Contra la neuralgia
José Luis Fariñas, acuarela, Carvajal, Liber Ediciones, 2019
La arena de colores del páramo sediento…
Jose Martí
No olvidar las cálidas biblias de uso
o la correa del puercoespín.
Recuerda la menuda maleza de las mejores palabras,
y que solo corriendo en compacta pesadumbre
—escaleras abajo— se puede subir sin errar
algún palmo de terraza o de colina,
algún tramo de cueva, cárcava o desfiladero,
sumando así cada ojo, cada mundo y cada pie,
a la honda vendimia del maestro,
siguiendo tras él la única línea cierta del fuego viviente.
No olvidar el dolor en los lomos,
el color aparente de un pequeño olvido titánico
o la inesperada y tan amarga melaza,
la picromiel de los griegos.
Abrigar ciertos resfríos, ciertas bisagras noctámbulas,
ciertos amenos pasos en cruz que nos aplanan.
Pero, a veces, como si se volara en picado
sobre la dentellada fría del verano, acunemos la lepra
y el peor día de los perros, pero de tal modo
que mueran y arda entre amargas letanías
esos días peores sin sus perros
y esas malditas lepras sin su Job.
Tratemos pues de dormir bien, al menos eso,
atándonos al timón con la mejor soga embreada que nos quede.
Doblad las velas entretanto, espíritus de luz,
marineros de tierra adentro;
cerrad acaso los portones,
las trampillas de la sala de máquinas y los ojos de buey
—incluso las ventanitas internas de la sentina,
¡cerradlas también, por si las moscas!
Luego sentarse a echar racimos de uva
en lo más oscuro de la jornada,
como el raptado Dionisos en medio de los delfines;
pero eso sí, dejar a solas al vigía más sordo en el nido de pájaro,
porque la tempestad es la madre del mar,
y siempre habrá, en todo cruce de aguas,
muchas más sirenas que Odiseos.
