Las agresiones de Estados Unidos contra Cuba han recorrido un largo camino a lo largo de éstos 60 años, en el cual han acudido a todas las alternativas posibles para derrocar al gobierno cubano, es decir a la Revolución de Fidel Castro. Invasiones armadas, bloqueos multilaterales, codificados en el Congreso norteamericano por las leyes Torricelli, Helms-Burton, sabotajes, agresiones de todo tipo, guerra sicológica, en fin todo lo imaginable de su vasto arsenal científico, militar y tecnológico, con resultados fallidos. Y ello solo es explicable y comprensible por el mayoritario apoyo del pueblo cubano a su proceso político, revolucionario y social.
Precisamente a la luz de aquellos combates aún desconocidos o insuficientemente generalizados y en estos días en que el Imperio, revive la doctrina Monroe, de “América para los americanos…. del Norte”, arrasa con todo vestigio de progresismo en el Continente y se lanza con todo su potencial contra la hermana República Bolivariana de Venezuela para aniquilarla, decidiendo colocarla junto a Cuba y Nicaragua como los ejes del mal, en acto de exorcismo, resulta necesario recordar experiencias de nuestra historia pasada, cuando otros pretendientes al trono del Imperio, se propusieron y declararon la GUERRA TOTAL contra el pueblo cubano y FRACASARON.I
Durante la década de los setenta la CIA y sus organizaciones colaterales, lanzaron una prolongada campaña genocida y terrorista contra el pueblo cubano. Venenos sofisticados, plagas mortíferas y epidemias letales comenzaron a asolar la Isla, periódicamente sobrevolada por misteriosos aviones encargados de esparcir sus cargas de muerte. Habían decidido exterminar las principales producciones agropecuarias del país, provocar el colapso económico y afectar de manera decisiva a la población para aterrorizarla por hambre y enfermedades.
La roya de la caña de azúcar, el dengue hemorrágico, el moho azul del tabaco y la peste porcina africana fueron, entre otras, las operaciones encubiertas de la CIA contra nuestro pueblo. Si en 1962, según documentos desclasificados por Estados Unidos, se pretendía regar agentes bacteriológicos sobre los campos de caña para afectar la salud de los trabajadores agrícolas, entonces se decidió exterminar a la población en general. Decenas de niños y cientos de mujeres, hombres y ancianos fueron víctimas de estas exóticas y muchas veces mortíferas enfermedades. Quizás algún día, en uno de los periódicos actos de “purificación” que se llevan a cabo en los Estados Unidos para “sanear” los males generados por su sociedad, se desclasifiquen los documentos de estos operativos y el Mundo conozca hasta qué punto se ejecutaron los planes para asolar al pueblo cubano.
De acuerdo con datos incompletos recogidos durante los años aludidos, agentes del gobierno de los Estados Unidos introdujeron en Cuba trece plagas y enfermedades antes inexistentes o desconocidas que provocaron afectaciones importantes y a veces dramáticas a los planes de desarrollo agropecuario y a la vida de las personas. Estuvieron relacionadas con la roya de la caña, el moho azul del tabaco, la broca del café, el thrips palmi, que atacaba cultivos como la papa, el frijol, el pimiento, el pepino, la habichuela, la berenjena, y el ácaro del arroz. Las pérdidas contabilizadas en estas agresiones fueron de aproximadamente ciento treinta millones de dólares, solo para implantar su combate y destrucción de los efectos, sin contar el costo de los alimentos que hubo que importar debido a plagas.
En la actividad pecuaria fueron diseminadas siete enfermedades diferentes, entre ellas, la enfermedad de Newcastle en la avicultura; la peste porcina africana, en dos brotes diferentes; la seudodermatosis nodular bovina y la mamilitis ulcerativa, en la ganadería vacuna, la enfermedad hemorrágica viral del conejo, y la varroasis de las abejas. El Newcastle provocó más del 80 % de mortalidad en la masa avícola del país, mientras la fiebre porcina ocasionó el sacrificio de quinientos mil animales en el primer brote y trescientos mil en el segundo.
En la esfera humana, la epidemia de dengue hemorrágico fue uno de los más canallescos actos terroristas de agresión. En pocas semanas alcanzaron la cifra, sin precedentes conocidos en otro país, de 344 203 personas afectadas. Se reportaron 11 400 nuevos enfermos en un solo día, el 6 de julio de 1981, un verdadero récord. Un total de 116 143 enfermos fueron hospitalizados; alrededor de veinticuatro mil pacientes sufrieron hemorragias; 10 224 sufrieron shocks por dengue en algún grado, y 158 personas fallecieron como consecuencia de la epidemia —de ellas, 101 niños. A ello se suma el hecho de que, a causa del bloqueo, Cuba tuvo que comprar los medicamentos para combatir esta epidemia en países disímiles y a precios más altos, pues el imperio lo boicoteaba.
