¿Demonizar el mercado? Por Ricardo Riverón Rojas

 

El mercado no es el demonio, pero tienta. Muchas veces saca lo peor de nuestros instintos primarios: enajena el altruismo, la solidaridad, la voluntad justiciera. El mercado nos adentra en la selva de un “vale todo” donde vamos dejando, entre los ramajes, ripios de los valores con que aprendimos, en el proceso revolucionario, que la cultura no constituye un medio de vida, sino un proyecto de plenitudes no traducibles a valores monetarios. El mercado convierte al rico en miserable y también viceversa. No eleva la condición moral, pero determina la capacidad adquisitiva y, en consecuencia, el empoderamiento fomentado sobre la base de sacar ventaja de coyunturas y oportunidades. Entraña riesgos, eleva cumbres y profundiza hoyos; te saca a flote o te hunde.

Tras la remodelación de las pautas económicas sobre las que opera nuestra nación, el comportamiento ciudadano mutó. En la búsqueda de una eficiencia que nos permita concretar los ambiciosos proyectos sociales inherentes al socialismo, el mercado se nos coló en la vida y, según creo, no hemos sabido vadear con total eficacia las trampas y atolladeros por donde nos obliga a transitar.

En muchos foros de debate cultural he escuchado que no debemos demonizar al mercado, porque estamos obligados a convivir con él en aras de salvar la totalidad del proyecto revolucionario. Correcto. Pero no puedo evitar interrogantes: ¿Lo esencial se salva con mutilaciones? ¿Debemos dejar que el mercado nos demonice a nosotros?

En el terreno de las disciplinas artísticas el mercado interviene de diversos y tortuosos modos: la música y los espectáculos, tanto en su relación con el turismo como en la prestación de servicio cultural-recreativo a la población, genera desembolsos impensables para la zona de pensamiento y creación literaria, y para muchas otras de la esfera laboral. Tan desmesurada es la distancia, que hace que difícilmente nos asumamos —los “mercaderes” y nosotros— de la misma condición.

La alianza de las figuras de mercado con la TV y otros medios acapara los protagonismos en la vida pública y capitaliza la esfera simbólica con mohines pedestres y rimbombantes que imponen modelos de éxito. Los aparatosos despliegues de esos performances, a la luz de una concepción humanista, huelen a azufre.

La plástica también se relaciona directa y luciferinamente con el mercado. A expensas de la obtención de medios para una vida cada vez más distante de los estatus salariales que el Estado aún no modifica (sobre todo en nuestro sector) algunos artistas han abandonado la experimentación, el arte de vanguardia. Una buena parte redirige sus esfuerzos hacia variantes menores que se comercializan con mayor facilidad. También hacia ambientaciones, no siempre felices, cuya tarifa de formación de precios no guarda relación ninguna con la teoría económica que las concibe como una expresión del costo más un margen de ganancia.

Si, como han tratado de explicarnos, una cultura para el mercado es necesaria, en convivencia con otra que solo persigue la expresión vigorosa y elocuente de las realizaciones, locales o universales, no nos engañemos unos a otros (ni a los otros) dándole categoría de promoción de la cultura a lo que solo es negocio.

Cuando el mercado regula la vida cultural, o intenta regularla, el corta y clava, el gallo matao casi siempre imponen su estética. Se genera un consenso entre empleadores y empleados sobre lo que quieren los turistas, que suponen solo adictos a La negra Tomasa, Son de la loma o Lágrimas negras, o al caimancito de barro, el cuadro del almendrón, el cuero repujado con la Isla de Cuba, o el pulóver con la imagen del Che.

El artista que se deja conquistar por esos embrujos, modifica su lenguaje, acude a los espacios de debate con ínfulas de empresario y metamorfosea el más elevado cónclave en una especie de sainete grotesco, especie de bolsa de valores donde se busca atropelladamente apostar de primero por el paquete de acciones en oferta.

