Estados Unidos es una de las naciones más pobladas del planeta, con una gran variedad étnica y religiosa y con particularidades en sus distintas regiones, todo lo cual condiciona la campaña electoral y están entre los factores que complejizan los pronósticos. La elección presidencial no se define por la votación nacional sino por un complejo sistema indirecto a partir del escrutinio por separado en sus cincuenta estados.
El país cuenta con una población de más de 330 millones de habitantes. Tienen derecho al voto las personas mayores de 18 años, que no estén inhabilitadas por haber cometido delitos graves. Califican para votar aproximadamente 235 millones de personas. En las elecciones para elegir al presidente de la nación, las cuales concitan una asistencia a las urnas relativamente mayor, se abstiene de votar casi la mitad del electorado. Vota alrededor del 55% de los habilitados para ello. En las presidenciales de 2016 solo votaron alrededor de 139 millones de estadounidenses.
Las elecciones presidenciales y para el Congreso a efectuarse dentro de unos de veinte días, han generado una renovada atención, incluyendo acerca de la incidencia de los cambios demográficos en la composición del electorado.
A la ciudadanía se le ofrecen dos opciones, dos candidatos que han sido filtrados a través de los respaldos financieros y mediáticos, así como por la burocracia de las respectivas maquinarias de los partidos del sistema: el Demócrata y el Republicano. Muchos de quienes concurren a ejercer su voto lo hacen por la menos mala de entre esas ofertas. Las demás formaciones políticas quedan al margen.
El sistema electoral y ambos partidos oligárquicos han perdido mucha credibilidad y están en bastante baja estima de la población. No obstante, según datos que fluctúan, algo más del 30% de los ciudadanos se definen formalmente como demócratas y muchos menos como republicanos. La mayoría de la población, cerca del 40%, se identifica como “independientes”. Aunque estos electoralmente no se pronuncian en bloque, en cada elección la propensión de estas personas tiene gran peso en los resultados de la votación.
Para una mayor seguridad del sistema la elección es indirecta; la votación redunda en la conformación de una instancia de 538 personas, donde se decide la presidencia y que refleja de manera distorsionada la suma de los resultados o victorias de los candidatos a nivel de los estados del país.
No hay una clara perspectiva acerca de si la concurrencia a las urnas crecerá este año, alentada sobre todo por el extendido rechazo a la controvertida figura del presidente Donald Trump. O si el porcentaje de votantes disminuirá de su nivel tradicional en torno al 55 por ciento del electorado dados los temores generados por la pandemia para hacer acto de presencia en los recintos electorales. Pese a ello, la mayoría de los que apoyan a Trump al parecer prefieren ejercer su voto en persona. Por su parte quienes apoyan al ex vicepresidente demócrata Joseph Biden favorecen votar por medio del correo postal.
La participación electoral también se verá afectada por las acciones republicanas para despojar a algunos millones de personas de su derecho al sufragio, al voto a distancia o por correo postal, o al invalidarlos, excluirlos de las listas de votación y al hacer más engorroso el proceso de inscripción.
Otra de las grandes interrogantes es cuanta será la participación electoral este año del gran número de personas apáticas ante la política, así como del electorado joven, poco dado a ejercer su voto y que solo se entusiasmó con la candidatura del senador socialdemócrata independiente Bernie Sanders.
Aunque en un contexto bastante diferente, las elecciones parciales de hace dos años para renovar el Congreso tuvieron la más alta concurrencia en casi un siglo para ese tipo de elecciones. Ese aumento provino principalmente del arribo de votantes en apoyo a candidatos demócratas, y dio como resultado que ese partido recuperara su mayoría en la Cámara de Representantes. Muchos de quienes en 2016 se quedaron en casa y no votaron por Hillary Clinton, salieron a apoyar candidatos de ese partido en 2018.
¿Dejará Joseph Biden, el candidato oficial del Partido Demócrata, de atender los reclamos del electorado más joven y de quienes apoyaron a Sanders confiado en las ventajas que le dan las encuestas? ¿Darán los demócratas por seguro el respaldo de ese electorado? ¿Repetirá la maquinaria tradicional demócrata los patrones de la fracasada campaña del 2016?
Tendencias o preferencias de algunos segmentos del electorado.
Según se ha constatado a partir de las votaciones acaecidas en 2016 y en años anteriores se pueden apreciar las tendencias hacia uno u otro partido de los diferentes grupos de edad, afiliación religiosa, y otros.
