Múltiples han sido los desafíos que ha enfrentado Cuba a través del tiempo: los buscadores de oro de la conquista y colonización primero, intervención, monopolios, consorcios y trust de la neocolonización siglos después, intentos de dominación y hegemonía estadounidense y el creciente asedio de un bloqueo brutal, que nos asfixia hasta hoy. Este ominoso prontuario se ha alargado, como sabemos, con el auge galopante de internet y de las llamadas redes sociales.
Los grupos de poder, asentados en los países más desarrollados donde se crean, financian y controlan estos medios tecnológicos, son igualmente dueños de las plataformas desde donde se enfilan las armas de nueva generación contra Cuba en el terreno de lo virtual. En ese mundo paralelo, manejado por los “hechiceros de la comunicación”, como los llamara recientemente nuestro presidente Díaz Canel en la clausura del Octavo Congreso del Partido, “la verdad no solo es negociable, sino peor aún: prescindible”.
A pesar de que Cuba se afana por construir una sociedad más justa, más humana, que lucha por la vida y por la paz en el mundo, que no tiene bases militares en ningún país ni crea pactos con nación alguna para atacar a otras, nunca hemos estado a salvo de la mentira, de la calumnia ni del terrorismo. Menos ahora, con tal multiplicación de las vías de desinformación. Con los blogueros contrarrevolucionarios, los “laboratorios de ideas” sutilmente influenciados y financiados por B. Obama, con la aparición de periódicos digitales especializados en la construcción de falsas noticias y matrices de opinión en torno a temas sociales menos tratados por la prensa en Cuba, con la agresividad de ciertos intelectuales, artistas convertidos en líderes virtuales o marionetas públicas durante la administración de D. Trump, los intentos de golpe suave y el “corrimiento al centro”, se ha intentado colonizar nuestra subjetividad a lo largo de las últimas décadas. El objetivo es el hijo menor de la doctrina Monroe: promover la inestabilidad política en nuestro país, agrandar el cerco mediático, cristalizar el espectro digital negativo y a largo plazo, derrocar al gobierno y el sistema socialista que el pueblo cubano mayoritaria y democráticamente escogiera.
Parecía que la deconstrucción de la imagen de Cuba, de sus héoes y mártires, que la desarticulación de su identidad y una retórica adversa a sus procesos histórico-sociales iba a imponerse en la nueva centuria. Pero la presencia creciente de Cuba y su revolución en las redes, las infinitas demostraciones de apoyo de cubanos dentro y fuera de Cuba y de solidarios de todos los continentes a través de ellas, han desarticulado en gran medida estos planes de nuevo tipo de los enemigos de ayer y de hoy. A pesar de su arsenal mediático para corroer la opinión pública, de la lancinante proyección de falacias preconstruidas para mellar las conciencias vulnerables, aprovechando el desigual acceso de nuestro pueblo a internet en la era de la postverdad, la patria nuevamente ha crecido, han vuelto nuevamente a su Girón los hijos que, en tiempos de crisis, no han escatimado esfuerzos para defenderla tanto virtual como objetivamente. Y ese es el plan que, contra lo que nos predecían en tiempos de Covid-19 y bajo el prisma de la teoría del shock de Naomi Klein los hacedores de sociedades abiertas a lo Georges Soros, debemos seguir desmontando los cubanos gracias al mayor acceso a estas armas de nuevo tipo de las que ahora disponemos. Plan contra plan, sea hoy, como ayer para Martí y Fidel, nuestra premisa y principal desempeño.
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