En ¿Tener o ser?, Erich Fromm (primero miembro y luego disidente de la escuela de Frankfurt) nos obsequió un razonamiento de gran valor:

La teoría de que la meta de la vida es satisfacer todos los deseos humanos fue francamente proclamada, por primera vez desde Aristipo, por los filósofos de los siglos XVII y XVIII. Este concepto pudo surgir fácilmente cuando “ganancia” dejó de significar “ganancia del alma” (como en la Biblia, y más tarde en Spinoza) y llegó a significar ganancia material, económica, en el periodo en que la clase media se libró no solo de sus grilletes políticos, sino de todos los vínculos con el amor y con la solidaridad, y creyó que vivir solo para uno mismo significaba ser más y no menos. [1]

Advierto —y doy por descontado que se entiende— que no involucro en estas apreciaciones a aquellos que, con su arte de siempre, sin concesiones, han logrado comercializar su obra y obtener dividendos. Los más orgánicos mantienen el vínculo raigal con los presupuestos que los han hecho grandes. Pero, desgraciadamente, la invasión bárbara nos copó, sobre todo en la época en que la Uneac como entidad comercializadora no custodió con rigor sus puertas expeditas para el registro del creador o tramitaba viajes cuando nadie lo hacía. Valdría la pena indagar por el nivel de cierta membresía procedente de aquellas «democratizaciones».

El pensamiento despiadadamente pragmático que se viene imponiendo en la psicología colectiva del cubano, aunque nos duela, se deriva de lo que en materia de política económica hemos instrumentado en la búsqueda de una eficiencia y un bienestar que no acaban de aparecer. La bandera que se arría anteponiendo lo fáctico a lo esencial, solo con sangre, o pagando una alta cuota de intereses, vuelve a ondear en lo alto.

Se me quedan fuera de este análisis elementos como la efectividad real de las empresas estatales encargadas de comercializar el arte. Cuánto las han dañado la corrupción, el cohecho, el burocratismo, la falta de transparencia y la expoliación a los bolsillos de los artistas, son temas que darían para un recuento descriptivo ahora imposible. Los sectoriales de cultura, con sus áreas de programación, cabrían también dentro de ese costal.

Del texto de Fromm antes citado propongo también lo siguiente:

Vivir correctamente ya no es solo una demanda ética o religiosa. Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano. Sin embargo, esto solo será posible hasta el grado en que ocurran grandes cambios sociales y económicos que le den al corazón humano la oportunidad de cambiar y el valor y la visión para lograrlo. [2]

Creo que subestimamos al monstruo. El caballo de Troya transporta en su vientre miles de tigres. El mercado, en su variante cubana y socialista, no avanza con el paso deseado mientras la barbarie barre con todo lo que se encuentra a su paso. Soy catastrófico a conciencia; no hay “reordenamiento” que le corte las alas al dragón, que ya viene incinerando demasiados castillos. No creo en el mercado como nuestra salvación, creo en la cultura y su acción emancipadora desde el altruismo y la igualdad.

Creo también —cómo no— en la retribución justa para el talento y la actividad inteligente. Ojalá la logremos pronto, sin perder lo que con tanto sacrificio edificamos.

(La Jiribilla)

Notas:
[1] Erich Fromm: ¿Tener o ser?, Fondo de Cultura Económica, México, 1978, ISBN 978-968-16-071-3. edición en ebook. p.6.
[2] Erich Fromm: Ob. Cit., p.9.

 

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7 Responses to ¿Demonizar el mercado? Por Ricardo Riverón Rojas

  1. olpa53 says:

    Un profundo comentario que se puede aplicar a otras zonas de nuestra realidad (ciencia, educación , para citar dos de las mas importantes) , el economicismo está dañando profundamente el tejido social y es muy cierta la afectación a la jerarquía de valores de nuestra sociedad, vale entonces un llamado a aplicar consecuentemente el concepto de Revolución de Fidel en todos sus aspectos desde todas las posiciones en que nos encontremos.

