A veinte años de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York y de la llamada guerra contra el terrorismo. Por Fernando M. García Bielsa

 

Sugeriríamos a quienes dirigen el poderoso imperio que sean serenos, que no se dejen arrastrar por raptos de ira…, ni se lancen a cazar gente lanzando bombas por todas partes. Reitero que ninguno de los problemas del mundo, ni el del terrorismo, se pueden resolver por la fuerza, y cada acción de fuerza, cada acción disparatada del uso de la fuerza, en cualquier parte, agravaría seriamente los problemas del mundo”.

Fidel Castro Ruz, Septiembre 11 del 2001 (al conocer la noticia de los trágicos sucesos)

Este mes de septiembre se cumplen veinte años del inicio de la llamada Guerra contra el Terrorismo, que se lanzó tomando como pretexto los atentados suicidas de muy dudosa matriz del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, DC. Finalmente, la guerra emprendida contra Afganistán por aquellos hechos, y dada la naturaleza de la ocupación yanqui de ese país, ha sido un nuevo y descomunal desastre de la política exterior estadounidense de alcance estratégico y de sus pretensiones de uso global de la fuerza.

Los complotados para realizar los secuestros de las naves aéreas, la mayoría de los cuales eran originarios de Arabia Saudita, se radicaron en Estados Unidos bastante antes de llevar a cabo los ataques, y allí, algunos de ellos, recibieron entrenamiento en escuelas de pilotaje en varios estados.

Según se conoce, aquel día se produjo el secuestro de cuatro aviones de pasajeros, dos de los cuales fueron proyectados contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York. Otra nave aérea habría impactado el edificio del Pentágono en la capital del país, y el cuarto se estrelló en un estado cercano.

Tales atentados tuvieron lugar antes de las 10 AM de ese día. Cerca del mediodía la Administración del presidente George W. Bush anunciaba que la agrupación Al Qaeda había sido la responsable de los ataques, en una afirmación hecha sin haber llevado a cabo alguna investigación seria sobre lo acontecido.

Esa misma noche a la 9:30 PM se conformó un Gabinete de Guerra integrado por altos funcionarios de inteligencia y asesores militares y, poco después, antes de la medianoche, al concluir esa histórica reunión en la Casa Blanca, fue lanzada oficialmente la “Guerra contra el Terrorismo”. Bush declaraba: “No haremos distinción alguna entre los terroristas que cometieron esas acciones y aquellos quienes les hayan dado protección”. “Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo”. Días después bajo el pomposo nombre de “Operación Libertad Duradera” se concretó la invasión de Afganistán, para lo cual existían planes desde meses antes de los atentados.

La administración Bush-Cheney, ayudada y secundada por los medios de prensa corporativos, manipuló una política basada en la mentira y la utilización del miedo y de una fraseología triunfalista para llevar adelante una agenda de derecha que incluyo la aprobación de la Ley Patriota, cambios masivos en el sistema legal, expansión dramática del aparato y el despliegue militar para las la intervenciones lideradas por Estados Unidos en Afganistán, Iraq, y en otros países.

Después de lanzar aquella guerra contra “el Eje del Mal”, apenas algo más de un año después y con gran desparpajo y teatralidad desde la cubierta de un portaviones Bush anunció que “la misión ha sido cumplida”. Se refería a la misión que ahora, en 2021, concluye con un descalabro gigantesco en Kabul, aunque no es descartable que los enfebrecidos militaristas de Washington traten de levantar cabeza con nuevas aventuras injerencistas.

Desde un comienzo, como queda demostrado ahora, los límites de esa política basada en las mentiras y en el espectáculo se vería socavada y revertida por los acontecimientos subsiguientes. No obstante, el estado de guerra permanente contra el terrorismo, en particular en Afganistán, seria intencionalmente extendido en el tiempo debido a la influencia y las manipulaciones del llamado Complejo Militar Industrial que rige buena parte de la política exterior yanqui.

Al momento de redactar este artículo se informa que el presidente Joseph Biden (afectado en su popularidad por la derrota en Afganistán), ha dado instrucciones para desclasificar parte de los documentos secretos sobre el 11 de septiembre, luego de una pronta pero exhaustiva revisión por parte del FBI en coordinación con el Departamento de Justicia.

