La campaña por los 500 años de La Habana ha tenido un éxito comunicacional indiscutible. Tanto en los medios como en las calles su presencia es constante.
No recuerdo en los últimos años un tema en Cuba con ese nivel de presencia e intensidad, acompañado de buenos productos comunicacionales.
Constantemente se divulgan obras en construcción por la fecha. Incluso, el impacto del fortísimo tornado que el 27 de enero golpeó cinco municipios capitalinos y que ha involucrado un esfuerzo extra en recuperar instalaciones, viviendas e infraestructuras, no ha detenido la marcha de inversiones destinadas a embellecer la ciudad y mejorar los servicios que recibe el pueblo habanero.
Una de las iniciativas ha sido transformar algunas céntricas paradas con coloridas imágenes de la ciudad, que también se han colocado en las nuevas construidas.
Pero ni corta ni perezosa la minoría egoísta dispuesta a acabar con el derecho de todos a disfrutar de una ciudad más bella ha entrado en acción para odiar y destruir.
Semanas atrás comentaba la necesidad de, siguiendo el ejemplo de la Reforma Constitucional, impulsar un debate popular para un nuevo reglamento urbano que «actualice y difunda la defensa de lo común, penalizando los comportamientos que –desde la agresión sonora en el transporte por choferes y pasajeros, hasta el maltrato a contenedores y el arrojar basura a la vía pública– en otros lugares reciben multas que pueden alcanzar hasta un salario mínimo y la obligatoriedad de trabajo social en labores comunales».
La Habana necesita muchas soluciones materiales, pero sin una transformación cultural profunda que lleve al rechazo de los comportamientos que dañan el espacio público, y una actuación enérgica de las autoridades que impida su impunidad, muy pronto nos tendrán de regreso en el mismo punto de partida, o tal vez más atrás.
(Granma)
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