     
  2. Orestes Sandoval says:

    Yo soy muy pesimista al respecto. Todos los días de mi vida me veo enfrentado al capitalismo más puro y duro. Estoy hablando de la la vida cotidiana. A estas alturas creo que el restablecimiento del capitalismo más salvaje en nuestro país es solo cuestión de tiempo. Es que, a fin de cuentas, el “socialismo”, el real, no pasa de ser una ideología, nunca ha sido una formación económico-social básicamente nueva sino tan solo una mecanismo de redistribución de la riqueza. Eso explica que haya tantos “socialismos”. En el mundo actual hay varios países occidentales que son más “socialistas” que Cuba. Estoy convencido de que en nuestro país ya están dadas las condiciones subjetivas para el restablecimiento de ese capitalismo salvaje. Pero en lo más profundo de mi corazón quisiera estar equivocado.

     
  3. Antonio Gonzalez says:

    Mercado es dinero por sobre todas las cosas y eso lo notamos en el día a día, en lo que se vende y se compra, en la ciencias, en el deporte, en el arte y hasta en la religion con pastores comprando aviones de sesenta millones “ para mejor servir a la palabra de dios “.
    Hace unos días leia una noticia sobre un malogrado jovencito en el deporte, nadie lamentaban sus condiciones deportivas perdida, el lamento estaba en los millones de dolares que dejo de ganar.
    El futuro de la humanidad es viajar por las estrellas, pero otra humanidad, no lo que somos hoy que por “el mercado” no querer arriesgarse financiando lo que se pudiera robar en la Luna cuesta tanto trabajo llegar allí.

     
  4. Sin-permiso says:

    Mientras el objetivo del mercado privado en Cuba se limite a satisfacer la demanda de los ciudadanos con más eficiencia y satisfacción que el sector público, no hay por que demonizarlo. Sin embargo, la apropiación privada de las plusvalías acostumbra a generar valores tóxicos para el buen funcionamiento de una sociedad, como el individualismo, la competitividad y el culto al dinero. Una mayoría de cubanos ignora el grado de perversión y malignidad que pueden desencadenar estos valores tóxicos.

    Los economistas acostumbran a representar las cuestiones claves de cualquier sociedad a través de tres preguntas: ¿qué producir? ¿cómo producir? ¿para quién producir? Si dejamos en manos de la economía de mercado la respuesta a las mismas, el resultado será de forma inexorable el que estamos viendo en el mundo capitalista. La gran ventaja del modelo mixto cubano es que la educación sigue siendo pública y socialista, así como los grandes medios de comunicación y otros sectores estratégicos como la sanidad, la banca, el transporte. No es lo mismo que la sociedad cubana se forme e informe a través de instituciones públicas sin ánimo de lucro, sin publicidad comercial y comprometidas con valores socialistas y creencias basadas en la ciencia y el pensamiento racional más avanzado y progresista a que se deja a merced de los intereses y creencias que prevalecen en la sociedad de mercado, donde no se busca la utilidad social de lo que se produce sino la maximización de beneficios monetarios.

    Quienes vivimos en el mundo capitalista y analizamos críticamente la realidad creada por la economía de mercado, observamos con horror hasta qué punto el ser humano puede ser manipulado al servicio de la cuenta de resultados de las empresas. No son sólo los hábitos de consumo sino los valores, las creencias, el estilo de vida y el imaginario colectivo lo que han pervertido con el único propósito de maximizar beneficios a costa de lo más sagrado de nuestra especie, desde la salud y la seguridad a la convivencialidad, la creatividad, las manifestaciones artísticas, el deporte base y un medio ambiente saludable, sostenible y accesible sin necesidad de recurrir al contaminante, despilfarrador, individualista y supercaro transporte privado.

    Habrá muchos cubanos que no me crean si afirmo que en España no existe el derecho a la salud, a pesar de estar contemplado en la constitución y en la ley general de sanidad. Por el contrario, lo que se garantiza es el derecho a la enfermedad: a que nos atienda el sistema de salud público (cada vez con menos recursos y más largas listas de espera) cuantas veces el insano estilo de vida y los crecientes factores de riesgo ambientales nos provoquen morbilidad crónica o aguda. Ni que decir tiene que las mismas empresas encargadas de restablecer la salud (como las compañías farmacéuticas) son a menudo también las encargadas de incrementar la morbilidad con sus poderosas y oligopólicas inversiones en pesticidas, herbicidas, transgénicos, efectos yatrogénicos de los propios fármacos, con lo que maximizan beneficios en su sector productivo más rentable: las enfermedades humanas crónicas (algunas de ellas de ellas, como el sida y la epidemia de opiáceos que sufre USA por la codicia de las farmacéuticas, a las que probablemente tendríamos que calificar como enfermedades de diseño).

