Psicograma
Salvar ese único minuto,
la escritura tensa e inextensa del alma,
aquel pánico santo de dobles frentes
entre los sargazos, la madreselva y los lunes blancos,
tan a la medida todo como un tres veces nadie de oreja a oreja,
risa tan pura que forma un arco entre los desniveles.
Recomenzar la cena, a pesar de Judas,
a pesar del justificado silencio del Señor;
que no importen ni la trama de las lanzas
ni el dolor si arde bien lo maltrecho y escarlata
o si encontramos esa voz en el pez luna,
en la fuente negra de China o del Perú
o en esas páginas perdidas de Dante, Martí o Shakespeare,
—irreconciliables páginas de idénticas alarmas—,
pero recomenzar, cada vez, como el trapecista dormido
que ha olvidado rehacer el equilibrio.
Siempre parece tarde fuera del alma,
pero es solo una ilusión psicográfica;
siempre es tarde, incluso un milenio atrás
habría sido ya enteramente inútil
entrar sin rodeos en el corazón de la selva.