Como le he escuchado decir al carismático conductor del programa Haciendo Radio, Magdiel Pérez, hay que estar ciego para no ver lo que se ha realizado y realiza en La Habana a raíz de su cumpleaños 500.
Diversos escenarios, infraestructuras y servicios son renovados. Además de la iluminación led de numerosas calles y la inversión en nuevas redes de acueducto, la mano restauradora llega, en un esfuerzo colosal y admirable, a escenarios por distintas razones con carácter muy simbólico y de arraigo en la memoria popular como la heladería Coppelia, el Barrio Chino, el Boulevard de San Rafael, el mercado de Cuatro Caminos, la Estación Central de Ferrocarriles, la Plaza de la Revolución, la Tribuna Antimperialista, el Estadio Latinoamericano o el Capitolio Nacional, entre otros.
Uno de esos lugares simbólicos de la capital cubana es también La Rampa. Si, como bien ha descrito la Doctora Graziella Pogolotti, de ese referencial escenario habanero “algunos prefieren evocar hoteles, casinos y traganíqueles destruidos por el pueblo en el triunfo de enero de 1959 (…) La Rampa alcanzó vida y esplendor para varias generaciones de cubanos desde que se convirtió en ámbito simbólico del poder revolucionarioalcanzó vida y esplendor para varias generaciones de cubanos desde que se convirtió en ámbito simbólico del poder revolucionario”, que emplazó en ella obras democratizadoras de la cultura en su sentido más amplio como el propio Coppelia (1966) y el Pabellón Cuba (1963) y la hizo escenario de eventos políticos, deportivos, artísticos y de pensamiento de repercusión mundial.
Por citar unos pocos ejemplos, el Congreso Cultural de La Habana, la Conferencia Tricontinental, los más renombrados torneos Capablanca de ajedrez, la villa del Primer Campeonato Mundial de Boxeo fueron acogidos en el Hotel Habana Libre, mientras las aceras de terrazo con obras de artistas plásticos cubanos y el Pabellón Cuba fueron construidos allí a raíz del VII Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos; la misma instalación acogió la significativa exposición de arte contemporáneo que trajo a Cuba Wilfredo Lam cuando organizó el Salón de Mayo, en 1967, y desde 1979 el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano inunda de público las salas cinematográficas ubicadas en ese tramo de la céntrica calle 23 del Vedado habanero. Las canciones y protagonistas del filin se habían enseñoreado en las noches del último piso del hotel Saint John’s y el piano de Frank Emilio jazzeaba en el club La zorra y el cuervo; un grupo de restaurantes -El Polinesio, Moscú, Sofía, El Mandarín…- ponían al alcance de las mayorías la cocina de culturas lejanas o, como en El Cochinito, la comida tradicional cubana. Tres librerías (la Lalo Carrasco en el Habana Libre, 23 y L, y la Fernando Ortíz en 27 y L) dotaban de aún mayor densidad a esa intensa vida cultural en la misma calle de la Universidad de La Habana, que desde 1959 se había venido pintado de negro y de mulato, de obrero y de campesino, como reclamara el Che. Según cuenta el entonces Presidente del Instituto del Libro, Rolando Rodríguez, en particular la Fernando Ortiz, ubicada frente a la casa donde recidió el sabio habanero que le dio nombre, fue inaugurada con la presencia de escritores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Semprún y Mario Vargas Llosa durante el Congreso Cultural de La Habana. Su carga simbólica creció cuando en 1980 una escultura del Quijote cabalgando a su Rocinante, realizada en alambrón por Sergio Martínez, da nombre al parque ubicado en la esquina de 23 y J. La oferta artística de sus noches, al alcance de todos los bolsillos, incluyendo hasta las peñas de Moncada en la escalinata universitaria de los años 80, fue decisiva para estimular la presencia del habanero inteligente e interesado en la cultura que llenaba sus aceras y sus instalaciones gastronómicas pero también sus clubes, sus cines y sus librerías “Rampa arriba y Rampa abajo”.
El durísimo impacto económico de los años noventa, cuando Cuba perdió el 75% de su comercio exterior y Estados Unidos recrudeció el bloqueo con las leyes Torricelli y Helms-Burton, lesionó también la vida de la Rampa, la recreación, el comercio y la gastronomía sufrieron transformaciones y su accesibilidad pasó a depender del tipo de moneda -convertible o no- en que funcionaba un establecimiento, no pocas instalaciones cambiaron de uso, o como el incendiado restaurante Moscú, desaparecieron para siempre, junto a la disminución de la asistencia a los cines o del hábito de lectura, y a pesar de los esfuerzos de los últimos años por retomar ofertas asequibles, reparar instalaciones, realizar eventos como Arte en la Rampa, o las primeras ediciones de la Noche de los libros, no han logrado devolverle su encanto a esas cuadras emblemáticas del corazón habanero.
Ante el daño a una de las obras artísticas emplazadas en las aceras de terrazo al soterrar la electricidad en la esquina de 23 y L han surgido lógicas preocupaciones por el cuidado y preservación del patrimonio que significa La Rampa, no sólo para La Habana sino para toda Cuba. Tal vez, con la ya concluida reanimación del Coppelia, la reparación en marcha del edificio del Retiro Médico que alberga el Ministerio de salud Pública y la reanimación de algunos de los restaurantes emplazados en la populosa arteria que han sido restaurados, se empiece a abrir una oportunidad para tomar conciencia de lo que ha significado ese lugar en la vida de los habaneros y de lo que puede volver a contribuir a su calidad de vida, entendida como cultura, cuando las librerías han desaparecido de su entorno, sustituidas esporádicamente por los ejemplares que se venden en el piso de alguna esquina o junto a cualquier producto, artesanal o no, en mesas y maltrechas carpas que evocan más el comercio agropecuario que los bienes culturales, disminuyendo la belleza de un lugar como el Parque del Quijote. Han desaparecido las papeleras, víctimas del maltrato, y los espacios y jardineras destinados a los árboles y plantas son el destino de papeles, latas y otros desechos, testimonio de comportamientos nada cívicos y que conviven allí con otros ejemplos bastante lejanos de la sociedad solidaria que, por encima de carencias y dificultades, hemos construido y a la cual no renunciamos.
Las ciudades necesitan símbolos y referentes. Volver a convertir la Rampa en un lugar que irradie cultura, artística y literaria, y también ciudadana, centro de la ciudad que queremos y de la vida nueva que la Revolución conquistó para todos, no es sólo un tema de infraestructuras sino también, y sobre todo, cultural. Sólo hace falta que rescatemos, contextualizándolo a las necesidades y códigos de un nuevo siglo, lo mejor de lo que ya fuimos. Sin dudas, un buen propósito que regalar al 500 aniversario de La Habana, ya cada vez más cerca. Es difícil pero no imposible: ¡El Pabellón Cuba y las aceras que hoy reclaman preservación se construyeron en 76 días, y como el Coppelia, surgieron en momentos de enorme asedio imperial!.
(Granma)
Yo concuerdo con casi todo el articulo, pero me pregunto si habia que esperar a llegar a este punto para tratar de recuperar lo q se ha perdido. Posiblemente no, pienso. Y lo mismo en otras areas de la ciudad, que desafortunadamente no corren igual suerte. Se han iniciado importantes acciones para mejorar la limpieza y la recoleccion de basura y lo apoyo al 200 porciento. Hay un largo camino que recorrer, desafortunadamente. Todavia hay muchos barrios donde tuberias de agua y albanales vierten 24 horas con las consecuencias nefastas para los vecinos,,la salud publica y la economia del pais.