En la Vía blanca
Para honrar la paz del miedo original.
Roque Dalton
Grandes tegumentos; fatiga del espejo, no de lo blanco.
Síntomas del ruido sereno de una grieta infinita.
A un lado y otro, viejos templos, puertos y trigales
que se han llenado de espantapájaros,
y una curación en frio de nombres de guerra y de paz
y uñas desprotegidas arando para mejores tardes
donde enterrarse al fin en busca de semillas, no de frutos,
junto al ancho reborde aquel de la escalera
que baja y se hunde deshaciendo sus peldaños,
de un blanco a veces casi negro,
en un rio de flores fracturadas por el aire.
Grandes luminarias que se curvan en serenas estampidas;
estampidas que se duermen de tan iluminadas
—saturación de la penumbra al menor destello.
Aquí amanece en las piedras, en las espigas, no en lo alto;
aquí anochece en el pájaro, no en el vuelo;
un poco todo como en un deslave de polvos sagrados.
Vía de grandes cedros que nada esperan porque lo saben todo,
guardianes de embriones o de ángeles al desgaire,
y tanto así bajo una gran llovizna de pequeñas inmensidades;
tanto así, como si nada, sobre esta senda tan curiosamente blanca
y atravesada, no perfectible, en medio de la vida.
El muro brilla, casi grita; tan limpio va
que hasta un rezo podría mancharlo.
Y las almas pasan sin llegar a contemplarlo
o a verle tan siquiera alguno de sus tres o cuatro extremos;
pasan lentas, oscuras de tan vivas junto al muro blanco;
purificadas, pasan soñando siempre, concentradas,
salvándolo todo, oscuramente.
¡Siempre tan puras y tan de ningún sitio!,
van viniendo como hundidas en un fuego distante;
vienen lanzando botellas a sus mares interiores.
No son solo faros en altamar,
no solo son partes fugadas de nosotros mismos,
tampoco —o no solamente— náufragos;
son las almas que nos están salvando
en silencio, las imprescindibles, las más justas,
las más anónimas, las que siempre se repiten,
aunque parezcan miles y miles,
las diez tan solas que siguen por debajo del pantano,
maquinando el esplendor;
tejedoras de esa luz que solo en la hojarasca reverdece;
alquimistas de la serenidad imposible
que siguen sanando por dentro,
sacándonos las espinas y los espectros;
soltando los cilindros, los carbones vacíos
y las pegajosas piezas de barro
sin siquiera ver esa otra blancura del impecable muro blanco
de la demasiado blanca Vía que las acompaña.
Este viaje es largo como deben ser los grandes viajes,
y ellas lo saben, las más insomnes,
las puras almas de la Vía Blanca;
solo ellas lo saben así, tan a fondo,
tan de primera mano,
ellas,
las que jamás abandonan.
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Ya que no podemos solo con la nuestra, al menos tenemos esas “diez tan solas que siguen por debajo del pantano,
maquinando el esplendor;
tejedoras de esa luz que solo en la hojarasca reverdece;
alquimistas de la serenidad imposible
que siguen sanando por dentro,
sacándonos las espinas y los espectros;
soltando los cilindros, los carbones vacíos
y las pegajosas piezas de barro”
Por eso nos salvaremos…
Gracias, Saludos