No obstante, la composición demográfica de una región dada no basta para llegar a conclusiones integrales. Las pautas y posibilidades de los ciudadanos para registrarse en las listas de votantes o su nivel de asistencia a las urnas varían ampliamente según las diferentes etnias. Son siempre los adultos blancos quienes muestran más altos grados de estar registrados para votar y de ejercer ese derecho respecto a los otros sectores poblacionales.
La proporción de residentes blancos ha disminuido en todos los 50 estados. En unos diez de esos territorios ha ocurrido una notable reducción del peso de los ciudadanos blancos elegibles para votar. No obstante, las personas blancas todavía representan la mayoría del electorado en 47 de esos estados.
Entre la población blanca en su conjunto (que constituye dos tercios del electorado) el actual mandatario obtuvo un margen de respaldo de unos 15 puntos de ventaja sobre la candidata demócrata.
Los votantes de mayor edad, aquellos de 65 años o más, son cerca de 61 millones de personas y es uno de los segmentos de población con mayor participación electoral. Aun cuando constituyen solo algo menos de la quinta parte del electorado, son casi un tercio de quienes concurren a las urnas. Continúan siendo un segmento ciudadano mayoritariamente leal al Partido Republicano.
En las pasadas elecciones presidenciales Trump obtuvo la mayoría del voto de los hombres (un 62 por ciento), en tanto Hillary Clinton obtuvo amplia ventaja en el voto femenino.
El número de mujeres votantes ha aumentado más que el de los hombres. En las últimas nueve elecciones presidenciales una mayor proporción de mujeres ha concurrido a las urnas. Consistentemente las mujeres apoyan más a los candidatos demócratas con márgenes amplios de más del 15% sobre el otorgado a los republicanos.
Los votantes jóvenes de entre 18 y 29 años con derecho al voto son cerca de 54 millones de personas. En 2016 los que votaron lo hicieron ampliamente por los demócratas, pero son un universo con muy baja asistencia. Constituyen el 21% de las personas elegibles para votar, pero mucho menos de la mitad de ellos ejerce ese derecho.
El apoyo de ese grupo de edad a los candidatos republicanos es mínimo. En las pasadas presidenciales el 91% de los jóvenes dio el voto a la candidata demócrata y solo un 6% lo hizo por Trump.
Entre los hispanos o latinos Trump tuvo el apoyo de una cuarta parte de ese sector de electores, mientras que un 66% votaron por la Clinton. Las personas de este origen han acrecentado su proporción a lo largo del país y tienen un peso particularmente notable en los estados decisivos, donde se está dando la mayor batalla, como en Florida y Arizona.
Las poblaciones negras y latinas (o hispanas) generalmente favorecen a los candidatos demócratas con independencia de donde residan, aunque los republicanos han llegado a recibir votos en su respaldo del 37% de los hispanos en las zonas suburbanas, así como del 12% de los afroamericanos de las zonas rurales.
Históricamente estos dos grupos étnicos tienen una más baja participación electoral que los blancos. Son principalmente los negros de mayor edad, educación e ingresos quienes muestran mayor grado de satisfacción con el Partido Demócrata. Para el conjunto de los afroamericanos fue solo con la candidatura de Obama en 2012 cuando se registró el record de un 67% de su asistencia a las urnas. No está claro si esa asistencia se verá impulsada este año por el efecto de las protestas, la presencia de Kamala Harris en la boleta demócrata y el amplio rechazo al presidente Trump.
Un factor que impacta la baja asistencia de los negros a las urnas (junto a la existencia de menos lugares de votación en sus barriadas, mayores obstáculos para registrarse como votante, etc.) es la alta proporción de ellos a nivel nacional catalogados como no elegibles para votar por haber cometido supuestamente delitos calificados de graves. En el año 2000, en estados como Florida, Alabama y Misisipi esa anulación de derechos afectó casi al 30% de los hombres negros.
Geográficamente los demócratas gozan de un respaldo mayoritario entre los votantes de las zonas urbanas, con ventajas de casi tres a uno, mientras que los republicanos aventajan por dos a uno en las regiones rurales. En las zonas suburbanas, en la periferia de las ciudades, es bastante parejo el respaldo para ambos partidos.