Sin embargo, nada pudieron. La Revolución cubana como ave Fénix pudo resurgir del fuego en que los Imperialistas la sumieron, se restauraron los daños causados y continuó adelante en el difícil e inexplorado camino de construir una Sociedad nueva, libre de explotación, justa y equitativa, el Socialismo.
II
A partir de febrero de 1962, fecha en que Estados Unidos estableció el embargo comercial —o mejor decir, el bloqueo económico y multilateral que aún perdura— desarrollaron diferentes métodos subversivos para apoyar su efectividad. Al año siguiente, el Departamento de Comercio creó una agencia denominada Detectives Globales con la misión de perseguir a los empresarios, en cualquier parte del mundo, que comerciaban con Cuba o proyectaban hacerlo. Más tarde, durante la segunda mitad de la década de los años sesenta, mediante sus embajadas en Europa Occidental, amenazaron con cortar sus vínculos con las empresas y compañías interesadas en comerciar con la Isla. Tales fueron los casos de Leyland de Inglaterra y Berlier de Francia, las que a pesar de las presiones ejercidas durante un tiempo enviaron sus principales productos —ómnibus y camiones— a la Isla.
La década de los setenta fue testigo de una agudización de esas acciones. Los Estados Unidos bajo la presidencia de Richard Nixon, apoyados en el equipo de Henry Kissinger, asesor de Seguridad Nacional, y Richard Helms, jefe de la CIA, proyectaron una política agresiva para asfixiar económicamente a Cuba. Para ello era necesario cortar los suministros que fluían de varios países occidentales. Téngase presente que todavía la tecnología y las maquinarias existentes en el país eran de procedencia norteamericana y necesitaban piezas de repuesto o sustituirse por modelos o procesos más avanzados tecnológicamente, pero dentro del mismo esquema.
Para tales fines, dentro del departamento de la CIA que atendía a Cuba se creó una sección encargada de estos procedimientos. Todas las relaciones comerciales cubanas y las delegaciones de empresarios que viajaban a la Isla eran escrutadas y presionadas meticulosamente. La Inteligencia cubana tuvo entonces que actuar en aquel medio desconocido para poder descubrir a los agentes enemigos que buscaban informaciones sobre las negociaciones en marcha o los reclutamientos que el algunos de nuestros organismos realizaba el enemigo con tales propósitos.
Aprovechando la abulia o venalidad de algunos funcionarios, intentaron y en ocasiones lograron vendernos productos alterados o de mala calidad. También sabotear los productos cubanos, especialmente el azúcar, por entonces uno de los principales rubros de exportación. Fueron años difíciles para nuestra economía, pero con paciencia y habilidad, gracias también al apoyo de la URSS y el Campo Socialista, pudimos superar aquella ofensiva terrorista destinada a desarticular nuestra Economía, con la finalidad de provocar un malestar generalizado en la población que llevara finalmente a ésta a pronunciarse contra sus autoridades.
III
El concepto de guerra sicológica no era nuevo para el Mundo. Desde inicios de la década del cincuenta, el gobierno de los Estados Unidos había elaborado esa teoría con el propósito de trabajar más sutilmente el campo de las ideas en un Mundo que ya se veía polarizado y se regiría por el concepto más amplio de Guerra Fría. “Nuestro objetivo en la Guerra Fría no es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más sutil, más penetrante, más completo […] A los medios que vamos a emplear […] se les suele llamar guerra sicológica […] es la lucha para ganar las mentes y las voluntades de los hombres”.[1] Una definición más reciente plantea que se trata de “operaciones planeadas para enviar información seleccionada a determinadas audiencias para influir en sus emociones, motivaciones, razonamientos, y conducta de gobiernos, organizaciones, grupos, o individuos”.[2]
Para unificar las acciones, las fuerzas y los medios, hasta ese momento dispersos en el Departamento de Defensa y la CIA, el 4 de abril de 1951 fue creado el Consejo de la Estrategia Psicológica. Según la periodista Frances Stonor, “el paradigma central de la Guerra Fría no era militar ni económico, ni siquiera estrictamente político. Era y sigue siendo una batalla por la mente de los hombres, una batalla de ideas”.[3]
Tampoco para Cuba la agresión cultural e ideológica constituía algo nuevo. Se inició desde el triunfo mismo de la Revolución, se incrementó como una importante opción en las décadas de los setenta y ochenta, hubiera podido terminar con el fin de la Guerra Fría, pero en realidad se intensificó y amplió. Aún se mantienen los mecanismos encubiertos de los inicios pero, además, se presenta públicamente como una política de Estado.