Extrañas circunstancias y mentiras en torno a aquel 11 de septiembre de 2001

Al margen de las muchas incongruencias y dudas que se han planteado respecto al trasfondo de los atentados del 11 de septiembre de 2011 en Nueva York y Washington DC, existen indicios según los cuales importantes sectores conservadores y belicistas, así como personalidades de gobierno, tenían elaborados planes de contingencia en el caso que hechos de ese tenor les fueran propicios para aplicar eventualmente sus perversos fines políticos.

Durante la década de los noventa los teóricos y los estrategas del imperio habían estado en la búsqueda de alguna fundamentación o supuesto enemigo de peso que concluida la “guerra fría” y desaparecida la Unión Soviética, sustituyera el entonces desvanecido fantasma del peligro comunista y proveyera de alguna racionalidad a la continuidad de sus desmedidos gastos militares y pretensiones imperiales. El peligro terrorista vino a llenar esos cometidos.

Hay elementos realmente llamativos en los hechos del 11 de septiembre los cuales provocan lógicas desconfianzas. Datos concretos conocidos después de los atentados los trae a colación la revista Newsweek a comienzos de mayo de este año en un artículo de William M. Arkin subtitulado “todas las maneras en que Estados Unidos falló para detener los ataques terroristas del 11 de septiembre”, donde se recuerda que “al presidente George Bush le pasaron un aviso el 6 de agosto” acerca del peligro inminente y la presencia en el país de personas particularmente sospechosas, hasta el hecho de cómo “estos siguieron moviéndose y adelantando sus planes sin ser molestados por autoridad alguna y sin ser propiamente detectados por las agencias de seguridad o al abordar las aeronaves”.

Incluso uno de los que participaría en los atentados, Zacarias Moussaoui, había sido arrestado el 16 de agosto en Minneapolis, cuando estaba tratando de aprender como pilotear aviones tipo Boeing 747; el FBI concluyó se trataba de un musulmán radical, pero fue liberado sin que se escudriñaran sus pertenencias ni se formulara aviso alguno a otras autoridades o a las líneas aéreas.

Existen muchas otras incongruencias, varias de las cuales han sido señaladas por grupos de familiares de las víctimas, e incluso indicios o sospechas de la participación de Arabia Saudita y del Mossad, el servicio de inteligencia israelí.

Las conjeturas sobre los hechos del 11 de septiembre de 2001 se alimentan por la sospechosa inacción del gobierno de Bush, luego que desde semanas antes había sido alertado por sus órganos de seguridad acerca de la presencia y dudosas actividades en el país de numerosos sujetos, muchos de ellos sauditas supuestamente de Al Qaeda, quienes luego perpetrarían los atentados. También existen interrogantes acerca de la incapacidad que tuvieron los jets de combate asentados en bases cercanas que no interceptaron ni uno solo de los aviones secuestrados.

Cinco años después, un artículo del Washington Post (Sept. 8 del 2006) informaba que, aunque en aquel septiembre generales del Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial (NORAD) declararon que ellos conocieron de los secuestros con tiempo suficiente para el despegue de los jets de combate, grabaciones recientemente conocidas mostraban que la Administración de Aviación Federal (FAA) no le informó a los militares acerca de los secuestros hasta cuando tres de los cuatro aviones ya se habían estrellado.

Asimismo expertos han cuestionado como ilógica la manera como cayeron los rascacielos como demolidos desde sus bases luego de ser impactados por aviones y el fuego en sus partes altas. Aun más desconcertantes son las referencias a la casi total ausencia de los componentes más compactos entre los restos del avión que se dice impactó contra el edificio del Pentágono. A partir de análisis acerca del impacto de aviones similares al proyectado contra las torres, caídos por accidente en ciudades densamente pobladas, algunos expertos concluyen que ningún avión se habría estrellado sobre el Pentágono y que sólo un proyectil pudo generar el orificio geométricamente redondo creado en dicha instalación por el supuesto avión. Pero entonces ¿Qué se hizo del vuelo #77 de American Airlines y de sus pasajeros?

