ha permeado casi todos los ámbitos de nuestra vida: desde la política espectacularizada a los empresarios de sí mismos de Twitter e Instagram o la nueva responsabilidad social corporativa de multimillonarios como Bezos o Musk. Su negocio es el del crecimiento perpetuo, que supone la destrucción de las condiciones de habitabilidad y la profundización en la desigualdad y en la falta de autonomía. No obstante, pretenden convencernos de que trabajan por el bienestar general y cuentan con la solución a todos los problemas…
P. ¿Fue la Universidad de Deusto la que propuso esta asignatura? ¿Cuáles eran los límites de tu labor docente, si es que los había?
R. La existencia transversal de asignaturas de ética en todas las asignaturas es una apuesta explícita de la Universidad de Deusto. ‘A priori’, dentro de este marco no se plantearon límites a mi labor docente, más allá de la necesidad de ceñirme a un programa compartido por más de 20 docentes que marcaba las líneas maestras de la asignatura, pero que yo podía adaptar con bastante flexibilidad. Ahora bien, concluir de ahí que tuve libertad de cátedra es arriesgado, porque ¿qué mayor límite a la labor docente y a la libertad en la misma se te ocurre que el de ser despedido? Ya que nunca se han aclarado las razones de mi despido, cosa que espero que algún día Deusto haga públicamente, no puedo más que asumir que entre ellas se encuentra la incomodidad ante un programa que incluía críticas explícitas al capitalismo, al neoliberalismo, al machismo y la tecnololatría.
P. ¿Has encontrado por parte de la jerarquía una oposición explícita, con broncas y discusiones, o implícita, con medias voces y ruido de fondo?
R. Una de las lecciones que me llevo aprendida de este año es que los jesuitas gustan de actuar en la sombra. No por ello he dejado de encontrarme a lo largo del curso con oposiciones explícitas de la jerarquía, algo para mí totalmente normal y parte de una actividad académica sana y abierta. Una vez, por ejemplo, acabé discutiendo por correo electrónico con el director del Centro de Ética Aplicada ante mi propuesta de acudir a unas jornadas sobre inteligencia artificial proponiendo que no sería recomendable extenderla en ninguna forma a procesos sociales, siendo como es un vector de desigualdad y de erosión de autonomía. Tanta fue su irritación que llegó incluso a tacharme de integrista. En otra ocasión, el conflicto fue con el decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, en torno al desarrollo sostenible. Ante mi negativa a firmar un artículo encabezado por dicha noción, para mí un genuino oxímoron, mi jefe me dejó fuera del trabajo de redacción. No obstante, la decisión de mi despido se ha tomado básicamente desde arriba y en silencio. Se podría decir que los jefes han ido tomando nota y llegado el momento me han segado sin aviso previo y sin posibilidad de réplica. Los responsables directos de mi despido, no por casualidad los protagonistas de los dos episodios anteriores, actuaron sin contar con el visto bueno más que de sus superiores y a espaldas de mis compañeros, que en su mayoría se opusieron, aunque de nuevo silenciosamente, a su resolución.
P. ¿Dirías que estabas bien adaptado al ambiente de trabajo? Háblame un poco de tu día a día en Deusto.
R. La verdad es que diría que sí. Mi año de incorporación fue un año raro, ten en cuenta que comienzo a trabajar allí en septiembre de 2020. No obstante, mi relación con los compañeros directos y más cercanos fue siempre cordial, con discusiones filosóficas, intercambio de materiales, reuniones, planificación conjunta de las asignaturas, comidas compartidas. Debido a la situación sanitaria opté por realizar parte de mi trabajo de investigación y preparación de clases desde casa, pero aún así contaba también con un despacho que utilizaba regularmente. En lo relativo a las clases las cosas también fueron de lo más normales, incluso yo diría que vinieron caracterizadas por la solidaridad y la camaradería. A mi llegada al centro descubrí que uno de mis compañeros se encontraba gravemente enfermo y acepté asumir su docencia de ese primer cuatrimestre con apenas una semana de antelación, con un notable sobreesfuerzo de mi parte. Con los alumnos la relación fue siempre buena, llegando a muy buena e incluso cercana con aquellos más interesados por el punto de vista crítico que trataba de transmitirles.