Una acción de guerra psicológica fue sin dudas la ya citada Operación Peter Pan,[4] de los primeros años de la Revolución, salvajemente instrumentada con el propósito de atemorizar a los padres y lograr que enviaran sus hijos a los Estados Unidos. Periódicamente han utilizado el tema migratorio en sus campañas para presentar a nuestro país como una dictadura de la que huyen aterrorizados hombres, mujeres y niños. En esas operaciones participaron de manera coordinada los servicios especiales, las instituciones gubernamentales, las instituciones religiosas o humanitarias, la prensa y las organizaciones contrarrevolucionarias, entre otras. En su prólogo al libro La CIA y la guerra fría cultural, Ricardo Alarcón,[5] señalaba:
“Las leyes Torricelli (1992) y Helms-Burton (1996) proclamaron abiertamente sus propósitos de derrocar al régimen revolucionario valiéndose también de la subversión interna con el empleo de grupos respaldados por Washington. Desde entonces encaramos dos proyectos Cuba: el que lleva a cabo clandestinamente la CIA desde 1959, y el que desde los noventa corre a cuenta del Departamento de Estado y la llamada Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID).”[6]
No ha resultado raro encontrar en diversos estudios sobre “guerra psicológica”, “propaganda negra”, “operaciones psicológicas”, “campañas diversionistas”, etc., los mismos nombres de las personas involucradas en esta historia de guerra sucia: Richard Bissell, que en 1950 fue directivo del Plan Marshall para la Europa de posguerra y en 1954 ingresó a la CIA como ayudante especial de Allen Dulles; Tracy Barnes, subdirector del Consejo de Estrategia Psicológica y fundador de la División de Operaciones Domésticas de la CIA; Howard Hunt, escritor de novelas, becado por la Fundación Guggenheim, quien a finales de 1961 entró en la División de Operaciones Domésticas, ex plomero de Watergate, o el propio Allen Dulles, jefe de la CIA en sus inicios, quienes habían trabajado anteriormente para la Fundación Ford o estaban muy ligados a ella. En los años siguientes, todos ocuparon altos cargos en la CIA encabezando las más crueles y elaboradas operaciones contra Cuba.
Probablemente entonces los “cerebros grises” de la guerra sicológica determinaran el uso de sus métodos en las acciones políticas cotidianas, tanto en la vida interna de los países como en la esfera de la política internacional. Ahora hay grandes compañías privadas al servicio del imperio que se dedican a diseñar campañas diversionistas. Sus propósitos van desde anatematizar a un Estado por sus programas nacionales y en defensa de la soberanía justificar la tortura y el crimen, hasta asesinar a un líder político, social o religioso. Los Estados Unidos han acudido a todo en su guerra subversiva contra Cuba.
En 1970 nuestras redes de agentes comenzaron a recibir informaciones sobre la existencia de un variado grupo de organizaciones no gubernamentales (ONG) en sectores académicos, estudiantiles, religiosos y políticos. Asentadas en países occidentales y muchas veces con un discurso de izquierda, proclamaban la desaparición del socialismo, en tanto el desarrollo científico y técnico eliminaba las diferencias ideológicas entre los dos sistemas.
Teorías como el “tendido de puentes” y la “convergencia de las sociedades desarrolladas”, por una parte, y por otra el ataque a los dogmas, el dimensionamiento de los “fracasos económicos del socialismo”, “la poca actualidad del pensamiento marxista” —elaborado, argumentaban, para la sociedad del siglo xix, e inicios del xx—, la crítica al pensamiento marxista y el revisionismo pretendían confundir y dividir al movimiento revolucionario para erosionar desde dentro sus pilares ideológicos. Se fundamentaban en la experiencia obtenida en su actuación contra la Unión Soviética y Europa del Este, donde con el tema de los denominados “derechos humanos” y aprovechando graves errores cometidos, estimularon dentro de la sociedad civil corrientes revisionistas y contestatarias que intentaron desarmar —y en ocasiones lo lograron— al movimiento revolucionario y comunista mundial.