Desde una etapa temprana y hasta nuestros días, numerosas incongruencias han sido señaladas respecto a la versión oficial sobre los hechos, al tiempo que varias de ellas han sido calificadas como meras teorías conspirativas.

Algunas llegan a atribuir la planificación y ejecución de los ataque del 11 de septiembre a otros elementos ajenos a AlQaeda o en conjunción con ellos, y muchos plantean que funcionarios de alto nivel y operativos del gobierno conocían por adelantado el peligro y el tipo de agresiones que se avecinaban y que hasta hubo complicidad. Quienes han presentado esos argumentos enumeran muchas de las inconsistencias en la versión oficial sobre los hechos, y la existencia de evidencias que han sido ocultadas o pasadas por alto.

Los cálculos sobre estructuras de acero, impactos de avión, cajas negras encontradas y lo que estas revelaban, no se ajustan a los criterios de matemáticos, sismólogos, especialistas en información y especialistas en demolición, etcétera. Lo más dramático es la afirmación de que posiblemente nunca se conozca lo que en verdad ocurrió.

Sin desconocer que ha habido mucho de especulación acerca de los hechos del 11 de septiembre de 2001, calificar como meras “teorías conspirativas” todos y cada uno de los argumentos que muestran incongruencias o falsedades de la versión oficial, por lo menos es cínico.

No nos olvidemos que tradicionalmente gobiernos estadounidenses han sido maestros en eso de manipular y armar conspiraciones, como aquella urdida alrededor del hundimiento del buque Maine en la bahía de La Habana en 1898 para desatar la guerra contra España y apoderarse de sus colonias. También es conocido que en agosto de 1964 armaron el llamado incidente en el Golfo de Tonkín para escalar la guerra y los bombardeos contra Vietnam del Norte, o cuando inventaron la falsedad de existencia de armas de destrucción masiva en Iraq que les sirvió para desatar la invasión a ese país en 2003, año y medio después de los hechos del 11 de septiembre.

Según un reciente sondeo de Scripps Howard/Universidad de Ohio un 36% de los encuestados sospecha que el gobierno de Estados Unidos o bien promovió los atentados o intencionalmente dejó las cosas correr.

En la mañana del 11 de septiembre el presidente Bush efectuaba una visita a una clase de primaria en Sarasota, Florida y allí su jefe de personal le comunicó que un segundo avión había impactado el World Trade Center y que el país estaba siendo atacado. El momento fue trasmitido por televisión y mucha de la teleaudiencia quedo asombrada al ver como Bush se mantuvo impasible al recibir la noticia.

Otro hecho interesante fue directamente constatado por mí en aquellos días. Un fin de semana subsiguiente a los atentados me disponía a ver el programa Meet the Press al cual comparecería el Secretario de Estado Colin Powell. Previo al programa la televisión mostraba un cintillo informando que al menos tres de los perpetradores habían sido entrenados o estuvieron ubicados en bases militares en territorio estadounidense, uno de ellos, se precisaba, en una base aérea en San Antonio, Texas.

Sobre ello versó una de las primeras preguntas dirigidas a Powell. Este no denegó esa posibilidad, dado que dijo, su país tiene compromisos y vínculos en todos los confines del mundo. En los días posteriores lo señalado en dicho cintillo desapareció de las noticias. El día siguiente, ni el Washington Post ni el New York Times contenían referencia alguna a vínculos de perpetradores de los atentados con bases militares en el país.

Renacían sueños geopolíticos de dominación global y de su creencia de que mediante la fuerza son capaces de lograr todo lo que se propongan. Poco más de un año después de los atentados, Estados Unidos invadió a Iraq, una nación que nunca atacó al país ni desempeñó papel alguno en tales agresiones.

Bajo el pretexto de luchar contra el terrorismo millones las personas han perdido la vida en todo el mundo, principalmente en el Oriente Medio y su periferia como consecuencia de esa campaña mundial de agresiones que el gobierno de los Estados Unidos y muchos de sus aliados han llevado a cabo tratando de implantar una democracia “a golpe de cañonazos”, pero generando el caos y la destrucción de un buen número de países (Libia, Siria, Yemen, Pakistán, Somalia…). Según estimados del Proyecto Costos de la Guerra de la Universidad Brown el costo total de las guerras a partir del 11 de septiembre de 2001, en Afganistán, Iraq y en esos y otros países, ha excedido los $8 billones (ocho millones de millones USD).

