Google, el monstruo ubicuo. Por Montse Hidalgo

 

Suena el despertador. Una mano sobrevuela la mesilla de noche buscando a tientas la fuente del sonido: probablemente un móvil y tal vez uno de los más de 2.500 millones de dispositivos Android que existen en el mundo. El sistema operativo de Alphabet (matriz de Google) concentra un 74,6% del mercado y junto al iOs de Apple ―que incluye por defecto el buscador de Google― copan el 99%. Ese gesto de apagar la alarma coloca a cientos de millones de personas en la puerta de entrada de los servicios de Google. El pasillo es largo, lleno de ramificaciones y, claro, de entrega de información.

“Google es tan inmenso que incluso aunque no uses Gmail o las búsquedas, siempre hay algo más en el ecosistema que empezará a monitorizarte”, señala Andy Yen, consejero delegado y fundador del servicio de correo electrónico cifrado ProtonMail. Su compañía trata de prestar un servicio alternativo en un mercado en el que el gigante tiene un enorme peso. Pero no tanto como en las búsquedas y la publicidad, sectores en los que el fiscal general de Estados Unidos, William Barr, considera que Google abusa de su posición dominante. La demanda, presentada el pasado martes, es la mayor acción antimonopolística emprendida por el Gobierno federal desde las acciones legales contra Microsoft en 1998.

A la hora de desayunar, ¿por qué no echar un vistazo a las noticias? El 60% de los usuarios que navegan por Internet desde sus móviles utilizan Chrome y la cifra asciende a casi el 70% si hablamos de los navegadores de nuestros ordenadores. Así que ahí estamos nosotros, en pijama, usando un navegador de Google en un sistema operativo de Google. Pero el día continúa, y las puertas al gigante siguen abriéndose ante cada tarea. ¿Hará falta llevar abrigo? Preguntamos a nuestro altavoz inteligente: “Ok, Google. ¿Qué tiempo va a hacer hoy?”. Se iluminan cuatro puntitos que denotan que el asistente de voz nos ha escuchado y obtenemos una respuesta: “Hoy en Madrid va a haber chubascos”.

Si nos sobra tiempo, quizás podemos echar una partida de Among Us. En 2009, Google Play ofrecía unas 16.000 aplicaciones en su galería; ahora supera los tres millones. Videojuegos, guías de actividad física, gestores de cuentas bancarias, plataformas de movilidad, servicios de streaming… Todos listos para descargar en el gran bazar de Android. “Su modelo de negocio está construido sobre el saber tanto como sea posible de sus usuarios y usar esos datos para el obtener ganancias financieras”, razona un portavoz del buscador proprivacidad DuckDuckGo.

De camino al trabajo o a los recados de la jornada se nos brinda una nueva oportunidad de seguir cayendo por los túneles de Google. “¿Cómo está el tráfico en la ruta a la oficina?, ¿dónde está la tintorería que me habían recomendado?, ¿hay algún sitio para tomar café aquí cerca?”. La minuciosa cartografía de Google Maps, que está alcanzando hasta los bordillos de las aceras, esconde todo eso y más. Y los coches que recorren el mundo tomando a pie de calle las imágenes que completan estos mapas son quizás el mejor ejemplo tangible de la ubicuidad del gigante.

El primer ladrillo

Ahora podemos sacar la información de Google de viva voz. Hace 20 años, los internautas llegaban al naciente imperio a bordo de mastodónticos ordenadores de sobremesa y vertíamos nuestras dudas sobre el formulario de búsqueda con la esperanza de hallar respuesta entre las páginas de resultados. “El algoritmo que inventaron Sergey Brin y Larry Page es una aplicación de álgebra lineal que está muy bien. Otra cosa es cómo se utiliza”, razona Tomás Lázaro, profesor de Matemáticas de la Universidad Politécnica de Cataluña. “Google comenzó muy bien, pero se ha convertido en un monstruo”.

La página principal de Google, aún en versión Beta, en 1999
La página principal de Google, aún en versión Beta, en 1999Internet Archive

En sus comienzos, los creadores del motor de búsqueda se preciaban de llevarnos a otros destinos. “Queremos sacarte de Google y dejarte en el lugar correcto tan rápido como sea posible”, afirmaba Larry Page en 2004. Ahora salir de los dominios de la compañía es más difícil. Las búsquedas aterrizan sobre las llamadas respuestas directas ―fichas, preguntas frecuentes, traducciones instantáneas y textos cortos que dificultan avanzar más allá del primer scroll― y productos vinculados a Google, como los vídeos de Youtube. Poca gente pasa de los primeros enlaces. “Por la red circula un chiste un poco macabro que dice que si quieres esconder un cadáver, el mejor sitio es la segunda página de resultados de Google”, comenta Lázaro. De acuerdo con el análisis del medio especializado The Markup, un 41% de esa primera página lo componen productos de la propia compañía.

