Cuando se iniciaban en 2019 las celebraciones por el 500 Aniversario de La Habana, surgieron en Facebook una serie de sitios relacionados con la ciudad, principalmente para la publicación de imágenes, tanto antiguas como actuales. El tema me interesa y desde hace años guardo varios gigas de fotos, que van desde mapas antiguos de la capital, hasta las construcciones relacionadas con la ampliación del malecón o del túnel de la bahía.
Fotos de La Habana, Habana 500 o Arquitectura de La Habana, son algunos de los Grupos de FB a los cuales me afilié. Lo más interesante o divertido o ingenuo, de esos grupos es que en su postulado inicial se tomaba la decisión más política de las posibles políticas: ¡Aquí no se habla de política! Y no es un juego de palabras.
Mi plan era disfrutar de las imágenes y de muchas historias interesantes que allí se han publicado. En muchos casos, sobre todo las antiguas, he ido guardando las que no tenía, como si fuera un coleccionista de un álbum de postalitas.
Sería poco serio no reconocer todo lo que se realizó en construcciones y otros elementos en aquella Habana, sobre todo de la década del 50, pero, de igual forma sería mucho más ingenuo, e incluso ignorante y peligroso, desconocer sobre qué bases se hicieron esas construcciones y, sobre todo, desconocer que en muchísimos casos, ese “desarrollo” no salió de La Habana e incluso, ni siquiera salió de algunas zonas de la capital.
Es elemental que las fotos se mueven alrededor de Miramar, el Vedado, Galiano y San Rafael, la línea de grandes hoteles, las iglesias y las destacadas casas de las personas que tenían dinero para construirlas.
Aquí no aparecen Las Yaguas, ni Llega y Pon, ni los carteles de “No hay empleo”, ni de los miserables pidiendo limosna, ni de los prostíbulos, ni de los marines sobre la Estatua del Apóstol. Mucho menos de alguien negociando votos por un ingreso en un hospital, ni de los calabozos de Ventura, ni de los asesinatos de Humboldt 7, ni de los vuelos con drogas y contrabando a través de Aerovías Q. Tampoco los guajiros llenos de parásitos tirados en la guardarraya o los asesinatos del Cuartel Goicuría o de Josué y Frank en Santiago. Claro, de estos últimos dicen que no eran imágenes capitalinas.
Los comentarios tienen dos o tres giros:
-¡Qué linda era La Habana de aquellos tiempos!
-¡Qué bien se vestían en La Habana de aquellos tiempos!
-¡Qué bien surtidas estaban las tiendas y otros mercados de aquellos tiempos!
Quiénes y cuántos podían realmente acceder a esas “bienezas”, nunca han sido componente del Grupo. Ese no sería buen maquillaje para vender aquella historia.
No obstante las buenas intenciones de los que han buscado las imágenes y los postulados y las amenazas de eliminar a los que los violaran, enseguida aparecieron allí los “ingenuos”, dix que dueños de la verdad y las expresiones “nada politizadas” del tipo:
-En 1959 acabó toda esa “belleza” (las comillas son mías)
-La Revolución vació las tiendas
-Una extremista del tipo: Todas las construcciones terminaron en Cuba después de 1959.
En muchos casos, los comentarios son más fuertes y abiertamente contrarrevolucionarios. Cualquier cosa que se haya realizado antes, sin importar el costo económico, humano o social, era “lo mejor de la vida”.
Construcciones, incluso las llamadas de Pastorita; la campaña de alfabetización, la salud pública, la real igualdad social, aunque no sea todo lo perfecta que la queremos, tampoco son parte de estos entornos.
Si alguien lleva a estos foros el necesario punto de vista a favor de lo que se ha realizado luego de 1959 y repito, con todo y las imperfecciones, enseguida sale una voz: este no es un espacio para temas políticos. Pero si alguno de los que diariamente hacen odas a lo del ayer, con críticas abiertas a lo que se ha realizado en estas seis décadas, entonces, el silencio ante esas opiniones “no políticas”, se hace hasta ofensivo.
Respeto el esfuerzo de quienes han atesorado todas esas imágenes y hoy las comparten, tratando de hacer llegar una necesaria leyenda documentada. Me gustan las fotos, algunas extraídas de quién sabe qué archivo y muy buenas para interesarse en la historia, no la simplista de lo bueno y lo bonito, sino la real de los cómos y los por qués, de aquellas construcciones, sus dueños y sus poderes.
Si fuera como ellos dicen la Revolución no hubiera triunfado.
No vamos a negar el poder cautivador de la arquitectura habanera anterior a la revolución, como no se lo vamos a negar al Coliseo romano o a las tres grandes pirámides egipcias. Pero sus constructores no fueron personas ingenuas ni angelicales. Cada obra colosal es fiel reflejo de sociedades estructuradas en clases sociales con profundas diferencias.
Podríamos decir incluso que el fenómeno arquitectónico es crucial a la hora de explicar tanta concentración de poder en pocas manos, tanta resignación y obediencia en las clases inferiores (abrumadas por la grandeza de las construcciones, fiel reflejo del poder de los privilegiados y de la insignificancia de sus subordinados), tanto sufrimiento de miles de personas que participaron en su creación o hicieron posible el pan y circo en condiciones de esclavitud y hasta la propia existencia de los grandes imperios clásicos, a cuya concentración de poder en la metrópoli y subordinación en provincias contribuía con irresistible magnetismo el gran arte megalítico.
No creo que les resultara muy grato a los esclavos que construyeron las grandes pirámides egipcias y los templos el poder regresar a este mundo en calidad de trabajadores agraciados con un viaje de “placer” al Egipto clásico. Tampoco creo que les resultara muy divertido a los miles que sacrificaron su vida en la arena del Coliseo romano. Aunque la arquitectura de La Habana no tenga un origen tan trágico, no cabe duda de que su grandeza es fiel reflejo de una sociedad profundamente desigual en que miles y miles de personas se sacrificaron para que unos pocos pudieran hacer ostentación de sus privilegios. Y, por más que a algunos, lo que había en La Habana antes de la revolución, les siga pareciendo resultado de la cubania más idiosincratica, fueron, como en el resto de las culturas, decisiones políticas autoritarias de una poderosa oligarquía, con la diferencia de que el pueblo habanero prerrevolucionario dejó constancia en muchas ocasiones de su discrepancia y voluntad de cambio.
Si hace unos años La Habana mereció la consideración de Ciudad Maravilla, mediante la votación de miles de personas en todo el mundo, no fue tanto por las obras arquitectónicas heredadas de la aristocracia y de la burguesía esclavista y sacarocratica sino ” por el atractivo mítico, lo cálido y acogedor de su ambiente y el carisma y jovialidad de sus habitantes.” Lo que le confiere un magnetismo especial a la ciudad es el humanismo y cultura de un pueblo que convive en la calle y cualquier otro lugar en un plano de igualdad y cordialidad, incluso con las diferencias que ha creado el cuentapropismo y la indisciplina social que ha provocado la escasez de recursos y la falta de oportunidades.