P. Me parece interesante tu visión del ‘desarrollo sostenible’ como oxímoron, y creo que ese ha sido uno de los detonantes de tu despido. ¿Podrías explicar a qué te refieres?
R. Aunque mostrar la naturaleza contradictoria del término requeriría más tiempo y espacio del que aquí disponemos, de manera sencilla se podría decir que es imposible construir sociedades capaces de perdurar en el tiempo si la base del buen funcionamiento de las mismas es la compulsión de crecimiento perpetuo capitalista. Por un lado, lo que las sociedades industriales capitalistas han llamado desarrollo se ha basado, históricamente y en la actualidad, en la explotación del trabajo femenino y de subsistencia no remunerado, en la expropiación de los comunes o en el extractivismo colonial entre otras cosas. Es así como cada vez más nuestro mundo es desigual, patriarcal, burocrático y polarizado, una situación que solo puede llevar a conflictos externos (guerras, feminicidios, miseria, etc.) e internos (psiquiatrización, suicidios). Pero si lo anterior habla de la indeseabilidad del desarrollo, es en el ámbito metabólico donde encontramos su imposibilidad o, si prefieres, su insostenibilidad.
P. ¿A qué te refieres con eso del ‘ámbito metabólico’?
R. Por mucho que la economía convencional trate de negarlo, no puede existir crecimiento económico sin crecimiento paralelo del consumo de energía y materiales. Pero éste, a su vez, es inseparable del aumento de la huella ecológica, es decir, de la destrucción de la vida del planeta. Es así como el desarrollo es a la vez imposible, ya que la base energética y material es finita y se encuentra ya en proceso de contracción, y destructivo, ya que camina parejo a la destrucción de la vida y el territorio. Si queremos subsistir en el planeta con un mínimo de justicia, igualdad y libertad, no tenemos más remedios que pensar en propuestas de decrecimiento que se hagan cargo de la contracción de nuestro acceso a energía y materiales que está ya en marcha.
P. Parece evidente que hay una distancia ideológica entre la institución y tú. ¿Cuál dirías que es la adscripción política de la Universidad de Deusto?
R. Si hablamos de Deusto como institución, creo que es evidente que se encuentra completamente alineada con los intereses de las élites vascas y, especialmente, con los de su tejido empresarial. Basta ver cómo entre sus alianzas estratégicas y financiadores encontramos bancos, grandes emporios industriales, multinacionales, etc. Fue llamativo en ese sentido algo que me pasó el primer día que visité la universidad de mano de mi futuro jefe, Francisco Javier Arellano. Él mismo, sin que yo preguntara nada y después de haber presumido de que de allí había estudiado el ministro Marlaska, dijo casi literalmente: “Habrás oído que en esta universidad todos somos del PNV. Eso no es verdad, hay una enorme pluralidad. Hay gente del PP, del PSOE, de Ciudadanos… Eso sí, aquí no tenemos a nadie de la izquierda ‘abertzale”. Poco más que añadir. Más que eso, evidentemente, es mentira. En mi tiempo en Deusto me he encontrado a gente que participa en los movimientos sociales y cuyas posturas, a pesar de la institución y con riesgo para su puesto de trabajo, se encuentran mucho más a la izquierda que las de esta.
P. ¿Y tú? ¿Cómo te describes políticamente?
R. En lo que a mi respecta, creo que lo que mejor describe la posición política de cualquiera es su praxis, y en mi caso esta habla por sí sola (en muchos casos, porque está compuesta por no pocos textos). No obstante, si tuviera que hacer el ejercicio de ‘etiquetarme’, diría que me siento libertario en el sentido en que define esta idea Carlos Taibo en muchos de sus libros. Además de heredero del ecologismo social radical que nace en los años 1960, en particular de su vertiente crítica con la sociedad industrial.
P. La decisión de contratarte podría hablarnos de un centro con una visión sesgada, que trata de limitar su sesgo y ofrecer a los alumnos otros puntos de vista. Esto parece algo valioso. ¿Fue esta tu impresión en el momento de la contratación?
