Árbol sin mancha. Por Ernesto Estévez Rams

 

El hombre moderno surgió hace unos doscientos mil años al norte de Botswana, en esa región habitaron unos setenta mil años antes de comenzar a migrar por el mundo. Al sur del río Zambeze surgió un habitat proclive que albergaba el mayor sistema lacustre de África, el lago Makgadikgadi. Al vaciarse este, una zona pantanosa emergió y en ese entorno fértil emergió la vida humana. Todos los seres humanos venimos de África y todos hemos sido negros. Desde alli comenzamos el deambular creativo que dura hasta el dia de hoy. 

Comparado con esa historia, la del árbol de Teneré parece poca cosa.

El árbol de Teneré era una acacia ubicada al noreste de Nigeria tuvo el record de ser considerado el árbol más solitario del mundo. Situado en una inmensa zona desértica, lo rodeaban cuatrocientos kilómetros de un desierto que las imágenes satelitales de la NASA afirmaban que era el sitio de la tierra más expuesto al sol, al tener menos nubes que cualquier otro punto de la tierra. Para que se pueda tener una idea, el área que rodeaba al árbol era mayor que la superficie de Alemania, y poco menos que cuatro veces el territorio de la isla de Cuba. Un árbol solitario en cuatro veces Cuba. Un árbol, en la esterilidad de un lugar donde pueden pasar varios años sin lluvia.

La causa de la capacidad de resistencia de esta acacia fue descubierta por el militar francés Lesourd del Servicio Central de Asuntos Saharianos quien en el invierno entre 1938 y 1939 hizo excavar un pozo al lado del mismo para descubrir, que a cuarenta metros de profundidad, sus  raices llegaban al manto freático y de allí bebía. Le debía su resilencia a la profundidad de sus raíces.

El árbol en solitario tenía una importante utilidad social. Era usado por las caravanas de Tauregs como punto de referencia para no perderse. Cada año los azahari se reunían alrededor del árbol antes de afrontar el cruce del desierto de Teneré.

A pesar de su resistencia a las adversidades naturales y su utilidad social, el árbol no pudo sobrevivir la estupidez humana. En 1973, el chofer ebrio de un camión lo derribó, ese fue su final. A él, el único árbol en 400 kilómetros a la redonda. Cuando cayó, los científicos lo dataron, usando los anillos de su tronco, como de más de trecientos años de antiguedad.  El nombre del beodo no trascendió, como si fuese un soldado clandestino de la estupidez humana condenado al olvido por su crimen.  

Truman Capote reveló la compleja y torcida humanidad de monstruos. Esa imagen fue aterrorizante.  Pensar que detrás de seres abominables puede haber atisbos de lo humano que una vez fue y que pugnan en medio del horror por salir a flote. Indagar en ello permite entender que ellos fueron resultado de determinadas circunstancias que auparon su torcedura hacia la acción pública. No fueron puestos en escena ya creados en toda su deformación.  Es sabido que a los asesinos en serie les acompaña en la cárcel, una pretendida fanaticada que, por medio de cartas, le hace saber la admiración por sus fechorías. Muchos de ese club de fanaticos lo hacen de manera anónima. Algunos hasta le hacen ver realizaciones eróticas a sus acciones.

Aterra saber cómo se usan los mecanismos colectivos de persuasión para inducir conductas aberrantes. Una mezcla de vanidad acariciada, junto a la exacerbación del institinto individual más extremo que induce, al cabeza hueca, a parquear toda consideración moral y ética para ganarse sus pretendidos quice minutos de gloria, en la construcción del espectáculo donde legitima su triste vida, de otra manera clandestina por mediocre. De cabeza hueca pasa con el tiempo, como el adicto,  a necesitar emociones más fuertes, más estúpidas, más monstruosas. Llena su cabeza de  mierda, pero mierda activa. Para acompañarlo en su despeño, un coro histérico le aplaude desde las gradas las ocurrencias, mientras sonríen cómplices mirándose entre ellos con la confesada esperanza de que sea imitado por otros idiotas tornados en monstruos.

 Decía Jesus Castellanos en “Los Argonautas” que detestaba lo que consideraba lo más vergonzoso en la humanidad “el triunfo de la inteligencia astuta y de bajo vuelo que nada nuevo trae al acervo social”. Toda inteligencia tiene el deber de ser buena y ese bueno martiano es el de la utilidad de la virtud. Sin esa utilidad de la virtud inteligente, toda forma de patriotismo se vuelve degradante como exploraba Oscar Wilde. Penan mas las personas cuya inteligencia les alcanza para ver lo que un colectivo no halla, y se empeña en ocultar lo que ha visto. Mediocres bostridos, clandestinos ausentes de vuelo alguno, mucho menos, vuelo que lleve a la virtud. Si detestable es la inteligencia astuta de bajo vuelo, su expresión en forma de jeremiada es su proyección más repugnante. El fraude se muestra en toda su asquerosidad cuando frente a la afrenta bajan los ojos y hablan de la luna.

Duele saber que hay personas que pretenden manchar al apóstol. Y no duele por el apóstol, que no puede ser manchado, duele, porque te hace dudar, aunque sea por un instante en el género humano. Y esa es su única y estéril victoria,  que por un instante abandones las doctrinas del maestro. Única porque el acto es único, repetirlo ya carece de esa efectividad. Estéril porque en las dudas como esa, en ese mismo intervalo de tiempo, la semilla martiana vuelve a sembrarse y germina. Pero si ofende el hecho físico, más ofende quienes lo manchan escondidos en  la palabra que envilece y pretende ser virtud.

José Martí. Dausell Valdés

Los que hemos visto las cuevas y los rincones donde las nubes se esconden en días despejados, sabemos que en el desierto más tórrido se hallan árboles cuyas raíces llegan donde las naciones hallan el alimento que las mantiene vivas. No hay desierto que ataje un aguacero salvador. Árboles que no puede derribar la estúpidez humana y sus mensajeros. Esos árboles, cuando parecen derribados, siguen allí para que la caravana de los pueblos tengan por donde guiarse.  Esa interminable fila humana que comenzó a marchar desde África doscientos mil años atrás y no se ha detenido, a pesar de los monstruos, a pesar de la inteligencia astuta. Y henos aqui, en esta isla, en este instante sublime, gritando Patria o Muerte para seguir andando.

 

 

 

 

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5 Responses to Árbol sin mancha. Por Ernesto Estévez Rams

  1. Adrián says:

    Inspirada escritura que hace más abyecta la soledad de los que imaginan poder ultrajar a Martí. Ofenden al pueblo, a ese que sabe morir para defender la gloria de sus muertos que no es otra que su raíz infinita.

     
  2. Alejandro Fernandez Costa says:

    Bello escrito que junto al de Teresa Melo y al de Alina Perera dan viril respuesta a los cobardes y mal nacidos.

     
  3. Chema says:

    bello artículo, porque bella es la idea que lo florece

     
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