El estrepitoso fin de la aventura afgana.

El involucramiento del gobierno yanqui en Afganistán realmente antecedió varios lustros a los atentados del 2001. El respaldo con armas y entrenamiento a los mujahedines contra la presencia soviética en ese país a fines de los años setenta por parte de la CIA y los gobiernos de Carter y Reagan puso en movimiento el ciclo de violencia que ha afectado a ese país en los pasados cuarenta años y ha costado la vida a unos dos millones de afganos y a miles de estadounidenses.

La invasión de Estados Unidos a fines de 2001 condujo a la alianza de los invasores con “señores de la guerra” locales, así como con políticos oportunistas con quienes establecieron un corrupto e ilegítimo gobierno títere en Kabul, e implementaron durante años bombardeos indiscriminados, masacres de civiles y torturas en el país. La ocupación y la abrupta estampida generaron comparaciones con la vergonzosa retirada de Vietnam en 1975, aunque esta derrota es esencialmente política e ideológica más que militar.

Este veinte aniversario del 11 de septiembre y de la invasión a Afganistán tiene lugar justo después la desastrosa derrota de Estados Unidos y con la vuelta de los Talibanes al poder en aquel país. Tales acontecimientos están aún en desarrollo y han sido objeto de muchos documentados análisis en las últimas semanas, por lo cual aquí resumimos elementos que han sido planteados sobre estos hechos y sus proyecciones:

  • Han sido dos décadas de ocupación militar que han costado más de $2 billones (dos millones de millones USD) y un número incalculable de muertes y sufrimientos. La catástrofe humanitaria generada está aún por alcanzar mayores proporciones.

  • En el plano geopolítico e incluso histórico no contará tanto el carácter espurio de la misión, como su desastroso epílogo,

  • Hace dos años, un informe de The Washington Post mostró cómo Estados Unidos venía escondiendo la evidencia de que esa era una guerra que no podía ganar.

  • Sin embargo, el gobierno ha sido capaz de lograr distanciar con efectividad a una mayoría del público estadounidense de las “guerras permanentes” que lleva a cabo, tanto por la manipulación de los medios de información, como al apoyarse de forma extraordinaria en el despliegue sobre el terreno de mercenarios, subcontratados y el uso de drones y otros artefactos sofisticados.

  • Aun asi, episodio tras episodio han venido demostrando los limites del poder de Estados Unidos; su capacidad de invadir, saquear, torturar y destruir países enteros, pero sin un solo logro que merezca la pena celebrar. Hoy más grupos extremistas violentos a los existentes antes del 11 de septiembre han proliferado en el gran Medio Oriente, en África y alrededor del mundo; muchos creados y aupados por Estados Unidos.

  • El desenlace en Afganistán podría ser un punto de inflexión en las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados occidentales. Ha significado la más grande debacle de la OTAN y provoca serias interrogantes entre los gobiernos europeos. Algunos hacen declaraciones en las cuales retoman lo de la necesidad de fortalecer su independencia estratégica, aunque está por verse si es algo más que pura retórica.

  • Para muchos países y colaboradores en el mundo subdesarrollado los hechos dejan un mensaje de que Estados Unidos abandona a sus “aliados”.

  • Los conflictos militares desatados por Estados Unidos no han tenido una estrategia coherente, y mucho menos objetivos medibles, salvo los cálculos de beneficios del Complejo Militar Industrial.

  • Podría decirse que se desperdiciaron esos $2,2 millones de millones USD del dinero de los contribuyentes empleados en esa guerra y ocupación (y los cientos de miles de muertes ocasionadas, un tercio de ellas de civiles).

  • Pero para otros, más que desperdicio fue una oportunidad. Buena parte de esos recursos se la embolsaron las empresas contratistas privadas de mercenarios (los cuales sobrepasaban 7 a 1 en número a las fuerzas regulares), los fabricantes de armas y compañías que proveyeron equipos y suministros, empresas de construcciones para el esfuerzo bélico. También se beneficiaron los inversionistas privados poseedores de la deuda pública del país con unos $500 mil millones pagados por el gobierno en intereses por sus deudas de guerra, intereses que todavía les estarán dando frutos en los años porvenir.

