Hemos llegado
Dejaré las anclas en tus manos,
dejaré dos veces de haber sido
como una lluvia próxima que se aleja,
fresca figura de barro y fuego frío,
con su feria de pesares, naderías y sacrificio.
Dejaré estas aguas, encerrando las arenas,
rompiendo los embudos de cristal
de ese tiempo mejor que jamás respira;
dejaré las amarras y las claves de la luz
en el deshecho cobertizo de palmas.
No buscaré ya en los ojos blancos
de tanto ángel destrozado
y dejaré que te recojas el alma
en tu regazo silencioso,
en la multitud, a la sombra del plenilunio
y el monasterio.
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