    El mercado privado sanitario no sólo es responsable del escandaloso crecimiento de la morbilidad en las sociedades modernas (hasta el punto de que en USA ya se come el 18% del PIB y todavía hay uno de cada seis ciudadanos sin seguro médico) sino también de la ineficaz y despilfarradora respuesta de los sistemas sanitarios públicos o de los controles públicos que deberían garantizar un derecho tan fundamental (como la FDA en USA). No es por casualidad que los sistemas educativos sean tan jacobinos al implantar la escolarización obligatoria e incluso unos planes educativos obligatorios y, en temas de salud, se deje al libre albedrío de los ciudadanos (salvo las vacunas obligatorias) todo lo que tiene que ver con el cuidado de su salud y la salud comunitaria, por graves que sean las consecuencias a menudo para ellos y las personas que puedan contagiar o escandalosos los gastos que los malos hábitos puedan ocasionar. Si somos capaces de entender que niños y jóvenes dediquen la mayor parte de su existencia al aprendizaje de conocimientos (antes que procesos), ¿por qué las sociedades de mercado no se esfuerzan en fomentar la salud, exigiendo incluso la colaboración obligatoria de los ciudadanos en cuantos controles, procesos y programas de salud fueran necesarios para garantizar su bienestar físico y psíquico, así como el de toda la comunidad?

    Tal vez los servicios de salud cubanos pudieran hacer más por proteger la salud y prevenir las enfermedades ahora que el cuentapropismo está creando hábitos de consumo nada saludables, como es buena parte de la comida que se sirve en paladares, pizzerías y tiendas de comidas para llevar a casa, aunque somos conscientes de las limitaciones que sufre el mercado por el bloqueo. En este caso, mucha culpa la tiene la sociedad de mercado capitalista, gracias a su poderoso aparato propagandístico y publicitario, que está poniendo de moda en la isla la comida basura con la misma facilidad que pone de moda la ropa vaquera rota y desgastada.

    Con ser muy grave la perversa manipulación de los hábitos de consumo y las creencias a través del poderoso aparato publicitario de la sociedad de consumo, cuyo único objetivo es la maximización de beneficios, no se queda atrás la cosificación de la existencia humana y su conversión en una mercancía de usar y tirar (esto último ya presente en la economía privada cubana, que, como la del mundo capitalista, busca la maximización de beneficios abaratando costes, por lo que no le importa utilizar a las personas como si fueran ganado, privándolas del respeto y la dignidad que merecen.

     
  5. Elio Antonio says:

    Hola :-)

    Solo quiero limitarme a agradecer esta página.

    Saludos #DesdeGuantánamo ;-)

     
  6. Soledad Cruz says:

    Excelente anàlisis. Deberìa ser tema de discusiòn en las reuniones de todo el llamado sector cultural, sobre todo para que los “mercaderes” sean reconocidos como lo que son. Pero ante la circunstancias totalmente adversas para una verdadera evoluciòn espiritual, creo que uno de los paleativos seria que tanto los medios de comunicaciòn estatales, como las instituciones estatales privilegien realmete lo de màs valor, den la jerarqupia estètica y artìstica a quienes lo merecen y no se conviertan en promotores, como ocurre, de cualquier tendencia de moda.

     
  7. Otro Orestes says:

    Orestes no se a cual capitalismo salvaje se refiera pero no hay que ser tan pesimista a lo que pudiera suceder en Cuba, a lo mejor un capitalismo a lo Chino seria la mejor solucion, de lo que si estoy casi seguro que cuba podria seguir asi por los siglos de los siglos, con su socialismo y su crisis infinita, la bonanza del CAME y los 80’s no regresara jamas, ni aunque encuentren la mistica veta petrolera.

     

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