Estaba en un jurado literario y decidí negarle el voto a una novela bastante buena que, sin embargo, había elegido la calumnia. En un breve pasaje caricaturizaba al presidente de la Casa de las Américas y lo responsabilizaba con la muerte del poeta Raúl Hernández Novás. Si no recuerdo mal, cuando Raúl se suicidó, el novelista este andaba buscándose la vida en Suramérica. Fueron tiempos difíciles, los noventa; para todos y más para Raúl, cuya situación familiar y habilidades sociales le negaban recursos para sortear la crisis (hay por ahí un soneto suyo agradeciendo el regalo de un jabón). Pero culpar a la Casa y a su presidente me parecía una abyección. Hubo miembros del jurado que votaron a favor de la novela y luego fueron a la ceremonia de despedida a Roberto. Hay gente así, digamos, inconsciente.
Ahora Roberto ha muerto y El País publica una sarta de difamaciones. Un quídam de reciente notoriedad se siente a gusto evaluando, o peor, degradando, la poesía y la vida de Roberto. Y miente sobre encuentros imposibles. Pero no debe extrañarnos. No es nuevo.
Recuerdo cuánto me impresionó en mi juventud aquella pregunta de Calibán: ¿existen ustedes? Y no, no existimos. No como otra cosa que una recua de imbéciles, un rebaño dócil camino al matadero. Nadie nos concede siquiera el derecho de elegir dónde queremos vivir y cómo; qué poetas admirar y qué canciones cantar. Y si escribimos en Cuba, es porque no somos más que eunucos aquiescentes.
Usualmente me río de las estupideces de El País y otros medios cuando preguntan sobrecogidos a algún cubano: ¿Cómo es vivir bajo el comunismo? Bueno. Una podría responder esa pregunta con muchas otras. Lo fundamental es establecer términos como comunismo, régimen, etc., como si fuéramos un pueblo menos digno que cualquier otro de elegir qué gobierno queremos. Aunque nos caigamos a zapatazos aquí, son nuestros problemas. Pero no, parece como si el destino de Cuba fuera decisivo en la geopolítica mundial, y se empeñan en denigrarnos para restar ejemplo. Contra Cuba siempre y, como dice el dicho: calumnia, que algo queda. No importa en cuántos países haya persistentes violaciones de derechos, incluso los referidos a salud o educación. Quién sabe cuántos talentos se pierden en el mundo por falta de educación gratuita. Y al final, qué más da. Esa gente no existe.
Y así estamos. Ahora Roberto Fernández Retamar ha muerto y se activan las calumnias. Es preciso negarlo, borrarlo, ensuciarlo. Tuvo una vida, la que escogió. Hizo una obra grande en el pensamiento y la poesía de nuestra América. Su militancia revolucionaria le valió desencuentros y descalificaciones. Le costó notoriedad y reconocimientos; pero eso solo en un contexto específico. En otro, Roberto sigue siendo el poeta que nos descubrió un mundo; el ensayista que bebió en Martí los zumos de esta tierra para servirla.
Y basta.
Ya conocemos la trayectoria de este quídam quien hace un tiempo la emprendió contra el Che en un escrito publicado por esos mal llamados “medios independientes”. Veamos lo que nos dice Miguel Díaz Nápoles:
Siempre supe que Carlos M. Álvarez era un joven resentido con la Revolución (y no un contrarrevolucionario porque no llega a ese estatus), porque desde que comenzó a escribir siempre sus textos tenían el tufo de los sietemesinos, que todo lo que hacen es atacar al país que le dio vida y formación en todos los sentidos.
Sus textos no eran polémicos por su agresividad, pero sus opiniones podían pasar (inadvertidas casi siempre) y quienes lo leían incluso podían coincidir con él en algún punto de vista.
Pero ahora (el pasado 27 para ser más exacto) destapó su ira y odio al tomar en su boca nada menos que al Che Guevara, sin dudas un símbolo para las personas de bien en todo el mundo.
Yo, no voy a entrar en consideraciones con él porque sencillamente su texto no pasa de ser una bajeza extraordinaria, y contra eso nada hay que hacer, y porque además, la colega Norelys Morales Aguilera lo ha desmoralizado de forma contundente en su comentario De pionero de alcurnia a renegado en OnCuba, en el cual aplasta la arrogancia y el irrespeto de ese autor.
Solo me limitaré a decir que los muertos se respetan, y mucho más, cuando alguien habla de un hombre extraordinario como el Che Guevara como lo ha hecho este joven renegado y malagradecido, pierde todo el valor que alguna vez pudo haber tenido como periodista novel, porque los símbolos se respetan, y ni él ni nadie puede negar u ocultar que el Che es un símbolo no de Cuba y Latinoamérica, sino del mundo.
Sencillamente este periodista se ha echado un camión de excremento encima, y pasarán muchos años –y quizás toda la vida- para que las personas de bien del mundo olviden y le perdonen sus ofensas y su desenfrenado irrespeto.
Y concluyo otra vez con el primer comentario que puse cuando leí este trabajo, que por cierto, es un descrédito para Oncuba. Y escribí:
« Es lo más asqueroso y desatinado que he leído sobre el Che, sin dudas, un texto hijo del odio, el rencor, y sobre todo del resentimiento. Y lo peor: de un autor que no se ve por su insignificancia ante la estatura de un hombre como el Che, aunque haya tenido sus errores, como todo humano».
Estos son algunos antecedentes del quídam que se dedica a difamar, denigrar y descalificar figuras cimeras de nuestra cultura y obra revolucionaria. En resúmen, una pluma tarifada, un palangrista, un vendido al imperialismo. Supongo vivirá en Madrid u otra ciudad europea o yanqui.
Zaida, disculpe mi indiscreción: ¿es usted hermana de nuestro dilecto y entrañable amigo y compañero Orlando?
Diculpe Zaida, usted y Orlando tienen los mismos apellidos, pero en orden inverso. ( Cruz Capote / Capote Cruz) .