R. Esa fue exactamente mi impresión, sí. Debo decirte que cuando Deusto me contrata venía de más de un año y medio buscando plaza en la universidad pública con un balance muy desalentador: en el 100% de los casos las plazas habían sido asignadas a personas que habían obtenido su doctorado en el departamento en cuestión. Así que cuando me encontré el anuncio de una plaza con un perfil tan compatible con el mío decidí probar suerte pese a la desconfianza y con no mucha esperanza. Al ser contratado mi sorpresa fue mucha, pero también mi respeto por la institución. Tanto es así que durante todo el año no me cansé de defender precisamente la honestidad que me parecía que habían tenido al dejar a un lado sus posturas ideológicas y elegir a una persona atendiendo a sus méritos y su adecuación al perfil… Me temo que, a la vista de lo sucedido, no me ha quedado más remedio que desdecirme de mis elogios.
P. ¿Cómo se empieza a torcer la cosa? Creo que tu último libro no sienta demasiado bien por allí. ¿En qué momento empiezas a intuir que saldrás despedido, si es que lo percibes antes?
R. Si te soy sincero, no percibí que se estuviera fraguando un despido en ningún momento. Es verdad que mi libro es recibido con bastante frialdad por parte de mis jefes, y que se habían dado un par de discusiones tal y como antes describí. Pero de ahí a imaginar que me echarían mediaba para mí todo un mundo, ya que en ningún momento existieron toques de atención, advertencias o evaluaciones negativas que pudieran motivar una decisión tan drástica. Es más, no fui el único que no lo esperaba. La práctica totalidad de mis compañeros más cercanos reaccionó con total estupefacción cuando les comuniqué la noticia dando por hecho que estarían enterados, o que incluso podían haber sido partícipes de la misma.
P. ¿Cómo ha sido tu relación con otros profesores? ¿Había respeto intelectual recíproco?
R. En la mayoría de los casos la relación fue excelente. Como te decía compartimos lecturas, intercambiamos materiales docentes, nos dotamos de espacio para discutir sobre el diseño de asignaturas, ¡incluso estábamos en proceso de diseñar algunas jornadas y publicaciones conjuntas! En concreto los compañeros que también se dedicaban al estudio de la tecnología desde un punto de vista filosófico me hicieron sentir muy valorado y respetado. Recuerdo, por ejemplo, que tras regalarle mi último libro uno de ellos se lo leyó en apenas una semana e insistió en que quedásemos una tarde que dedicamos a diseccionarlo, discutirlo y ampliarlo durante horas. Fue una experiencia tremendamente satisfactoria por la que estoy muy agradecido. Al igual que les agradezco su generosidad y el altruismo con el que me compartieron las enseñanzas obtenidas en varias décadas de ejercicio.
P. ¿Y en el sentido negativo? ¿Alguna mala experiencia?
R. Un caso especialmente triste y doloroso para mi fue el de Francisco Javier Contreras, actual director del Centro de Ética Aplicada y uno de los responsables directos de mi despido, un ejemplo que además muestra bien el abismo que existe entre Deusto como institución y sus integrantes. A mi llegada a Bilbao establecí con él una relación excelente, marcada por el diálogo y la mutua estima intelectual. Desde mi punto de vista, aquello era el inicio de una amistad como la que de hecho he establecido con otros profesores del centro. No obstante, una vez fue nombrado director del CEA, la relación se fue enfriando hasta el punto de que tras mi despido ni tan siquiera he recibido de su parte un mensaje o algún tipo de explicación que pudiera salvaguardar lo personal más allá de los imperativos institucionales.
