Acampada
Más allá de los destrozados reinos,
con tus noches zampeadas y libres de ti mismo,
beberás de la única fuente que no duerme,
entre libélulas ahogadas, mantones viejos
y algodones fenicados en mano,
codo a codo con el retruécano,
la de una trinidad que abraza, a veces,
tras la discordante batida imaginaria
que despide siempre.
Dioses desnudos te remiendan la mañana;
nadie reconoce sus nombres o sus himnos,
pero tampoco van enmascarados.
Y comprenderás mejor la trama de la fatiga,
los extremos del paso,
honrado y triste,
a mero traspiés, cuneiforme y gris-prodigio.