Por suerte, no nos entienden. Por Iramís Rosique

 
El pensamiento liberal (y el pensamiento estalinista, deudor irónicamente de la misma epistemología) no puede comprender la dialéctica de la espontaneidad y la organización, el modo en que cada uno de estos momentos de la acción revolucionaria completa y vehicula el anterior. Ni la Tángana por ejemplo fue absolutamente espontánea, ni existe posibilidad alguna de que lo fuera (ni intención). Sin el proceso de organización previa que ha constituido al colectivo que la preparó hubiera sido imposible realizar tal cosa.
La ausencia de organización en las acciones políticas conduce a la ausencia de programas y a la vulnerabilidad (como el 27N, susceptible como fue a ser instrumentalizado por quienes lo instrumentalizaron). Por otro lado la absolutización del momento organizativo lleva a la inmovilidad.
En el caso de una Revolución en el poder, la participación del poder en la defensa de la Revolucion es un presupuesto.
Los que exigen una “espontaneidad” al margen de ello solo pueden desear una espontaneidad contrarrevolucionaria. La sociedad civil socialista y el poder socialista están obligados a conformar un bloque histórico para el logro de los fines del proyecto, y para la defensa contra sus enemigos (que acechan desde la sociedad civil reaccionaria, desde allende los mares, e incluso desde los propios reductos inrevolucionarios del poder). Pero obviamente, desde el liberalismo esta complejidad no se puede entender. Por eso, por suerte, no nos entienden.

 

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