Con el propósito de influir en las actitudes de distintos grupos de personas, era necesario utilizar a instituciones como Américas Watch, el Pen Club, la Fundación Ford o la Rockefeller, Human Rights, Freedom House, o más recientemente la National Endowment for Democracy, Reporteros sin fronteras, etc., para distribuir la información y trabajar sistemáticamente sobre esos grupos. Mediante organizaciones paralelas, los Estados Unidos pusieron al servicio de estos centros ideológicos todos los recursos obtenidos con su extraordinario desarrollo científico y técnico.
Sin abandonar las acciones de fuerza y terror, el tema de la ideología y la subversión política devino una de las direcciones principales del trabajo de la CIA por intermedio de los centros culturales, religiosos, estudiantiles o sociales. Unos estaban dirigidos a denigrar las ideas revolucionarias; otros a desinformar; algunos a divulgar las ventajas de las sociedades de consumo, su moral y su dogma. Todos fueron dotados con abundantes recursos y dinero. Organizaban conferencias internacionales, brindaban becas, premios, financiamientos, y en lo interno comenzaron a proyectar sus influencias en sectores como el cine, la televisión, la prensa y la literatura. Pronto aparecieron películas, series televisivas, libros, magazines, comics y otros productos en los que se idealizaba a los mercenarios, se atacaba a los revolucionarios considerándolos terroristas,[7] y se distorsionaban los conceptos de la patria y la nacionalidad y se trataba por todos los medios de enfermar la conciencia social. Lamentablemente, estas operaciones han llegado hasta nuestros días.
Las publicaciones y radioemisoras fueron y son medios utilizados para estas actividades. Los resultados alcanzados en Europa del Este con el empleo de Radio Europa Libre contribuyeron a que se creara Radio Swan, una estación clandestina que accionaba desde una isla en territorio hondureño, y que tras la derrota de Playa Girón cambió su nombre a Radio América. Le siguieron otras que operaban “legalmente” desde los Estados Unidos y buscaban los mismos fines: La Cubanísima, La Fabulosa, Radio Mambí, y luego Radio Caimán. Por otra parte, en las historietas cuyo personaje central era un “gusano libre” se ofrecían indicaciones para emprender sabotajes y acciones terroristas dentro de la Isla; en América Latina se distribuían otras historietas que denigraban a la Revolución.
Hacia mediados de los años setenta, el desarrollo tecnológico alcanzado en las transmisiones de televisión, la disponibilidad de cintas y casetes de video, así como el surgimiento de los videojuegos, se convirtió en un instrumento que, utilizado convenientemente, envenenó y modificó la vida y las costumbres populares. En sus afanes por confundir, engañar y desinformar, los estragos producidos probablemente aún no hayan sido cuantificados ni estudiados suficientemente. Era lógico que las cerradas sociedades de Europa del Este fueran presas relativamente fáciles de aquella ofensiva, las que a causa de sus añejos errores y desviaciones no pudieron enfrentar con éxito.
En aquel escenario no siempre resultó sencilla la tarea de desenmascarar al enemigo, que se movía hábilmente en la frontera entre la subversión y la lucha política e ideológica desde posiciones seudoizquierdistas: sutilmente trataron de dividir al movimiento revolucionario y debilitar sus pilares ideológicos; criticaban fenómenos y procesos del denominado socialismo real que eran ciertos, pero escondían sus posiciones diversionistas y reaccionarias; manipulaban el pensamiento económico de Che Guevara; sobredimensionaban las disputas entre los países socialistas; desde posiciones ultra revolucionarias criticaban la lucha insurreccional contraponiéndola a la lucha de masas; algunos se presentaban como simpatizantes de la Revolución Cubana, lo cual propiciaba que antiguos aliados y simpatizantes a menudo cambiaran de bando. Su actuación resultó en ocasiones invisible para revolucionarios leales, confundidos o sin percatarse de las intenciones del enemigo. En aquel escenario, Fidel Castro expresó:
“La modalidad es combatir la revolución desde posiciones comunistas, desde posiciones socialistas, desde posiciones marxistas, desde posiciones de izquierda. Ya no es el argumento liberal, el argumento burgués, eso está demasiado desacreditado, demasiado desprestigiado […] Lo decimos para expresar cómo van cambiando los mecanismos, los métodos, los medios de la lucha frente a la Revolución.[8]