Google no fue el primer buscador, pero cualquiera diría que está llamado a convertirse en el último. Según los datos registrados por Statista para julio de 2020, el motor de búsqueda de Mountain View se come un 86% de la cuota de mercado, frente a los casi irrelevantes 6,4% y 2,64% que mantienen Bing y Yahoo, respectivamente. Por su camino han ido cayendo pioneros como Archie, AltaVista y el español Ipiari. “Si la oposición hubiera sido otra, seguiríamos vivos”, asegura Tomás Franco, actual director regional de la plataforma de vídeos científicos JoVe y fundador de este desaparecido buscador.

Ipiari nació en 2003 como el proyecto de fin de carrera de Franco. Fue lanzado en 2011 y, en 2014, pese a haber logrado financiación pública, la plataforma desapareció por falta de apoyos privados. En ese tiempo Franco pudo hacerse a la idea de la cantidad de información que puede compilar quien maneja un buscador: “Es la piedra angular. Conoces todo de tus usuarios: su IP, cuándo entran, cuándo se desconectan, qué buscan, a qué horas… Tienes tantos datos que aunque no conozcas a la persona físicamente, sabes más de ella que si fueras su amigo”, asegura. En esos mimbres, pero de un orden de magnitud estratosféricamente mayor, se ha tejido el negocio publicitario de Google, que en 2019 superó los 134.000 millones de dólares (unos 110.000 millones de euros, al cambio actual). A la información que dejamos en las búsquedas se suma ahora la que la compañía obtiene monitorizando nuestro tráfico por las webs que incorporan sus tecnologías. Si ha estado viendo unos zapatos en una tienda online, prepárese para que le persigan, en forma de anuncio, hasta los confines de Internet.

De casa a la oficina

Más allá de las consultas, Google se ha convertido en el gran archivo de nuestras vidas. En las estanterías de su Drive podemos almacenar nuestros documentos personales o profesionales. En los álbumes de Google Photo se entremezclan —dependiendo de la diligencia del usuario en sus tareas de limpieza— las fotos de las vacaciones y los memes del grupo de WhatsApp de la familia. Quienes tienen activo su historial de ubicaciones pueden consultar el minucioso cuaderno de bitácora que registra sus movimientos por la ciudad en la que viven y el planeta entero.

Google también está parapetado en las herramientas que empleamos en nuestro desempeño profesional. Nuestros usuarios de Gmail constituyen el núcleo de nuestra identidad en sus redes. A un paso de estos tenemos nuestro buzón de correo electrónico, el calendario, las ahora imprescindibles videollamadas que facilitan Hangouts y Meet, y todos los servicios de terceros que queramos vincular a esa cuenta.

¿Puede el usuario medio vivir sin Google? Sí. Pero ahora mismo una decisión así le costará una larga lista de renuncias que podrían complicar su vida en suficientes detalles insignificantes como para generar una molestia real. Además, también estaríamos abandonando las contraseñas ya guardadas en Chrome o los eventos programados en el calendario. No tendríamos el cajón de sastre que es Drive, no habría Android vertebrando nuestros dispositivos y renunciaríamos al océano de contenidos de vídeo que es Youtube.

ProtonMail, que nació como un servicio de correo, ya incorpora calendario y un espacio de almacenamiento de archivos, pero Andy Yen es consciente de que con eso no basta. “No ofrecemos un navegador, ni un buscador, ni un sistema operativo para móviles. No podemos reemplazar todo lo que Google ofrece hoy, pero el objetivo a largo plazo es hacerlo”, razona Yen. El emprendedor, como otros que buscan ser alternativa al gigante, promete que su gran catálogo de servicios distaría mucho del de Google, en tanto que no almacenaría datos de los usuarios y no apoyaría en estos la rentabilidad de la compañía. Y cree que la sucesión de Google, si alguna vez ocurre, se produciría por la colaboración entre varias empresas. “Creo que hay un ecosistema que se está formando. Y esto es mejor, porque evita los abusos”.

Ya en casa, quizá usemos Chromecast para proyectar un vídeo de Youtube en el televisor o pondremos algo de música en el altavoz inteligente para acompañar el final del día. “Ok, Google, despiértame mañana a las 7 de la mañana”. La pantalla del teléfono ilumina tenuemente la habitación para confirmar que ha cumplido la última misión del día: “De acuerdo, la alarma está programada mañana a las 7 de la mañana”. Y vuelta a empezar. (El País)

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