Ya sin ser presidente de Estados Unidos, en diciembre de 2017, Barack Obama fue entrevistado por el príncipe británico Harry, quien le preguntó si podía haber hecho algo más para enfrentarse a los trolls, el extremismo y las fake news en las redes sociales digitales. Quien año y medio antes en el Gran Teatro de La Habana afirmara, parafraseando al Manifiesto Comunista sobre la lucha de clases, que Internet es “uno de los motores de crecimiento más fuertes en la historia de la humanidad”, no respondió la pregunta con lo que podría haber hecho él para evitar esos efectos pero dijo que en las redes la gente “puede acabar envuelta por la información que refuerce sus prejuicios. La verdad es que en internet todo se simplifica … Se distorsiona la comprensión ciudadana de asuntos complejos y deriva en la propagación de la desinformación”.
Meses atrás, salieron a la luz las conversaciones de un grupo de la red social Telegram, donde los seguidores de un medio de comunicación que durante el gobierno de Obama fue premiado con visas y becas, y se dedica a predicar tolerancia y pluralismo para Cuba, hablaban de los que “vamos a fusilar cuando lleguemos al poder”, ofendían a Fidel llamándole perro, o deseaban la muerte de Raúl. Sin embargo, en ese y otros espacios se habla de “dos extremos” cubanos que, por supuesto, no los incluyen, porque gracias a que se proclaman equidistantes entre odios de signos opuestos, ellos se dicen los portadores de la solución, y aunque en uno de esos medios se haya reclamado una “purga exhaustiva, calcinante” de las últimas seis décadas de historia cubana, los extremistas estarían en otra parte, a la que dicen no pertenecer. Dándoles el beneficio de la duda, habría que preguntarse cuánto han influido en esas personas la “información que refuerce sus prejuicios” en un entorno donde según el expresidente “todo se simplifica”.
No he leído ni escuchado a ningún revolucionario cubano oponiéndose a una relación respetuosa con Estados Unidos, mucho menos pidiendo una guerra entre los dos países, como acaba de ocurrir en un evento En defensa de la democracia en las Américas que tuvo lugar la semana pasada en el hotel Biltmore de Miami. Eso mismo vimos solicitar desde La Habana a uno de los héroes de turno de la libertad de expresión a sueldo estadounidense, a cuyo grupo, en un mensaje reciente de correo electrónico mostrado por la televisión cubana, se le disputa por otro el reconocimiento de los que pagan.
Sigue sucediendo lo que dijo un diplomático norteamericano sobre los antecesores de esta “nueva” contrarrevolución, en un cable desclasificado por Wikileaks: “Si bien la búsqueda de recursos es su principal preocupación, la segunda más importante parece ser limitar o marginar las actividades de sus antiguos aliados de manera de reservarse el poder y el acceso a los escasos recursos”.
Aquí no se pueden probar historias de torturas, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales, como sucede en muchos lugares de nuestra región considerados “democracia en las Américas”. Hay que inventar otra cosa en nombre del “estado de derecho” y las “garantías” que allí sí existen, mientras se sacan ojos y balean jóvenes en cifras que duele contar a cualquiera que no sea Washington y sus fundaciones afines, financistas de la guerra cultural contra Cuba.
Contra la Revolución cubana el gobierno de Estados Unidos ha desarrollado en internet un sofisticado sistema de influencia que utiliza las redes sociales digitales aprovechando la enorme asimetría que le favorece en ese escenario y las insuficientes cultura crítica, articulaciones y producción de contenido con la inmediatez y códigos que exige de nosotros un espacio como ese, donde las hegemonías preexistentes a nivel global, ya desfavorables para las ideas revolucionarias, se han fortalecido.
En ese sistema se engranan la guerra económica del gobierno norteamericano para dificultar la vida cotidiana de los cubanos, sus empleados locales cuyas provocaciones usan como caldo de cultivo esas dificultades, el conjunto de publicaciones de agitación política surgidas durante la administración Trump, y los medios privados cultivados en la etapa de Obama que utilizan la información de estos últimos sobre aquellas provocaciones para exigir la transformación de Cuba hacia una república liberal burguesa que ya la nación vivió para mal hace más de sesenta años.
Con asidero en manquedades de nuestra gestión, medias verdades o mentiras completas, cada día se genera al menos una “noticia”, amplificada casi siempre muy por encima de su importancia real, para que nos sintamos en la obligación de posicionarnos ante ella, y las hegemonías determinarán en qué medida la “espiral del silencio” generada por el miedo a aislarse o ser linchado por la maquinaria de fango permitirá que quienes internamente no compartan la corriente dominante den en público su punto de vista. A la vez, habrá muchos que se enredarán discutiendo un matiz y el algoritmo de Facebook premiará con mejor posicionamiento los posts cuyos comentarios tengan más respuestas enfrentadas entre sí.
No es en ese escenario, que nos lleva a fragmentarnos en burbujas de confort, sino en el de la transformación revolucionaria de la realidad, solucionando las dificultades con la participación activa del pueblo, donde fortaleceremos nuestra unidad. Pero las instituciones, liderazgos y organizaciones de la Revolución tienen que articularse en ese espacio, atender con inmediatez cuanta preocupación se exprese y no permitir que individual o colectivamente la ignorancia sobre cómo funciona esa plaza pública virtual, o el modo torpe con que a veces caemos en las trampas que nos tiende esa maquinaria de guerra comunicacional, le facilite al enemigo la tarea de dividirnos.
Nada más lejos del sectarismo que la práctica política unitaria de la Revolución cubana que se propuso desde muy temprano renunciar sólo a los “incorregiblemente reaccionarios”. Para Fidel, “unidad significa compartir el combate, los riesgos, los sacrificios, los objetivos, ideas, conceptos y estrategias, a los que se llega mediante debates y análisis… lucha común contra anexionistas, vendepatrias y corruptos que no tienen nada que ver con un militante revolucionario”, fuera de ellos tenemos la obligación de sumar a todos los sumables, teniendo claridad de que es también un “combate”, una “lucha” en la que los revolucionarios debemos tomar partido, pero una lucha de ideas donde lo decisivo son y serán la cultura y la inteligencia.
Todos los que nos expresamos en las redes hemos vivido, en mayor o menor medida, alguna experiencia de la que podemos aprender. Hace algunos años, alguien me envió una “carta abierta” que se hacía eco de estereotipos sobre mi, fabricados por la maquinaria de odio contra Cuba. Aquella misiva de inmediato fue reproducida por el sistema de medios dedicados a atacar a todo el que defienda la Revolución cubana. Como aún desde la discrepancia no consideré a la persona que la suscribía un enemigo, sino una víctima ocasional de esas manipulaciones, no aludí directamente al remitente y me limité a dar mi punto de vista sin ofender ni entrar en la escalada con la que esperaban cumplir su objetivo quienes se dedican a dividir a los cubanos. Hoy, me satisface comprobar que ese compañero sigue de nuestro lado, mientras otros que lo predispusieron, lo aplaudieron y amplificaron, se cuentan entre quienes se dedican a atacar la Revolución y, como parte de ella, a él y a mi.
Y es que las redes sociales digitales no son el mejor espacio para conocer al otro, mucho menos en medio de una guerra sicológica en constante crecimiento como la que tiene lugar contra Cuba. Hasta el ex emperador en la entrevista aludida al principio reconoce la necesidad de romper las burbujas e ir más allá de los algoritmos que controlan nuestra expresión en internet: “Reúnanse… Encuéntrense en un lugar de oración, en un vecindario y conózcanse”.
(Granma)