P. ¿Te han escrito alumnos o profesores de Deusto después de tu despido manifestando su apoyo?
R. De compañeros he recibido apoyo sobre todo de viva voz. Como te decía, la mayoría recibió con pesar e incluso frustración la noticia del despido. No se me olvidará que uno de ellos afirmó rotundo: “Deusto ha cometido un error contigo”. Pero muy poca gente me ha escrito o se ha animado a firmar en el comunicado de apoyo que habilitamos desde mi sindicato, Steilas. Ahí yo veo una muestra evidente del miedo a la represión que tiene un conjunto de profesorado que se encuentra en una situación precaria, con contratos renovables anualmente y muy vigilados a nivel ideológico en el marco de una institución muy jerárquica y vertical. De alumnos, en cambio, sí he recibido mucho más apoyo. De hecho algunos me han escrito personalmente y las asociaciones de alumnos me han mostrado su solidaridad y quieren invitarme a compartir mi caso con todos ellos y visibilizarlo ante el conjunto de la comunidad universitaria.
P. ¿Cómo reaccionaban los alumnos en clase a tus enseñanzas? ¿Había debates interesantes en el aula? ¿Había polémicas?
R. En clase he encontrado de todo. Si te soy sincero, en muchas ocasiones predominaba la indiferencia ante una asignatura que percibían como una ‘maría’ y que, además, se impartía en inglés. No obstante, sí que frente a ese mar de indiferencia se destacaban algunas olas de pasión. Más de dos y tres veces he tenido que presenciar explosiones de indignación frente a mis críticas al capitalismo, acusaciones de comunista soviético e incluso perplejidades que hablan más de los programas de la universidad que de los estudiantes. Por ejemplo, cuando durante una clase les mostré que el neoliberalismo había hecho que aumentara exponencialmente la desigualdad, y que una de las razones era el modo que se había descompensado el balance entre las rentas del capital y las del trabajo a favor de los propietarios, terminé señalando que parecería razonable aumentar con rotundidad la carga fiscal de los más ricos, hasta al menos igualar los valores de la mitad del Siglo XX. Ante eso uno de los alumnos, confuso, me señaló que era justo lo contrario a lo que habían aprendido esa mañana en Macroeconomía…
P. Jajaja…
R. Las mejores clases fueron sin duda con el grado en Ingenería de último año. Allí encontré bastantes personas con muchas inquietudes que aceptaron entrar en interesantes debates sobre la posibilidad de democratizar el diseño tecnológico, sobre la reorganización ecosocial del mundo y sobre el papel de la digitalización en las encrucijadas del presente. Con algunos de ellos sigo guardando el contacto.
P. ¿Crees que alguno o algunos alumnos pueden haberse quejado de ti a la administración?
R. Si lo han hecho, no me consta. Pero es sin duda una posibilidad muy real atendiendo al perfil mayoritario de un alumnado que se matricula en el centro muchas veces guiados por su relación con el mundo empresarial y su filiación conservadora. Espero, en cualquier caso, que no fuera el caso y que supieran apreciar la posibilidad de un espacio donde yo siempre invité a la expresión de todo tipo de postura y al libre debate filosófico.
P. Finalmente me gustaría preguntarte también por esta entrevista: en un primer momento desconfías del periódico y de mí. ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión?
R. Tal y como te comuniqué en privado, me siento muy lejano tanto de la línea editorial del periódico como de muchas de tus posiciones y cruzadas personales, en particular con el feminismo. Me preocupaba que de la aceptación a realizar esta entrevista se pudiera deducir que estoy de acuerdo con igualar este caso de violación fragante de la libertad cátedra con el tipo de ‘cancelaciones’ que sueles abordar, lo que no es el caso. No obstante, tu franqueza, profesionalidad y compromiso de respetar íntegramente mis respuestas me han convencido. Mis publicaciones e intervenciones públicas hablan por sí mismas de nuestras diferencias y de mis posiciones. Estas, no obstante, no deberían ser óbice para agradecerte que hayas dedicado tu tiempo y tu trabajo a difundir lo que me ha sucedido en Deusto y tu apertura y generosidad ante alguien que no piensa como tú. Y es que, creo que estamos de acuerdo en que, más allá de mi circunstancia personal, lo que ha sucedido es un ejemplo evidente de los límites a la libertad de cátedra en la educación privada, de la precarización de la carrera universitaria y de las dificultades cada vez mayores que nos encontramos socialmente las personas que tratamos de denunciar la suicida trayectoria del capitalismo industrial con la esperanza de que esta pueda revertirse.
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