La manipulación de temas como la supuesta persecución religiosa, el crecimiento de la emigración cubana, la libertad de expresión, los derechos humanos y la homofobia han sido cultivados, alimentados y proyectados de acuerdo con los intereses del Imperio, y formado parte de intensas campañas contra Cuba.[9]
Al calor de estas campañas, dentro del país surgieron algunos “ilustrados” influidos por esas tendencias. Mediante artículos y publicaciones, intentaron colocarse al servicio de las corrientes ideológicas que promovía el enemigo, pero sus acciones fueron descubiertas y desestimuladas de inmediato. Tempranamente el propio Fidel Castro estableció las bases de este enfrentamiento. La división del movimiento revolucionario cubano era parte sustantiva del proyecto subversivo. Agentes encubiertos en embajadas capitalistas, generalmente bajo el manto cultural o periodístico, comenzaron a actuar en esa dirección haciendo el centro de sus objetivos a antiguos prejuicios anticomunistas, esencialmente en medios culturales e intelectuales, desde épocas pretéritas. Además, se elaboraron medidas de guerra psicológica con la pretensión de influir en las actitudes, opiniones y emociones de ese sector y a mediano plazo, de erosionar y desarticular el proyecto político e ideológico adoptado. Sin embargo, la unidad de nuestro pueblo, articulada desde siempre por Fidel Castro, hizo naufragar esas pretensiones. Entre sus resultados más visibles, dio vida al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba y consolidó los lazos políticos, culturales y comerciales con la Unión Soviética y el resto de los países socialistas sin sombra a la sobernía cubana y a su política exterior antimperialista y tercermundista.
Los dos proyectos más ingeniosos para intentar penetrar nuestras fronteras a través de los medios masivos, manipulados y pagados por el gobierno de los Estados Unidos y sus agencias especializadas no han logrado los fines requeridos, a pesar de sus cuantiosas inversiones. TV Martí ha fallado por completo; la mal llamada Radio Martí está altamente desacreditada.[10]
En Cuba el proyecto subversivo no ha logrado sus propósitos, no sólo porque sistemáticamente estos centros de desinformación, diversionismo y subversión han sido penetrados y desenmascarados, sino sobre todo por la preparación político-ideológica de nuestro pueblo, el debate y la discusión de ideas, la información clara sobre lo que acontece dentro y fuera de las fronteras, el intercambio con revolucionarios latinoamericanos y de otros países, y la agudeza y claridad de nuestros dirigentes, sobre todo de Fidel Castro, quien desde temprano denunció las campañas, identificó los sujetos a quienes iban dirigidas, y apoyó y estimuló a los intelectuales y artistas cubanos en el desarrollo de nuestra cultura e identidad nacionales.
Resulta fácil comprender cómo desde el triunfo mismo del primero de enero de 1959, y hasta nuestros días, la guerra de los Estados Unidos contra Cuba ha sido total. Hemos tenido que dedicar ingentes esfuerzos, cuadros y recursos vitales a los fines de la defensa, los que, en función de la construcción de una nueva sociedad, hubiesen resultado útiles y determinantes para el bienestar de todos los cubanos.
De la apreciación del conjunto de estos fenómenos, ataques y agresiones, los servicios de Seguridad, bajo la dirección revolucionaria, elaboraron una estrategia de trabajo ofensiva en la que se logró atacar en vez de esperar la agresión, como generalmente se había hecho. Nuestros agentes y oficiales debían —y así lo hicieron— penetrar los centros subversivos e ideológicos enemigos, las organizaciones terroristas y la fuerza operativa de la CIA responsabilizada con la agresión a Cuba para conocer los planes y después frustrarlos. Nacieron varias concepciones de trabajo, colocábamos a nuestros hombres en el campo visual enemigo para su reclutamiento y luego comenzábamos a manipular a sus oficiales y jefes hasta lograr en muchos casos obtener su colaboración inconsciente. Sin saberlo, se convertían en informantes. Pudimos caracterizarlos, conocerlos, obtener informaciones valiosas sobre sus complots, aliados, estructuras subversivas y así influir, desinformar y frustrar muchas de las acciones enemigas.
Se organizaron operaciones en América Latina, los Estados Unidos y Europa con idénticos propósitos. Oficiales y agentes de inteligencia y contrainteligencia actuaron conjuntamente de manera exitosa, excluyendo por supuesto, aquellas ocasiones dramáticas en las que lamentablemente no pudieron conocerse a tiempo los planes terroristas.