Desde el punto de vista de la afiliación religiosa los protestantes otorgan claras mayorías a los republicanos, los católicos están bastante divididos a partes iguales entre ambos partidos oligárquicos. Por su parte los laicos y las personas con más débil o menor religiosidad votan ampliamente por los demócratas. Asimismo, quienes asisten con mayor regularidad a los servicios religiosos votan mayoritariamente por los republicanos.
Los protestantes evangélicos blancos son el grupo religioso que apoya en mayor grado a los republicanos, junto a quienes se identifican como conservadores o como integrantes de ese partido. Casi el 80% de los evangélicos votaron por Trump en 2016.
Quizás la más importante evolución político-demográfica que se manifestó en las pasadas elecciones presidenciales fue la continuación de un corrimiento de sectores blancos de clase trabajadora hacia el Partido Republicano. Estos votaron por Trump por un margen de 64% a 28% en las pasadas elecciones. En buena medida ello fue un reflejo del impacto negativo de la globalización neoliberal sobre el sector manufacturero u otros, y la fuga hacia el exterior de los puestos de trabajo, los cuales fueron temas hábil y demagógicamente explotados por Trump en su campaña. Existen dudas de si ese alto respaldo a Trump por sectores asalariados se repetiría este año.
Cuánto de tales rasgos del electorado se ha visto alterado o ha sido subvertido por la gestión y la arrogancia del actual Presidente, no lo sabemos.
En ese marco tan complejo proliferan las encuestas acerca del estado de opinión de los votantes; los sondeos entre los distintos segmentos del electorado acerca de sus preferencias e intenciones Han reflejado sostenidamente claro favoritismo para el demócrata Biden. Tales encuestas recogen elementos importantes pero variables al ser impactadas por nuevos acontecimientos e impresiones. Como finalmente casi la mitad del electorado no concurrirá a votar, los pronósticos de tales sondeos en cierto grado se ven relativizados.
En resumen
En general, la coalición o mezcla de votantes que respalda al Partido Republicano tiende a ser de personas de mayor edad, principalmente hombres, blancos, con menor grado de educación, y de aquellos adscritos a las denominaciones religiosas protestantes, aunque también concitan apoyo de católicos practicantes.
Por su parte, los candidatos del Partido Demócrata obtienen buenos resultados entre los adultos con educación superior, y por márgenes aún mayores entre los votantes de ingresos altos; reflejan una pluralidad étnica más diversa y prevalecen entre los afroamericanos y la población latina.
Lo principal del mapa electoral republicano lo constituye la casi totalidad de los estados rurales y del centro del territorio continental, y la mayor parte del sureste del país. Los demócratas priman en las grandes ciudades y en muchos de los estados del noreste y de ambas costas de la nación. Sobre esa base, en unos cuarenta estados, de antemano se puede prever qué partido, es decir cuál de los candidatos, obtendrá el triunfo en el lugar y, por ende, obtendrá los cupos de ese territorio para el Colegio Electoral.
Por otra parte, en un número reducido de estados de la Unión la votación suele ser cerrada y pueden favorecer e inclinarse hacia uno o el otro partido. Estos son, con ligeros cambios de una elección a otra, una docena de estados. Lograr la victoria en la mayor parte de ellos puede significar, para uno u otro contrincante, completar a su favor la mayoría de 270 votos electorales requeridos para alcanzar la presidencia. Es allí donde por tanto se concentra la pelea, los recursos y esfuerzos de la campaña, los recorridos de los candidatos y los mensajes a través de las redes digitales y los medios de difusión.
Este año tales estados claves para el triunfo podrían ser, en primer lugar, Arizona, Florida, Carolina del Norte, Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin, pero también Nevada, Nueva Hampshire, Colorado y Virginia.
Entre los temas principales del debate se encuentran: la gravísima situación económica, las vulnerabilidades generadas por la pandemia de la Covid-19, la polarizante figura de Trump y su gestión, los temores generados por la violencia urbana, temas relacionados con el cambio climático, y otros, sin descartar que se puedan generar tensiones internacionales a fin de manipular pasiones nacionalistas.
La mayor parte de los ciudadanos quienes usualmente votan por uno o el otro partido, o se abstienen, no modifican de una elección a la siguiente la que ha sido su opción habitual. No obstante, un parte del electorado estadounidense es bastante volátil y manipulable.
Siempre hay una porción minoritaria pero considerable del electorado, de aquellos quienes finalmente concurren a votar, que permanece indecisa hasta el último momento, y no pocos de ellos con un cumulo de dudas y confusiones llegan a definirse ya cuando se dirigen a los lugares de votación.