  • Aun cuando este estrepitoso fracaso debe catalizar el número creciente de voces que han venido abogando por atemperar y refrenar la agresividad y las pretensiones en el uso global de los medios militares, es muy poco probable que la experiencia de esta sacudida frene la agresividad de los círculos belicistas enquistados en posiciones de poder en Washington.

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2 Responses to A veinte años de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York y de la llamada guerra contra el terrorismo. Por Fernando M. García Bielsa

  1. Sin-permiso says:

    Toda economía tiene una frontera de posibilidades de producción, de la que se deriva un coste de oportunidad, expresado en el célebre binomio que representa la elección entre cañones o mantequilla. Logrado un poder absoluto incontestable tras el lanzamiento de dos bombas atómicas, que supuso la rendición incondicional de propios y extraños tras una devastadora guerra, lo que tocaba era producir mucha mantequilla, con la que atender las carencias y privaciones de la gente. Sin embargo, se optó por un nuevo keynesianismo militar, demostrando una vez más la maldad intrínseca del capitalismo, incapaz de evitar o escapar de las crisis sistémicas del modo más civilizado posible, que sería produciendo bienes y servicios civiles útiles.

    USA tuvo la oportunidad de reconvertir los cañones en arados e involucrar al resto del mundo en el mismo proyecto pero, a la hora de elegir entre un keynesianismo bueno, al servicio del interés general, y un keynesianismo malo, al servicio de intereses corporativos, prevaleció este, generando con ello una pésima imagen del sector público y una carrera de armamentos e intervenciones militares injustificables en nada que no fueran esos privilegiados intereses corporativos.

    También en el sector de la salud se optó por algo parecido, aunque aquí el papel del estado no consistió en utilizar el dinero del contribuyente para que se lucraran unos pocos privilegiados sino crear una legislación favorable para que intereses corporativos privados hicieran de la salud una mercancía extraordinariamente cara, a costa del bolsillo y el bienestar de los ciudadanos y las empresas que cubren el carísimo seguro médico de sus empleados. Pareciera que USA es ante todo un cortijo de la economía de guerra y de la enfermedad, de modo que cualquiera que decida vivir e invertir allí debe ser plenamente consciente del coste de oportunidad que representa, de ahí que tantas empresas hayan optado por la deslocalización.

    Los acontecimientos del 11S de 2001 y sus consecuencias sólo pueden ser el resultado de ese perverso modelo, en que el dinero de los contribuyentes no se dedica a reparar infraestructuras, construir escuelas o velar por la salud pública sino a fabricar mortíferos y lucrativis ingenios bélicos y a buscar el escenario posible en el que su venta y su uso estén justificados. En lo relacionado con ese otro derecho fundamental y fácilmente manipulable, como es la salud, el dinero del contribuyente ya no se dedica tanto a satisfacer la demanda como a generarla y a convertir el sector en un coto privado al servicio de poderosos intereses corporativos.

     
  2. Rafael Emilio Cervantes Martínez says:

    Nada de éste panorama de guerra, destrucción y muerte responsabilidad absoluta de sucesivas administraciones norteamericanas que se describe sólo en los últimos veinte años es casual, sino expresión de la lógica perversa de existencia de un Imperio que pretende mantenerse a costa de dominar y explotar a la inmensa mayoría de la humanidad. Una suma de pretextos, mentiras y argucias han estado siempre en la puerta de entrada de cada aventura militar, lo que constituye un insulto a la inteligencia y vergüenza de las personas, cuando pasado los años comprobamos con fuerza de ley cómo se engañó en cada caso para llevar adelante sus intereses económicos y geopolíticos, para entonces ya no estarán en los puestos los responsables directos pero sí los dueños del capital transnacional a cuyos intereses responden todas las guerras imperialistas contemporáneas. Es por ello que la lucha por la paz es una forma de lucha antiimperialista, una forma de luchar contra las formas de dominación y hegemonía del capitalismo transnacional. Éstos ricos disfrutan plácidamente el fruto amasado con la sangre y la destrucción en los pueblos agredidos.

     

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