A las medidas y acciones de subversión político-ideológica opusimos —además de la penetración de nuestros agentes en sus estructuras — métodos novedosos, muchos inspirados en nuestras raíces culturales y apoyadas por los artistas y por los principales representantes de la intelectualidad revolucionaria. En aquellos años, hasta la música autóctona fue objeto de la subversión enemiga, pretendiendo minimizarla, descontextualizarla y finalmente desaparecerla. Muchas de las emisoras extranjeras, audibles en el territorio nacional y manipuladas por “especialistas en guerra psicológica” se sumaron a esac estrategia .[11] En estrecha coordinación con los organismos culturales del país, y como parte del programa cultural que la Revolución llevaba adelante, se organizaron seriales para la televisión, conciertos, recitales de poetas, bailables, exposiciones fotográficas y de pintura, proyecciones de películas, obras de teatro y otros eventos que coordinábamos con los organismos correspondientes, allí donde eran necesarios, por las complejidades político-operativas existentes en la región, lugar o grupo social.
Al finalizar el decenio, los resultados alcanzados por la Seguridad cubana eran visibles. Se frustraron numerosos operativos terroristas, fuera y dentro de Cuba, y se obtuvieron valiosas evidencias sobre las actividades de la guerra biológica, lo cual posibilitó su denuncia internacional. Igualmente, se organizó un sistema de enfrentamiento que adecuó nuestras organizaciones a las nuevas condiciones de la agresión impuestas por los Estados Unidos y sus centros subversivos. También se obtuvieron resultados en el descubrimiento y desmantelamiento de las actividades subversivas en el campo ideológico y político, colaborando en el aseguramiento al XI Festival de la Juventud y los Estudiantes y la VI Conferencia Cumbre de Países No Alineados. Los organismos de la Seguridad, bajo la dirección del Partido, actuaron firmemente impidiendo y desmantelando los planes y las acciones enemigas para deslucir o sabotear políticamente estos eventos. En 1979, en vísperas del XX aniversario de su fundación, la Seguridad cubana, en estrecha colaboración con el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), presentaron la primera serie televisiva nacional “En silencio ha tenido que ser”, dedicada a divulgar la historia de los servicios de la Seguridad, de meritoria actuación y realización. Se narraron episodios trascendentes de aquellos años y se logró captar el más alto rating de teleaudiencia nacional y la simpatía de la juventud cubana.
[1] Citado por Blanche Wiesen Cook: The Declassified Eisenhower, Doubleday, Nueva York, 1981.
[2] Jon Ellison: Psy War on Cuba. The Declassified History of US Anti-Castro Propaganda, Ocean Press, Melbourne, 1999.
[3] Frances Stonor: La CIA y la Guerra Fría cultural, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
[4] Operación Peter Pan: Organizada por la CIA y la jerarquía católica que entre los años 1961 y 1962 por medio del terror difundido desde los pulpitos, bolas, infundíos y rumores, logró aterrar a un sector de la población que sacó a sus hijos rumbo a los Estados Unidos. Se calcula que fueron más de quince mil niños los que viajaron por esa causa. Muchos jamás volvieron a encontrarse con sus padres.
[5] Ricardo Alarcón de Quesada: Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba.
[6] Ricardo Alarcón: “Prólogo” a La CIA y la Guerra Fría cultural, ed. cit.
[7] Este método fue utilizado ampliamente por el gobierno norteamericano en las décadas del cuarenta y del cincuenta, actuando bajo el auspicio de la recién estrenada CIA y del senador por Wisconsin Joseph McCarthy, presidente del Comité de Actividades Antinorteamericanas.
[8] Fidel Castro: “Discurso por el décimo aniversario del Ministerio del Interior”, La Habana, 6 de junio de 1971.
[9] En 1999, John Ellison incorporó nuevos materiales desclasificados por el gobierno de los Estados Unidos que muestran cómo la agresión psicológica y propagandística se había mantenido a lo largo de cincuenta años sobre Cuba y que incluía libros, periódicos, historietas, películas, panfletos y programas de radio y televisión. Véase su ob. cit.
[10] Documentos del gobierno de los Estados Unidos, encuestas e investigaciones realizadas allí entre 1990 y 1998, actualmente desclasificadas, demuestran, por ejemplo, que sólo un 1,5 % de los entrevistados decía haber visto en alguna ocasión la señal de TV Martí, y que sólo un 26 % escuchaba Radio Martí.
[11] Debe recordarse, por ejemplo, cómo manejaban temas como “El son se fue de Cuba”.
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